Archivo de la categoría: Arquitectura

«Apuntes sobre arquitectura bioclimática», entrevista para el Topo Tabernario

Entrevista realizada por Jose Sánchez-Laulhé  a José Pérez de Lama, «osfa» para la revista sevillana El Topo Tabernario, sobre el origen, evolución y actualidad de la arquitectura bioclimática en la emergencia climática — en homenaje a uno de sus promotores, el recientemente fallecido Jaime López de Asiain.

______

¿Cómo definirías la «arquitectura bioclimática»?

AB es una denominación que surge a finales de la década de 1970 para describir una práctica arquitectónica preocupada por el ahorro energético, las relaciones más amplias entre medio construido y medio ambiente más en general y el desarrollo de unos modelos de vida más ecológicos, en mayor armonía con la naturaleza, o quizás los flujos naturales de materia y energía. El aspecto más destacado en los inicios era la intención de usar lo que se llamaba «sistemas pasivos» que consistían en tratar de lograr el acondicionamiento ambiental – temperaturas en verano e invierno, iluminación… – mediante el propio diseño arquitectónico y la selección de materiales y sistemas constructivos. Se trataba de recuperar en estos aspectos las prácticas de la arquitectura tradicional o «vernácula», actualizada con los nuevos materiales y recursos tecnocientíficos cuando fuera necesario.

¿Cómo se ha transformado el concepto de AB en estos cuarenta años?

En las publicaciones fundacionales del Seminario de Arquitectura Bioclimática (grupo de investigación de Jaime López de Asiain el promotor de todo esto en Sevilla y recientemente fallecido) el énfasis se situaba en dos cuestiones, el tema energético y el desarrollo de una arquitectura — y luego una ciudad — más ecológica, en mayor armonía con la naturaleza y la cultura local. El «bio» de bioclimática pretendía hacer referencia a eso, a otra forma de vida, podría haberse llamado climática solo y plantear soluciones ultratecnológicas, pero no era el caso. Desde la perspectiva actual me parece que el verbo «bioclimatizar» funciona mejor que el sustantivo: climatizar aprovechando, modulando, los flujos naturales, pero también en el contexto de las culturas locales.

Hoy en día con el cambio climático la cuestión se ha hecho mucho más urgente, y poco a poco se está generando una preocupación más general sobre el asunto, entre la gente y entre las autoridades. Ya no es un problema de ahorro o de recursos escasos en un futuro no demasiado preciso. Por otra parte, la crisis ambiental se ha revelado en estas décadas como mucho más multifacética: no sólo es el cambio climático, sino que hay otros ocho o diez procesos que están llevando la biosfera a posibles cambios cualitativos. Y, por no extenderme demasiado, creo también que en estas décadas se ha ido poniendo cada vez más de manifiesto las estrechas relaciones entre crisis ambiental y capitalismo y crecimiento.

¿Cómo fue recibido el tema del «bioclimatismo» en la Expo 92? Desde la perspectiva del olvido actual — hasta muy recientemente — parece que hubiera sido un tema menor.

En su día creo que fue objeto de bastante interés, tanto por parte de los gestores de la Expo, como del público y los medios de comunicación, como de los especialistas. Yo creo que frente a las críticas muy evidentes que se podían hacer a la exposición universal, aquello fue una gran contribución tanto a la escena científica como a la urbanística y ciudadana. Quizás el sector que lo recibió como más suspicacia fue el de los propios arquitectos consolidados, que lo veían, como era en parte, una crítica a su forma de hacer arquitectura.

Ocurrió que luego la cosa se difuminó bastante. Situándonos en Sevilla, incluso quizás Andalucía, — y me cuesta expresarlo — me parece que hemos carecido de liderazgo y audacia política y estratégica: tanto la Junta como el Ayuntamiento como la Universidad, las instancias que uno puede observar, se limitan a implementar normas, recomendaciones y políticas que vienen de fuera. Siempre detrás. El horror o la incapacidad de tomar la iniciativa y a la experimentación. ¡Una pena!

