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Perseverar en la vida

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José Pérez de Lama

A mi hermana

Hace dos miércoles fui al médico tras encontrarme mal durante meses — muy muy mal durante las semanas anteriores. Después de un breve examen, sin mucho preámbulo, el médico me dijo que tenía un linfoma, un cáncer.

Yo esperaba en realidad cualquier cosa, pero eso del cáncer siempre impresiona. Mi hermana dice que yo exclamé «¡Toma ya!». Yo más bien recordaba haber tratado de esbozar una sonrisa estoica — las películas y novelas.

A las pocas horas, solo en la habitación de un hospital pensaba que sesenta años, — mi edad –, era una buena edad para morir tras una vida razonablemente buena. La fantasía de morir joven — y sesenta ya no lo es tanto. Aparte de la decisión definitiva, siempre estuvo presente el problema técnico y más aún el del decoro, hacerlo elegantemente y con discreción: la manzana con cianuro de Turing, el salto a la Boca del Infierno de Crowley, el naufragio de Shelley, la SD en el hotel Chelsea de los rockeros…

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Los primeros días en el hospital pensaba sobre todo en eso. Obsesivamente. La perspectiva de convertirme en un enfermo, de la vida medicalizada a partir de ahora… ¡El horror!

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Pero luego, resulta que descubre uno que lo vivo tiene una especie de voluntad de perseverar. A pesar de todo. Y en mi caso se me fue revelando primero a través de mi hermana, — si lo hubiera podido hacer con un click yo me habría dejado morir –, mi madre, desde luego, las amigas y amigos. Mi hermana ha luchado estos días por mi vida, y por mi bienestar, como no podía haber imaginado. Entre todos me han sostenido vivo. Pero sobre todo ella. Y ahora ya con ganas de vivir, buen ánimo y buen humor.

Y estos días en el hospital se han convertido en una experiencia interesante, curiosa e incluso a veces placentera: calma, espera, inacción… dejarse cuidar, sentirse parte de la humanidad vulnerable y doliente.

Incluso sentirse parte de la máquina de salud pública en la que convive el «mandato biopolítico» de hacer vivir a los ciudadanos, con la ternura, el esfuerzo y los talentos concretos de personas y sistema. Además, claro, del orgullo de que sigamos teniendo un sistema público de salud.

Eso sí, espero ser un hombre nuevo con una vida nueva a la salida de esto. Muy convencido de que estos males tienen que ver con lo patogénico de la vida contemporánea. De momento parece que recuperé el puro gusto de estar vivo, así sencillamente.

Miles de gracias.

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Ps/ No ha sido fácil escribir esto, ni estoy muy seguro de lo que he escrito. Supongo que lo iré revisando.

Algunas recomendaciones sobre escritura: de George Orwell __ y mías

George Orwell, 1946, Politics and the English Language. A Collection of Essays, pp. 156-71 (10th ed. 1981).

Algunas recomendaciones para escribir correctamente en inglés:

  1. “Never use a metaphor, simile or other figure of speech which you are used to seeing in print.”
  2. “Never use a long word where a short one will do.”
  3. “If it is possible to cut a word out, always cut it out.”
  4. “Never use the passive where you can use the active.”
  5. “Never use a foreign phrase, a scientific word or a jargon word if you can think of an everyday English equivalent.”
  6. “Break any of these rules sooner than say anything outright barbarous.” (170)

  1. No uses nunca una metáfora, comparación o figura retórica que leas habitualmente.
  2. No uses nunca una palabra larga cuando puedas usar una corta.
  3. Si puedes eliminar una palabra, elimínala siempre.
  4. No uses nunca el modo pasivo donde puedas usar el modo activo.
  5. No uses nunca una frase en otro idioma, una palabra científica o un término de jerga si puedes pensar en una palabra equivalente en inglés (en español-castellano, en nuestro caso).
  6. Sáltate cualquiera de estas reglas antes de decir cualquier cosa simplemente bárbara.

Mis recomendaciones a mi hermana recientemente… con disculpas por ponerlas a continuación de un precedente tan eminente…

José Pérez de Lama

  • Escribir como se habla – según decía Cervantes – y, tal vez también, Trapiello.
  • Evitar la jerga – o al menos no abusar de ella.
  • «Huir como de la peste» de los lugares comunes: las «pinceladas» y cosas del estilo – en la forma y en el contenido, si puede decirse así.
  • Prestar atención al oído.
  • Recurrir a una cierta variedad: frases cortas, medianas y largas…
  • No usar frases muy largas salvo excepcionalmente.
  • Intentar decir las cosas con claridad y con construcciones sencillas, directas y de manera articulada (ordenada).
  • Tratar más de lo concreto que a lo abstracto. No abusar de lo abstracto.
  • Introducir algún detalle simpático o de un cierto humor.
  • Titular de forma clara y descriptiva, incluso capítulos y secciones.
  • Evitar la poesía más o menos barata… y ser prudente con «la cara» – si acaso que la poesía sea más bien secreta…

Walter Benjamin: sobre fantasmagorías y flâneurs

Walter Benjamin, hacia la dé cada de 1930. Fuente: parisinstitute.org

Traducción y comentarios de José Pérez de Lama; recordando a mi abuela Lolita que llamaba flanear a ir a pasear viendo escaparates y haciendo algunas compras

Traducción del inglés de unos fragmentos de Paris, capital del siglo XIX (versión de 1939). En construcción.

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De la Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Paris,_Capital_of_the_19th_Century

«En París, capital del siglo XIX Walter Benjamin trata de la co-evolución de arquitectura, planeamiento urbano, formas artísticas y subjetividades».

«Al final de los años 20, WB empezó a recopilar materiales e ideas sobre la historia de la emergencia del capitalismo urbano de la mercancía (urban commodity capitalism) en París en torno a 1850 (un estudio que se transformó posteriormente en el Proyecto de los Pasajes [Das Passagenwerk].»

«París, capital del siglo XIX está organizado en seis secciones: (1) Fourier o los pasajes; (2) Daguerre o los panoramas; (3) Grandville o las exposiciones mundiales; (4) Luis Felipe o el interior; (5) Baudelaire o las calles de París; (6) Hausmann o las barricadas. Cada título de capítulo empareja una figura importante de la historia de la ciudad con una innovación contemporánea de la arquitectura propia de París.»

En la «exposición» de 1939, las seis secciones son precedidas por unos párrafos sobre la fantasmagoría que caracterizarían la modernidad urbana. Fantasmagorías eran las proyecciones de sombras y luces que se pusieron de moda en los siglos anteriores… una especie de protocine.

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Paso a traducir esta introducción sobre la fantasmagoría.

La historia es como Jano, tiene dos caras. Bien mire hacia el pasado, bien al presente, ve las mismas cosas. ~ Maxime du Camp, París, vol. 6, p. 315.

El objeto de este libro es una ilusión expresada por Schopenhauer con la siguiente fórmula: para capturar la esencia de la historia es suficiente comparar a Herodoto con el periódico de la mañana. Lo que se expresa aquí es un sentimiento de vértigo característico de la concepción de la historia del siglo XIX. Corresponde a un punto de vista de acuerdo con el cual el curso del mundo es una interminable serie de hechos congelados en forma de cosas [things]. El residuo [resultado] característica de esta concepción es lo que se ha llamado «Historia de la Civilización», la cual hace un inventario, punto por punto, de las formas de vida y creaciones de la humanidad. Las riquezas así amasadas en el erario de la civilización aparecen como si estuvieran identificadas para siempre. Esta concepción de la historia minimiza el hecho de que estas riquezas deben, no sólo su existencia, sino también su transmisión a un constante esfuerzo de la humanidad – un esfuerzo por el que, además, estas riquezas son extrañamente alteradas.

Nuestra investigación se propone mostrar cómo, como consecuencia de esta reificante representación de la civilización, las nuevas formas de conducta y las nuevas creaciones basadas en la economía y las tecnologías que debemos al siglo XIX entran en el universo de la fantasmagoría. Estas creaciones son objeto de esta «iluminación» no sólo de manera teórica, por transposición ideológica, sino también en la inmediatez de su presencia perceptible. Se hacen manifiestas como fantasmagorías. Así aparecen los pasajes –primer caso en el campo de la construcción en hierro; así aparecen las exposiciones mundiales, cuya conexión con la industria del entretenimiento [ocio] es significativa. También se incluye en este orden de fenómenos la experiencia del flâneur, que se abandona a sí mismo a la fantasmagoría del mercado. Correspondiéndose con estas fantasmagorías del mercado, donde la gente aparece sólo como tipos, están las fantasmagorías del interior, constituidas por la imperiosa necesidad del hombre de dejar la huella de su existencia privada e individual en los cuartos que habita. En cuanto a la fantasmagoría de la civilización misma, encontró su gran campeón en Hausmann y su manifestación expresa en la transformación de París.

Aún así, la pompa y el esplendor con que la sociedad productora de mercancías se rodea a sí misma, así como su ilusorio sentido de seguridad, no son inmunes al peligro; el colapso del Segundo Imperio y la Comuna de París se lo recuerdan. Durante el mismo período, el más temido adversario de esta sociedad, Blanqui, le reveló, en su último escrito, los terroríficos rasgos de la fantasmagoría. La humanidad aparece ahí como condenada. Todo lo nuevo que pudiera esperar resulta ser una realidad que ya ha estado siempre presente: y esta novedad tendrá tan poca capacidad de dotarla de una solución liberadora como una nueva moda es capaz de rejuvenecer la sociedad. La especulación cósmica de Blanqui transmite esta lección: que la humanidad estará presa de una angustia mítica mientras la fantasmagoría ocupe un lugar en ella.

Comentario:

Más o menos se entiende: se produce una confusión entre presente y pasado: el presente se sigue interpretando con esquemas del pasado: en esto consisten las fantasmagorías.. Los objetos del pasado no se interpretan de forma nueva – como parece plantear WB que debería ocurrir.

Las fantasmagorías, más literalmente, serían proyecciones de sombras y luces, ilusiones, que nos impiden ver las cosas «como son». Y tienen que ver, parece ser, con la historia.

La mención al mercado y la mercancía, a la «reificación» de los procesos históricos – ver los productos de la historia como «cosas» – me hace pensar en el discurso del fetichismo de la mercancía de Marx. También el final de Blanqui, con el tema de la novedad…

Aún así, no comprendo por qué da tanta importancia a este asunto… Y por qué no está expresado con mayor claridad.

Si la explicación fuera en la línea de lo que se cuenta en la de la Wikipedia se entendería mucho mejor: «Al final de los años 20, WB empezó a recopilar materiales e ideas sobre la historia de la emergencia del capitalismo urbano de la mercancía (urban commodity capitalism) en París en torno a 1850». Y «en París, capital del siglo XIX Benjamin trata de la co-evolución de arquitectura, planeamiento urbano, formas artísticas y subjetividades».

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Sigue a continuación la traducción de los párrafos sobre  sobre el flâneur.

Baudelaire o las calles de París

I

Para mí todo se convierte en alegoría. ~ Baudelaire, Le Cygne

El genio de Baudelaire, que se alimentan de melancolía, es un genio alegórico. Con Baudelaire París se convierte por primera vez en objeto de poesía lírica. Esta poesía del lugar es lo contrario a la poesía de la tierra. La mirada que el genio alegórico vuelve sobre la ciudad revela, en su lugar, una profunda alienación. Es la mirada del flâneur, cuya forma de vida esconde tras un espejismo benéfico la ansiedad de los futuros habitantes de nuestras metrópolis. El flâneur busca refugio en la muchedumbre. La muchedumbre es el velo que transforma, para el flâneur, la ciudad familiar en fantasmagoría. La fantasmagoría en que la ciudad aparece ahora como paisaje, ahora como habitación, parece haber inspirado más tarde la decoración de los grandes almacenes, que ponían así a trabajar la flânerie para producir beneficio. En cualquier caso, los grandes almacenes son el nicho definitivo de la flânerie.

En la persona del flâneur, la intelectualidad se familiariza con el mercado. Se rinde al mercado pensando que está tan sólo mirando, aunque de hecho está ya buscando un comprador. En este estado intermedio, en el que aún tiene mecenas pero empieza a plegarse a las demandas del mercado (en la forma del folletín), constituye la bohème. La incertidumbre de su posición económica se corresponde con la ambigüedad de su función política. Esta última se manifiesta especialmente en la figura de los conspiradores profesionales, que son reclutados entre la bohème. Blanqui es el más destacado representante de este grupo. Nadie en el siglo XIX tuvo una autoridad revolucionaria comparable con la suya. La imagen de Blanqui pasa como un relámpago por las Litanías de Satán de Baudelaire. Sin embargo, la rebelión de Baudelaire es siempre la de un hombre asocial: está en un impasse. Su única comunión sexual es con una prostituta.

II

Eran los mismos, se habían levantado del mismo infierno,
aquellos gemelos centenarios. ~ Baudelaire, Les sept viellards

El flâneur juega el papel del explorador en el mercado. Como tal también es el explorador de la muchedumbre. En el interior del hombre que se abandona a ella, la muchedumbre inspira una especie de ebriedad, una que es acompañada de unas ilusiones muy específicas: el hombre se satisface a sí mismo cuando al ver a alguien que pasa arrastrado por la muchedumbre lo clasifica precisamente, viendo directamente a través de los pliegues más profundos de su alma – todo sobre la base de la apariencia externa. Las fisiologías de la época abundan en la evidencia de esta singular concepción. La obra de Balzac ofrece excelentes ejemplos. Los típicos caracteres vistos al pasar producen tal impresión en los sentidos que uno no puede sorprenderse de que la curiosidad resultante empuje a ir más allá para captar la especial singularidad de cada persona. Pero la pesadilla que corresponde a la ilusoria perspicacia del mencionado fisonomista consiste en ver rasgos distintivos – rasgos propios de la persona – que se revelan como nada más que elementos de un nuevo tipo: de manera que en el análisis final la persona de la mayor individualidad termina por ser el espécimen de un cierto tipo. Esto apunta a una fantasmagoría angustiosa [agonizante] en el corazón de la flânerie. Baudelaire la desarrolla con gran fuerza en Les sept viellards, un poema que trata de las siete apariciones de un viejo de aspecto repulsivo. El individuo, presentado como si fuera siempre el mismo en su multiplicidad, da testimonio de la angustia del habitante de la ciudad que es incapaz de romper el círculo mágico del tipo incluso cultivando las más excéntricas peculiaridades. Baudelaire describe la procesión como «infernal» en su apariencia. Pero la novedad a la búsqueda de la que estuvo toda su vida consiste nada más que en esta fantasmagoría de lo que es «siempre lo mismo». (La evidencia que uno podría citar para mostrar que este poema transcribe los sueños de un comedor de hachís de ningún modo debilitan esta interpretación.)

