Seth Klein: Una respuesta real a la emergencia, del «Libro del clima» de Greta Thunberg

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El libro del clima editado por Greta Thunberg (2022, en español: Lumen) constituye una excelente enciclopedia sobre la catástrofe climática y sobre la catástrofe ambiental más en general. Escrito con la colaboración de decenas de expertos abarca desde la historia, a las ciencias, a cuestiones de política, economía, comunicación y estrategia. La lectura es ágil, aunque por supuesto tremendamente inquietante. Un recurso muy recomendable para tener una perspectiva amplia y compleja de nuestra condición global actual.

La parte final más dedicada a activistas es seguramente más optmista o esperanzadora que las primeras tres cuartas partes en que se describe y analiza la problemática desde múltiples perspectivas y aproximaciones. Entre las varias contribuciones del último cuarto del libro transcribo ésta de Seth Klein que me llamó particularmente la atención, de la sección Ahora tenemos que hacer lo que parece imposible.

Una respuesta real a la emergencia, por Seth Klein (pp. 375-377)

Hace casi medio siglo que sabemos del calentamiento global. Ante ello, hemos agotado el tiempo con debates que desviaban la atención sobre los cambios graduales que podíamos emprender. Después de tantos años de palabrería, ¿cómo saber que un gobierno entiende en verdad la crisis climática y ha pasado a la fase de emergencia?

Durante los últimos años he escrito sobre cómo mi país, Canadá, ha respondido a diferentes emergencias. En la historia de nuestra experiencia de la Segunda Guerra Mundial veo un recordatorio provechoso de que esto ya lo hemos hecho. Giramos a una velocidad notable frente a una emergencia. Con independencia de la clase, la raza o el género, nos movilizamos a favor de una causa común para enfrentarnos a una amenaza existencial.  Y al hacerlo conseguimos remodelar por completo nuestra economía; dos veces, de hecho, una para aumentar la producción militar y la otra para convertirla de vuelta a los tiempos de paz; y todo en seis años. A través del estudio de las movilizaciones históricas de Canadá, he identificado cuatro marcadores que un gobierno ha pasado a la fase de emergencia. Con respecto a la emergencia climática, es evidente que nuestros gobiernos han fracasado en los cuatro aspectos.

1/ Gastar lo que sea necesario para ganar

Una emergencia obliga a los gobiernos a abandonar la austeridad. Los desembolsos del gobierno canadiense durante la Segunda Guerra Mundial fueron muy diferentes a los que se hicieron antes o después. La deuda del país con respecto al PIB al final de la contienda continúa siendo un máximo histórico. Cuando a C.D. Howe, entonces ministro de Armamento y Provisiones, se le preguntó acerca de ese aumento en los gastos, contestó con una frase que se hizo célebre: «Si perdemos la guerra, nada importará: […] si la ganamos, el coste seguirá sin tener consecuencias y se habrá olvidado».

De manera parecida, durante la pandemia de la COVID-19, el gasto del gobierno aumentó de manera espectacular, y la relación de la deuda de Canadá con respecto al PIB pasó de alrededor del 30 al 50 por ciento e un solo año. De casi toda esa deuda se hizo cargo el Banco Central, que durante la mayor parte del primer año de la pandemia compró 5.000 millones en valores por semana para financiar la respuesta a la emergencia. Sin embargo, en comparación, el gasto del gobierno en la acción climática e infraestructura verde palidece. Hoy asciende a unos 7.000 millones anuales. El antiguo economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern, ha dicho que los gobiernos deberían gastar el 2 por ciento de su PIB en esfuerzos climáticos, lo que en términos canadienses serían unos 40.000 millones al año. Nuestro gobierno no está simplemente gastando un poco menos de lo que debería ante la emergencia climática: gasta menos por un enorme orden de magnitud.

2/ Crear nuevas instituciones económicas para que el trabajo se haga

Durante la Segunda Guerra Mundial, partiendo de casi nada, Canadá produjo aviones, vehículos militares, buques y armamento a una velocidad y una escala pasmosas. Durante la pandemia fuimos testigos de cómo gobiernos de todo el mundo hicieron algo similar, creando nuevos programas de apoyo a un ritmo inimaginable. Gracias a ello, la población recibió tests, vacunas y servicios sanitarios en una magnitud sin precedentes. Si nuestros gobiernos entendieran realmente la emergencia climática como tal, efectuarían con rapidez un inventario de nuestras necesidades de conversión para determinar cuántas bombas de calor, dispositivos solares, parques eólicos, autobuses eléctricos, etcétera, necesitaríamos a fin de electrificarlo prácticamente todo y acabar con la dependencia de los combustibles fósiles. Después establecerían una nueva generación de empresas públicas para asegurarse de que esos productos se fabricasen y distribuyesen a la escala requerida. También crearían un programa económico nuevo y audaz para catapultar el gasto en infraestructura climática y en programas de nueva capacitación laboral.

3/ Pasar de políticas voluntarias y basadas en incentivos a obligatorias

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo racionamiento de bienes y todo tipo de sacrificios. Durante la pandemia de la COVID–19 nuestros gobiernos emitían órdenes sanitarias y cerraban partes ni esenciales de nuestra economía. Pero con la emergencia climática, no ha pasado nada similar.

Hasta la fecha, casi todas las políticas climáticas han sido voluntarias. En Canadá, fomentamos el cambio con incentivos y reembolsos. Enviamos señales en los precios. Pero no exigimos el cambio. Y nuestras emisiones de gases de efecto invernadero no se han reducido, simplemente, se han mantenido.

Si hemos de cumplir con los objetivos de los gases de efecto invernadero que hay que alcanzar de forma urgente, necesitamos establecer fechas claras y cercanas en que se extinguirán determinadas cosas. Hemos de declarar que a partir de 2025 no será legal vende vehículos nuevos que quemen combustibles fósiles. Hemos de obligar a que no se permita que los edificios de nueva construcción utilicen gas natural u otros combustibles fósiles ya desde el próximo año. Tendríamos que prohibir la publicidad de los fabricantes de estos vehículos y las gasolineras. Sólo así dejaríamos claro que esto es grave.

4/ Contar la verdad acerca de la gravedad de la crisis

En la frecuencia y el tono, en las palabras y la acción, es necesario que las emergencias parezcan y suenen y se sientan como tales. Los dirigentes políticos de la Segunda Guerra Mundial eran comunicadores excepcionales que se mostraban francos con la opinión pública acerca de la gravedad de la crisis, y aún así conseguían transmitir esperanza. Sus mensajes eran amplificados por unos medio de comunicación que sabían de qué lado de la historia querían estar y por un sector de las artes y el espectáculo ansioso por congregar al público. Sin embargo, nada de esa lógica y coherencia está presente con respecto a la emergencia climática. Cuando nuestros gobiernos no actúan como si la situación fuese una emergencia (o peor, cuando envían mensajes contradictorios al aprobar nuevas infraestructuras de combustibles fósiles), comunican a la opinión pública, de hecho, que no se trata de una emergencia. ¿Dónde están las ruedas de prensa regulares sobre cómo se le está haciendo frente? ¿Dónde está la publicidad gubernamental para aumentar el nivel de «cultura climática» de la sociedad? ¿Dónde están los informes diarios de los medios de comunicación que nos expliquen cómo se desarrolla esta lucha por nuestra vida en nuestro país y en el extranjero? Si los líderes políticos creen que a lo que nos enfrentamos es una emergencia climática, entonces es necesario que actúen y hablen como la maldita emergencia que es.

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Una última lección de tiempos bélicos: cada gran movilización se acompaña del compromiso de que no se dejará a nadie atrás, de que la vida después de la lucha será más alegre y justa. La movilización por el clima ha de incluir una garantía de puestos de trabajo para todos, y una transición justa para todos aquellos cuyos medios de vida se hallan ligados a la industria de los combustibles fósiles o que viven en primera línea de la crisis climática, como parte de un compromiso para afrontar la desigualdad.