Ahora bien, resulta interesantísimo cómo está resurgiendo el interés en estas cuestiones con la creciente preocupación por el cambio climático. Me encanta la idea de que la presión de una asociación de madres y padres de estudiantes, «Escuela de calor», haya logrado estos últimos años la aprobación en el Parlamento Andaluz de una Ley de Bioclimatización, para el acondicionamiento térmico natural de colegios e institutos. Aunque me cuentan los responsables que la Junta no la está implementando debidamente…

¿Qué pasa con la emergencia climática y qué podemos esperar de las formas de abordarlas?

Uno tiende a creer en que efectivamente está sucediendo, principalmente como resultado de la acción humana, y que efectivamente se trata de una emergencia. La instancia que parece liderar todo esto, el IPCC ,es una institución que recopila y evalúa el trabajo de cientos o quizás miles de científicos y sus conclusiones actualmente son para preocupar, y que todxs más o menos conocemos… Es una situación rara, no cabe duda, ya que la mayoría de la población no podemos comprender los modelos computacionales en que se basa el diagnóstico. Pero tenemos que confiar en la comunidad científica.

En estos momentos se puede esperar cualquier cosa. Durante un tiempo me obsesionaba la idea de que técnicamente, incluso financieramente, parece ser viable, y desde luego deseable para la mayoría, hacer la transición energética, incluso civilizatoria. Pero los únicos que se toman el asunto como algo grave y urgente, jóvenes y una minoría de científicos, por ejemplo en torno a Extinction Rebellion son considerados como radicales. Por ello, el escenario más probable que imagino es uno en el que una minoría convertirá todo esto en un negocio, como están haciendo las energéticas, y se atrincherarán en sus guetos privilegiados y bien acondicionados, dejando que la mayoría de la población sufra los peores efectos del cambio.

Entre las propuestas recientes me atrae la que Donna Haraway viene haciendo con el término, un poco en broma, del Chthuluceno, donde se relacionan prácticas de hacer mundo – worlding dice la autora – y se componen de formas nuevas humanos, no humanos, máquinas, recursos, lugares… en experimentos locales que valen por sí mismos además de su posible valor general… Sin desesperación, aunque tampoco sin un exceso de esperanza. Nec spe, nec metu … La vida misma…

______

Enlace al Topo 55, 11.2022: https://eltopo.org/wp-content/uploads/2022/11/eltopo55.pdf

Recientemente publicamos un artículo sobre López de Asiain y la Expo 92: José Pérez de Lama, José Sánchez-Laulhé & Rafael Herrera Limones, 2022, Recordando los trabajos para el acondicionamiento bioclimático de la Expo92 en Sevilla. Y a Jaime López de Asiain, su principal promotor, Revista Tiempo y Clima Vol. 5 Núm. 78: Octubre 2022 [Publicado: 2022-10-29] Edición digital. ISSN: 2340-6631 pp. 32-37 https://doi.org/10.30859/ameTyCn78p32

Reyner Banham, 1965, «Un hogar no es una casa»

Imagen: François Dallegret, 1965, The Environmental Bubble. Se debe mencionar que el dibujo no representa exactamente lo que Banham describe en el texto sino una interpretación libre.

______

Reyner Banham, con ilustraciones de François Dallegret. A Home is not a House, Art in America #2, 1965, pp. 109 a 118. Traducción de José Pérez de Lama, 11.2022.

Un hogar no es una casa

N. del T.: Algunos comentarios sobre la traducción. Las que había visto tenían partes confusas que he intentando hacer aquí más claras. En general se trataba de expresiones que podríamos llamar idiosincrásicas del lenguaje californiano de la década de 1960 o muy contextuales. Creo que ofrezco opciones que responden mejor al sentido general del texto. También he optado por traducir los clásicos America, American, etc. por EEUU y estadounidenses. Finalmente, he definido apartados y les he puesto títulos, espero que para hacer más fácil la lectura.