III

¡Profundizar en los Desconocido para encontrar lo nuevo! ~ Baudelaire, Le Voyage

La llave a la forma alegórica en Baudelaire está ligada al significado específico que la mercancía adquiere en virtud de su precio. La singular desvalorización [debasement] de las cosas a través de su significado, algo característico de la alegoría del siglo XVII, se corresponde con la desvalorización de las cosas a través de su precio como mercancía. Esta degradación de la que las cosas son objeto al poder ser tasadas como mercancías es contrarrestada en Baudelaire por el inestimable valor de la novedad. La nouveuauté representa aquel absoluto que no es accesible a interpretación ni comparación alguna. Se convierte en la última trinchera del arte. El poema final de Les fleurs du mal: Le Voyage, «Muerte, viejo almirante, leva anclas ya». El viaje final del flâneur: la muerte. Su destino: lo nuevo. La novedad es una cualidad independiente del valor de uso de la mercancía. Es la fuente de la ilusión de la que la moda es incansable proveedora. El hecho de que la última línea de resistencia del arte coincida con la línea de ataque más avanzada de la mercancía – esto habría de mantenerse velado a Baudelaire.

Spleen e idéal – en el título de este primer ciclo de poemas en Les fleurs du mal, el préstamo léxico más antiguo de la lengua francesa se unía al más reciente. Para Baudelaire no hay contradicción entre los dos conceptos. Reconoce en el spleen la última transfiguración del ideal; el ideal le parece la primera expresión del spleen. Con este título, en el que lo supremamente nuevo se presenta al lector como lo «supremamente antiguo», Baudelaire ha dado la forma más viva a su concepto de lo moderno. El eje de toda su teoría del arte es la «belleza moderna», y para él la prueba de modernidad parece ser ésta: estár marcada por la fatalidad de ser un día antigüedad, y esto lo revela a cualquiera que asista a su nacimiento. Aquí nos encontramos con la quintaesencia de lo imprevisto que para Baudelaire es una cualidad inalienable de lo bello. La misma cara de la modernidad estalla con su mirada inmemorial. Aquélla era la mirada de Medusa para los griegos.

Comentario:

En la primera sección Fourier y los pasajes también sale el flaneur, paseante que habita los pasajes. Y el falansterio de Fourier se describe como una composición de pasajes. La combinación de ambas cosas me hace recordar a los situacionistas, y la New Babylon de Constant.

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Referencias

Walter Benjamin [traducción de Howard Eiland & Kevin McLaughlin], 1999, The Arcades Project, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge Londres

Sobre marcar y subrayar libros según Calasso, y alguna cosa más

Por José Pérez de Lama

Recordando a mi padre que se murió hace un año y siete meses –nuestras lecturas compartidas.

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Referencias principales:

* Roberto Calasso [traducción de Edgardo Dobry], 2021 [en italiano, 2020], Cómo ordenar una biblioteca, Anagrama [nuevos cuadernos], Barcelona

* Diógenes Laercio [traducción, introducción y notas de Carlos García Gual], 2013 [2007, primera mitad del S. III d.C.], Vidas y opiniones de las filósofos ilustres, Alianza Editorial, Madrid

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Este librito de Calasso, Cómo ordenar una biblioteca, es de los que más me han gustado últimamente. Me gustó mucho. Trata como dice su título de bibliotecas, y de libros y autores, y de las cosas que los rodean. Calasso murió el año pasado, y un par de sus libros están entre mis preferidos «de todos los tiempos» – por ejemplo, el recientemente leído, La Folie Baudelaire, (2011, sobre el París de la época del poeta, con especial énfasis en Ingres y en Manet, y el propio Baudelaire, claro. Calasso combina erudición rizomática, con una sensibilidad artística a la que me siento muy próximo, con una escritura de gran belleza, y a la vez, en mi opinión de bastante claridad.

Mi padre y yo nos intercambiábamos libros. En los últimos años, estando él más mayor, yo actuaba como su dealer de libros, tratando de mantenerlo interesado en otras cosas que no fueran los medios de masas –tan cómodos pero a la vez creo que tan perniciosos para nuestros ancianos. El tema de las marcas en los libros era uno que nos afectaba…  Mi padre muy aficionado a subrayar, ¡incluso con rotulador!, y yo, que lleno los libros de anotaciones a lápiz «con caligrafía de insecto» como dice Calasso de Borges.

Me permito reproducir a continuación un par de páginas de Calasso –¡copiar textos de gente que me gusta cómo escriben se convirtió en uno de mis mayores consuelos! Y después, un comentario sobre uno de los últimos libros que mi padre me dejó con marcas: al encontrarlo pensé que eran algún tipo de mensaje en clave que me dejó… Pero que aún no he descifrado del todo… Hm?!

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Roberto Calasso, Cómo ordenar una biblioteca, pp. 39-41

Es muy raro el caso de un libro que, habiéndolo leído, haya quedado tal cual, sin ninguna marca de lápiz. No agregar a un libro huellas de la lectura es una prueba de indiferencia –o de mudo estupor– . ¿Cómo intervenir? Aquí los modos divergen, de lector a lector. Aquel que [p. 40] ha sido para mí «El lector» por excelencia, Enzo Turolla [1], solo ponía puntos casi invisibles en los márgenes del pasaje, en las líneas o en las palabras en particular que le habían llamado la atención. Releer un libro siguiendo, uno por uno, esos puntos era, en ocasiones, como leer un ensayo, agudo y articulado, sobre ese libro. Se podía incluso pensar en que la escritura de ese ensayo hubiera podido ser superflua o menos incisiva. Existen también lectores airados (la lista es larga) que salpican los márgenes de los libros con signos de exclamación e interrogación indicando desaprobación, y a veces agregando: nonsense u otros exabruptos.

[1] Wikipedia en inglés, entrada «Roberto Calasso»: «At 12 Calasso met and was greatly influenced by a professor at Padua University, Enzo Turolla, and they became lifelong friends». Consultada el 14/02/2022.

Por otra parte, una simple referencia a una página, acompañada quizás de una palabra clave, escrita sobre la última guarda blanca del libro (es una costumbre mía), puede revelarse más tarde como algo precioso. Existen los libros que uno imagina haber leído, cuando en verdad sólo ha oído hablar de ellos. Y existen también, los libros que uno ha leído y anotado pero de los que más tarde ha borrado todo recuerdo. A partir de las anotaciones de un libro olvidado se puede encontrar ese determinado pasaje que resultará indispensable «veinte años más tarde».

Con su «caligrafía de insecto» (así la definía), Borges escribía anotaciones en las guardas de los libros evitando con cuidado poner marcas sobre las páginas impresas. En su ejemplar de The Royal Art of Astrology de Robert Eisler, el menos conocido y afortunado de los grandes visionarios eruditos del siglo XX, se encuentran dos anotaciones que iluminan tanto a Eisler como a Borges. En la primera se lee: «Los horóscopos individuales – 165», correspondiente a a este pasaje del libro: «La idea de que los eternos dioses astrales puedan estar íntimamente involucrados en la existencia y el carácter de cualquier Tom, Dick y Harriet –“así tantos dioses se disputan una misma cabeza” (tot circa unum caput tumultuantes deos [2]), como decía en tono de burla Séneca– no se le podría haber ocurrido a un asirio o a un babilonio, ni siquiera a un egipcio o un etíope.» De ello podía deducirse que el horóscopo individual sólo podía desarrollarse en la cultura griega. Era una manera entre tantas, pero muy elocuente de diferenciar Europa de Asia.

[2] «Todos los dioses en tumulto en torno a una cabeza», Seneca, Suasor, i. 4. Citado también por Montaigne, Chapter XIII. Of judging of the death of another.

La otra página marcada por Borges era aún más significativa porque introducía los astros en el interior de toda actividad, incluso de quienes los ignoran. Esta es la anotación de Borges: [pág. 42] «Contemplation, consideration – 261», referida al siguiente pasaje de Eisler: «Sería difícil, si no imposible, encontrar otro cuerpo doctrinario que haya influido tan profundamente –a pesar de todas las críticas dirigidas en todos los tiempos a sus evidentes debilidades– en el comportamiento de tantos individuos eminentes de todos los tiempos y todos los países, dejando una impronta imborrable en la lengua inglesa y en todas las lenguas romances, de modo que hasta la actualidad nos vemos obligados a usar un término astrológico cada vez que queremos “con-siderar” lo que vamos a hacer respecto a este o aquel problema; en cuanto a la “con-sideración” no es otra cosa que el acto de enfrentarse al influjo de los diversos astros (sidera) acerca de la decisión “contemplada”, en tanto que la contemplación misma significa, en el origen la elaboración de un diagrama que dividía el cielo en cuadrantes –operación denominada templum por los antiguos augures etruscos y dirigida a facilitar la interpretación sistemática de los prodigios observados por quien estudiaba el cielo–». Consideración, contemplación: dos palabras poderosas para Borges, cuyo sentido se iluminó en dos páginas de un libro que había comprado en 1947 en la Mitchell’s Book Store, ubicada en la antigua calle de Cangallo (hoy Presidente Jan D. Perón) 570, Buenos Aires.

Siempre he desconfiado de quienes quieren conservar los libros intactos, sin ninguna marca de uso. Son malos lectores. Toda lectura deja una marca, aunque no quede ningún signo visible en la página. Un ojo experto sabe enseguida distinguir si un ejemplar ha sido leído o no.

En cuanto a las señales en los libros, todo está permitido excepto escribir o subrayar con bolígrafo, porque es una especie de lesión irreparable del objeto. Pero también esta regla admite – muy raras – excepciones. Tengo frente a los ojos dos páginas del ejemplar Cartesian Linguistics de Chomsky que perteneció a Oliver Sacks. Observo once líneas subrayadas con bolígrafo y con regla. Las anotaciones de Sacks están en los márgenes, siempre en bolígrafo con dos tintas, negra y roja. Tratan –nada menos– de la relación entre «estructuras profundas» y «enunciaciones». En rojo se lee, como en una explosión, la frase conclusiva: «Yo no pienso en enunciados.» Imposible no conceder a Sacks, a su perpetuo espíritu infantil, ésta y muchas excepciones.

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Así las cosas, encontré por casas de mis padres uno de los libros que había prestado a mi padre, unos pocos meses antes de morir. El Diógenes Laercio, que como algunos sabreís, es una obra helenística en que el autor hace una historia algo sui generis de la filosofía griega, pero que para muchos autores constituye la principal fuente, por ejemplo, para Epicuro, que fue la razón que me llevó a hacerme con el libro. Pasé por casa de mi padre, y le dije si quería echarle un vistazo, y me dijo que sí, y luego comentamos alguna cosa de que le estaba entreteniendo. Los dos primeros libros, que tratan de los «presocráticos», son sin duda bastante divertidos.

Suelo fechar los libros cuando los compro y a este le puse, «julio de 2020». Mi padre murió en noviembre, y en algún momento del verano se tuvo que ingresar, y quizás a partir de entonces pudiera leer mucho menos. O sea que este debió ser de uno de nuestros últimos libros compartidos. Y ocurrió que al encontrarlo en su caso meses más tarde tenía algunas marcas muy ostensibles, esquinas de páginas marcadas, y me dio por pensar que quizás fueran algún mensaje especial que me dejaba. Transcribo el texto de una de las secciones marcadas que más me llamó la atención… Sigo pensando –como un juego, nada más, que comparto aquí con vosotr*s– qué me podría querer decir… Sigue Diógenes Laercio (una selección de los párrafos 68 a 73 del Libro I de la edición arriba referenciada):

Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, Libro I: Quilón

Quilón (c. 560 a. C.)

[68] Quilón, hijo de Damagetes de Esparta. Compuso elegías hasta unos doscientos versos, y decía que la excelencia del hombre es la previsión del futuro captada en su razonamiento. A su hermano, que estaba irritado por no ser éforo cuando él lo era, le dijo: «es que yo sé soportar la injusticia y tú no». Fue éforo en la Olimpiada cincuenta y cinco en tiempos de Eutidemo, según dice Sosícrates. Pánfila dice que en la cincuenta y seis y que fue el primer éforo. Y fue el primero en colocar éforos junto a los reyes para gobernar conjuntamente. Sátiro lo atribuye a Licurgo.

Según dice Heródoto en su primer libro […] [69] que preguntó a Esopo qué era lo que hacía Zeus y aquél contestó: «Humilla lo elevado y eleva lo humilde». Al preguntarle uno en qué se diferenciaban los doctos de los ineducados: «En sus esperanzas en lo bueno». O ¿qué es difícil?: «Callar y saber soportar la injusticia». Daba también estos consejos: dominar la lengua, sobre todo en un banquete; no hablar mal de los vecinos, o de lo contrario tener que oír cosas molestas; [70] no amenazar a nadie […]; acudir más a las desgracias de los amigos que a sus éxitos; hacer un matrimonio modesto; no hablar mal del que ha muerto; honrar la vejez; vigilarse a sí mismo; preferir antes un castigo que una ganancia vergonzosa pues éste causa dolor una vez y aquélla durante toda la vida; no burlarse del desgraciado; ser fuerte y suave para que los demás nos respeten más que nos teman; aprender a dirigir bien la propia casa; que la lengua no corra más que el pensamiento; dominar el ánimo; no odiar el arte adivinatorio; no desear lo imposible; no apresurarse en la marcha; no agitar las manos al hablar, porque es de locos; obedecer las leyes; aprovechar la soledad.