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Comentario final

Seth Klein lo plantea como unas preguntas, pero se lee con facilidad como una demanda a nuestros gobernantes. Sería necesario que los partidos menos «petrosexoracistas», como diría P.B. Preciado, asumieran algún tipo de propuesta política similar a la que hace Klein. Y es omo dice, se trata de una «emergencia». Si la biosfera se deteriora tan gravemente como las evidencias científicas parecen indicar, no deja uno de preguntarse qué pensará la población del futuro, nuestros hijos y nietos, de los grandes responsables de todo esto: las grandes empresas energéticas y relacionadas, los políticos…

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Referencia

Seth Klein, 2022, Una respuesta real a la emergencia, en Greta Thunberg (editora), 2022, El libro de clima, Penguin Random House – Lumen, Barcelona, (pp. 375-377)

Perseverar en la vida

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José Pérez de Lama

A mi hermana

Hace dos miércoles fui al médico tras encontrarme mal durante meses — muy muy mal durante las semanas anteriores. Después de un breve examen, sin mucho preámbulo, el médico me dijo que tenía un linfoma, un cáncer.

Yo esperaba en realidad cualquier cosa, pero eso del cáncer siempre impresiona. Mi hermana dice que yo exclamé «¡Toma ya!». Yo más bien recordaba haber tratado de esbozar una sonrisa estoica — las películas y novelas.

A las pocas horas, solo en la habitación de un hospital pensaba que sesenta años, — mi edad –, era una buena edad para morir tras una vida razonablemente buena. La fantasía de morir joven — y sesenta ya no lo es tanto. Aparte de la decisión definitiva, siempre estuvo presente el problema técnico y más aún el del decoro, hacerlo elegantemente y con discreción: la manzana con cianuro de Turing, el salto a la Boca del Infierno de Crowley, el naufragio de Shelley, la SD en el hotel Chelsea de los rockeros…

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Los primeros días en el hospital pensaba sobre todo en eso. Obsesivamente. La perspectiva de convertirme en un enfermo, de la vida medicalizada a partir de ahora… ¡El horror!

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Pero luego, resulta que descubre uno que lo vivo tiene una especie de voluntad de perseverar. A pesar de todo. Y en mi caso se me fue revelando primero a través de mi hermana, — si lo hubiera podido hacer con un click yo me habría dejado morir –, mi madre, desde luego, las amigas y amigos. Mi hermana ha luchado estos días por mi vida, y por mi bienestar, como no podía haber imaginado. Entre todos me han sostenido vivo. Pero sobre todo ella. Y ahora ya con ganas de vivir, buen ánimo y buen humor.

Y estos días en el hospital se han convertido en una experiencia interesante, curiosa e incluso a veces placentera: calma, espera, inacción… dejarse cuidar, sentirse parte de la humanidad vulnerable y doliente.

Incluso sentirse parte de la máquina de salud pública en la que convive el «mandato biopolítico» de hacer vivir a los ciudadanos, con la ternura, el esfuerzo y los talentos concretos de personas y sistema. Además, claro, del orgullo de que sigamos teniendo un sistema público de salud.

Eso sí, espero ser un hombre nuevo con una vida nueva a la salida de esto. Muy convencido de que estos males tienen que ver con lo patogénico de la vida contemporánea. De momento parece que recuperé el puro gusto de estar vivo, así sencillamente.

Miles de gracias.

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Ps/ No ha sido fácil escribir esto, ni estoy muy seguro de lo que he escrito. Supongo que lo iré revisando.

Cosmotécnica y diversidad tecnológica – según Yuk Hui

Emo de Medeiros, 2019, entrada en Vertical Atlas. Handroid City barrio de ciudad africana dedicado a la reparación y venta de teléfonos móviles, como ejemplo de otras relaciones con las tecnologías digitales.

Cosmotécnica y tecnodiversidad según Yuk Hui

Comentario de José Pérez de Lama / 30/12/2022

Siguiendo mi tradición personal de publicar algo los días en torno al cambio de año.

Hace algunos días participé por invitación de Pablo DeSoto en un coloquio en LABoral de Gijón, un «Club de lectura» dedicado al libro de reciente publicación Vertical Atlas – libro cuyo objeto es cartografiar la geopolítica emergente de las redes y tecnologías digitales.

Una de las cuestiones que me llamó la atención y que comentamos fueron los conceptos de «cosmotécnica» y «diversidad tecnológica» que propone el investigador chino Yuk Hui y que constituye una de las inspiraciones del volumen. Su contribución al volumen es un texto – publicado originalnente en la revista e-flux núm. 86 de noviembre de 2017 – y Cosmotechnics as cosmopolitics.

Bajo un ropaje al pesado de referencias a Kant, no recuerdo si Hegel, y Heidegger, Hui me recuerda a Isabelle Stengers, a quien no cita, planteando un paralelo entre las idea stengeriana de cosmopolíticas y la que de cosmotécnicas. Mientras que en las cosmopolítica apres Stengers se trataba de negociar entre, para viabilizar y compatibilizar, diferentes maneras de hacer ciencia, o más ampliamente, diferentes formas de estar en el mundo, Hui parece enfatizar que estas diferentes formas de estar en el mundo tendrían que ver con diferentes maneras de entender y usar las tecnologías.

El argumento tendría un primer paso, entonces que sería el de reconocer la «diversidad tecnológica», un argumento polémico frente al pensamiento dominante, emitido en torno a las Big Techs, de la existencia de un Zeitgeist único, – digital-californiano-neoliberal, quizás podríamos decir simplificando – al que tod*s tendríamos necesariamente que plegarnos para prosperar, o tal vez para sobrevivir.

Entre otras cuestiones el Vertical Atlas ilustra esta hipótesis de la diversidad tecnológica cartografiando esta diversidad desde y en lugares «periféricos» del sistema, especialmente África, pero también diferentes partes de Asia y Sudamérica.

La «cosmopolítica como cosmotécnica», entonces – lo enuncio al revés que Hui – supondría una construcción de múltiples mundos, en los cuales las tecnologías digitales seguirían siendo componentes fundamentales, pero en un marco diferente del actual oligopolio mercantil y de producción biopolítica y control social.

Uno diría que en esto, al menos en la crítica de la situación tendente al monopolio en lo mercantil hay gente como Cory Doctorow, aunque la enunciación que he llamado stengeriana parece más compleja y más sugerente.

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Referencias

Leonardo Dellanoce, Amal Khalaf, Klaas Kuitenbrouwer, Nanjala Nyabola, Renée Roukens, Arthur Steiner & Mi You (editores), 2022, Vertical Atlas, ArtEZ Press, Rotterdam; disponible en: https://verticalatlas.net

Yuk Hui, 2022 [2017], Cosmotechnics as Cosmopolitics, en: Leonardo Dellanoce et al (editores) 2022, Vertical Atlas, ArtEZ Press, Rotterdam

Cory Doctorow, 2021, How to Destroy Surveillance Capitalism, Medium Editions

Isabelle Stengers, 2003, traducción de R. Bononno [edición original en francés: 1997], Cosmopolitics I. The Science Wars, University of Minnesota Press, Minneapolis; disponible on line en: http://blog.wbkolleg.unibe.ch/wp-content/uploads/Stengers.pdf | accedido 19/02/2018ver en este mismo blog: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2018/02/20/ecologia-de-las-practicas-stengers/

Algunas recomendaciones sobre escritura: de George Orwell __ y mías

George Orwell, 1946, Politics and the English Language. A Collection of Essays, pp. 156-71 (10th ed. 1981).

Algunas recomendaciones para escribir correctamente en inglés:

  1. “Never use a metaphor, simile or other figure of speech which you are used to seeing in print.”
  2. “Never use a long word where a short one will do.”
  3. “If it is possible to cut a word out, always cut it out.”
  4. “Never use the passive where you can use the active.”
  5. “Never use a foreign phrase, a scientific word or a jargon word if you can think of an everyday English equivalent.”
  6. “Break any of these rules sooner than say anything outright barbarous.” (170)

  1. No uses nunca una metáfora, comparación o figura retórica que leas habitualmente.
  2. No uses nunca una palabra larga cuando puedas usar una corta.
  3. Si puedes eliminar una palabra, elimínala siempre.
  4. No uses nunca el modo pasivo donde puedas usar el modo activo.
  5. No uses nunca una frase en otro idioma, una palabra científica o un término de jerga si puedes pensar en una palabra equivalente en inglés (en español-castellano, en nuestro caso).
  6. Sáltate cualquiera de estas reglas antes de decir cualquier cosa simplemente bárbara.