______

[Instalaciones vs arquitectura]

[P. 109] Cuando tu casa contiene tantas tuberías, chimeneas, conducciones, cables, enchufes, luces, rejillas de entrada y salida, hornos, fregaderos, trituradores de basura, frigoríficos, calentadores, sistemas de sonido, antenas – cuando tiene tantas instalaciones que los equipos podrían sostenerse por sí mismos sin ayuda de la casa, ¿para qué tener una casa para sostenerlos? Cuando el coste de todo esta parafernalia es más de la mitad del coste del conjunto (o más, como ocurre en ocasiones), ¿para que sirve la casa si no es para ocultar tus «partes pudendas mecánicas» de las miradas de la gente en la calle?

Una o dos veces, recientemente, ha habido edificios con los que el público ha estado genuinamente desconcertado tratando de discernir qué era estructura y qué instalaciones – a muchos visitantes de los laboratorios de Louis Kahn en Filadelfia les lleva un tiempo darse cuenta de que las plantas del edificio no están soportadas por los paralelepípedos de ladrillo con las instalaciones que las flanquean, y cuando se dan cuenta, se preguntan si mereció la pena el trabajo de darles una estructura resistente independiente.

No cabe duda, de que buena parte de la atención que han recibido estos laboratorios se debe al intento de Kahn de mostrar el drama de las instalaciones mecánicas – y si al final no llega a hacerlo convincentemente, la importancia psicológica del gesto sí que queda, al menos a los ojos de sus colegas arquitectos.

Las instalaciones son un tema sobre el que la práctica arquitectónica ha alternado caprichosamente entre el descaro y la timidez – hubo el gran viejo período del «dejémoslo todo visto», cuando todo techo era un lío de entrañas alegremente pintadas, como en la sala de consejo del edificio de NU, y también ha habido ataques de pudor durante los cuales el más inocente detalle anatómico se ha tapado rápidamente con un techo suspendido.

Básicamente hay dos razones para este ir de un extremo al opuesto. El primero es que las instalaciones son demasiado nuevas como para haber sido incorporadas a la proverbial sabiduría de la Arquitectura: ninguno de los grandes eslóganes – La forma sigue a la función, Accusez la structure (Hacer visible la estructura), Firmeza, comodidad y belleza, Verdad de los materiales, Menos es más – es de demasiada utilidad para tratar con la invasión de las instalaciones. Lo más próximo, en un sentido significativamente negativo, es el «Para Ledoux era fácil, sin tubos», de Le Corbusier, que parece estar convirtiéndose en la expresión de una profunda nostalgia de la edad de oro anterior a la era de las instalaciones.

La segunda razón es que la invasión de las instalaciones es un hecho, y los arquitectos – especialmente los arquitectos estadounidenses – lo sienten como una amenaza cultural a su posición en el mundo. Y tienen razón para sentirlo así, porque su especialidad profesional, el arte de crear espacios monumentales, nunca ha estado sólidamente establecida en este continente. Sigue siendo un trasplante de una cultura más antigua, a la que los arquitectos estadounidenses están constantemente tratando de volver. La generación de Stanford White y Louis Sullivan era propensa a comportarse como si hubieran sido emigrés franceses, Frank Lloyd Wright se refugiaba en germanismos como Lieber Meister, los grandes muchachos de los 30 y 40 habían nacido en Berlín y Aquisgrán y los que vienen marcando las tendencias en los 50 y 60 son personas de cultura internacional como Charles Eames o Philip Johnson, como lo son también, de muchas maneras, los personajes más actuales, como es el caso de Myron Goldsmith.

