Imagen: Man Ray, ca. 1920, Dancer-Danger, collages fotográficos.
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Selección y comentario de José Pérez de Lama del libro de Antonio Lafuente, 2022, Itinerarios comunes. Laboratorios ciudadanos y cultura experimental, NED ediciones, Madrid, pp. 13-15
Leyendo a mitad de camino el libro del querido Antonio Lafuente, con su admirable índice: Componer, Experimentar, Comunalizar y Cuidar, en el que podría decirse que recoge sus años de experiencia y reflexión sobre el Media Lab Prado y por extensión los laboratorios ciudadanos.
Se pregunta uno, que también ha sido «acompañante teórico» de proyectos de acción, hasta qué punto estas teorizaciones son particulares de Lafuente, forman parte de una conversación práctica con otros participantes en el proyecto o representan efectivamente el pensamiento colectivo del proceso.
Reproduzco una de las entradas del libro como muestra, que me gustó particularmente, por su relación con «lo compositivo», hacer collage sería parecido a hacer mapa o rizoma en otros sistemas, componer agenciamientos o ensamblajes, y cosas de ese orden. O eso me parece.
Espero que este fragmento sirva entre otras cosas para que los/as posibles lectores se animen a continuar con el libro.
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Colla(ge)borar, por Antonio Lafuente
Habitamos un mundo manifiestamente mejorable y es normal que intentemos cambiarlo. No sorprende, por ejemplo, que queramos liberarlo de los muchos prejuicios de raza, de clase, de género, de cultura o de edad. No es raro entonces que deseemos «lavarlo» y «hacer colada», en su expresión literal y en la figurada. Tenemos que hacer collage.
Comentario: Usa Lafuente aquí un juego de palabras entre colada – poner cola, encolado, quizás, y colada de lavar la ropa – pero no estoy muy seguro que que funcione bien… Collage en francés sería encolado, de poner cola, colle, pegar…
«Hacer la colada» es también un juego que desafía el orden estético, simbólico y político heredado o que promueven las elites dominantes. Hacer collage es conectar cosas que nunca estuvieron juntas, hacer visibles mundos imaginados, ensayar en otro orden posible, iniciar un relato inaudito, suspender los significados normalizados: hacer volver a ver, no tanto en el sentido de revisar, como en el de renacer.
Más allá de una acción individual, el collage nos invita a colaborar porque necesitamos juntar cosas que fueron separadas por decisiones administrativas, estéticas, políticas o epistémicas. Tal vez queramos otras configuraciones menos funcionales, o quizás sea que nos atrae lo desconocido, lo marginado, lo minúsculo, lo desechado, lo irregular, lo inútil: el hecho es que necesitamos acercarnos a otros mundos o al mundo de otras personas si queremos experimentar con la diferencia, limpiarnos los ojos y ensanchar nuestra sensorialidad. ¡Hagamos colada!
Los materiales del collage pueden ser muy variados: cosas improvisadas que ignorábamos, cosas imaginadas que se hacen reales, cosas que unen experiencias comunes, cosas que existieron o fueron abandonadas, cosas futuras, cosas prometidas o indescifrables, cosas guardadas o cosas encontradas. Caben las cosas que tienes o no tienes, como también las que conoces o ignoras, las que deseas o abo- [p. 44] minas, las que sueñas, las que barruntas y las que son mistéricas. En un collage pueden entrar las cosas más vulgares y las más extraordinarias, los secretos, las profecías, los versos y todas las otras máquinas que nos rodean. En efecto, nada puede ser más abierto e inclusivo que un collage. Nada puede ser más creativo ni más político (Adamowicz, 1998).
Nada puede ser tampoco más sencillo. Se puede hacer «colada» en el colegio y en todos los espacios convivenciales. Más aún, se debe. Es un juego y basta con jugar. Para ello les pedimos a los que participan que cada uno traiga una cosa que le importe mucho, porque le trae recuerdos o tiene algún valor. También valdría traer el más insignificante de los objetos que posea porque está harto de su presencia o de su irrelevancia. En fin, nuestro juego tiene reglas fáciles de recordar.
Una vez que ya contamos con los objetos, pasamos a la segunda parte: jugar con otros. Es decir, mezclar nuestras cosas, trenzarlas y despersonalizarlas. Ponerlas en red.
Y al remezclarlas surgirán alternativas, se abrirán posibilidades, emergerán significados (Yuen, 2016).
El primer paso entonces puede ser crear un relato que explique ese encuentro, tropezón o avistamiento. Hacer collage entonces es una forma de inventar historias. El relato en el collage es importante porque nos muestra maneras de (re)presentar el mundo mediante objetos contingentes, situados, propios. Inventamos historias e historias que nos inventan, Inventamos [a] un nosotros (Yurkievich, 1984).
Cada una de las cosas escogidas y aportadas al collage conecta con nuestro inconsciente y al mezclarlas dan vida a un nosotros emergente; es decir, contamos una historia que parte de lo personal, pero que el proceso transforma en «colla(ge)borativa». Colla(ge)borar es un juego sin reglas. Podemos [no] descubrir nada y divertirnos poco. Depende de la actitud y de la situación. A veces, conviene aceptar nuestra mediocridad y no exigirnos demasiado. Pero nada nos impide ponernos juguetones, especulativos o desafiantes. Nadie nos obli- [p. 45] ga a ser convencionales y previsibles. Podemos arriesgar una hipótesis improbable o una combinación de objetos absurda. Podemos ser absurdos como nuestro inconsciente, imprevisibles como la fortuna o mágicos como los músicos de una jam session. También podemos ser tenaces como las hormigas, solidarios como los donantes o confiados como los niños. Podemos, en fin, ser colla(ge)borativos.
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