Mis recomendaciones a mi hermana recientemente… con disculpas por ponerlas a continuación de un precedente tan eminente…

José Pérez de Lama

  • Escribir como se habla – según decía Cervantes – y, tal vez también, Trapiello.
  • Evitar la jerga – o al menos no abusar de ella.
  • «Huir como de la peste» de los lugares comunes: las «pinceladas» y cosas del estilo – en la forma y en el contenido, si puede decirse así.
  • Prestar atención al oído.
  • Recurrir a una cierta variedad: frases cortas, medianas y largas…
  • No usar frases muy largas salvo excepcionalmente.
  • Intentar decir las cosas con claridad y con construcciones sencillas, directas y de manera articulada (ordenada).
  • Tratar más de lo concreto que a lo abstracto. No abusar de lo abstracto.
  • Introducir algún detalle simpático o de un cierto humor.
  • Titular de forma clara y descriptiva, incluso capítulos y secciones.
  • Evitar la poesía más o menos barata… y ser prudente con «la cara» – si acaso que la poesía sea más bien secreta…

Cómo compartir archivos en red entre Linux Mint y Windows (usando Samba)

Es bastante fácil aunque nunca lo había hecho antes. Se trata de compartir una carpeta de un sistema Linux Mint con un ordenador con Windows 10 en una red wifi doméstica usando el software de redes Samba. Este tutorial es una traducción del de Heyan Maurya — last updated on: December 19, 2021 (thx!)   — https://www.how2shout.com/linux/install-samba-on-linux-mint-to-share-files-with-windows/ — traducido al español, confirmando que funciona para Linux Mint 20 y Windows 10 a 12/2022.

Servidor Samba

Samba es un programa open source de gestión de redes (un servidor) para compartir archivos o impresoras entre ordenadores Linux y Windows

Instalar y habilitar Samba

Empezamos por actualizar el sistema en la terminal de Mint:

  sudo apt update

Comprobamos que está activo y funciona:

sudo systemctl status smbd

Si no estuviera activo y funcionando:

sudo systemctl --enable now smbd

Habilitar samba para atravesar el firewall de Mint

sudo ufw allow samba

Añadir el usuario (que estemos utilizando) al grupo sambashare

sudo usermod -aG sambashare $USER

Ponerle un password al usuario

sudo smbpasswd -a $USER

Diría que en este momento conviene reiniciar el sistema.

Compartir una carpeta

Seleccionar carpeta, ir a Edit/Sharing Options o hacerlo con el botón derecho.

Seleccionar Share this folder y elegir las opciones correspondientes: yo de momento no he activado ninguna por lo que debo acceder con user y password desde el Windows.

En Windows: navegador de archivos, ir a Network, y deberá aparecer el ordenador de Mint, y picando la carpeta compartida. Nos pide el user y pw para abrirla.

Y parece que ya. Así funciona en sentido del Mint al Windows que es lo que necesito en este momento. Tal que así no me permite acceder al directorio de Win, supongo que yendría que habilitar el compartir y dar permisos en sentido inverso, en el Windows.

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«Apuntes sobre arquitectura bioclimática», entrevista para el Topo Tabernario

Entrevista realizada por Jose Sánchez-Laulhé  a José Pérez de Lama, «osfa» para la revista sevillana El Topo Tabernario, sobre el origen, evolución y actualidad de la arquitectura bioclimática en la emergencia climática — en homenaje a uno de sus promotores, el recientemente fallecido Jaime López de Asiain.

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¿Cómo definirías la «arquitectura bioclimática»?

AB es una denominación que surge a finales de la década de 1970 para describir una práctica arquitectónica preocupada por el ahorro energético, las relaciones más amplias entre medio construido y medio ambiente más en general y el desarrollo de unos modelos de vida más ecológicos, en mayor armonía con la naturaleza, o quizás los flujos naturales de materia y energía. El aspecto más destacado en los inicios era la intención de usar lo que se llamaba «sistemas pasivos» que consistían en tratar de lograr el acondicionamiento ambiental – temperaturas en verano e invierno, iluminación… – mediante el propio diseño arquitectónico y la selección de materiales y sistemas constructivos. Se trataba de recuperar en estos aspectos las prácticas de la arquitectura tradicional o «vernácula», actualizada con los nuevos materiales y recursos tecnocientíficos cuando fuera necesario.

¿Cómo se ha transformado el concepto de AB en estos cuarenta años?

En las publicaciones fundacionales del Seminario de Arquitectura Bioclimática (grupo de investigación de Jaime López de Asiain el promotor de todo esto en Sevilla y recientemente fallecido) el énfasis se situaba en dos cuestiones, el tema energético y el desarrollo de una arquitectura — y luego una ciudad — más ecológica, en mayor armonía con la naturaleza y la cultura local. El «bio» de bioclimática pretendía hacer referencia a eso, a otra forma de vida, podría haberse llamado climática solo y plantear soluciones ultratecnológicas, pero no era el caso. Desde la perspectiva actual me parece que el verbo «bioclimatizar» funciona mejor que el sustantivo: climatizar aprovechando, modulando, los flujos naturales, pero también en el contexto de las culturas locales.

Hoy en día con el cambio climático la cuestión se ha hecho mucho más urgente, y poco a poco se está generando una preocupación más general sobre el asunto, entre la gente y entre las autoridades. Ya no es un problema de ahorro o de recursos escasos en un futuro no demasiado preciso. Por otra parte, la crisis ambiental se ha revelado en estas décadas como mucho más multifacética: no sólo es el cambio climático, sino que hay otros ocho o diez procesos que están llevando la biosfera a posibles cambios cualitativos. Y, por no extenderme demasiado, creo también que en estas décadas se ha ido poniendo cada vez más de manifiesto las estrechas relaciones entre crisis ambiental y capitalismo y crecimiento.

¿Cómo fue recibido el tema del «bioclimatismo» en la Expo 92? Desde la perspectiva del olvido actual — hasta muy recientemente — parece que hubiera sido un tema menor.

En su día creo que fue objeto de bastante interés, tanto por parte de los gestores de la Expo, como del público y los medios de comunicación, como de los especialistas. Yo creo que frente a las críticas muy evidentes que se podían hacer a la exposición universal, aquello fue una gran contribución tanto a la escena científica como a la urbanística y ciudadana. Quizás el sector que lo recibió como más suspicacia fue el de los propios arquitectos consolidados, que lo veían, como era en parte, una crítica a su forma de hacer arquitectura.

Ocurrió que luego la cosa se difuminó bastante. Situándonos en Sevilla, incluso quizás Andalucía, — y me cuesta expresarlo — me parece que hemos carecido de liderazgo y audacia política y estratégica: tanto la Junta como el Ayuntamiento como la Universidad, las instancias que uno puede observar, se limitan a implementar normas, recomendaciones y políticas que vienen de fuera. Siempre detrás. El horror o la incapacidad de tomar la iniciativa y a la experimentación. ¡Una pena!

Ahora bien, resulta interesantísimo cómo está resurgiendo el interés en estas cuestiones con la creciente preocupación por el cambio climático. Me encanta la idea de que la presión de una asociación de madres y padres de estudiantes, «Escuela de calor», haya logrado estos últimos años la aprobación en el Parlamento Andaluz de una Ley de Bioclimatización, para el acondicionamiento térmico natural de colegios e institutos. Aunque me cuentan los responsables que la Junta no la está implementando debidamente…

¿Qué pasa con la emergencia climática y qué podemos esperar de las formas de abordarlas?

Uno tiende a creer en que efectivamente está sucediendo, principalmente como resultado de la acción humana, y que efectivamente se trata de una emergencia. La instancia que parece liderar todo esto, el IPCC ,es una institución que recopila y evalúa el trabajo de cientos o quizás miles de científicos y sus conclusiones actualmente son para preocupar, y que todxs más o menos conocemos… Es una situación rara, no cabe duda, ya que la mayoría de la población no podemos comprender los modelos computacionales en que se basa el diagnóstico. Pero tenemos que confiar en la comunidad científica.

En estos momentos se puede esperar cualquier cosa. Durante un tiempo me obsesionaba la idea de que técnicamente, incluso financieramente, parece ser viable, y desde luego deseable para la mayoría, hacer la transición energética, incluso civilizatoria. Pero los únicos que se toman el asunto como algo grave y urgente, jóvenes y una minoría de científicos, por ejemplo en torno a Extinction Rebellion son considerados como radicales. Por ello, el escenario más probable que imagino es uno en el que una minoría convertirá todo esto en un negocio, como están haciendo las energéticas, y se atrincherarán en sus guetos privilegiados y bien acondicionados, dejando que la mayoría de la población sufra los peores efectos del cambio.