[Un caparazón ligero y un espacio único]

A sus anchas, los estadounidenses no monumentalizan ni hacen Arquitectura. De los cottages de Cape Cod, al baloon frame, pasando por la perfección de los paneles de aluminio acabados en textura de madera, han tendido a construir una chimenea de ladrillo sobre la que se apoya a una colección de cobertizos. Cuando Groff Conklyn escribió (en La casa adaptada al clima) que «una casa es fundamentalmente un caparazón vacío … un caparazón es todo lo que una casa o una estructura en la que viven los humanos realmente es. Y la mayoría de los caparazones en la naturaleza son barreras para el calor o el frío extraordinariamente ineficientes…», estaba expresando una visión extremadamente estadounidense, respaldada por una larga tradición popular.

Y como la tradición está de acuerdo con Conklyn en que el caparazón vacío de los estadounidenses es una barrera tan ineficiente para el calor, los estadounidenses han estado siempre dispuestos a bombear más calor, luz y electricidad en sus alojamientos de lo que lo hacen otros pueblos. El espacio monumental estadounidense, supongo, es el gran espacio abierto – el porche, la terraza, las llanuras del ferrocarril de Whitman, la carretera infinita de Kerouac, y ahora, el espacio exterior allá arriba [the Great Up There].

Incluso dentro de la casa los estadounidenses pronto aprendieron a prescindir de [p.110] las particiones [paredes] que los europeos necesitan para que sus espacios sean arquitectónicos y estén bajo control, y mucho antes de que Wright empezara a eliminar las paredes que subdividían la arquitectura decorosa en cuarto estar, cuarto de juego, card room, gun room, etc. los estadounidenses más humildes ya habían tendido a un modo de vida adaptado a interiores informales que eran efectivamente grandes espacios únicos.

Y ocurre que los grandes espacios envueltos en finos caparazones tienen que ser iluminados y calentados de una manera bastante diferente, y más generosa, que los interiores compuestos de cubículos de la tradición europea en torno a la que la cristalizó inicialmente el concepto de arquitectura doméstica. Desde el principio, desde la estufa Franklyn y la lámpara de queroseno, el interior estadounidense tuvo que tener mejores instalaciones para poder ser soporte de una cultura civilizada, y ésta es una de las razones por las que los Estados Unidos han sido la vanguardia de las instalaciones mecánicas en los edificios – de forma que si hay algún sitio en que las instalaciones se deban percibir como una amenaza, tiene que ser allí.

[EEUU y los olores]

«El fontanero es el intendente de la cultura de los Estados Unidos», escribió Adolf Loos, padre de todos los tópicos sobre la superioridad de la fontanería norteamericana. Loos sabía de lo que estaba hablando; su breve visita a los EEUU en los noventa [década de 1890] lo convenció de que las virtudes más destacadas del American way of life eran la informalidad (no era necesario llevar sombrero de copa para visitar a los funcionarios locales) y la limpieza – algo que necesariamente tenía que ser constatado por un vienés con una importante colección de compulsiones freudianas como era Loos. Esta obsesión con lo limpio (que puede ser uno de las mayores absurdos de la cultura norteamericana del olor a desinfectante y los Kleenex) fue otro motivo psicológico que llevó los condujo a las instalaciones mecánicas. Las primeras justificaciones del aire acondicionado no eran solo que la gente tenía que respirar: Konrad Meier (Reflexiones sobre calefacción y ventilación, 1904) escribió con meticulosidad sobre «[…] el exceso de vapor de agua, olores insanos de los órganos respiratorios, dientes sucios, sudor, ropa descuidada, presencia de microbios debida a circunstancias varias, aire pesado de alfombras y cortinajes polvorientos … que causan grandes molestias y problemas de salud».

(Dense un lavado antes de volver al siguiente párrafo.)

La mayoría de los pioneros del aire acondicionado parecería que hubieran estado obsesionados con el olfato: los mejores amigos de los EEUU que se sentían en la obligación de hablarle de su mal olor corporal (nacional), y a continuación, – vendedores compulsivos –, recomendarle su propia panacea patentada para ventilar el mal olor. De alguna manera, entre este conjunto de conceptos – limpieza, caparazón ligero, instalaciones mecánicas, informalidad e indiferencia por los valores arquitectónicos monumentales y pasión por el aire libre – siempre me pareció que acechaba algún concepto elusivo que nunca acababa de enfocar.