[71] De sus cantos ha conseguido la fama esto:

Con la piedras de toque se examina el oro
para dar su calidad exacta
y con el oro se prueba la inteligencia de los
hombres buenos y malos.

[…] Era brevilocuente; por lo que Aistágoras de Mileto llama «quilonio» al estilo braquilógico. [1] (Era también propio de Branco, el que fundó el templo de Bránquidas.)

[1] DLE-RAE: braquilogía 1. f. Ret. Expresión elíptica corta equivalente a otra más amplia o complicada, como en me creo honrado por creo que soy honrado.

Era ya viejo en la Olimpiada cincuenta y dos cuando estaba en su apogeo el fabulista Esopo. Murió, como dice Hermipo, en Pisa al abrazar a su hijo, vencedor olímpico del pugilato.

Le ocurrió esto por lo extremado de su alegría y la debilidad de sus muchos años. Y todos los reunidos para el certamen lo escoltaron con los máximos honores.

Le tengo compuesto este epigrama:

[73] A ti Pólux lucífero te doy gracias, porque el hijo
de Quilón recogió el verde olivo del pugilato.
Si su padre murió de alegría al ver al hijo portador de la corona
no es reprensible. ¡Ojalá a mi me llegue
una muerte semejante!

Adorno: sobre escribir (en Minima Moralia)

Imagen: Dos ediciones alemanas del Minima Moralia. Reflexiones sobre la vida dañada, de Theodor Adorno, escrito entre 1944 y 1947 y publicado por primera vez en 1951.

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Selección y traducción de José Pérez de Lama

Referencia: Theodor Adorno, 2020 [1951, 1945-47], Minima Moralia. Reflections from the Damaged Life, Verso, Londres – Nueva York

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Introducción

Reproduzco a continuación la traducción que hice del inglés del «aforismo» –así los llama Adorno– 51, el primero de la segunda parte, titulado Memento — Recuerda / Recordatorio. Presenta aquí Adorno unas ideas bastante exigentes sobre la escritura, defendiendo primero una cierta claridad, — diría yo que — una idea moderna de la belleza, y más adelante el no dejarse llevar por los trucos o las trampas de la razón… De una manera sugerente explica que es un buen escrito [filosófico, asume uno], y sería algo alejado del puro racionalismo, del «positivismo»… y en buena medida participante de lo poético o literario… La imagen final en que compara el texto con una casa en que se establece el escritor me gustó bastante… Sigue la traducción a partir de aquí.

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Memento. – Una primera precaución para escritores: en todo texto, toda pieza, todo párrafo comprobar si el motivo central destaca con suficiente claridad. Cualquiera que quiere expresar algo se ve tan arrastrado [por ello] por lo que quiere expresar que deja de reflexionar [sobre ello]. Demasiado próximo a su intención, «en sus pensamientos», se olvida decir lo que quiere decir.

Ninguna mejora es demasiado pequeña o trivial para no ser valiosa. La extensión de un trabajo es irrelevante, y el miedo a que no haya demasiado escrito, infantil. Nada debe considerarse que merezca existir simplemente porque exista, porque haya sido escrito. Cuando varias frases parecen variaciones sobre la misma idea, con frecuencia sólo representan diferentes intentos de comprender [grasp] algo que el autor aún no ha dominado. En esos casos, debe elegirse y desarrollarse la mejor de las formulaciones. Es parte de la técnica de la escritura el poder descartar ideas, incluso ideas fértiles, si la construcción lo pide. La riqueza y el vigor beneficiarán otras ideas que de momento están reprimidas. Igual que, en la mesa, uno no debe comerse hasta la última miga, ni beberse los posos. Si no, lo tomarán a uno por pobre.

El deseo de evitar clichés no debería, a riesgo de caer en la coquetería vulgar, limitarse a las palabras individuales. La gran prosa francesa del siglo XIX era particularmente sensible a esta clase de vulgaridad. Una palabra es raramente banal por sí sola: en música es igual, la nota individual es inmune a la banalidad. Los clichés más abominables, como los que Karl Krauss criticaba con dureza, son, para bien o para mal, combinaciones de palabras, [implemented and effected]. Porque en éstas, la corriente fangosa del lenguaje manido [stale] hace remolinos sin sentido, en lugar de ser contenida, y luego liberada, por la precisión de las expresiones del escritor.

Esto no solo se aplica a la combinación de palabras, sino a la construcción de formas completas. Si un dialéctico, por ejemplo, marca los puntos de cambio del avance de sus ideas empezando con un «Pero» en cada cesura, el esquema literario desvelará lo poco esquemático de [la intención] de su pensamiento.

La espesura no es una arboleda sagrada [sacred grove]. Existe el deber de clarificar todas las dificultades que resultan de la mera complacencia esotérica. Entre el deseo de un estilo compacto adecuado a la profundidad del objeto tratado [subject matter] y la tentación del desorden [slovenliness] recóndito y pretencioso no hay una distinción obvia: examinar las sospechas siempre es saludable. Precisamente el escritor menos dispuesto a hacer concesiones al vulgar sentido común debe guardarse de revestir las ideas, en sí mismas banales, con los recursos del estilo. Las lugares comunes de Locke no son justificación para las oscuridades de Hamann. [Nota: sobre Hamann, autor protoromántico puede verse: https://en.wikipedia.org/wiki/Johann_Georg_Hamann%5D

Si el texto terminado, de la extensión que sea, suscita incluso la más leve de las aprensiones [misgivings], éstas deben tomarse con toda seriedad, en un grado completamente fuera de proporción respecto de su aparente importancia. La implicación afectiva en el texto, y la vanidad, tienden a reducir cualquier escrúpulo. Lo que se deja pasar como una pequeña duda podría indicar la objetiva carencia de valor del trabajo.

La procesión de danzantes de Echternach no es la marcha del Espíritu del Mundo; la limitación y la reserva no son la manera de representar la dialéctica. Más bien, la dialéctica avanza por medio de extremos, conduciendo los pensamientos en todas sus consecuencias hasta el punto en que se vuelven sobre sí mismos, en lugar de cualificándolos. La prudencia que nos retiene de aventurarnos demasiado lejos en una frase es habitualmente sólo un agente del control social y, por tanto, de la idiotización [stupefaction]. [Nota en el texto traducido: Echternach es un pueblo de Luxemburgo, cuya procesión de Pentecostés [Whitsun] avanza con un movimiento de tres pasos adelante y dos pasos atrás.]

Se suele recurrir al escepticismo cuando se presenta la frecuente objeción de que un texto, una formulación, es demasiado «bella». El respeto por el asunto expresado o incluso por el sufrimiento, pueden racionalizar con facilidad lo que es mero resentimiento contra un autor que es incapaz de exhibir las huellas, en la forma «reificada» del lenguaje, de la degradación infligida sobre la humanidad. El sueño de una existencia sin vergüenza, al que se aferra la pasión por el lenguaje, aun estando prohibido como contenido, tiene que ser rencorosamente estrangulado. El escritor no debería reconocer distinción alguna entre expresión bella y [expresión] adecuada. No debería suponer esta distinción en la mente ansiosa del crítico ni tolerarla en la suya propia. Si logra por completo decir lo que quiere, será bello. La belleza de expresión por sí misma no es de ningún modo «demasiado bella», sino ornamental, muestra de falta de oficio», fea. Pero aquel que, con el pretexto de la falta de egoísmo, sirve sólo al tema que quiere tratar, olvidándose de la pureza de expresión, también traicionará al tema mismo.

Los textos bien [properly] escritos son como telas de araña: ajustados [tight], concéntricos, transparentes, bien hilados [well-spun] y firmes. Atraen hacia sí a todas las criaturas del aire. Las metáforas que los atraviesan revoloteando se convierten en las presas que los alimentan. El objeto del que tratan [subject matters] se aproxima aleteando. La robustez [soundness] de una concepción puede ser juzgada por la manera en que hace que una afirmación llame [summons] a la siguiente. Donde el pensamiento ha abierto una celda de realidad, debe, sin violencia por parte del sujeto, penetrar la siguiente. Demuestra su relación con el objeto tan pronto como otros objetos cristalizan en torno a él. En la luz que proyecta sobre la sustancia elegida, otras comienzan a brillar.

En su texto, el escritor establece [sets up] su casa. Así como lleva papeles, libros, lápices, documentos, desordenadamente, de un cuarto a otro, crea el mismo desorden en su pensamiento. Se convierten en muebles en los que se hunde [that he sinks into], contento o irritable. Los acaricia afectuosamente, los desgasta, los mezcla, los reorganiza, los estropea. Para alguien que ha dejado de tener una patria, la escritura se convierte en un lugar en el que vivir. En el que inevitablemente produce, como una vez lo hizo su familia, deshechos y cosas que inservibles [lumber]. Pero ahora carece de cuarto trastero, y es difícil en cualquier caso deshacerse de lo que sobra. Así que empuja estas cosas delante suya, con el peligro de acabar llenando sus páginas con ellas. La exigencia de endurecerse frente a la autocompasión implica la necesidad técnica de contrarrestar cualquier debilitamiento de la tensión intelectual con la mayor alerta, para eliminar cualquier cosa que haya empezado a incrustarse en el trabajo o a seguir ahí inútilmente, que si al principio podía haber servido como cotilleo, para generar la atmósfera amable conducente al crecimiento, ahora se ha quedado atrás, plana y pasada [flat and stale]. Al final, al escritor ni siquiera le es permitido vivir en su propia escritura.#

 

The Ministry for the Future, de Kim Stanley Robinson (2020): unos comentarios

Imagen: Walker Evans, 1928-30, Workers Loading Neon «Damaged» Sign into Truck,  New York City. Fair use / uso educativo y cultural. Fuente: https://www.metmuseum.org/art/collection/search/272437

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Comentarios de José Pérez de Lama

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Referencia completa: Kim Stanley Robinson, 2021 [2020], The Ministry for the Future, Orbit Hachette Book Group, Nueva York

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Probablemente el libro de cli-fiction más importante de los últimos años … cli-fiction o cli-fi se viene llamando así a los libros de ciencia ficción centrados en la cuestión climática y posiblemente tampoco sea un género tan antiguo… aunque recuerda uno algunos libros de Ballard y seguro que habrá más.

Kim Stanley Robinson [KSR], conocido de muchos. José Luis de Vicente lo llevó a Barcelona hace pocos años. Me impresionó y me alegró ver a José Luis en los agradecimientos de Ministry.

Por mi parte había leído dos de los tres volúmenes de su serie sobre Marte (rojo, verde, azul – 1992, 1993, 1996): trilogía de muchas páginas sobre la colonización de Marte, que tenía como uno de sus temas principales el proceso de creación de una biosfera para hacer habitable el planeta para los humanos – término fetiche sería el de «terraformación», aunque como se trata de Marte, KSR también usa «marteformación» y «aresformación» (de Marte y Ares). Terraformación en el caso de KSR (leía hace poco al antropólogo Arturo Escobar que lo usaba en un sentido diferente) designaría el empleo de técnicas de «geoingeniería» y «geobiología», o quizás podrían llamarse también «ingeniería evolutiva», para dar lugar a la emergencia, donde antes no existía, de un medio que hace posible la vida, y a continuación de la vida misma – microorganismos, hongos, plantas… – emulando lo que suponemos que ocurrió hace millones de años en el planeta Tierra; una especie de evolución dirigida y acelerada… Y más allá de las cuestiones tecnocientíficas ya bastante interesantes, la serie trataba de los conflictos sociotécnicos y políticos, quizás también subjetivos, de las «economías del deseo», podría decirse, en torno a estos procesos a lo largo de sucesivas generaciones. Una historia que en ocasiones y en muchos aspectos hacía recordar la historia del origen de los Estados Unidos (aunque sin indígenas). Obra muy interesante desde el punto de vista tecnocientífico y político, aunque literariamente, seguramente, algo menos.

Tras otras dos novelas más que trataban del cambio climático (2312 y New York 2140) –que aún no leí– en 2020 KSR publicó este Ministry for the Future, que diversos amigos, en especial Pablo DeSoto, me instaban con insistencia a leer. Y tenían razón. (En mi opinión) la novela está muy-muy-muy bien. Muy interesante para los que estamos preocupados por el cambio climático. Pero también me parece que está bastante bien desde el punto de vista literario, particularmente el primero tercio de la novela – que me pareció notablemente mejor desde este punto de vista que mis anteriores lecturas del autor.

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El libro tiene 563 páginas de letra más bien pequeña (mi edición es la de paperback de Orbit). Imagina las próximas décadas de emergencia climática y los esfuerzos desde diversas instancias para responder a la emergencia. Aunque no se especifican las fechas, mi estimación es que los hechos objeto de la narración se extenderían entre el casi-presente y la década de 2040, los años críticos según se estima actualmente, para detener, o no, el cambio climático, antes de que se produzcan cambios irreversibles en la biosfera. Años que muchos de nosotros probablemente viviremos. ¿Se producirá en 2025 el peak (el máximo) de las emisiones como estima el IPCC que será necesario para no superar los 1.5 (¿o son 2ºC?) de calentamiento global? ¿Se habrán reducido la emisiones en un 45% para el 2030 como recomienda con mucha seriedad el IPCC? Como son fechas que están a la vuelta de la equina los jóvenes y las personas de mediana edad podremos ver qué pasa – si es que recordamos estas previsiones y advertencias en el maremágnum informativo que cada vez más parece dominar el mundo.

Dedicado a Fredric Jameson. Ha llamado la atención que el volumen esté dedicado a Fredric Jameson, el profesor y autor marxista (autor de Postmodernism, or, the Cultural Logic of Late Capitalism, 1991), cuya afirmación tal vez provocativa suele citarse con frecuencia, «[Hoy en día] es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Según leo, Jameson fue el director de tesis doctoral de KSR. Y en cierto modo, pensé leyendo Ministry que era una respuesta simpática a la afirmación de Jameson. Hasta cierto punto. Al final volveré sobre esto.