Entre las propuestas recientes me atrae la que Donna Haraway viene haciendo con el término, un poco en broma, del Chthuluceno, donde se relacionan prácticas de hacer mundo – worlding dice la autora – y se componen de formas nuevas humanos, no humanos, máquinas, recursos, lugares… en experimentos locales que valen por sí mismos además de su posible valor general… Sin desesperación, aunque tampoco sin un exceso de esperanza. Nec spe, nec metu … La vida misma…

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Enlace al Topo 55, 11.2022: https://eltopo.org/wp-content/uploads/2022/11/eltopo55.pdf

Recientemente publicamos un artículo sobre López de Asiain y la Expo 92: José Pérez de Lama, José Sánchez-Laulhé & Rafael Herrera Limones, 2022, Recordando los trabajos para el acondicionamiento bioclimático de la Expo92 en Sevilla. Y a Jaime López de Asiain, su principal promotor, Revista Tiempo y Clima Vol. 5 Núm. 78: Octubre 2022 [Publicado: 2022-10-29] Edición digital. ISSN: 2340-6631 pp. 32-37 https://doi.org/10.30859/ameTyCn78p32

Reyner Banham, 1965, «Un hogar no es una casa»

Imagen: François Dallegret, 1965, The Environmental Bubble. Se debe mencionar que el dibujo no representa exactamente lo que Banham describe en el texto sino una interpretación libre.

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Reyner Banham, con ilustraciones de François Dallegret. A Home is not a House, Art in America #2, 1965, pp. 109 a 118. Traducción de José Pérez de Lama, 11.2022.

Un hogar no es una casa

N. del T.: Algunos comentarios sobre la traducción. Las que había visto tenían partes confusas que he intentando hacer aquí más claras. En general se trataba de expresiones que podríamos llamar idiosincrásicas del lenguaje californiano de la década de 1960 o muy contextuales. Creo que ofrezco opciones que responden mejor al sentido general del texto. También he optado por traducir los clásicos America, American, etc. por EEUU y estadounidenses. Finalmente, he definido apartados y les he puesto títulos, espero que para hacer más fácil la lectura.

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[Instalaciones vs arquitectura]

[P. 109] Cuando tu casa contiene tantas tuberías, chimeneas, conducciones, cables, enchufes, luces, rejillas de entrada y salida, hornos, fregaderos, trituradores de basura, frigoríficos, calentadores, sistemas de sonido, antenas – cuando tiene tantas instalaciones que los equipos podrían sostenerse por sí mismos sin ayuda de la casa, ¿para qué tener una casa para sostenerlos? Cuando el coste de todo esta parafernalia es más de la mitad del coste del conjunto (o más, como ocurre en ocasiones), ¿para que sirve la casa si no es para ocultar tus «partes pudendas mecánicas» de las miradas de la gente en la calle?

Una o dos veces, recientemente, ha habido edificios con los que el público ha estado genuinamente desconcertado tratando de discernir qué era estructura y qué instalaciones – a muchos visitantes de los laboratorios de Louis Kahn en Filadelfia les lleva un tiempo darse cuenta de que las plantas del edificio no están soportadas por los paralelepípedos de ladrillo con las instalaciones que las flanquean, y cuando se dan cuenta, se preguntan si mereció la pena el trabajo de darles una estructura resistente independiente.

No cabe duda, de que buena parte de la atención que han recibido estos laboratorios se debe al intento de Kahn de mostrar el drama de las instalaciones mecánicas – y si al final no llega a hacerlo convincentemente, la importancia psicológica del gesto sí que queda, al menos a los ojos de sus colegas arquitectos.

Las instalaciones son un tema sobre el que la práctica arquitectónica ha alternado caprichosamente entre el descaro y la timidez – hubo el gran viejo período del «dejémoslo todo visto», cuando todo techo era un lío de entrañas alegremente pintadas, como en la sala de consejo del edificio de NU, y también ha habido ataques de pudor durante los cuales el más inocente detalle anatómico se ha tapado rápidamente con un techo suspendido.

Básicamente hay dos razones para este ir de un extremo al opuesto. El primero es que las instalaciones son demasiado nuevas como para haber sido incorporadas a la proverbial sabiduría de la Arquitectura: ninguno de los grandes eslóganes – La forma sigue a la función, Accusez la structure (Hacer visible la estructura), Firmeza, comodidad y belleza, Verdad de los materiales, Menos es más – es de demasiada utilidad para tratar con la invasión de las instalaciones. Lo más próximo, en un sentido significativamente negativo, es el «Para Ledoux era fácil, sin tubos», de Le Corbusier, que parece estar convirtiéndose en la expresión de una profunda nostalgia de la edad de oro anterior a la era de las instalaciones.

La segunda razón es que la invasión de las instalaciones es un hecho, y los arquitectos – especialmente los arquitectos estadounidenses – lo sienten como una amenaza cultural a su posición en el mundo. Y tienen razón para sentirlo así, porque su especialidad profesional, el arte de crear espacios monumentales, nunca ha estado sólidamente establecida en este continente. Sigue siendo un trasplante de una cultura más antigua, a la que los arquitectos estadounidenses están constantemente tratando de volver. La generación de Stanford White y Louis Sullivan era propensa a comportarse como si hubieran sido emigrés franceses, Frank Lloyd Wright se refugiaba en germanismos como Lieber Meister, los grandes muchachos de los 30 y 40 habían nacido en Berlín y Aquisgrán y los que vienen marcando las tendencias en los 50 y 60 son personas de cultura internacional como Charles Eames o Philip Johnson, como lo son también, de muchas maneras, los personajes más actuales, como es el caso de Myron Goldsmith.

[Un caparazón ligero y un espacio único]

A sus anchas, los estadounidenses no monumentalizan ni hacen Arquitectura. De los cottages de Cape Cod, al baloon frame, pasando por la perfección de los paneles de aluminio acabados en textura de madera, han tendido a construir una chimenea de ladrillo sobre la que se apoya a una colección de cobertizos. Cuando Groff Conklyn escribió (en La casa adaptada al clima) que «una casa es fundamentalmente un caparazón vacío … un caparazón es todo lo que una casa o una estructura en la que viven los humanos realmente es. Y la mayoría de los caparazones en la naturaleza son barreras para el calor o el frío extraordinariamente ineficientes…», estaba expresando una visión extremadamente estadounidense, respaldada por una larga tradición popular.

Y como la tradición está de acuerdo con Conklyn en que el caparazón vacío de los estadounidenses es una barrera tan ineficiente para el calor, los estadounidenses han estado siempre dispuestos a bombear más calor, luz y electricidad en sus alojamientos de lo que lo hacen otros pueblos. El espacio monumental estadounidense, supongo, es el gran espacio abierto – el porche, la terraza, las llanuras del ferrocarril de Whitman, la carretera infinita de Kerouac, y ahora, el espacio exterior allá arriba [the Great Up There].

Incluso dentro de la casa los estadounidenses pronto aprendieron a prescindir de [p.110] las particiones [paredes] que los europeos necesitan para que sus espacios sean arquitectónicos y estén bajo control, y mucho antes de que Wright empezara a eliminar las paredes que subdividían la arquitectura decorosa en cuarto estar, cuarto de juego, card room, gun room, etc. los estadounidenses más humildes ya habían tendido a un modo de vida adaptado a interiores informales que eran efectivamente grandes espacios únicos.

Y ocurre que los grandes espacios envueltos en finos caparazones tienen que ser iluminados y calentados de una manera bastante diferente, y más generosa, que los interiores compuestos de cubículos de la tradición europea en torno a la que la cristalizó inicialmente el concepto de arquitectura doméstica. Desde el principio, desde la estufa Franklyn y la lámpara de queroseno, el interior estadounidense tuvo que tener mejores instalaciones para poder ser soporte de una cultura civilizada, y ésta es una de las razones por las que los Estados Unidos han sido la vanguardia de las instalaciones mecánicas en los edificios – de forma que si hay algún sitio en que las instalaciones se deban percibir como una amenaza, tiene que ser allí.

[EEUU y los olores]

«El fontanero es el intendente de la cultura de los Estados Unidos», escribió Adolf Loos, padre de todos los tópicos sobre la superioridad de la fontanería norteamericana. Loos sabía de lo que estaba hablando; su breve visita a los EEUU en los noventa [década de 1890] lo convenció de que las virtudes más destacadas del American way of life eran la informalidad (no era necesario llevar sombrero de copa para visitar a los funcionarios locales) y la limpieza – algo que necesariamente tenía que ser constatado por un vienés con una importante colección de compulsiones freudianas como era Loos. Esta obsesión con lo limpio (que puede ser uno de las mayores absurdos de la cultura norteamericana del olor a desinfectante y los Kleenex) fue otro motivo psicológico que llevó los condujo a las instalaciones mecánicas. Las primeras justificaciones del aire acondicionado no eran solo que la gente tenía que respirar: Konrad Meier (Reflexiones sobre calefacción y ventilación, 1904) escribió con meticulosidad sobre «[…] el exceso de vapor de agua, olores insanos de los órganos respiratorios, dientes sucios, sudor, ropa descuidada, presencia de microbios debida a circunstancias varias, aire pesado de alfombras y cortinajes polvorientos … que causan grandes molestias y problemas de salud».