[La máquina en el jardín]

Finalmente me resultó claro y legible en junio de 1964, en las circunstancias más apropiadas y sintomáticas. Estaba metido en el agua hasta la altura del pelo del pecho haciendo películas caseras (gozo de este «subidón estilo NASA» llevando equipos caros a ambientes hostiles) en la playa del campus de [la universidad de] Southern Illinois. Esta playa combina el aire libre y la limpieza en un modo altamente estadounidense – como escena es el tradicional lugar de baño tipo Huckleberry Finn, pero adecuadamente vigilado (por estudiantes trabajando como salvavidas sentados en sillas Eames sostenidas sobre pilares sobre el agua) y además ¡está tratada con cloro! Desde donde estaba no sólo veía enormes barbacoas y picnics familiares sobre la arena esterilizada; también, a través y por encima de los árboles, divisaba la superficie textil de una cúpula experimental de Buckminster Fuller. Y me di cuenta entonces de que si la sucia Naturaleza pudiera mantenerse bajo un grado de control adecuado (manteniendo el sexo pero dejando fuera los estreptococos), por el medio que fuera, los Estados Unidos estarían contentos de poder prescindir completamente de la arquitectura y los edificios.

A Bucky Fuller por supuesto le gusta mucha esta propuesta: su famosa pregunta no retórica, «Señora, ¿sabe usted cuánto pesa su edificio?» articula una sospecha subversiva sobre lo monumental. Esta sospecha es compartida menos articuladamente por miles de estadounidenses que se han deshecho ya del peso muerto de la arquitectura doméstica y viven en viviendas móviles, que aunque puede que nunca lleguen efectivamente a moverse, ofrecen un mejor funcionamiento en tanto que alojamiento que las estructuras ancladas al suelo y que cuestan como mínimo tres veces más y pesan como mínimo diez veces más.

[El standard of living package]

Si alguien inventase un paquete que efectivamente [p. 112] permitiera desconectar la vivienda móvil del cableado de la red eléctrica urbana, las bombonas de gas precariamente colgadas y los inefables arreglos del saneamiento que derivan del no estar conectados a la red – veríamos entonces algunos cambios de verdad. Y puede que no sea algo tan lejano; los recortes en el gasto militar pueden hacer que las empresas aeroespaciales se dediquen a otras cosas, y que ese tipo de talento para la miniaturización aplicado a un «paquete de vida estándar» [standard-of-living package] autónomo y regenerativo, que pueda ser remolcado por una autocaravana, o enganchado de alguna manera, pudiera producirse como una unidad de alquiler para ser recogida o dejada en almacenes distribuidos por todo el país. Avis todavía podría convertirse en la primera empresa de alquiler de servicios mientras continúa en un digno segundo puesto en el alquiler de coches.

Esto podría dar lugar a una revolución doméstica que haría que la arquitectura moderna pareciese un juego de construcción de niños [Kiddibrix], porque se podría llegar a prescindir de la autocaravana misma. Un paquete de vida estándar (la frase y el concepto son de Bucky Fuller) que de verdad funcionase podría, como tantos inventos sofisticados, volver a acercar el Hombre al estado natural a pesar de su cultura compleja (algo parecido a cómo la sustitución del telégrafo Morse por el teléfono Bell restauró el poder de la voz a escala nacional).

[El modelo del fuego de campamento]

El Hombre empezó con dos formas básicas de controlar su entorno: una, evitando el asunto y escondiéndose bajo una roca, un árbol, una tienda o un techo (lo que llevó a la arquitectura tal como la conocemos) y la otro, interfiriendo efectivamente con la meteorología local, normalmente por medio de un fuego de campamento, que, en un modo más elaborado, podría llevar al tipo de situación que trato ahora de discutir. A diferencia del espacio habitable que encerraba a nuestros antepasados bajo una roca o una cubierta, el espacio en torno a un fuego tiene muchas cualidades singulares que la arquitectura no puede aspirar a igualar, sobre todo, su libertad y variabilidad.