¿Un grupo de lectura sobre este libro? Estas notas me costaron más de la acostumbrado… Al final los comentarios que siguen son sobre algunas de las cosas que me llamaron más la atención y sobre otras que me plantean preguntas y dudas. Algún buen colega viene hablando desde hace un tiempo de montar un grupo de lectura/estudio sobre este libro; pienso que podría estar muy bien. Yo tendría que volverlo a leer otra vez, más atento a las cosas que plantea, en lugar de la lectura más gozosa y despreocupada que hice en la primera ocasión, y a partir de la que hago estos comentarios.
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Spoilers. A partir de ahora todo serán spoilers para l*s que aún no hayáis leído el libro.
Pues eso, a partir de aquí voy a discutir cosas sobre la trama y el final. O sea, que l*s que aún no lo hayáis leído el libro y os guste la intriga, dejad esta lectura para cuando lo hayáis leído.

Se centra el libro en torno a dos personajes, lo que ya es una cierta proeza narrativa: que una narración sobre el planeta y el mundo, pueda desplegarse con bastante verosimilitud a partir de la vida de dos personas. Pero me parece que sí que funciona, planteando así, incluso, la tensión entre el cambio «estructural» y el papel de los individuos en estos cambios.

Todo comienza con una ola de calor letal en la India. Uno de estas personajes es Frank May, un trabajador de una ONG, que en una fecha no muy clara, que uno tiende a pensar que podría ser el año que viene, o dentro de dos o tres años, está en el norte de la India cuando se produce la primera gran ola letal de calor – estos días de mayo de 2022, precisamente, se está produciendo una extraordinaria ola de calor en el norte de la India que l*s lectores de KSR percibimos con aprensión… En la novela, las temperaturas suben tanto durante unas semanas que dan lugar a la muerte de decenas de miles de personas. May es uno de los pocos, si no el único, que se salva. Pero queda profundamente afectado por la experiencia … Intenta incorporarse a un grupo activista, quizás terrorista, surgido en la India tras el holocausto climático, los Children of Kali, pero no lo aceptan. Poco después lo encontramos en Zurich, Suiza, con sus problemas de salud mental. Colabora allí en un centros de acogida de refugiados climáticos.

La ministra del Futuro. El otro personaje, tal vez más importante que May, es Mary Murphy, ministra del Futuro para la ONU. El Ministerio del Futuro que da nombre a la novela es una entidad creada por Naciones Unidas para tratar de impulsar el cumplimiento de los Acuerdos de París (el IPCC, las COP, etc.), para dar respuesta al escaso compromiso de los países y los grandes actores internacionales en relación con la emergencia climática. Además de una figura literaria-narrativa esta idea de un Ministerio del Futuro me parecería una propuesta tremendamente sugerente «más acá de la ficción»: tanto a nivel Naciones Unidas como de cada país, o quizás incluso región y ciudad… Es cierto que en España, por ejemplo, tenemos una Vicepresidencia que es ministra para la Transición Ecológica, pero también es cierto, como vemos con el tema de la energía, que tiene una capacidad de acción muy modesta, por decirlo de manera prudente… En realidad hay muchas cosas que me parece que funcionan así en el libro: figuras de la narración que podrían tomarse a la vez como propuestas políticas o de otro tipo para aplicar en la realidad.

Resulta interesante y actual que la protagonista principal sea una mujer madura, se la imagina uno al principio con 50+ años (al final de la historia se jubila). Había personajes así en la trilogía de Marte (mujeres maduras, poderosas y carismáticas), pero aquí la figura de Mary Murphy es aún más destacada.

Como suele ocurrir en la vida real, – ya decía de España–, el Ministerio es una entidad relativamente modesta para su misión: tiene pocos recursos y escasa autoridad para la tarea que se le encomienda: nada menos que cambiar el mundo…. Sí que tiene especialistas en múltiples áreas, y esa idea de transversalidad en un «ministerio» también es bien interesante. Se asume que la transformación del mundo que pretende impulsar no es algo sólo técnico, político, jurídico o económico, etc., sino que tiene que ser una composición de todas estas cosas y algunas más. Entre otras el Ministerio tiene áreas tecnológico-energética, económico-financiera, legal-jurídica, política-geoestratégica, digital, de comunicación, filosófica…

Mary Murphy, la ministra se encarga fundamentalmente de las relaciones, –el trabajo relacional que decía en algún momento–. Hacia el interior de su equipo, en le conexión, la comunicación y la coordinación entre las diferentes áreas de trabajo; y hacia afuera, con los países, agentes financieros, grupos de poder económico, incluso movimientos sociales y grupos activistas… En este sentido, me resulta interesante, que la configuración del Ministerio pretendería tener una cierta homología con los grandes procesos de transformación del mundo. Se intuye que si lo que queremos transformar es un sistema-red o una máquina socio-técnica, tecno-política, etc., los medios para impulsar estos cambios deberían tener una cierta «homología» con aquello que se quiere cambiar…Podría pensarse que su organización se habría concebido como una máquina para generar procesos, o para intervenir en procesos ya existentes… procesos de un carácter más bien emergente. Y aunque sea una observación más bien trivial por mi parte, KSR nos invita a imaginar un ministerio-monstruo más bien ajeno a la burocracia – y también a la práctica tan habitual de «¡El agua es mía! ¡La vivienda es nuestra!» que experimenté las últimas veces que intenté ayudar a «partidos progresistas» con sus programas. KSR no entra en muchos detalles organizativos, sólo hace sugerencias; pero uno tiende a imaginar este tipo de cosas.

Y a pesar de este buen planteamiento, las cosas no avanzan. Me parece reconocer aquí lo que contaba Bifo hace unos años sobre la impotencia, incluso ocupando las supuestas sedes del poder político: Obama, siendo presidente del país más poderoso del mundo, no fue capaz de cerrar Guantánamo aunque había sido uno de sus destacados compromisos de campaña… «El sistema-red», «la megamáquina» o como lo queramos llamar era más poderosa.

Asesinato, secuestro & … Así las cosas, ocurren algunos de los episodios clave del libro. Una fiesta en Zurich, junto al lago, invitados de todo el mundo, coches de lujo, champagne, quizás fuegos artificiales. Alguien desde la playa no deja de observar, sin moverse, durante largo tiempo; algunos en la fiesta se sienten molestos. Cansado de la situación, y algo ebrio, uno de los invitados baja a la playa y se aproxima al hombre que sin mediar palabra le dispara y lo mata. Para desaparecer a continuación, sin más explicación. Los lectores van intuyendo que el asesino es Frank May, quien pasa a vivir oculto en los bosques de los alrededores de Zurich, como una sombra.

En su siguiente aparición, May secuestra a Mary Murphy, la ministra, una noche en que está volviendo a casa de una cena con los colegas de trabajo. A Murphy le parece un hombre enajenado. May le dice que no le hará daño pero quiere toda su atención Quizás cuenta a la ministra su experiencia en la India, y le dice, amenazante, que el Ministerio no está haciendo lo suficiente. La ministra pasa miedo. Frank es finalmente detenido cuando se va de la casa. Pero el acontecimiento afecta mucho a Mary Murphy. Reconoce que el loco tenía razón en lo que le planteaba. Ella ya lo sabía, pero el shock del secuestro hace que ese saberlo se convierta en algo más.

Unas recientes declaraciones nada más y nada menos que de Antonio Guterres, el secretario general de Naciones Unidas me hicieron pensar en este episodio de KSR. Decía así, en Twitter: «A veces nos presentan a l*s activistas climáticos como peligrosos radicales. Pero lo radicales verdaderamente peligrosos son los países que están incrementando la producción de combustibles fósiles. Invertir en nuevas infraestructuras de combustibles fósiles es una locura moral y económica.» ( https://twitter.com/antonioguterres/status/1511294073474367488).

También la evocación de Greta Thunberg que hacían David Bollier y la recientemente fallecida Silke Helfrich en su último libro, Fair, Free, and Alive. The Insurgent Power of the Commons (2019): «No podemos salvar el mundo siguiendo las reglas [actuales]. Tenemos que crear unas nuevas reglas.» Y: «Tenemos que cambiar nuestro marco de pensamiento y pasar a preguntarnos ¿Qué es lo que podemos hacer juntos? ¿Cómo podemos hacerlo fuera de las instituciones convencionales que nos están fallando?» (https://freefairandalive.org/read-it/)

En el proceso de recuperación de su secuestro, hablando con uno de sus más próximos colaboradores Murphy descubre que gente del propio Ministerio, sin su conocimiento, ha venido apoyando acciones violentas. Desviando dinero… Dentro del propio ministerio había personas que sentían como Frank, y como los Children of Kali – nosotros, en el mundo no literario, podríamos pensar en los más modestos Extinction Rebellion. Mary prefiere no enterarse demasiado, dando así su apoyo tácito a este brazo secreto y violento. Lo que todos imaginamos que hacen la CIA, la KGB o como se llame ahora, y tantas organizaciones. Hmm. Poco tolstoiano o gandhiano el asunto… El lado oscuro de la novela…

Con esto quedaría planteado el drama: la catástrofe de la India, la inoperancia de los Acuerdos de París y la creación del bienintencionado pero relativamente inoperante Ministerio del Futuro, la «caída del caballo» – si usamos el símil de San Pablo – de la Ministra del Futuro, además de la intuición de la emergencia de una militancia climática violenta…

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Un «final feliz». A partir de aquí, la narración va tejiendo las acciones de unos y de otros, los conflictos, las dificultades … hasta que finalmente, y quizás sea esto parte de la buena recepción del libro, el mundo, la sociedad global, consigue, en algún momento de la década de 2040, controlar, parar y devolver a un cauce saludable, los principales procesos causantes del cambio climático: recorte drástico, casi total, de las emisiones de CO2 y gases equivalentes, y como consecuencia de esto, de la proporción de CO2 y gases equivalentes en la atmósfera, principales causantes del calentamiento.

El proceso y la articulación de los diferentes elementos que hacen posible este «final feliz» resultan moderadamente verosímiles. Y en cualquier caso, para mi al menos, resultan del mayor interés como forma de visualizar cómo podría ser un proceso así. Produce una cierta alegría, que sin embargo no invita a pensar, «ah, pues entonces ya no hay que preocuparse», sino que es otra cosa. Como pistas para pensar y hacer señalaré algunas cuestiones que me llaman la atención y algunas preguntas que el Ministry me ha hecho que me haga.

La principal pregunta, que ya avancé, es la de ¿cómo se produce un cambio histórico del calibre que sería necesario para afrontar con éxito la emergencia climática?

Lo cierto es que muchos autores vienen tratando de ayudarnos a imaginar cómo podrían ser este proceso. Algunos que he estudiado, e incluso comentando en este blog, son Rifkin (2011, 2014), Raworth (2017), Pettifor (2019), Mike Berners-Lee (2021), … Y es de imaginar que los instituciones que se toman en serio esta cuestión del cambio climático, y que vienen estableciendo políticas con este fin tendrán una idea de cómo imaginan que se producirá el cambio. No cabe duda, también, de que hay proyectos diferentes… El del capitalismo verde y los oligarcas digitales, o el de los decrecentistas (por ejemplo, Latouche, 2009), por mencionar dos casos bastante diferentes…

Pensar desde las relaciones de poder reales. El interés de la propuesta de KSR, en mi opinión, es que toma como referencia fundamental las actuales relaciones de poder, el capitalismo financiero y digital. Todo planteamiento que no parta de eso, y se base principalmente en la razón, lo que sería razonable hacer, o en los buenos sentimientos me parece de muy poco valor práctico – aunque se triste decirlo. Lo interesante adicionalmente en KSR es que no plantea una solución basada en el capitalismo verde, algo tipo Bill Gates o Unión Europea. Su propuesta, eso me parece a mí, sería más bien poscapitalista… Y sería en ese sentido en el que responde a su «director de tesis» Jameson, me parece. Lo que plantea KSR sería una revolución, pero una revolución diferente de las clásicas leninistas, maoistas o castristas, o del otro lado, fascistas. Más sobre esto más adelante.

Parte de las condiciones reales que no pueden obviarse al plantearse esta transición son los conflictos geopolíticos, y los cambios a esta escala que serían necesarios, derivados tanto de la asimetría entre países en cuanto a responsables y afectados del cambio climático, como de la que se deriva de las diferencias en cuanto a la disponibilidad de recursos fósiles (algunos de los países más ricos durante el último siglo gracias a esto quizás dejarían de serlo) o de las condiciones diferenciales para la producción de renovables (superficie, sol, viento, etc.). Tal vez, algunos de los aspectos más creativos del Ministry tengan que ver con estas cuestiones, destacando por ejemplo el papel de liderazgo que asume primero la India, en respuesta a la gran catástrofe en su territorio, y más adelante, China, no se sabe del todo bien por qué, cuando se transforma el sistema financiero global. Suiza, finalmente, para mi de forma un poco incomprensible, es para KSR otro de los modelos de racionalidad ilustrada, podría decirse, que contribuye a que se hagan posibles los grandes cambios globales.

Una recomposición de los mundos ya existentes. La transformación sería el resultado de cambios en múltiples aspectos del mundo. Aunque a la vez, quizás todos los cambios que KSR imagina son cosas que ya existen, no sólo en cuanto a las ideas, sino en su mayoría en cuanto a las prácticas. Esto se ve en un bonito capítulo de la parte final, en que típicamente se muestran las buenas prácticas, y la propia Mary Murphy se da cuenta de que tantas cosas que pasan en el mundo, y ni ella misma, en su posición de observadora privilegiada tenía una conciencia clara de la importancia y la magnitud de todo aquello. Tal vez esté pasando eso mismo ahora, eso es lo que creo que siguere KSR a los lectores. Lo que sí que ocurre es que actualmente todavía son prácticas minoritarias o relativamente marginales o poco visibles: la agricultura ecológica o la permacultura, la producción más o menos distribuida de energías renovables, los estilos de vida más austeros, los sistemas de monedas alternativas, las aplicaciones de la llamada Teoría Monetaria Moderna (MMT por sus siglas en inglés), las organizaciones comunales para la gestión de los recursos y la reproducción social, la economía cooperativa, la relocalización de partes de la economía, la arquitetcura y el urbanismo «bioclimáticos» o «regenerativos», y tantas otras.