(Dense un lavado antes de volver al siguiente párrafo.)

La mayoría de los pioneros del aire acondicionado parecería que hubieran estado obsesionados con el olfato: los mejores amigos de los EEUU que se sentían en la obligación de hablarle de su mal olor corporal (nacional), y a continuación, – vendedores compulsivos –, recomendarle su propia panacea patentada para ventilar el mal olor. De alguna manera, entre este conjunto de conceptos – limpieza, caparazón ligero, instalaciones mecánicas, informalidad e indiferencia por los valores arquitectónicos monumentales y pasión por el aire libre – siempre me pareció que acechaba algún concepto elusivo que nunca acababa de enfocar.

[La máquina en el jardín]

Finalmente me resultó claro y legible en junio de 1964, en las circunstancias más apropiadas y sintomáticas. Estaba metido en el agua hasta la altura del pelo del pecho haciendo películas caseras (gozo de este «subidón estilo NASA» llevando equipos caros a ambientes hostiles) en la playa del campus de [la universidad de] Southern Illinois. Esta playa combina el aire libre y la limpieza en un modo altamente estadounidense – como escena es el tradicional lugar de baño tipo Huckleberry Finn, pero adecuadamente vigilado (por estudiantes trabajando como salvavidas sentados en sillas Eames sostenidas sobre pilares sobre el agua) y además ¡está tratada con cloro! Desde donde estaba no sólo veía enormes barbacoas y picnics familiares sobre la arena esterilizada; también, a través y por encima de los árboles, divisaba la superficie textil de una cúpula experimental de Buckminster Fuller. Y me di cuenta entonces de que si la sucia Naturaleza pudiera mantenerse bajo un grado de control adecuado (manteniendo el sexo pero dejando fuera los estreptococos), por el medio que fuera, los Estados Unidos estarían contentos de poder prescindir completamente de la arquitectura y los edificios.

A Bucky Fuller por supuesto le gusta mucha esta propuesta: su famosa pregunta no retórica, «Señora, ¿sabe usted cuánto pesa su edificio?» articula una sospecha subversiva sobre lo monumental. Esta sospecha es compartida menos articuladamente por miles de estadounidenses que se han deshecho ya del peso muerto de la arquitectura doméstica y viven en viviendas móviles, que aunque puede que nunca lleguen efectivamente a moverse, ofrecen un mejor funcionamiento en tanto que alojamiento que las estructuras ancladas al suelo y que cuestan como mínimo tres veces más y pesan como mínimo diez veces más.

[El standard of living package]

Si alguien inventase un paquete que efectivamente [p. 112] permitiera desconectar la vivienda móvil del cableado de la red eléctrica urbana, las bombonas de gas precariamente colgadas y los inefables arreglos del saneamiento que derivan del no estar conectados a la red – veríamos entonces algunos cambios de verdad. Y puede que no sea algo tan lejano; los recortes en el gasto militar pueden hacer que las empresas aeroespaciales se dediquen a otras cosas, y que ese tipo de talento para la miniaturización aplicado a un «paquete de vida estándar» [standard-of-living package] autónomo y regenerativo, que pueda ser remolcado por una autocaravana, o enganchado de alguna manera, pudiera producirse como una unidad de alquiler para ser recogida o dejada en almacenes distribuidos por todo el país. Avis todavía podría convertirse en la primera empresa de alquiler de servicios mientras continúa en un digno segundo puesto en el alquiler de coches.

Esto podría dar lugar a una revolución doméstica que haría que la arquitectura moderna pareciese un juego de construcción de niños [Kiddibrix], porque se podría llegar a prescindir de la autocaravana misma. Un paquete de vida estándar (la frase y el concepto son de Bucky Fuller) que de verdad funcionase podría, como tantos inventos sofisticados, volver a acercar el Hombre al estado natural a pesar de su cultura compleja (algo parecido a cómo la sustitución del telégrafo Morse por el teléfono Bell restauró el poder de la voz a escala nacional).

[El modelo del fuego de campamento]

El Hombre empezó con dos formas básicas de controlar su entorno: una, evitando el asunto y escondiéndose bajo una roca, un árbol, una tienda o un techo (lo que llevó a la arquitectura tal como la conocemos) y la otro, interfiriendo efectivamente con la meteorología local, normalmente por medio de un fuego de campamento, que, en un modo más elaborado, podría llevar al tipo de situación que trato ahora de discutir. A diferencia del espacio habitable que encerraba a nuestros antepasados bajo una roca o una cubierta, el espacio en torno a un fuego tiene muchas cualidades singulares que la arquitectura no puede aspirar a igualar, sobre todo, su libertad y variabilidad.

[P. 112] La dirección y fuerza del viento determinará la forma y dimensiones de ese espacio, alargando la zona de calor tolerable en un largo óvalo, y el área de iluminación tolerable será un círculo solapado con el óvalo de calor. Habrá así una gama de alternativas ambientales equilibrando luz y calor de acuerdo con la necesidad y el interés. Si quieres hacer trabajo de detalle, como reducir una cabeza humana, te sientas en un lugar, pero si quieres dormir te acurrucas en un sitio diferente; el juego de las tabas se situará en un lugar bastante diferente del que era apropiado para el encuentro del comité de los ritos de iniciación … y todo esto sería maravilloso si los fuegos de campamento no fueran tan ineficientes, inestables, llenos de humo y todo lo demás.

Pero un paquete de vida estándar bien diseñado, impulsando el aire caliente desde el suelo (en lugar de chupando el aire frío desde abajo como un fuego de campamento), irradiando una luz suave y con Dionne Warwick sonando en un cálido [aparato de sonido] estéreo, con proteínas bien envejecidas asándose al resplandor infrarrojo en la rotisserie, y la máquina de hielo discretamente llenando de cubitos los vasos de un bar desplegable – esto mejoraría mucho más un arroyo del bosque o una roca próxima a una garganta que cualquier cosa que pudiera inventar Playboy para su penthouse. Pero ¿cómo se llevaría toda esa tecnología al fondo de la garganta? No tiene que ser muy voluminoso, las necesidades de los viajes espaciales, por ejemplo, han hecho [p. 114] cosas tremendas con la tecnología del estado sólido [electrónica], produciendo incluso minúsculos transistores refrigerantes. No absorben gran cantidad de calor, pero, ¿qué vas a hacer en este arroyo en cualquier caso; congelar un buey profundamente? Tampoco la tendrías que cargar – podría trasladarse sobre un colchón de aire (su propia salida de aire acondicionado, por ejemplo) como un hovercraft o un aspirador doméstico.

[El coche como modelo de proto-vivienda y fuente de energía]

Todo esto consumirá bastante energía, aunque sea con transistores. Pero debemos recordar que pocos estadounidenses están habitualmente alejados de una fuente de potencia de entre 100 y 400 caballos – el coche. Unas baterías mejoradas y un cable autoenrollable lograrían que el aroma de bourbon caliente flotase sobre el edén mucho antes de que lleguen la transmisión de energía vía microondas o las plantas de energía atómica miniaturizadas. El coche ya es el más poderoso elemento en el arsenal medioambiental estadounidense, y un componente esencial de un anti-edificio no-arquitectónico, con el que está familiarizada la mayor parte de la nación – el autocine [drive-in movie house]. Aunque el término casa [del nombre en inglés] sea una denominación manifiestamente equivocada – tan solo un terreno llano en el que la empresa que lo gestiona ofrece imágenes y sonido, y el resto de la situación llega sobre ruedas. Té llevas tu propio asiento, calefacción y protección como parte del coche. También llevas Coca Cola, galletas, Kleenex, Chesterfields, ropa extra, zapatos, la píldora y lo que sea que no se vende en tiendas de sonido.