[P. 112] La dirección y fuerza del viento determinará la forma y dimensiones de ese espacio, alargando la zona de calor tolerable en un largo óvalo, y el área de iluminación tolerable será un círculo solapado con el óvalo de calor. Habrá así una gama de alternativas ambientales equilibrando luz y calor de acuerdo con la necesidad y el interés. Si quieres hacer trabajo de detalle, como reducir una cabeza humana, te sientas en un lugar, pero si quieres dormir te acurrucas en un sitio diferente; el juego de las tabas se situará en un lugar bastante diferente del que era apropiado para el encuentro del comité de los ritos de iniciación … y todo esto sería maravilloso si los fuegos de campamento no fueran tan ineficientes, inestables, llenos de humo y todo lo demás.

Pero un paquete de vida estándar bien diseñado, impulsando el aire caliente desde el suelo (en lugar de chupando el aire frío desde abajo como un fuego de campamento), irradiando una luz suave y con Dionne Warwick sonando en un cálido [aparato de sonido] estéreo, con proteínas bien envejecidas asándose al resplandor infrarrojo en la rotisserie, y la máquina de hielo discretamente llenando de cubitos los vasos de un bar desplegable – esto mejoraría mucho más un arroyo del bosque o una roca próxima a una garganta que cualquier cosa que pudiera inventar Playboy para su penthouse. Pero ¿cómo se llevaría toda esa tecnología al fondo de la garganta? No tiene que ser muy voluminoso, las necesidades de los viajes espaciales, por ejemplo, han hecho [p. 114] cosas tremendas con la tecnología del estado sólido [electrónica], produciendo incluso minúsculos transistores refrigerantes. No absorben gran cantidad de calor, pero, ¿qué vas a hacer en este arroyo en cualquier caso; congelar un buey profundamente? Tampoco la tendrías que cargar – podría trasladarse sobre un colchón de aire (su propia salida de aire acondicionado, por ejemplo) como un hovercraft o un aspirador doméstico.

[El coche como modelo de proto-vivienda y fuente de energía]

Todo esto consumirá bastante energía, aunque sea con transistores. Pero debemos recordar que pocos estadounidenses están habitualmente alejados de una fuente de potencia de entre 100 y 400 caballos – el coche. Unas baterías mejoradas y un cable autoenrollable lograrían que el aroma de bourbon caliente flotase sobre el edén mucho antes de que lleguen la transmisión de energía vía microondas o las plantas de energía atómica miniaturizadas. El coche ya es el más poderoso elemento en el arsenal medioambiental estadounidense, y un componente esencial de un anti-edificio no-arquitectónico, con el que está familiarizada la mayor parte de la nación – el autocine [drive-in movie house]. Aunque el término casa [del nombre en inglés] sea una denominación manifiestamente equivocada – tan solo un terreno llano en el que la empresa que lo gestiona ofrece imágenes y sonido, y el resto de la situación llega sobre ruedas. Té llevas tu propio asiento, calefacción y protección como parte del coche. También llevas Coca Cola, galletas, Kleenex, Chesterfields, ropa extra, zapatos, la píldora y lo que sea que no se vende en tiendas de sonido.

