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Perseverar en la vida

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José Pérez de Lama

A mi hermana

Hace dos miércoles fui al médico tras encontrarme mal durante meses — muy muy mal durante las semanas anteriores. Después de un breve examen, sin mucho preámbulo, el médico me dijo que tenía un linfoma, un cáncer.

Yo esperaba en realidad cualquier cosa, pero eso del cáncer siempre impresiona. Mi hermana dice que yo exclamé «¡Toma ya!». Yo más bien recordaba haber tratado de esbozar una sonrisa estoica — las películas y novelas.

A las pocas horas, solo en la habitación de un hospital pensaba que sesenta años, — mi edad –, era una buena edad para morir tras una vida razonablemente buena. La fantasía de morir joven — y sesenta ya no lo es tanto. Aparte de la decisión definitiva, siempre estuvo presente el problema técnico y más aún el del decoro, hacerlo elegantemente y con discreción: la manzana con cianuro de Turing, el salto a la Boca del Infierno de Crowley, el naufragio de Shelley, la SD en el hotel Chelsea de los rockeros…

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Los primeros días en el hospital pensaba sobre todo en eso. Obsesivamente. La perspectiva de convertirme en un enfermo, de la vida medicalizada a partir de ahora… ¡El horror!

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Pero luego, resulta que descubre uno que lo vivo tiene una especie de voluntad de perseverar. A pesar de todo. Y en mi caso se me fue revelando primero a través de mi hermana, — si lo hubiera podido hacer con un click yo me habría dejado morir –, mi madre, desde luego, las amigas y amigos. Mi hermana ha luchado estos días por mi vida, y por mi bienestar, como no podía haber imaginado. Entre todos me han sostenido vivo. Pero sobre todo ella. Y ahora ya con ganas de vivir, buen ánimo y buen humor.

Y estos días en el hospital se han convertido en una experiencia interesante, curiosa e incluso a veces placentera: calma, espera, inacción… dejarse cuidar, sentirse parte de la humanidad vulnerable y doliente.

Incluso sentirse parte de la máquina de salud pública en la que convive el «mandato biopolítico» de hacer vivir a los ciudadanos, con la ternura, el esfuerzo y los talentos concretos de personas y sistema. Además, claro, del orgullo de que sigamos teniendo un sistema público de salud.

Eso sí, espero ser un hombre nuevo con una vida nueva a la salida de esto. Muy convencido de que estos males tienen que ver con lo patogénico de la vida contemporánea. De momento parece que recuperé el puro gusto de estar vivo, así sencillamente.

Miles de gracias.

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Ps/ No ha sido fácil escribir esto, ni estoy muy seguro de lo que he escrito. Supongo que lo iré revisando.

Unas notas sobre el arte de la conversación


Imagen: Gilles Deleuze and Félix Guattari lounging and dozing together, Skyros, Greece, ca. 1980. Photo: Karl Flinker. Fuente: https://www.artforum.com/print/201104/francois-dosse-s-deleuze-guattari-27817

Unas notas sobre el arte de la conversación

José Pérez de Lama, 2018

Dedicadas a Francisco Jarauta (la parte de las buenas conversaciones)

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Reading and sauntering and lounging and dosing, which I call thinking, is my supreme Happiness. [Leer y pasear y reposar y dormitar, a lo que llamo pensar, es mi suprema felicidad.] David Hume

Leí hace poco un bonito libro sobre la amistad del filósofo David Hume y el economista-filósofo Adam Smith que se extendió a lo largo de la mayor parte de sus vidas adultas durante la época que se conoce como la Ilustración escocesa (siglo XVIII). Según el biógrafo, Rasmussen (2017), esta amistad se construyó en gran medida en torno a sus conversaciones, epistolares y verbales. El sauntering (pasear) y lounging (descansar, estar en un salón sin hacer mucho, tal vez después de una cena temprana), creo que a Hume le gustaba hacerlo con sus amigos. (En la foto de arriba diría que Deleuze y Guattari están lounging). En otras ocasiones habla específicamente de las conversaciones como una de las cosas de las que más disfrutaba en la vida. Esto me hizo envidiarlos, y pensar y tomar algunas notas sobre el tema que aquí trato de ordenar un poco (sólo un poco). Me gustaría escribir algo más literario, con algunos ejemplos divertidos de diálogos y situaciones, _ pero eso tendrá que ser más adelante. Van las notas:

La conversación, hablar unos con otros, es una de las varias maneras de relacionarnos con las personas de nuestro entorno más próximo: amigos, familiares y ocasionalmente colegas del trabajo y conocidos. Me gusta pensar que las conversaciones son importantes en la medida en que por medio de éstas nos manifestamos el afecto, nos entretenemos, nos cuidamos mutuamente, nos comunicamos estados de ánimo, resolvemos – o lo intentamos – incertidumbres y conflictos, nos conocemos, compartimos experiencias y anhelos, aprendemos, pensamos proyectos -a veces en común… Con alguna frecuencia, en las conversaciones nos enfadamos; y en otras nos perdonamos. Las conversaciones son una de las formas de hacerse amigos; también de enamorarnos. En ocasiones pueden llegar a ser pequeños acontecimientos singulares y memorables.

Uno de mis calificativos más elogiosos respecto de una persona es decir que es un(a) gran conversador(a). Ser un gran conversador puede tomar muchas formas, por supuesto. Para mí, que tengo inclinación por la lectura y el aprender, me gusta la gente que cuenta buenas historias, la que me enseña cosas que me interesan o me sorprenden, la que me contagia entusiasmo. La que me hace reír y se ríe conmigo. Seguir leyendo Unas notas sobre el arte de la conversación

Arte y oficio de vivir. Éticas: ¿Qué hacer?


Imagen: Un ovni sobre la aldea gala de Astérix y Obélix, de la aventura ¡El cielo se nos cae encima!, fuente: http://diccionarioasterix.blogspot.com/2010/02/o.html

Arte y oficio de vivir. Éticas: ¿Qué hacer?

José Pérez de Lama

Iba deprisa-deprisa y se ve que se me pasó la crisis de los 50. Pero de pronto la crisis me ha caído encima, como si fuera lo del cielo de Obélix. (Aclaración para los que sois de otra generación: Obélix – el gran amigo Astérix, que se había caído de pequeñito en el caldero de poción mágica -, no tenía miedo a los romanos ni al César ni a nadie; sólo tenía miedo a que el cielo se le desplomara un día sobre la cabeza.)

Ética(s)

De pequeño, el autor de estas líneas, estudiaba en el colegio Filosofía -no me acabo de enterar si se sigue haciendo (aprovecho para enviar recuerdos a mi profesor el padre Arrenberg). Además de las clases, de las que no recuerdo salvo que siempre sacaba sobresaliente, leía las cosas de los adolescentes y pos-adolescentes de entonces: Ortega, Nietzsche, Proust, los nihilistas japoneses, el Ajoblanco… y más tarde Deleuze y Guattari, (la generación Beat, los situacionistas, cyberpunk de los 80-90, al subcomandante Marcos), y cosas así. También tuve una educación católica… Lo de la Ética, así con mayúsculas, como una parte de la Filosofía, siempre me parecía algo más bien rollo: el Bien y Mal, aunque en términos muy abstractos, de lo que se derivaban más o menos principios y reglas sobre la conducta y qué estaba bien y mal hacer. Seguir leyendo Arte y oficio de vivir. Éticas: ¿Qué hacer?