[Una cubierta inflable]

El coche, en resumen, ya está haciendo bastante del trabajo del paquete de vida [standard of living package] – la pareja romántica bailando con la música de la radio en el descapotable aparcado ha creado un salón de baile en medio de la naturaleza (pista por cortesía de la Dirección de Carreteras, por supuesto) y todo es paradisíaco hasta que empieza a llover. Aún así no te mojas – es necesaria muy poca presión de aire para inflar una cúpula de plástico transparente, la salida de aire acondicionado de tu living package móvil puede hacerlo, con o sin una ligera mejora, y la cúpula misma, plegada en una mochila de paracaídas, puede ser parte del paquete. Desde dentro de tu hemisferio de 10 m de cálido espacio vital [Lebensraum] tendrías vistas espectaculares de primera fila del viento derribando árboles, la nieve en el arroyo, el fuego del bosque sobre la colina o Constance Chatterley corriendo hacia quien tú sabes bajo la tormenta.

[Una plataforma sólida sobre la que colocar el paquete de vida estándar]

Pero … seguro, esto no es una casa, ¿no es posible sacar adelante una familia en una bolsa de polietileno? Algo así nunca podrá sustituir al tradicional edificio estilo rancho en tres niveles que se alza orgulloso en un paisaje de cinco arbustos derrotados, flanqueado a un lado por otro tradicional edificio estilo rancho en tres niveles con seis arbustos y al otro por otro rancho en tres niveles con cuatro niños pequeños y yermo privado. Si los muchos estadounidenses que están criando familias en trailers me disculpan, tengo algunas sugerencias que hacer a los aún más numerosos estadounidenses que están tan inseguros que tienen que esconderse en falsos monumentos de piedra artificial y tejados prefabricados. Existen, hay que admitirlo, sólidas ventajas cotidianas derivadas de tener una buena alfombra sobre un suelo firme bajo los pies, en lugar de agujas de pino y hiedra venenosa. Los pioneros estadounidenses lo reconocieron cuando construían sus casas construyendo habitualmente sus chimeneas de ladrillo sobre soleras también de ladrillo. Una cúpula transparente podría ser anclada a una base así tan fácilmente como una estructura ligera de madera [baloon frame], y el paquete de vida estándar podría flotar sobre una especie de zona de barbacoa glorificada en medio de la solera.

[Salir y entrar de la cúpula: una cortina de aire]

Pero una bóveda inflable no es el tipo de cosa en la que los niños o alguien comiendo calabaza distraídamente pueden entrar y salir con comodidad – creedme, tratar de salir de una cúpula inflable puede ser peor que tratar de salir de una tienda de campaña empapada si empiezas con la maniobra equivocada. Pero la relación del kit de servicios con la plataforma puede ser reorganizada para superar esta dificultad, todos los cacharros del estándar de vida pueden ser reorganizados en la parte superior de la membrana que flota sobre el suelo, radiando hacia abajo calor, luz y lo que sea, dejando todo el perímetro abierto para salir como se quiera, y también para entrar, supongo. Este loco movimiento moderno de interpenetración de interior y exterior podría llegar a ser real por fin aboliendo las puertas. Técnicamente, por supuesto, sería bastante viable hacer que la membrana de energía flotase literalmente, estilo hovercraft. [Sin embargo,] cualquiera que haya tenido tenido que estar bajo las aspas de un helicóptero sabrá que es algo poco recomendable si no es para deshacerse instantáneamente de algún papel. El ruido, el consumo de energía y la incomodidad física [p. 115] serían algo tremendo. Pero si la membrana de energía pudiera sostenerse en una columna o dos, aquí y allá, o incluso en una unidad de aseo construida con ladrillo, entonces estaríamos en el camino de lo técnicamente posible antes de que la Gran Sociedad se haga mucho más vieja.

La propuesta básica es sencillamente que la membrana energética genere una cortina de aire caliente/frío/acondicionado en el perímetro de la «des-casa», por el lado del viento, permitiendo que en el resto el clima del entorno continúe en el espacio habitable, cuya relación en planta con la membrana superior no será de uno-a-uno. La membrana tendría que extenderse probablemente más allá del límite de la solera de base, en todo caso, para evitar que la lluvia llegue dentro, aunque la cortina de aire estaría activa precisamente por el lado por el que la lluvia esté cayendo, y estando acondicionada, tenderá a absorber la humedad. La distribución de la cortina de aire estaría gobernada por varios sensores electrónicos de luz y temperatura, y por esa invención radical llamada veleta. Para un tiempo verdaderamente malo se necesitarían puertas o persianas de tormenta automatizadas, pero en todos los climas salvo los más impredeciblemente inconstantes debería ser posible diseñar el equipo de acondicionamiento para tratar con las condiciones climáticas la mayor parte del tiempo, sin que el consumo de energía llegue a ser ridículamente mayor que el de una ineficiente casa de tipo monumental.

Obviamente, el consumo será significativamente mayor, pero toda esta discusión [p. 116] se desarrolla a partir de la observación de que es parte del American way of life gastar en servicios y mantenimiento en lugar de en estructura perimetral, en contraste con las culturas campesinas del Viejo Mundo. En todo caso, no sabemos dónde estaremos en la próxima década con cosas como la energía solar, y a cualquiera que le interese imaginar una visión casi posible de aire acondicionado completamente gratis, permítanme que les recomiende Shortstack (otro truco inteligente con un tubo de polietileno) en el número de diciembre de 1964 de la revista Analog.

[Contestando algunas objeciones: ruido, bichos, privacidad…]

De hecho, bastantes de las objeciones de sentido común que se pueden hacer a la «des-casa» podrían evaporarse solas: por ejemplo, el ruido puede no ser un problema porque no habrá paredes alrededor para rebotarlo de vuelta al espacio habitable, y, en todo caso, el rumor de la cortina de aire supondría un aceptable umbral de volumen que los sonidos tendrían que superar antes de hacerse perceptibles y así llegar a molestar. ¿Bichos? ¿Vida silvestre? En verano no será mucho peor que con las puertas y ventanas abiertas en una casa convencional; en invierno, las criaturas sensatas bien migran, bien hibernan, pero, en todo caso, ¿por qué no estimular los procesos normales de competición darwiniana para ordenar la situación en nuestro lugar? Todo lo que se necesita es iniciar el proceso por medio de un señuelo de carácter general; éste emitiría llamadas para el apareamiento y olores sexy, atrayendo así a todo tipo de predadores y presas mutuamente incompatibles a una lucha inenarrable. Una cámara conectada a un circuito cerrado de televisión podría retransmitir el estado del juego a una pantalla en el interior de la vivienda y ofrecer un programa de 24 horas que dejaría en nada la audiencia de Bonanza.

¿Y la privacidad? En los EEUU esto parece ser más una idea abstracta que algo que tenga que ver con cómo se vive de hecho, por lo que es difícil pensar que a alguien le preocupe seriamente. La respuesta, en las condiciones suburbanas que suponen esta argumentación, es la misma que se dio para las casas de vidrio que los arquitectos diseñaban tan activamente hace diez años: más paisajismo sofisticado. Esto, después de todo, es el país del bulldozer y los trasplantes de árboles adultos – ¿por qué vamos a dejar que el Jefe de Parques y Jardines se quede con toda la diversión?

[El sueño jeffersoniano de la buena vida]

Según se dijo, esta argumentación supone que, para bien o para mal, los EEUU quieren vivir en suburbia. No tiene nada que decir sobre la ciudad, que, como la arquitectura, en EEUU es un realidad insegura que procede de fuera. Lo que [p. 117] discutimos aquí es una extensión del sueño jeffersoniano más allá del sentimentalismo agrario del Broadacre usoniano de Frank Lloyd Wright – el sueño de la buena vida en un campo limpio, de una vida hogareña en un jardín de electrodomésticos paradisíaco. Este sueño de la «des-casa» puede sonar muy antiarquitectónico, pero lo es sólo en grado, una arquitectura despojada de sus raíces europeas, pero que trata de desarrollar unas nuevas en un suelo extraño ya ha sido experimentado una o dos veces. Wright no bromeaba cuando hablaba de la destrucción de la caja, aunque la promesa espacial de la frase es raramente hecha completamente realidad en el mundo sólido de los hechos. Arquitectos populares de las regiones centrales de los EEUU como Bruce Goff y Herb Greene han producido casas cuya supuesta forma monumental es claramente de poca relevancia para el desarrollo de la vida cotidiana en su interior y su entorno.