[Una cubierta inflable]

El coche, en resumen, ya está haciendo bastante del trabajo del paquete de vida [standard of living package] – la pareja romántica bailando con la música de la radio en el descapotable aparcado ha creado un salón de baile en medio de la naturaleza (pista por cortesía de la Dirección de Carreteras, por supuesto) y todo es paradisíaco hasta que empieza a llover. Aún así no te mojas – es necesaria muy poca presión de aire para inflar una cúpula de plástico transparente, la salida de aire acondicionado de tu living package móvil puede hacerlo, con o sin una ligera mejora, y la cúpula misma, plegada en una mochila de paracaídas, puede ser parte del paquete. Desde dentro de tu hemisferio de 10 m de cálido espacio vital [Lebensraum] tendrías vistas espectaculares de primera fila del viento derribando árboles, la nieve en el arroyo, el fuego del bosque sobre la colina o Constance Chatterley corriendo hacia quien tú sabes bajo la tormenta.

[Una plataforma sólida sobre la que colocar el paquete de vida estándar]

Pero … seguro, esto no es una casa, ¿no es posible sacar adelante una familia en una bolsa de polietileno? Algo así nunca podrá sustituir al tradicional edificio estilo rancho en tres niveles que se alza orgulloso en un paisaje de cinco arbustos derrotados, flanqueado a un lado por otro tradicional edificio estilo rancho en tres niveles con seis arbustos y al otro por otro rancho en tres niveles con cuatro niños pequeños y yermo privado. Si los muchos estadounidenses que están criando familias en trailers me disculpan, tengo algunas sugerencias que hacer a los aún más numerosos estadounidenses que están tan inseguros que tienen que esconderse en falsos monumentos de piedra artificial y tejados prefabricados. Existen, hay que admitirlo, sólidas ventajas cotidianas derivadas de tener una buena alfombra sobre un suelo firme bajo los pies, en lugar de agujas de pino y hiedra venenosa. Los pioneros estadounidenses lo reconocieron cuando construían sus casas construyendo habitualmente sus chimeneas de ladrillo sobre soleras también de ladrillo. Una cúpula transparente podría ser anclada a una base así tan fácilmente como una estructura ligera de madera [baloon frame], y el paquete de vida estándar podría flotar sobre una especie de zona de barbacoa glorificada en medio de la solera.

[Salir y entrar de la cúpula: una cortina de aire]

Pero una bóveda inflable no es el tipo de cosa en la que los niños o alguien comiendo calabaza distraídamente pueden entrar y salir con comodidad – creedme, tratar de salir de una cúpula inflable puede ser peor que tratar de salir de una tienda de campaña empapada si empiezas con la maniobra equivocada. Pero la relación del kit de servicios con la plataforma puede ser reorganizada para superar esta dificultad, todos los cacharros del estándar de vida pueden ser reorganizados en la parte superior de la membrana que flota sobre el suelo, radiando hacia abajo calor, luz y lo que sea, dejando todo el perímetro abierto para salir como se quiera, y también para entrar, supongo. Este loco movimiento moderno de interpenetración de interior y exterior podría llegar a ser real por fin aboliendo las puertas. Técnicamente, por supuesto, sería bastante viable hacer que la membrana de energía flotase literalmente, estilo hovercraft. [Sin embargo,] cualquiera que haya tenido tenido que estar bajo las aspas de un helicóptero sabrá que es algo poco recomendable si no es para deshacerse instantáneamente de algún papel. El ruido, el consumo de energía y la incomodidad física [p. 115] serían algo tremendo. Pero si la membrana de energía pudiera sostenerse en una columna o dos, aquí y allá, o incluso en una unidad de aseo construida con ladrillo, entonces estaríamos en el camino de lo técnicamente posible antes de que la Gran Sociedad se haga mucho más vieja.

La propuesta básica es sencillamente que la membrana energética genere una cortina de aire caliente/frío/acondicionado en el perímetro de la «des-casa», por el lado del viento, permitiendo que en el resto el clima del entorno continúe en el espacio habitable, cuya relación en planta con la membrana superior no será de uno-a-uno. La membrana tendría que extenderse probablemente más allá del límite de la solera de base, en todo caso, para evitar que la lluvia llegue dentro, aunque la cortina de aire estaría activa precisamente por el lado por el que la lluvia esté cayendo, y estando acondicionada, tenderá a absorber la humedad. La distribución de la cortina de aire estaría gobernada por varios sensores electrónicos de luz y temperatura, y por esa invención radical llamada veleta. Para un tiempo verdaderamente malo se necesitarían puertas o persianas de tormenta automatizadas, pero en todos los climas salvo los más impredeciblemente inconstantes debería ser posible diseñar el equipo de acondicionamiento para tratar con las condiciones climáticas la mayor parte del tiempo, sin que el consumo de energía llegue a ser ridículamente mayor que el de una ineficiente casa de tipo monumental.