Ishiguro: sobre lo fácil que es desperdiciar la propia vida

2 de las múltiples portadas de The Remains of the Day (Kazuo Ishiguro, 1989)

José Pérez de Lama

Leí en tuiter, – o quizás lo soñé porque ahora no lo encuentro – , una declaración de Kazúo Ishiguro con motivo de su premio Nobel en que decía algo así como que había escrito sobre lo fácil que es desperdiciar la propia vida. Y en parte intrigado por aquel tuit me releí su libro creo que más conocido, The Remains of the Day, que en mi primera lectura, hace un par de años, me había gustado, incluso conmovido.

Como muchos sabrán, la novela, más bien breve, tratar de un mayordomo de una gran casa inglesa en el período previo y posterior a la Segunda Guerra Mundial. Este buen señor, Mr Stevens, – creo que no se llega a conocer su nombre de pila -, recuerda su vida a lo largo de un viaje en coche durante los años 50. Ya es mayor y reflexiona, sin que sea algo completamente explícito por su parte, sobre si tuvo una buena vida o no. El nudo de la reflexión para mí son sus cavilaciones sobre la dignidad, que, para él, sería la principal característica que definiría a un buen mayordomo; – como tal que es como se entiende a sí mismo. Lo del mayordomo, la primera vez que empecé a leerlo, me echó un poco para atrás, pero poco a poco se puede ir entendiendo que se trata de una persona como otra cualquiera, o como muchas otras: una persona que se identifica con su trabajo, un trabajo que supone ocupar una posición subalterna dentro de una empresa o institución que lo trasciende, y que quiere hacer este trabajo lo mejor posible, cumplir con esa responsabilidad dentro de la sociedad, que consagra su vida a eso. Como el que dice, soy arquitecto, soy profesor o soy militante de esto o lo otro. Todo esto se cuenta a través de descripciones de la vida cotidiana, de sus relaciones con los diferentes personas de este entorno, de sus conversaciones y sentimientos, y de las reflexiones retrospectivas sobro todo aquello. Se nos presenta como una vida, y eso posiblemente sea el valor literario de la obra. The Remains of the Day, lo que quedaba del día, era lo que hacía tras cumplir con su deber. ¿Por desgracia? eso sí que creo que lo conocemos much*s.

Su idea de dignidad en el cumplimiento de los deberes de su trabajo le supone renunciar a muchas cosas a las que mujeres y hombres suelen dar importancia: el amor, la expresión de los sentimientos, el tiempo libre, el tener unos fines personales propios más allá de los que se asuman como parte del papel de cada cual en la sociedad. El virtuosismo, discreto, en el ejercicio de su trabajo es también parte fundamental de la idea de dignidad Mr Stevens. Y aunque a veces duda de cosas que ocurren en la casa y de formas de hacer de su empleador, su relación con su Lord Darlington es ante todo de confianza, quizás no tanto en él mismo como persona, sino sobre todo en cuanto que encarnación de un cierto orden social y unos valores (eso sí, conservadores). Y en las ocasiones en que piensa que Darlington se equivoca o que sus cálculos a pesar de la buena voluntad no salieron bien, sus sentimientos siguen siendo de lealtad, una cierta indulgencia – cuasi-filial – y compasión. Una compasión que se va revelando también como compasión por sí mismo.

Posiblemente, todos estos sentimientos y emociones así imaginadas nos resulten hoy muy ajenos: desde la dignidad, a la confianza o la indulgencia. Y sin embargo, a la vez, la pregunta sobre qué significaría desperdiciar la vida que nos pueden sugerir, no deja de ser actual. Al menos a mí, me interpela de manera poderosa: tratar de hacer bien tu trabajo, participar con lealtad de las formaciones sociales e instituciones que nos habitan y habitamos, tratar de vivir con dignidad, – experimentando sobre qué pudiera esto significar -, encontrar equilibrios entre la existencia social y la existencia personal, llegar a saber si somos mayordomos o señores… o qué somos. Todo un arte tratar de responder a estas cosas; el arte de vivir.

Quizás… de momento convenga pensar, no ya, si uno está desperdiciando la vida, sino si está desperdiciando algo tan modesto como este sábado de otoño.

Vale.

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