[El modelo de la casa de cristal de Philip Johnson]

Pero es en un edificio que a primera vista no parece otra cosa que forma monumental donde la amenaza o la promesa de la «des-casa» se ha demostrado con mayor claridad – la casa Johnson en New Canaan. Se han dicho tantas cosas engañosas (por el propio Johnson y por otros) para probar que esta casa es una obra de arquitectura en el sentido de la tradición europea que hacen que no se aprecien sus muchos e intensos rasgos estadounidenses. Y sin embargo debajo de toda la erudición sobre Ledoux, Malevich y Palladio y de lo que se ha publicado, un sugestivo prototipo permanece sin poder ser borrado – la persistencia en la mente de Johnson, admitida por él mismo, de la imagen visual de un pueblo incendiado en Nueva Inglaterra, los caparazones ligeros de las casas consumidos por el fuego dejando tan solo los suelos y las chimeneas de ladrillo. La casa de New Canaan consiste esencialmente en esos dos elementos, un suelo calefactado de ladrillo y una unidad vertical que es una chimenea/hogar por un lado y un cuarto de baño por el otro.

Alrededor de esto se ha colocado precisamente el tipo de caparazón insustancial que planteaba Conklyn, solo que aún más insustancial. La cubierta, sin duda, es sólida, pero psicológicamente la casa está dominada por la ausencia de un cierre visual alrededor. Tal como han notado muchos peregrinos al lugar, la casa no se acaba en el vidrio, y la terraza, incluso los árboles más allá, son parte visual del espacio en invierno, física y operativamente también en verano cuando las cuatro puertas están abiertas. La «casa» es poco más que un núcleo de servicios emplazado en el espacio infinito, o alternativamente, un porche exento que mira en todas direcciones hacia al espacio exterior. En verano, en efecto, los vidrios serían un sinsentido si los árboles no los protegieran del sol, y en el reciente otoño, tan caluroso, el sol llegando al interior a través de los árboles desnudos creaba un efecto invernadero tal que estar en ciertas zonas se hacía muy incómodo – se habría estado mejor en la casa sin los cerramientos de vidrio.

[P. 118] Cuando Philip Johnson dice que la casa no es un ambiente controlado, sin embargo, no son estos aspectos de los cerramientos de vidrio los que tiene en mente, sino que «cuando hace frío me tengo que acercar al fuego y cuando ya tengo demasiado calor me alejo». Lo que ocurre es que está simplemente aprovechando el fenómeno del fuego de campamento (también pretende que el suelo calefactado no hace que toda la superficie sea habitable, que sí que lo hace) y en todo caso, ¿a qué se refiere con un ambiente controlado? No es lo mismo que un ambiente uniforme, es sencillamente un ambiente adecuado a lo que vas a hacer a continuación, y ya construyas un monumento de piedra, te alejes del fuego o enciendas el aire acondicionado, se trata del mismo gesto humano básico.

[Conclusión: en contra del monumento]

Sólo que el monumento es una solución tan pesada que me asombra que los estadounidenses estén todavía dispuestos a usarla, si no es por alguna profunda sensación de inseguridad, una incapacidad persistente de deshacerse de los hábitos mentales que querían dejar atrás escapando de Europa. En la sociedad de fachadas abiertas, con su movilidad social y personal, su intercambiabilidad de componentes y personas, sus aparatos y su flexibilidad casi universal, la persistencia de la arquitectura-como-espacio-monumental podría parecer la evidencia del sentimentalismo de los duros.

N. del T.: El significado de este final se me escapa y parece algo anticlimático. Quizá tenga que ver con que Banham consideraba la sociedad californiana en particular como excesivamente romántica.

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Referencias varias

Versión en inglés PDF con ilustraciones: https://studio4postindustrial.files.wordpress.com/2011/04/banham-home-is-not-a-house-1.pdf

Ilustraciones de François Dallegret: https://socks-studio.com/2011/10/31/francois-dallegret-and-reyner-banham-a-home-is-not-a-house-1965/

Otra versión en esp: https://pablomadridra.wordpress.com/2012/11/25/a-home-is-not-a-house-traduccion-al-castellano/

Otra versión más en esp en: Almudena Ribot, Gaizka Altuna Charterina & Diego García-Setién (editores), Prototipar. Cómo industrializar casi cualquier cosa, Colaboratorio, Madrid; p.78-88

Vinciane Despret, «A la salud de los muertos», un comentario

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Portada de A la salud de los muertos. Relatos de quienes quedan, edición de La Oveja Roja y fotografía de la autora, Vinciane Despret.

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Selección y comentario de José Pérez de Lama

Reseña de: Vinciane Despret, 2022 [2015], A la salud de los muertos: relatos de quienes quedan, La Oveja Roja, Madrid

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Extraño libro que me mantuvo intrigado, aunque en general me decepcionó.  O quizá era eso lo que pretendía la autora, que los lectores construyeran su contra-lectura… con sus propias experiencias y percepción sobre cómo mantenemos vivos a los muertos, sus diversos «modos de existencia» — Latour dixit — …

Ya decía Marx en el Brumario «La tradición de todas las generaciones muertas gravita como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”.» Y por el lado positivo, entre otros muchos podemos citar a Newton, «vemos tan lejos porque estamos sobre hombros de gigantes», por mencionar dos historias conocidas. Los muertos, si bien de otro modo, continúan existiendo y afectando a los vivos, — eso dice Despret –. Y ocurre también,  y lo vemos cotidianamente, que la acción de los vivos también «afecta» al modo de existencia con que continúan presentes los muertos: les hace justicia, completa o destruye sus obras, o sus intenciones, desarrolla o reinterpreta sus pensamientos, reordena su recuerdo…

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Lo arriba expuesto es lo que la autora explica en la parte inicial del libro, y me resulta lo más interesante, en las formas relativamente más convencionales en que cuenta cómo sucede: gente que sigue conversando con sus muertos, que les escribe cartas, que los recuerda en ciertos lugares y circunstancias… Una amiga, Queti Naranjo, comentando sobre el libro me decía que siempre que está guisando y poner laurel se acuerda de su madre; ayer yo tuve un intenso recuerdo de mi padre al encontrar un sitio de desayuno dominical donde ponían unos churros maravillosos, algo que era una fiesta para él, como lo es para mí.

Una de las argumentos del libro efectivamente es en contra de la vigente teoría del duelo, que si no entendí mal, la autora califica de freudiana, según la cual un duelo saludable es el que se supera y permite olvidar al difunto. En contra de esto Despret defiende y expone otras prácticas de duelo que tendrían que ver con cultivar el recuerdo de una manera no dolorosa, o en la que el dolor no es la más importante; — al contrario, serían prácticas que hacen por mantener la presencia, la salud, de los muertos.

Hay varios temas, «diagonales» los llamaría, que en el desarrollo del libro parece que interesan más a la autora que lo que enuncia de partida, y que esto de los muertos le permite explorar. Uno sería una interpretación pragmatista de ciertos comportamientos «irracionales», quizás el más destacado. Y en cierto modo, a mí que soy persona racional y que me interesaba lo planteado inicialmente, es lo que me fastidió del libro: la mayor parte se dedica a cosas como las presencias tipo fantasmas o apariciones, los sueños, el espiritismo, ciertas prácticas populares de religiosidad… que en general me parecen formas extravagantes de hacer presentes a los muertos, frente a otras mucho más comunes y por eso, para mí, más interesante. La aproximación de Despret a estas «prácticas irracionales», no obstante, es interesante: trata de evitar las explicaciones y se centra en los efectos, en cómo generan y afectan los modos de existencia otro de los muertos, la continuidad de su presencia entre los vivos.

Una segunda cuestión, compleja para mí, sería la de una especie de «neoanimismo» — en la línea latouriana de las cosas que son actores en la medida que afectan lo que acontece.

Una tercera sería la de su interés por el contar historias o relatos, en este caso como manera fundamental por la que se mantienen presentes, y en cierto modo vivos, los que ya no están. Un contar historias que no sería mapa sino territorio, que sería la experiencia misma de la presencia. Un tema muy de mi interés que ando tratando de escribir sobre mi padre, sus padres y otros temas familiares en esta línea de mantener la presencia, cuidar la memoria… Dejo para acabar cita sobre esto de Despret, de las últimas páginas del libro. Los relatos son las experimentaciones donde se fabrica el ser, dice la autora.

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Cita larga del libro, pp. 175 y sigs.

[Sobre muertos y contar historias]

[…] el movimiento que imprime el relato. B. se basa en un presupuesto no cuestionado; que estas historias [las historias sobre muertos, presencias…] tiene la función de describir algo que sucedió. Conozco [sin embargo] pocas historias que correspondan a esta definición. Las historias hacen, y hacen que algo suceda. Crean. Son sensibles y conmueven. Hacen existir cosas y mundos.