Lo que plantea KSR que la sociedad mundial consigue llevar a cabo son recomposiciones, nuevas modulaciones relativas de las prácticas, las instituciones, las subjetividades… y también, claro, limitaciones drásticas en las actuales prácticas oligárquicas y monopolísticas… y la reducción drástica o la eliminación radical de otras que son ya hoy obviamente insostenibles.

También, la aceleración del desarrollo de ciertas tecnologías en el sentido más tradicional del término, tecnologías que parecen ya viables pero que aún tardan en ser usadas de manera generalizada: la captura de CO2 atmosférico, la producción y el uso de hidrógeno verde para el almacenamiento de energías renovables, y algunas otras menos evidentes. KSR dedica bastantes páginas a los trabajos para frenar la velocidad de los glaciares en la Antártida, que parece ser un factor fundamental del aumento del nivel del mar – pero no tengo el conocimiento suficiente para valorar si esto funciona como una ilustración del tipo de trabajos de geoingeniería que habría que acometer, y de los procesos de prueba y error con que se parece que habría que llevarlos a cabo, o qué exactamente.

La violencia. En contraste con otras visiones más técnicas de la transición verde –pienso ahora mismo en Raworth y Mike Berners-Lee, que comenté anteriormente en este mismo blog–, en el Ministry todo esto no sucede como si fuera un cuento de hadas, en el marco de una Humanidad racional y más o menos iluminada. La parte más oscura e intrigante para mí de la novela, como para otros comentaristas, es que en paralelo a la diplomacia, las negociaciones, la persuasión, las alianzas, el miedo de los más afectados, etc., como ya dijimos, hay una guerra más o menos subterránea: lo normal hasta cierto punto; casi lo raro es que en la novela no sea una guerra más visible como lo es desde hace décadas en Asia Occidental / Oriente Próximo.

Es éste uno de los aspectos más llamativos de toda la historia, pues el Ministerio para el Futuro, vamos descubriendo, y Mary Murphy sólo se entera tras su secuestro, parece que tiene una línea de trabajo secreta en la que apoya a grupos a movimientos que llevan a cabo acciones violentas como ataques a centrales térmicas y al transporte marítimo de contenedores, tal vez incluso asesinatos de ciertos personajes clave del mundo que se resiste a cambiar. También hay alguna acción mediática singular, como el secuestro de todo el Foro de Davos, obligando a los asistentes ver una serie de vídeos sobre las situaciones más graves de la emergencia climática. O ataques informáticos a los sistemas financieros globales, en particular a la banca suiza –que en la versión de KSR, guiada por su pragmatismo histórico opta por apoyar con mayor firmeza las demandas de los activistas climáticos. Se trata pues de un clásico de la «guerra sucia», que hace pensar en el Marx que decía algo así como que «sólo hay un camino para acortar, simplificar y concentrar la agonía asesina de la vieja sociedad y los dolores de parto de la nueva sociedad, y este camino es el terror revolucionario». Como contrapartida… en la novela, el equipo del Ministerio es también objeto de atentados terroristas, una bomba en las oficinas centrales, Mary Murphy pasa bastante tiempo escondida y rodeada de guardaespaldas y una de sus principales colaboradoras y amigas, la directora del área jurídico-legal del Ministerio, que se dedicaba entre otras cosas a pleitear contra países y corporaciones, muere asesinada.

Toda esta trama que discurre en un segundo plano en la novela es su parte más oscura… Y a la vez la que la distancia de una visión simplista y edulcorada del asunto. Y nos deja a muchos en suspense… Yo personalmente, que quiero creer en el derecho, la ley, la paz, etc., no se qué pensar. Tal vez, presentar así el asunto en una novela pudiera tener un efecto psicológico interesante…

Las finanzas: el dinero como dispositivo tecnopolítico clave. Otro tema. En la línea de las sorpresas, quizás la mayor para mí, es que uno de las principales palancas de cambio la pone en juego el consejo de los principales bancos centrales del mundo: EEUU, Europa, China… quizás también algunos de los BRICS. Se trata de la introducción de una moneda ecológica, una carbon coin, que podemos imaginar que sustituye al dollar USA como principal moneda global y cuyo valor es garantizado en el plazo de la transición necesario, el 2050 quizás, por la federación de bancos centrales mundiales. Se trata de nuevo de un plan discutido en términos generales por múltiples autores, la refundación del sistema monetario mundial para crear una nueva forma de dinero que no favorezca la especulación financiera, el crecimiento indiscriminado… Mucha literatura y algunos experimentos interesantes sobre el tema. El valor de la carbon coin de KSR, Mary Murphy y sus expertos, sería el propio valor de la reconstrucción medioambiental del mundo… (véase por ejemplo un post sobre Ann Pettifor en este mismo blog). La creación de una nueva moneda verde sería algo parecido a un Bretton Woods verde, quizás pudiera decirse, el acuerdo hacia el final de la II Guerra Mundial en el que se rediseña la economía mundial basándose en el dollar USA entre otras cosas. Para los detalles, que ahora no soy capaz de poner en pie, tendréis que ir al libro.

¿Y cómo explica KSR Robinson que pudiera llegar a producirse ese cambio? La tenacidad de Mary Murphy, la viabilidad de la propuesta, el apoyo de China, que no se entiende bien si es algo personal, – es una mujer la directora y parece establecer una cierta relación de confianza o simpatía intelectual con Murphy– o geopolítico; tal vez, incluso, KSR podría imaginar que la gravedad de la situación, la razón y la empatía pudieran haber influido en la decisión de los bancos centrales. KSR no lo explica y nos deja a los lector*s imaginar, tratar de explicar por qué podrían haber sucedido así las cosas.

Comunicación y nuevas subjetividades. Aunque KSR no profundiza demasiado en el asunto, no quiere dejar de mencionar, otros dos elementos del cambio global que aparecen en el libro. Por un lado, el Ministry genera una nueva red social digital, cuyos datos son propiedad de los usuarios y cuyos algoritmos de gestión de la información son más transparentes, y quizás favorezcan la organización, la autorganización en múltiples escalas para la transición verde. Lo que uno siempre imaginó que los estados o las instituciones públicas tendrían que promover en cuanto a la digitalización: software y redes libres, etc. De nuevo la red, tiene dificultades en su inicio, ataques diversos… pero con el tiempo se convierte en un componente relevante del cambio.

El segundo aspecto… me gustó especialmente, también en la parte final, una fiesta-ritual global simultánea, que era como una celebración del planeta y a la vez de la mente-corazón global que compondrían todos los humanos, y por qué no, también los no-humanos… Siempre me interesaron la fiesta y los ritos como modos de producción de mundo y de subjetividad… Ecologías de la mente, podríamos decir, rescatando el concepto de Bateson, aunque aquí la emoción compartida parece ser más importante. Por otra parte, la propia Mary Murphy y sus amigos, Frank May entre otros, también ejemplifican la nueva subjetividad que haría posible este otro mundo: además del secuestro, Murphy tiene singulares «epifanías» en medio de la naturaleza, en los Alpes, por ejemplo, cuando trataba de escapar de las amenazas. O cuando se jubila, pasa a vivir en una especie de comuna, vivienda compartida, no es una celebrity tipo los expresidentes que tod*s conocemos que van dando conferencias y consejos que nadie pide, o de consejo en consejo de administración de grandes corporaciones. Murphy se dedica a nadar en el lago, pasear por la montaña, ayudar a refugiados como había hecho su amigo Frank, en su cooperativa de vivienda todos viven según la regla de los 2.000 W diarios (bien interesante por otra parte, otro proyecto real más que recoge KSR, la 2000 Watts Society: https://www.2000-watt-society.org/). O va de una parte a otra del mundo … pero usando barcos y trenes, o en zepelín con un antiguo amigo de Frank, y en lugar de hacer el viaje en unas horas, se extiende durante meses, y el consumo energía, mucho menor, en su mayor parte renovables, claro… y la conexión con la geografía y el paisaje, la extensión de la Tierra…

¿Qué clase de revolución? ¿Qué fin del capitalismo? Con estas preguntas acababan mis comentarios. Lo estoy pensando, no lo tengo muy claro. No se hasta qué punto KSR responde a su profesor Jameson. O quizás sugiera que su declaración no era del todo correcta… Lo que sí me parece claro es que un mundo dominado de manera tiránica por los valores del capitalismo es un mundo difícilmente viable. Quizás la diferencia entre «capitalista» y «capitalístico» que hace en alguna ocasión Félix Guattari (Las tres ecologías) sea oportuna aquí. El capitalismo en cuanto a proceso por el que se componen y circulan dinero, trabajo, tecnologías y mercancías, en un cierto marco empresarial, puede que siga siendo una forma práctica de producir algunas cosas necesarias; incluso otras no tan necesarias pero deseables para algunos; pero el dominio de su lógica del beneficio, el crecimiento y la aceleración, sobre el resto de aspectos que constituyen la vida social y biológica parece tremendamente absurdo. Mi pregunta es si es posible poner límites al capitalismo. Hacerlo compatible con otros modos de producción; con el buen vivir de la mayoría. Lo bueno es que posiblemente vayamos a tener bastantes respuestas a estas preguntas en las próximas décadas. Parar el cambio climático, con la mayor probabilidad, sólo será posible si logramos poner importantes límites al capitalismo. Esto por supuesto, da para mucho más. La gente viene discutiendo y pensando sobre estas cosas desde hace ya tanto tiempo. Pero aquí lo dejo… Será más bien la práctica, y no la teoría o el bla-bla-bla, de la que aprendamos qué vaya a ser posible, qué hacer, qué esperar… Pero aun así, en mi opinión, libros como este del Ministry for the Future nos ayudan… aunque no sepa bien a qué… A tratar de entender mejor lo que está pasando. Y a tener algo de esperanza, quizás.

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Principales referencias

Mike Berners-Lee, 2021, There Is No Planet B. A Handbook for the Make or Break Years. Updated Edition, Cambridge University Press, Cambridge

Félix Guattari, 2000 [1989], Las tres ecologías, Pretextos, Valencia

Serge Latouche, 2009, Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Icaria, Barcelona

Ann Pettifor, 2019, The Case for the Green New Deal, Verso, Londres

Kate Raworth, 2017, Doughnut Economics. 7 ways to Think Like a 21st Century Economist, Chelsea Green, White River Junction

Jeremy Rifkin; 2014, The Zero Marginal Cost Society: The Internet of Things, the Collaborative Commons, and the Eclipse of Capitalism, Palgrave MacMillan, New York

Jeremy Rifkin, 2011, The Third Industrial Revolution. How Lateral Power is Transforming Energy, The Economy, and The World, Palgrave MacMillan, New York

Kim Stanley Robinson, 2021 [2020], The Ministry for the Future, Orbit Hachette Book Group, Nueva York

Ministry for the Future: 500 personas tomarán las decisiones más críticas sobre el cambio climático

Imagen: Captura de un tuit reciente de Bruno Latour donde recomendaba, podemos decir, la lectura del Graber & Wengrow que reseñaba hace unas semanas y del KS Robinson que empiezo a leer estos días y del que reproduzco un capítulo a continuación.

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Selección y traducción de José Pérez de Lama

Empecé hace un par de días, siguiendo la firme recomendación de diversos colegas, en especial de Pablo DeSoto, el Ministry for the Future de Kim Stanley Robinson (2020), según se comenta — tal como lo hace Latour en el tuit que encabeza la entrada — una lectura importante en relación con la emergencia climática. Apunto la lectura como parte de mis #ExtinctionDiaries.

El argumento de partida es que dados los incumplimientos y la tibieza por partes de los países en relación con la emergencia climática, la ONU establecía este Ministerio para el Futuro, encargado de salvar la biosfera y la civilización de las amenazas climáticas — más o menos.

Reproduzco a continuación mi traducción del capítulo 8. El libro está compuesto de capítulos breves, de una o dos páginas. Tratándose de una novela de ciencia ficción, la precisión de los datos no son probablemente lo más importante, sino el sentido que nos transmiten estos párrafos. Aunque Latour lo propone como una ayuda para los «eco-deprimidos», de momento las primeras 60 páginas me hicieron pasar una noche de sueños muy agitados. Sigue mi traducción del capítulo con algunas anotaciones, y luego el original en inglés.

Ayer se publicó el nuevo informe del IPCC (el real, no el de KSR), y aunque aún no he podido leerlo los primeros comentarios no son positivos. Los documentos pueden descargarse aquí: https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/

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[Capítulo] 8

Los humanos estamos quemando alrededor de 40 gigatoneladas anuales de carbono fósil (una gigatonelada son mil millones de toneladas – 10⁹ toneladas). Los científicos han calculado que todavía podemos quemar hasta 50 gigatoneladas más de carbono fósil antes de llegar a un incremento de la temperatura media global de 2º Celsius por encima de la temperatura existente al comienzo de la revolución industrial; este incremento es el máximo al que podemos llegar, calculan, antes de que se produzcan efectos verdaderamente peligrosos en la mayor parte de las biorregiones de la Tierra, incluyendo los que afectarán a la producción de alimentos para la gente. [nota 1]

Algunos solían preguntar cómo de peligrosos serían los efectos del calentamiento. Pero ya hay más energía solar que se queda en la Tierra de la que se escapa, del orden de 0.7 watios por metro cuadrado de superficie terrestre. Esto significa un aumento inexorable de las temperaturas medias. Y una temperatura húmeda de 35ºC matará a los humanos, incluso sin ropa y sentados a la sombra; la combinación de calor y humedad evita que el sudor disipe el calor, produciéndose pronto la muerte por hipertermia.[nota 2] Y desde el año 1990 ya se han registrado temperaturas húmedas de 34º — una vez en Chicago. De manera que el peligro parece más que evidente.