Asumir que las historias describen acontecimientos […] es imaginar [p. 176] a las personas en la misma postura que asumen quienes las interrogan [antropólogos, investigadores], que van a describir y pensar a partir de descripciones. Por supuesto, en eso consiste su labor de investigación, al igual que consiste en no confundir el mapa y el territorio, sus descripciones y lo que éstas describen, las historias que ellos fabrican y eso a partir de lo cual lo fabrican. Pero aquí no hay mapa, la historia es el territorio.

[…] Las historias mantienen presente la presencia, mantienen vivo al muerto. Las historias insisten en su reformulación. Re-suscitan vacilaciones. Son performances.

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Por lo tanto, la historia que permite fabricar una presencia no relata el acontecimiento, la historia mismo es un acontecimiento. Se vive esa presencia, se la revive, es decir también, se la revivifica. Contar este tipo de historias compete a las artes de la experimentación. Los que escriben para descubrir o explorar lo que piensan, saben que la escritura es del mismo material que el pensamiento. […] Los relatos no están «después» de la experiencia, son plenamente parte de ella. Comienzan con ella, prolongan las vacilaciones y las reactivan. […] la historia es del mismo material que la experiencia. Se trata de un mismo lienzo que se pliega y se despliega al mismo ritmo.

Los relatos cultivan el arte de prolongar la experiencia de la presencia. Es el arte del ritmo y del pasaje entre varios mundos, el arte de hacer sentir varias voces. Vacilar, caminar en el medio, un verdadero medio, no el de una línea, sino el de líneas múltiples.

[P. 177] […] su forma de eficacia […] consiste en hacer sentir, es decir, en hacer existir. […] Son enunciados que actúan, o más precisamente, son relatos que transmiten las presencias que afectan y que hacen actuar. Daniel Bensaid escribía: «Los muertos convocan a los vivos para que despierten a los muertos». Aquí comienza y se prolonga un relato, Por el medio.

[P. 178] […] convocan siempre otras versiones; son deseos de continuar, deseo de otras historias, deseo de vitalidad, encantamiento. Estas historias no encantan el mundo, como se dice a menudo, sino que se resisten a su desanimación. No luchan contra la ausencia, sino que componen con la presencia. En sus mismas formas, en la enorme inventiva de sus formas. Los relatos que hacen hacer los muertos son historias sin fin, deliberadamente sin fin, siempre pueden volver a abrirse; reformulaciones. Son historias que acogen, que toman nota de algo que hace pensar, lo cual quiere decir dudar y fabular. Activamente. Los relatos son experimentaciones. Son los talleres donde se fabrica el ser.

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Hacer collage, según Antonio Lafuente

Imagen: Man Ray, ca. 1920, Dancer-Danger, collages fotográficos.

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Selección y comentario de José Pérez de Lama del libro de Antonio Lafuente, 2022, Itinerarios comunes. Laboratorios ciudadanos y cultura experimental, NED ediciones, Madrid, pp. 13-15

Leyendo a mitad de camino el libro del querido Antonio Lafuente, con su admirable índice: Componer, Experimentar, Comunalizar y Cuidar, en el que podría decirse que recoge sus años de experiencia y reflexión sobre el Media Lab Prado y por extensión los laboratorios ciudadanos.

Se pregunta uno, que también ha sido «acompañante teórico» de proyectos de acción, hasta qué punto estas teorizaciones son particulares de Lafuente, forman parte de una conversación práctica con otros participantes en el proyecto o representan efectivamente el pensamiento colectivo del proceso.

Reproduzco una de las entradas del libro como muestra, que me gustó particularmente, por su relación con «lo compositivo», hacer collage sería parecido a hacer mapa o rizoma en otros sistemas, componer agenciamientos o ensamblajes, y cosas de ese orden. O eso me parece.

Espero que este fragmento sirva entre otras cosas para que los/as posibles lectores se animen a continuar con el libro.

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Colla(ge)borar, por Antonio Lafuente

Habitamos un mundo manifiestamente mejorable y es normal que intentemos cambiarlo. No sorprende, por ejemplo, que queramos liberarlo de los muchos prejuicios de raza, de clase, de género, de cultura o de edad. No es raro entonces que deseemos «lavarlo» y «hacer colada», en su expresión literal y en la figurada. Tenemos que hacer collage.

Comentario: Usa Lafuente aquí un juego de palabras entre colada – poner cola, encolado, quizás, y colada de lavar la ropa – pero no estoy muy seguro que que funcione bien… Collage en francés sería encolado, de poner cola, colle, pegar…

«Hacer la colada» es también un juego que desafía el orden estético, simbólico y político heredado o que promueven las elites dominantes. Hacer collage es conectar cosas que nunca estuvieron juntas, hacer visibles mundos imaginados, ensayar en otro orden posible, iniciar un relato inaudito, suspender los significados normalizados: hacer volver a ver, no tanto en el sentido de revisar, como en el de renacer.

Más allá de una acción individual, el collage nos invita a colaborar porque necesitamos juntar cosas que fueron separadas por decisiones administrativas, estéticas, políticas o epistémicas. Tal vez queramos otras configuraciones menos funcionales, o quizás sea que nos atrae lo desconocido, lo marginado, lo minúsculo, lo desechado, lo irregular, lo inútil: el hecho es que necesitamos acercarnos a otros mundos o al mundo de otras personas si queremos experimentar con la diferencia, limpiarnos los ojos y ensanchar nuestra sensorialidad. ¡Hagamos colada!

Los materiales del collage pueden ser muy variados: cosas improvisadas que ignorábamos, cosas imaginadas que se hacen reales, cosas que unen experiencias comunes, cosas que existieron o fueron abandonadas, cosas futuras, cosas prometidas o indescifrables, cosas guardadas o cosas encontradas. Caben las cosas que tienes o no tienes, como también las que conoces o ignoras, las que deseas o abo- [p. 44] minas, las que sueñas, las que barruntas y las que son mistéricas. En un collage pueden entrar las cosas más vulgares y las más extraordinarias, los secretos, las profecías, los versos y todas las otras máquinas que nos rodean. En efecto, nada puede ser más abierto e inclusivo que un collage. Nada puede ser más creativo ni más político (Adamowicz, 1998).

Nada puede ser tampoco más sencillo. Se puede hacer «colada» en el colegio y en todos los espacios convivenciales. Más aún, se debe. Es un juego y basta con jugar. Para ello les pedimos a los que participan que cada uno traiga una cosa que le importe mucho, porque le trae recuerdos o tiene algún valor. También valdría traer el más insignificante de los objetos que posea porque está harto de su presencia o de su irrelevancia. En fin, nuestro juego tiene reglas fáciles de recordar.

Una vez que ya contamos con los objetos, pasamos a la segunda parte: jugar con otros. Es decir, mezclar nuestras cosas, trenzarlas y despersonalizarlas. Ponerlas en red.

Y al remezclarlas surgirán alternativas, se abrirán posibilidades, emergerán significados (Yuen, 2016).

El primer paso entonces puede ser crear un relato que explique ese encuentro, tropezón o avistamiento. Hacer collage entonces es una forma de inventar historias. El relato en el collage es importante porque nos muestra maneras de (re)presentar el mundo mediante objetos contingentes, situados, propios. Inventamos historias e historias que nos inventan, Inventamos [a] un nosotros (Yurkievich, 1984).

Cada una de las cosas escogidas y aportadas al collage conecta con nuestro inconsciente y al mezclarlas dan vida a un nosotros emergente; es decir, contamos una historia que parte de lo personal, pero que el proceso transforma en «colla(ge)borativa». Colla(ge)borar es un juego sin reglas. Podemos [no] descubrir nada y divertirnos poco. Depende de la actitud y de la situación. A veces, conviene aceptar nuestra mediocridad y no exigirnos demasiado. Pero nada nos impide ponernos juguetones, especulativos o desafiantes. Nadie nos obli- [p. 45] ga a ser convencionales y previsibles. Podemos arriesgar una hipótesis improbable o una combinación de objetos absurda. Podemos ser absurdos como nuestro inconsciente, imprevisibles como la fortuna o mágicos como los músicos de una jam session. También podemos ser tenaces como las hormigas, solidarios como los donantes o confiados como los niños. Podemos, en fin, ser colla(ge)borativos.

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