Entonces, 500 gigatoneladas; pero mientras tanto la industria de los combustibles fósiles ha localizado 3.000 gigatoneladas de carbono fósil en el subsuelo. Y todas estas concentraciones de carbono están listadas como activos por las corporaciones que las han encontrado, y son consideradas como recursos nacionales por los estados nación en los que sea han hallado. Sólo un cuarto de este carbono es propiedad de empresas privadas; el resto es propiedad de diversos estados nación. El valor teórico de las 2.500 gigatoneladas que deberían quedarse en el subsuelo, calculado al precio actual del petróleo, es del orden de 1.500 billones de dólares estadounidenses [1.500 x 10^12].[nota 3: ver entrada sobre el libro de MBL]

Parece bastante posible que estas 2.500 gigatoneladas de carbono acaben en última instancia por ser consideradas como un activo perdido, pero en el ínterin, algunas gentes intentarán vender y quemar la parte de la que son propietarios o que controlan, mientras aún puedan. Lo justo para hacer un billón o dos, se dirán a sí mismos – no la parte crítica, no la combustión que nos empuje más allá del límite, sólo un poco más. La gente lo necesita.

Las diecinueve organizaciones que harán esto, en orden de tamaño y de mayor a menor: Saudi Aramco, Chevron, Gazprom, Exxon-Mobil, National Iranian Oil Company, BP, Royal Dutch Shell, Pemex, Petróleos de Venezuela, PetroChina, Peabody Energy, ConocoPhillips, Abu Dhabi National Oil Company, Kuwait Petroleum Corporation, Iraq National Oil Company, Total SA, Sonatrach, BHP Billiton, and Petrobras.

Las decisiones ejecutivas que determinen las acciones de estas organizaciones serán tomadas por unas quinientas personas. Serán buenas personas. Políticos patriotas, preocupados por el destino de los ciudadanos de sus amadas naciones; concienzudos y trabajadores ejecutivos empresariales, que cumplirán sus obligaciones hacia sus consejos de administración y sus accionistas. Hombres en su mayoría; hombres de familia en su mayoría; bien educados, con buenas intenciones. Pilares de la comunidad. Donantes a organizaciones benéficas. Cuando van a un conciertos al final del día, sus corazones se conmueven ante la sombría majestad de la Cuarta Sinfonía de Brahms. Querrán lo mejor para sus hijos.

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Notas

[1] A falta de contrastarlo, supongo provisionalmente que estos datos podría ser aproximadamente los de 2020, fecha de publicación del libro, aunque la historia que cuenta se sitúe en un futuro próximo que el autor en el capítulo 8 aún no ha definido con precisión. Los que estén un poco familiarizados con estas cuestiones saben que el máximo incremento de temperaturas deseable según los acuerdos de París es de 1.5ºC, y que los 2º suponen un segundo umbral menos deseable. Será interesante contrastar estas cantidades con el valor de las emisiones anuales de GEI (Gases de Efectos Invernadero), CO2 y equivalentes, estimadas por ejemplo por Berners-Lee; y las emisiones de CO2-eq teóricamente posibles hasta alcanzar el incremento de 1.5 y 2ºC, datos que se citan en diversas instancias.

[2] La relación entre temperaturas secas (las normales que miden los termómetros), humedad y temperaturas húmedas suelen verse en la llamada carta psicrométrica. Una temperatura húmeda de 35ºC puede corresponder a diferentes combinaciones, la más evidente, 35ºC de temperatura seca y 100% de humedad relativa (H); con 40ºC de temperatura seca y 72% de humedad relativa la temperatura húmeda es también de 35ºC; o con 45ºC y 52% de humedad relativa

[3] Sobre la necesidad de dejar el petróleo u otros combústibles fósiles en el subsuelo sin ser extraídos puede verse otra entrada en este blog en la que se recogen la propuestas en este sentido de Mike Berners-Lee; aquí: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2021/11/24/14-cosas-que-los-politicos-deberian-saber-sobre-la-emergencia-climatica/

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Referencia completa

Kim Stanley Robinson, 2021 [2020] The Ministry for the Future, Orbit – Hachette Book Group, Nueva York; capítulo 8, pp. 29-30.

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[Original en inglés]

[Chapter] 8

Humans are burning about 40 gigatons (a gigaton is a billion tons [1.000 millones, 10⁹ toneladas]) of fossil carbon per year. Scientists have calculated that we can burn about 500 more gigatons of fossil carbon before we push the average global temperature over 2 degrees Celsius higher that it was when the industrial revolution began; this is as high as we can push it, they calculate, before really dangerous effects will follow for most of Earth’s bioregions, meaning also food production for people.

Some used to question how dangerous the effects would be. But already more of the sun’s energy stays in the Earth system than leaves it by about 0.7 of a watt per square meter of the Earth’s surface. This means an inexorable rise in average temperatures. And a wet-bulb temperature of 35 will kill humans, even if unclothed and sitting in the shade; the combination of heat and humidity prevents sweating from dissipating heat, and death by hyperthermia soon results. And web-bulb temperature of 34 have been recorded since the year 1990, once in Chicago. So the danger seems evident enough.

Thus, 500 gigatons; but meanwhile, the fossil fuels industry has already located at least 3.000 gigatons of fossil carbon in the ground. All these concentrations of carbon are listed as assets by the corporations that have located them, and they are regarded as national resources by the nation-states in which they have been found. Only about a quarter of this carbon is owned by private companies; the rest is in the possession of various nation-states. The notional value of the 2.500 gigatons of carbon that should be left in the ground, calculated by using the current price of oil, is in the order of 1.500 trillion of US dollars.

It seems quite possible that these 2.500 gigatons of carbon might eventually come to be regarded as a kind of stranded asset, buy in the meantime, [p. 30] some people will be trying to sell and burn the portion they own or control, while they still can. Just enough to make a trillion or two, they’ll be saying themselves – not the crucial portion, not the burn that pushes us over the edge, just one little taking. People need it.

The nineteen organizations doing this will be, in order of size from biggest to smallest: Saudi Aramco, Chevron, Gazprom, Exxon-Mobil, National Iranian Oil Company, BP, Royal Dutch Shell, Pemex, Petróleos de Venezuela, PetroChina, Peabody Energy, ConocoPhillips, Abu Dhabi National Oil Company, Kuwait Petroleum Corporation, Iraq National Oil Company, Total SA, Sonatrach, BHP Billiton, and Petrobras.

Executive decisions for these organizations’ actions will be made by about five hundred people. They will be good people. Patriotic politicians, concerned for the fate of their beloved nation’s citizens; conscientious hardworking corporate executives, fulfilling their obligations to their board and their shareholders. Men, for the most part; family men for the most part; well-educated, well-meaning. Pillars of the community. Givers to charity. When they go to the concert hall of an evening, their hearts will stir at the somber majesty of Brahms’s Fourth Symphony. They will want the best for their children.
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Jardines y parques según Vladimir Nabokov

Imagen: Vladimir Nabokov de joven con su hijo Dimitri con quien pasearán, como exiliados, –también con su mujer / madre Vera– , por los jardines de Europa entre 1934 y 1940, que es lo que se cuenta en el texto que sigue. La foto procede del libro Speak, Memory, capítulo 13, tomada en 1937 en Menton, en el Mediterráneo francés.

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Selección, traducción y comentarios de José Pérez de Lama

De la autobiografía de Nabokov, Speak, Memory, 1951, revisada en 1966 — traducción y comentario de unos sugerentes párrafos sobre jardines y parques.

Referencia bibliográfica: Vladimir Nabokov, 1979 [1966, 1951], Speak Memory. An Autobiography Revisited, The Putnam Publishing Group, Nueva York; capítulo 15, pp. 295-310. [Anteriormente publicado, al menos en parte, como Gardens and Parks, 1950].

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Hace unos meses comentaba con unxs amigxs arquitectos-jardineros sobre esto que había leído de Nabokov – un libro que en realidad tengo desde 1988 y leo periódicamente para avivar mi «fuego artístico», y de amor al arte por el arte … digamos.

La cosa es que me había quedado en una última lectura con la imagen de Nabokov de haber tratado de recorrer la difícil Europa de entonces, – como exiliados rusos, entre 1934 y 1940, con su hijo pequeños  -, como si se tratara de un continuo de parques y jardines, una «federación de luz y sombras», que unían París, con Praga, con algunos lugares en los Alpes y con las ciudades costeras del Sur de Francia… La imagen de esta Europa de los parques y jardines me pareció muy sugerente.

Ahora, leyéndolo con detenimiento necesario para traducirlo — Nabokov no es precisamente fácil — he apreciado más cosas. Por un lado, la idea de que esta secuencia de parques y jardines los presenta como amigos, que lo conectaban con su pasado ruso, y que aportaba a su hijo cosas que no eran normalmente posibles — lo que hoy quizás llamaríamos un «espacio de cuidados»…; otra, que efectivamente, la narración se presenta en ocasiones como is fueran los jardines los que viajaban por Europa, y a ellos como una especie de pasajeros… Y otra más, que el texto trata, además de los hechos concretos, el amor por su hijo y su mujer, de la memoria, de la percepción del mundo, y de una vida artística y literaria. El capítulo, no siendo de los más llamativos de la autobiografías, o eso me parece, sí que es el último, y como tal puede leerse como una especie de conclusión…

Dejo entonces una selección de este último capítulo, el Quince, traducida por mí en un primer borrador. A continuación reproduzco el inglés; siendo Nabokov, por supuesto, solo copiar sus  escritura ya es un buena práctica de «inglés avanzado» __ o con un sentido menos práctico, un gran placer. __ Hay unos primeros párrafos introductorios, y luego una selección de las partes que se centran más en los jardines y parques. Cabe acalarar, por acabar, que el texto de Nabokov se dirige retóricamente a su mujer, Vera, a quien por otra parte, si no me equivoco, dedicó todos sus libros.

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Quince

[Párrafos introductorios, pág. 295-296]

Están pasando, deprisa, deprisa, los años volanderos– por usar la conmovedora inflexión horaciana. Los años están pasando, querida, y muy pronto nadie sabrá lo que tú y yo sabemos. Nuestro hijo está creciendo; las rosas de Paestum, de la borrosa Paestum, murieron; idiotas de mentes mecánicas están jugando a manipular fuerzas de la naturaleza que mansos matemáticos, para su propia secreta sorpresa, parece que habían presagiado; así que quizás haya llegado el momento de examinar viejas fotografías, pinturas rupestres de trenes y aviones, estratos de juegos en el pesado armario.

Nos iremos aún más atrás, hasta una mañana de mayo de 1934, y dibujaremos con respecto a este punto fijo el gráfico de una sección de Berlín. Allí estaba yo, caminando hacia casa a las 5 a.m., volviendo del hospital cerca de la Bayerischer Platz, al que te había llevado unas horas antes. Flores de primavera adornaban los retratos de Hindenburg y Hitler en el escaparate de una tienda que vendía marcos y fotografías en color. Grupos de gorriones izquierdistas celebraban sonoras sesiones matutinas en lilas y limas. Un amanecer límpido había desvelado por completo uno de los lados de la calle vacía. En el otro lado, las casas aún se veían azules de frío, y varias sombras largas iban siendo recogidas, a la manera práctica en la que el joven día toma el lugar de la noche en una ciudad bien cuidada, bien regada, en la que el olor del pavimento asfaltado está por debajo de los sentimentales olores de los árboles de sombra; pero a mí la parte óptica de aquel asunto me parecía bastante nueva, como una forma inusual de poner la mesa, porque nunca antes había visto aquella calle concreta al amanecer del día, a pesar de que, por otra parte, había pasado por allí con frecuencia, sin hijos, en tardes soleadas.

En la pureza y el vacío de la hora poco familiar, las sombras estaban en el lado equivocado de la calle, dotándolo de un cierto sentido, no inelegante, de inversión, [quizás podía cortar aquí…] como cuando uno ve reflejado en el espejo de la barbería el ventanal hacia el que vuelve su mirada el melancólico barbero, mientras detiene su cuchilla (como hacen todos en ese momento), y, enmarcado en esta ventana reflejada, un trecho de acera, en el que el reflejo hace que una procesión de caminantes indiferentes vaya en la dirección equivocada, hacia un mundo abstracto que de pronto deja de ser gracioso y libera un torrente de terror. […]

[298] A lo largo de los años de la infancia de nuestro niño, en la Alemania de Hitler y la Francia de Maginot, nosotros pasamos bastantes penurias, pero maravillosos amigos se ocuparon de que él tuviera las mejores cosas entonces disponibles. Aunque impotentes para hacer nada sobre aquello, tú y yo juntos mantuvimos un ojo celoso sobre cualquier posible falla entre su infancia y nuestros propios «incunables» en el opulento pasado, y allí es donde entraron aquellos amistosos hados, cuidando de la grieta cada vez que amenazaba con abrirse […]

[Empiezan ya aquí los párrafos más centrados en los jardines, págs. 302-3]

Nunca en mi vida me he sentado en tantos bancos y sillas de parque, losas de piedra y escalones de piedra, parapetos de terrazas y bordes de fuentes como hice durante aquellos años […]

[304] Me gustaría acordarme de todos los pequeños parques a los que fui; me gustaría tener la capacidad que el profesor Jack, de Harvard y el Arboretum Arnold, contó a sus estudiantes que tenía, de identificar ramas con los ojos cerrados, tan solo por el rumor que hacían al darles el aire («carpe, madreselva, álamo de Lombardía. Ah – un periódico doblado»). Bastantes veces, por supuesto, puede determinar la posición geográfica de este o aquel parque por algún rasgo particular o combinación de rasgos: bordes de boj enano a lo largo de estrechos caminos de grava, que acaban todos encontrándose como la gente en una obra de teatro; un banco bajo contra un seto de tejo con forma cuboide; un cuadro de rosas enmarcado por un borde de heliotropos – estas características están obviamente asociadas a las pequeñas áreas de parque en las intersecciones de calles del Berlín suburbano. Con la misma claridad, una fina silla de hierro, con su sombra de tela de araña debajo, a un lado, un poco descentrada, o los agradablemente desdeñosos, aunque sin duda psicopáticos, aspersores rotatorios, con sus arco-iris privados colgando de los chorritos de agua sobre la hierba brillante, describen un parque parisino; pero, como entenderás, el ojo de la memoria está tan fijo sobre una pequeña figura en cuclillas en el suelo (cargando de piedras un camión de juguete o contemplando la goma brillante y mojada de la manguera a la que se ha adherido un poco de la grava por la que un jardinero la acaba de arrastrar), que los varios lugares – Berlín, Praga, Franzensbad, París, la Riviera, París otra vez, Cap d’Antibes y así – pierden toda soberanía, juntan sus caminos interconectados, y se unen en una federación de luz y sombra a través de la que graciosos niños de rodillas desnudas se deslizan sobre ruidosos patines.

[306-9] A medida que pasaba el tiempo y la sombra de la historia hecha-por-tontos viciaba hasta la exactitud de los relojes de sol, nosotros nos movíamos por Europa sin parar, y parecía que no éramos nosotros sino que eran aquellos jardines y parques los que viajaban. La avenidas radiantes y los complicados parterres de Le Nôtre fueron dejados atrás, como trenes apartados en vías laterales. En Praga, adonde viajamos para que mi madre viera a nuestro hijo en la primavera de 1937, estaba el parque Stromovka con su atmósfera de lejanía libre y ondulante, más allá de los pabellones y arboledas modelados por la mano del hombre [traducción un poco libre tras ver unas fotos]. También recordarás aquellos jardines de rocas de plantas alpinas – sedum y saxífragas – que nos escoltaron, por decirlo así, hasta los Alpes Saboyanos, uniéndose a nuestras vacaciones (pagadas por algo que mis traductores habían vendido), y que después nos siguieron de vuelta a los pueblos de las llanuras. Manos de madera con ourños de camisa clavadas en postes en los viejos parques de los balnearios apuntando en la dirección desde la que llegaba la percusión atenuada de una banda de música. Un paseo inteligente acompañaba la vía principal; no era paralelo en todo el recorrido pero reconocía libremente su guía, y de lago de los patos a estanque de los nenúfares saltaba de vuelta a la procesión de puros árboles en este o en aquel punto en el que el parque había desarrollado una fijación con los padres de la patria e imaginado un monumento. Raíces, raíces de vegetación recordada, raíces de memoria y plantas punzantes [pungent], raíces, en una palabra, están dotadas de la capacidad de atravesar largas distancias superando obstáculos, penetrando otros, insinuándose a sí mismas en estrechas grietas. Así aquellos jardines y parques atravesaron Europa Central con nosotros. Caminos de grava se reunían y se detenían en una rond-point para mirarte a ti o a mí agacharnos y suspirar al buscar una pelota bajo un seto de alheña donde, en la oscura y húmeda tierra, no podía detectarse sino un billete de tranvía de color malva, perforado, o un trozo sucio de gasa y algodón. Un asiento circular rodeaba un grueso tronco de roble para ver quién estaba sentado al otro lado y encontrar a un hombre mayor leyendo un periódico extranjero y metiéndose el dedo en la nariz. Árboles de hojas perennes y brillantes que cerraban un cuadro de césped en el que nuestro hijo descubrió su primera rana viva y se abrían a un laberinto podado con labor topiaria, y tu dijiste que pensabas que iba a llover. En alguna etapa posterior, bajo cielos menos plomizos, había un gran exhibición de glorietas de rosas [dells] y de pequeños paseos entrelazados, y rejas meciendo sus trepadoras, listas para convertirse en pérgolas vegetales y columnadas, si no, para revelar el más pintoresco de los aseos públicos, un affair tipo chalet de dudosa limpieza, con una mujer de negro atendiéndolo, haciendo punto negro en el porche.

Por una pendiente, bajaba con cuidado un camino empedrado, poniendo siempre el primer pie en cada escalón, atravesando un jardín de lirios; bajo hayas; y entonces se transformaba en un camino de tierra que se movía rápidamente marcado con toscas huellas de pezuñas de caballo. Los jardines y parques parecían moverse aún más rápido a medida que las piernas de nuestro hijo se hacían más largas, y cuando tenía más o menos cuatro, los árboles y los arbustos en flor se volvieron resueltamente hacia el mar. Como un jefe d estación aburrido de pie solo en el anden recortado por la velocidad de una pequeña estación en la que nuestro tren no para, este o aquel guarda del parque se quedaba atrás mientras que el parque fluía y fluía, llevándonos al sur hacia los naranjos y los madroños y la pelusa-de-pollito de las mimosas y la pâté tendre [tierna mezcla de colores en pintura tierna] de un cielo impecable.

Jardines escalonados en laderas, una sucesión de terrazas, cada uno de cuyos escalones de piedra eyectaba un alegre saltamontes, con los olivos y las adelfas casi tratando de ponerse unos por encima de los otros en su prisa por alcanzar a tener vista de la playa. Allí nuestro niño se arrodilló inmóvil para ser fotografiado en la calina temblorosa del sol contra el centelleo del mar, que es una mancha lechosa en las fotografías que hemos preservado pero era, en la vida, azul plateado, con grandes manchas de azul-morado más alejadas, causadas por las corrientes cálidas en colaboración con y corroboración de (¿oyes las piedras arrastradas por las olas que se retiran?) viejos poetas elocuentes y sus sonrientes símiles.

Y entre los vidrios desgastados por el mar como suaves caramelos redondeados – limón, cereza, menta – y las piedras anilladas, y las pequeñas conchas con forma de flautas e interiores lustrados, a veces pequeñas trozos de cerámica, aún bellos en color y brillo, aparecían. Nos lo traían a ti o a mí para inspección, y si tenían líneas chebronadas de color añil, o bandas con ornamentos de hojas, o algún otro tipo de alegre emblema, y eran juzgados preciosos, caían con un «clic» en el cubo de juguete, y, si no, un «plop» y un destello marcaban su vuelta al mar. No dudo que entre aquellos pedacitos de mayólica ligeramente convexos encontrados por nuestro hijo había algunos cuyo borde de volutas encajaba exactamente, y continuaba, el patrón de un fragmento encontrado por mí en 1903 en aquella misma costa, y que los dos se correspondían con un tercero que mi madre encontró en aquella playa de Menton en 1882, y con un cuarto encontrado por su madre cien años atrás – y siguiendo así, hasta que esta colección de piezas, si todas hubieran sido preservadas, pudieran haberse juntado para recomponer el cuenco completo, absolutamente completo, roto por algún niño italiano, Dios sabe dónde y cuándo, y restaurado ahora con estas grapas de bronce.

En el otoño de 1939, volvimos a París, en torno al 20 de mayo del año siguiente estábamos de nuevo cerca del mar, esta vez en la costa occidental de Francia, en St. Nazaire. Allí un último pequeño jardín nos rodeaba, mientras que tú y yo, y nuestro hijo, ya con seis años, entre nosotros, lo atravesábamos de camino a los muelles, donde, detrás de los edificios que teníamos enfrente, nos esperaba el transatlántico Champlain para llevarnos a Nueva York. Aquel jardín era lo que los franceses llaman, fonéticamene, skuarr, y los rusos skver, quizás porque es el tipo de cosa que se encuentra habitualmente en o cerca de las plazas públicas [square] en Inglaterra. Dispuesto en los últimos límites entre el pasado y al filo del presente, permanece en mi memoria solo como un diseño geométrico que sin duda podría rellenar con facilidad con los colores de flores plausibles, si fuera lo suficientemente descuidado de romper el susurro de la pura memoria que (excepto, quizás, por el tínitus ocasional debido a la presión de mi propia sangre cansada) he dejado sin perturbar, escuchándola humildemente, desde el principio […]

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Sigue la transcripción del original en inglés para lxs que gusten.

Fifteen

[P. 295-6] They are passing, posthaste, posthaste, the gliding years– to use the soul-rending Horatian inflection. The years are passing my dear, and presently nobody will know what you and I know. Our child is growing; the roses of Paestum, of misty Paestum, are gone; mechanically minded idiots are tinkering and tampering with forces of nature that mild mathematicians, to their own secret surprise, appear to have foreshadowed; so perhaps it is time we examined ancient snapshots, cave drawings of trains and planes, strata of toys in the lumbered closet.

We shall go still further back, to a morning in May 1934, and plot with respect to this fixed point the graph of a section of Berlin. There I was, walking home at 5 A.M., from the maternity hospital near Bayerischer Platz, to which I had taken you a couple of hours earlier. Spring flowers adorned the portraits of Hindenburg and Hitler in the window of a shop that sold frames and colored photographs. Leftist groups of sparrows were holding loud morning sessions in lilacs and limes. A limpid dawn had completely unsheathed one side of the empty street. On the other side, the houses still looked blue with cold, and various long shadows were gradually being telescoped, in the matter-of-fact manner young day has when taking over from night in a well-groomed, well-watered city, where the tang of tarred pavements underlies the sappy smells of shade trees; but to me the optical part of the business seemed quite new, like some unusual way of laying the table, because I had never seen that particular street at day-break before, although, on the other hand, I had often passed there, childless, on sunny evenings.

In the purity and vacuity of the less familiar hour, the shadows were on the wrong side of the street, investing it with some sense of not inelegant inversion, as when one sees reflected in the mirror of the barbershop the window toward which the melancholy barber, while stropping his razor, turns his gaze (as they all do as such times), and, framed in that reflected window, a stretch of the sidewalk shunting a procession of unconcerned pedestrians in the wrong direction, into an abstract world that all at once stops being droll and loosens a torrent of terror.

[298] Throughout the years of our boy’s infancy, in Hitler’s Germany and Maginot’s France, we were more or less hard up, but wonderful friends saw to his having the best things available. Although powerless to do much, you and I jointly ketp a jealous eye on any possible rift between his childhood and our own incunabula in the opulent past, and this is where those friendly fates came in, doctoring the rift every time it threatened to open. […]

[302-3] Never in my life have i sat on so many benches and park chairs, stone slabs and stone steps, terrace parapets and brims of fountain basins as i did in those days. The popular pine barrens around the lake in Berlin’s Grunewald we visited but seldom. […]

[304] I would like to remember every small park we visited; I would like to have the ability Professor Jack, of Harvard and the Arnold Arboretum, told his students he had of identifying twigs with his eyes shut, merely from the sound of their swish through the air (“Hornbeam, honeysuckle, Lombardy poplar. Ah–a folded Transcript”). Quite often, of course, I can determine the geographic position of this or that park by some particular trait or combination of traits: dwarf-box edgings along narrow gravel walks, all of which meet like people in plays; a low bench against a cuboid hedge of yew; a square bed of roses framed in a border of heliotrope – these features are obviously associated with small park areas at street intersections in suburban Berlin. Just as clearly, a chair of thin iron, with its spidery shadow lying beneath it a little to one side of center, or pleasantly supercilious, although plainly psychopathic, rotary sprinklers, with a private rainbow hanging in its spray above gemmed grass, spells a Parisian park; but, as you will understand, the eye of memory is so firmly upon a small figure squatting in the ground (loading a toy truck with pebbles [305] or contemplating the bright, wet rubber of a gardener’s hose to which some of the gravel over which the hose has just slithered adheres) that the various loci–Berlin, Prague, Franzensbad, Paris, the Riviera, Paris again, Cap d’Antibes and so forth–lose all sovereignty, pool their interlocked paths, and unite in a federation of light and shade through which bare-kneed, graceful children drift on whirring roller skates.

[306] As time went on and the shadow of fool-made history vitiated even the exactitude of sundials, we moved more restlessly over Europe, and it seemed as if not we but those gardens and parks traveled along. Le Nôtre’s radiating avenues and complicated parterres were left behind, like side tracked trains. In Prague, to which we journeyed to show our child to my mother in the spring of 1937, there was Stromovka Park, with its atmosphere of free undulating remoteness beyond man-trained arbors. You will also recall those rock gardens of Alpine plants – sedums and saxifrages – that escorted us, so to speak, into the Savoy Alps, joining us on a vacation (paid for by something my translators had sold), and then followed us back into the towns of the plains. Cuffed hands of wood nailed to boles in the old parks of curative resorts pointed in the direction whence came a subdued thumping of bandstand music. An intelligent walk accompanied the main driveway; not everywhere paralleling it but freely recognizing its guidance, and from duck pond or lily pool gamboling back to join the procession of plane [307] trees at this or that point where the park had developed a city-father fixation and dreamed up a monument. You will also recall those rock gardens of Alpine plants – sedums and saxifrages – that escorted us, so to speak, into the Savoy Alps, joining us on a vacation (paid for by something my translators had sold), and then followed us back into the towns of the plains. Cuffed hands of wood nailed to boles in the old parks of curative resorts pointed in the direction whence came a subdued thumping of bandstand music. An intelligent walk accompanied the main driveway; not everywhere paralleling it but freely recognizing its guidance, and from duck pond or lily pool gamboling back to join the procession of plane [307] trees at this or that point where the park had developed a city-father fixation and dreamed up a monument. Roots, roots of remembered greenery, roots of memory and pungent plants, roots, in a word, are enabled to traverse long distances by surmounting some obstacles, penetrating others and insinuating themselves into narrow cracks. So those gardens and parks traversed Central Europe with us. Gravel walks gathered and stopped at a rond-point to watch you or me bend and wince as we looked for a ball under a privet hedge where, on the dark, damp earth, nothing but a perforated mauve trolley ticket or a bit of soiled gauze and cotton wool could be detected. A circular seat would go around a thick oak trunk to see who was sitting on the other side and find there a dejected old man reading a foreign-language newspaper and picking his nose. Glossy-leaved evergreens enclosing a lawn where our child discovered his first live frog broke into a trimmed maze of topiary work, and you said you thought it was going to rain. At some further stage, under less leaden skies, there was a great show of rose dells and pleached alleys, and trellises swinging their creepers, ready to turn into vines of columned pergolas, or, if not, to disclose the quaint of quaintest public toilets, a miserable chalet-like affair of doubtful cleanliness, with a woman attendant in black, black-knitting on its porch.

Down a slope, a flagged path stepped cautiously, putting the first foot first every time, through an iris garden; under beeches; and then was transformed into a fast-moving earthy trail patterned with rough imprints of horse hooves. The gardens and parks seemed to move ever faster as our child’s legs grew longer, and when he was about four, the tress and flowering shrubs turned resolutely towards the sea. Like a bored stationmaster seen standing alone on the speed-clipped platform of some small station at which one’s train does not [308] stop, this or that gray park watchman receded as the park streamed on and on, carrying us south toward the orange tress and the arbutus and the chick-fluff of mimosas and the pâté tendre of an impeccable sky.

Graded gardens on hillsides, a succession of terraces whose every stone step ejected a gaudy grasshopper, dropped from ledge to ledge seaward, with the olives and the oleanders fairly toppling over each other in their haste to obtain a view of the beach. Their our child kneeled motionless to be photographed in a quivering haze of sun against the scintillation of the sea, which is a milky blur in the snapshots we have preserved but was, in life, silvery blue, with great patches of purple-blue farther out, caused by warm currents in collaboration with and corroboration of (hear the pebbles rolled by the withdrawing wave?) eloquent old poets and their smiling similes. And among the candy-like blobs of sea-licked glass – lemon, cherry, peppermint – and the banded pebbles, and little fluted shells with lustered insides, sometimes small bits of pottery, still beautiful in glaze and color, turned up. They were brought to you or me for inspection, and if they had indigo chevrons, or bands of leaf ornament, or any kind of gay emblemata, and were judged precious, down they went with a click into the toy pail, and, if not, a plop and a flash marked their return to the sea. I don not doubt that among those slightly convex chips of majolica ware found by our child there was one whose border of scroll-work fitted exactly, and continued, the pattern of a fragment I had found in 1903 on the same shore, and that the two tallied with a third my mother found on that Menton[e] beach in 1882, and with a fourth peace of the same pottery that had been found by her mother a hundred years ago – and so on, until this assortment of parts, if all had been preserved, might have been put together to make the complete, [309] the absolutely complete, bowl, broken by some Italian child, God knows where and when, and now mended be these rivets of bronze.

In the fall of 1939, we returned to Paris, and around May 20 of the following year we were again near the sea, this time on the western coast of France, at St. Nazaire. There one last little garden surrounded us, as you and I, and our child, by now six, between us, walked through in our way to the docks, where, behind the buildings facing us, the liner Champlain was waiting to take us to New York. That garden was what the French call, phonetically, skwarr, and the Russians skver, perhaps because it is the kind of thing usually found in or near public squares in England. Laid out on the last limits of the past and on the verge of the present, it remains in my memory merely as a geometrical design which no doubt I could easily fill with the colors of plausible flowers, if I were careless enough to break the hush of pure memory that (except, perhaps, for some chance tinnitus due to pressure of my own tired blood) I have left undisturbed, and humbly listened to, from the beginning. […]

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Kundera: ser «moderno» hoy es estar con el statu quo

Milan Kundera, 2009 [edición original en francés de 2005] traducción de Beatriz de Moura, El telón. Ensayo en siete partes, Tusquets Editores, Barcelona; pp. 71-73

Selección y comentario de José Pérez de Lama

El Telón. Ensayo en siete partes es un libro de Milan Kundera en que cuenta sus ideas sobre la novela, y también un poco sobre literatura más en general, la cultura europea y más cosas. Estoy encantado con este libro. Lo he leído ya tres o cuatro veces.  Podría destacar muchas cosas. Una por ejemplo, es la idea que atribuye a Flaubert, de que el objeto de su obra, de sus novelas, era tratar de «llegar al alma de las cosas» (pp. 77-78) — aunque los caminos para llegar ahí sean bastante insospechados, añado yo.

El libro lo adquirí gracias a la recomendación de Nguyen Baraldi, me gusta mucho lo que escribe, lo sigo por Tuiter 🙂

Reproduzco aquí una sección que me parece hoy de gran actualidad, aunque en un contexto diferente. Lo que se plantea desde el título es más bien una pregunta y una problemática más que una afirmación incondicional, al menos por mi parte. Comentaré algo más al final.

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La modernidad antimoderna

«Hay que ser absolutamente moderno», escribió Arthur Rimbaud. Unos sesenta años más tarde Gombrowicz [1] no estaba tan seguro de eso fuera necesario. En Ferdydurke (publicado en Polonia en 1938), la familia Lejeune está dominada por la hija, una «colegiala moderna». A la chica le encanta llamar por teléfono; desprecia a los autores clásicos; cuando un señor llega de visita, «se limita a mirarlo y, mientras se mete entre los dientes un destornillador que sostiene en la mano derecha, le alarga la mano izquierda con total desenvoltura».

También su madre es moderna; es miembro del «comité para la protección de los recién nacidos»; milita contra la pena de muerte y a favor de la libertad de costumbres; «ostensiblemente, con aire desenvuelto, se dirige hacia el retrete», del que sale «más altiva de lo que ha entrado»; la modernidad se vuelve para ella indispensable como único «sustituto de la juventud».

¿Y su padre? Él también es moderno; no piensa nada, pero hace todo lo posible para gustar a su hija y su mujer.

Gombrowicz captó en Ferdydurke el giro fundamental que se produjo durante el siglo XX: hasta entonces, la humanidad se dividía en dos, los que defendían el statu quo y los que querían cambiarlo; ahora bien, la aceleración de la Historia tuvo consecuencias: mientras que, antaño, el hombre vivía en el mismo escenario de una sociedad que se transformaba lentamente, llegó el momento en que, de repente, empezó a sentir que la Historia se movía bajo sus pies, como una cinta transportadora: ¡el statu quo se ponía en movimiento! ¡De golpe, estar de acuerdo con el statu quo fue lo mismo que estar de acuerdo con la Historia que se mueve! ¡Al fin se pudo ser a la vez progresista y conformista, biempensante y rebelde!

Acusado de reaccionario por Sartre y los suyos, Camus dio la célebre réplica a los que «han colocado su sillón en el sentido de la Historia»; Camus vio acertadamente, sólo que no sabía que ese hermoso sillón tenía ruedas, y que desde hacía ya algún tiempo todo el mundo lo empujaba hacia delante, los colegiales modernos, sus madres, sus padres, así como miembros del comité para la protección de los recién nacidos y, por supuesto, todos los políticos que, mientras empujaban el sillón, volvían sus rostros sonrientes al público que corría tras ellos, y que también reía, a sabiendas de que sólo el que se alegra de ser moderno es auténticamente moderno.

Fue entonces cuando una parte de los herederos de Rimbaud comprendieron algo inaudito: hoy, la única modernidad digna de ese nombre es la modernidad antimoderna.
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Comentario

[1] Esta historia de finales de los años 30 en la que se cuenta que «ser moderno», estar a favor del cambio, de las innovaciones tecnológicas y sociales, se había convertido en «lo correcto», «lo políticamente correcto» diríamos quizás hoy, me ha recordado a nuestra relación actual con la digitalización. Y seguramente hace un par de décadas con la globalización.

Lo de la digitalización: con todo el mundo encantado haciéndose usuarios entusiastas de Guguel y MacOS, los gobiernos poniendo sus/nuestros datos en los servidores de Amazon haciendo como si eso fuera un gesto futurista, los usuarios de a pie renunciando felices a su privacidad e intimidad con sus Alexas, usando como gesto de distinción las plataformas digitales desde Uber a Amazon, las autoridades universitarias usando otro tipo de plataformas comerciales para alojar las redes y conocimientos de sus comunidades… Parafraseando a Gombrowicz, «¿Y el padre — pongan aquí a otras autoridades — qué dice? Él también es moderno; no piensa nada, pero hace todo lo posible para gustar a su hija y su mujer».

Este asunto me hace pensar en la defensa del patrimonio y la ecología. Desde al menos los 60, estas habrían sido dos instancias de resistencia a lo moderno, lo que se autodenomina «avanzado», al crecimiento, a la destrucción del mundo tal como lo conocíamos — hoy quizás a la innovación sin más criterio que su supuesto interés mercantil y la seducción de lo — ya cada vez menos — nuevo.

[2] Sobre esta necesidad de discernir entre las innovaciones y lo que es «bueno», o por lo menos conveniente, y lo que no lo sea tanto, me acuerdo de una afirmación que suele repetir Alba Rico — no es que sea un fan boy, pero lo veo sugerente cuando dice ser «revolucionario en lo económico, reformista en lo político y conservador en lo antropológico». La cosa sería que los paquetes de «a favor« o «en contra» ya no son perfectamente compactos e indivisibles. Tal vez deberíamos estar a favor de la autonomía o el aumento de la capacidad de hacer que nos permite, por ejemplo, el ordenador personal, pero no la dependencia de los gestores de la nube a la que nos fuerza un sistema operativo como el Android de nuestros móviles. O se puede estar a favor de la existencia del dinero y el crédito, por decir algo, pero no a favor del sistema financiero como un todo compacto y necesario. Hay que tratar de pensar, entender las grandes máquinas por las que tendemos a ser fagocitados, hay que tratar de hilar más fino. Pero para eso hace falta tiempo, para empezar. También que existan alternativas, y que los sistemas se puedan entender, lo que no interesa a sus gestores y beneficiarios … no creernos sin más la «propaganda» más o menos disfrazada de nuevas verdades o de conocimiento experto… Uno tiende a pensar que hay poco que hacer … pero por lo menos «rajaremos» un poco…

[3] A Kundera le encanta Gombrowicz. Pero también cita el Bouvard y Pécuchet de Flaubert, — (1881), en los mismos años de Rimbaud, que parece que iba en eso por detrás de Flaubert –, cuyo tema, seguramente interpretado de manera mucho más ácida, no es muy diferente: la asunción bobalicona y acrítica del progreso y su mitología, en su caso, 50 o 60 años antes que Gombrowicz — la cosa viene de lejos. Cito de memoria, creo que a Kundera, que cuenta también que uno de los grandes descubrimientos de Flaubert fue que el Progreso, el avance de las ciencias y técnicas, etc., no eliminaba la sottise, la necedad, sino que ambos, progreso y sottise, crecían en paralelo… Lo decía Flaubert, me limito a plantearlo como pregunta… Hm.

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Notas

[1] Witold Gombrowicz (1904-1969), polaco que se exilió a Argentina, es uno de los novelistas preferidos de Kundera. Ferdydurke es una de sus más importantes novelas. La problemática de la novela y la cultura de los países pequeños, de una cierta subalternidad frente a las grandes culturas europeas, es uno de los temas que trata Kundera en el libro, a mi juicio con gran interés. No he leído a Gombrowicz aún, pero me resulta curioso que uno de mis mejores amigos de joven quería ser director de cine para filmar historias como las de Gombrowicz… Luego se hizo notario y ya no volvimos a hablar de aquello. Igual aún tengo algún libro de relatos de Gombrowicz que me pasó aquel amigo hace ya 30 o 40 años, y que — oh my dog! — me limité a hojear.

Emily Dickinson: «Tan imperceptiblemente como el duelo» — traducción

Imagen: Daguerrotipo de Emily Dickinson, hacia 1846-47. La única foto que parece que nos queda de ella. Fuente: Wikipedia / Amherst College Archives & Special Collections.

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As Imperceptibly as Grief / Tan imperceptible como el duelo

Emily Dickinson

Notas y traducción de José Pérez de Lama

Este poema de Emily Dickinson (Norteamérica, 1830-1886), sobre el verano que pasa, pero también la vida — y quizás, se me ocurría traduciéndolo, sobre la amistad o el amor o las personas que pasan por nuestras vidas.

Va primero el original y luego una prueba de traducción, en proceso — más del sentido de lo que creo que dicen las palabras que con vocación de buscar una forma poética. No encontré de momento ninguna otra traducción al español en Internet. Sigue el poema, primero en inglés, y luego en español.

As Imperceptibly as grief
The summer lapsed away,—
Too imperceptible, at last,
To seem like perfidy.

A quietness distilled,
As twilight long begun,
Or Nature, spending with herself
Sequestered afternoon.

The dusk drew earlier in,
The morning foreign shone,—
A courteous, yet harrowing grace
As guest who would be gone.

And thus, without a wing,
Or service of a keel,
Our summer made her light escape
Into the beautiful.

Y ahora mi versión en español:

Tan imperceptiblemente como el duelo
El verano se iba yendo,—
Demasiado imperceptible, al fin,
Para parecer perfidia.

Una quietud destilada,
Como de anochecer avanzado,
O la Naturaleza, que se fuera deshaciendo
En la tarde secuestrada.

La oscuridad llegó temprano,
la mañana extraña brilló,—
Una cortés, pero dolorosa gracia
como de invitado que se fue.

Y así, sin ala alguna,
O ayuda de quilla,
Nuestro verano hizo su suave huida
hacia lo bello.

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Un par de comentarios sobre la traducción:

Con el Or Nature, spending with herself / Sequestered afternoon aventuré un poco con el deshaciéndose a sí misma — pensé también la posibilidad de consumiéndose, como el fuego o como una persona que se consume… pero la connotación económica-mercantil no me gustó.

En A courteous, yet harrowing grace / As guest who would be gone, el harrowing, el Merriam Webster dice: «acutely distressful or painful», esto es, «agudamente inquietante o doloroso», opté por el «doloroso». También podría ser «desasosegante», rimando con Pessoa, o «angustioso»…

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Nota final del autor de la entrada / traductor: Según informa la plataforma ésta es la entrada número 250 en este blog, ArquitecturaContable, que empezamos en 2014. Un modesto motivo de celebración para lxs editorxs. Nos tomaremos próximamente alguna copilla a la salud de todxs, en especial de lxs lectorxs.

También hoy, hace ocho meses que se murió mi padre. Y aunque él no fuera demasiado aficionado a la poesía, sirva este poema sobre el paso de los veranos y de la vida como testimonio de mi recuerdo.

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Referencias

Emily Dickinson en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Emily_Dickinson

Litcharts, una explicación en inglés del poema: https://www.litcharts.com/poetry/emily-dickinson/as-imperceptibly-as-grief