Obviamente, el consumo será significativamente mayor, pero toda esta discusión [p. 116] se desarrolla a partir de la observación de que es parte del American way of life gastar en servicios y mantenimiento en lugar de en estructura perimetral, en contraste con las culturas campesinas del Viejo Mundo. En todo caso, no sabemos dónde estaremos en la próxima década con cosas como la energía solar, y a cualquiera que le interese imaginar una visión casi posible de aire acondicionado completamente gratis, permítanme que les recomiende Shortstack (otro truco inteligente con un tubo de polietileno) en el número de diciembre de 1964 de la revista Analog.

[Contestando algunas objeciones: ruido, bichos, privacidad…]

De hecho, bastantes de las objeciones de sentido común que se pueden hacer a la «des-casa» podrían evaporarse solas: por ejemplo, el ruido puede no ser un problema porque no habrá paredes alrededor para rebotarlo de vuelta al espacio habitable, y, en todo caso, el rumor de la cortina de aire supondría un aceptable umbral de volumen que los sonidos tendrían que superar antes de hacerse perceptibles y así llegar a molestar. ¿Bichos? ¿Vida silvestre? En verano no será mucho peor que con las puertas y ventanas abiertas en una casa convencional; en invierno, las criaturas sensatas bien migran, bien hibernan, pero, en todo caso, ¿por qué no estimular los procesos normales de competición darwiniana para ordenar la situación en nuestro lugar? Todo lo que se necesita es iniciar el proceso por medio de un señuelo de carácter general; éste emitiría llamadas para el apareamiento y olores sexy, atrayendo así a todo tipo de predadores y presas mutuamente incompatibles a una lucha inenarrable. Una cámara conectada a un circuito cerrado de televisión podría retransmitir el estado del juego a una pantalla en el interior de la vivienda y ofrecer un programa de 24 horas que dejaría en nada la audiencia de Bonanza.

¿Y la privacidad? En los EEUU esto parece ser más una idea abstracta que algo que tenga que ver con cómo se vive de hecho, por lo que es difícil pensar que a alguien le preocupe seriamente. La respuesta, en las condiciones suburbanas que suponen esta argumentación, es la misma que se dio para las casas de vidrio que los arquitectos diseñaban tan activamente hace diez años: más paisajismo sofisticado. Esto, después de todo, es el país del bulldozer y los trasplantes de árboles adultos – ¿por qué vamos a dejar que el Jefe de Parques y Jardines se quede con toda la diversión?

[El sueño jeffersoniano de la buena vida]

Según se dijo, esta argumentación supone que, para bien o para mal, los EEUU quieren vivir en suburbia. No tiene nada que decir sobre la ciudad, que, como la arquitectura, en EEUU es un realidad insegura que procede de fuera. Lo que [p. 117] discutimos aquí es una extensión del sueño jeffersoniano más allá del sentimentalismo agrario del Broadacre usoniano de Frank Lloyd Wright – el sueño de la buena vida en un campo limpio, de una vida hogareña en un jardín de electrodomésticos paradisíaco. Este sueño de la «des-casa» puede sonar muy antiarquitectónico, pero lo es sólo en grado, una arquitectura despojada de sus raíces europeas, pero que trata de desarrollar unas nuevas en un suelo extraño ya ha sido experimentado una o dos veces. Wright no bromeaba cuando hablaba de la destrucción de la caja, aunque la promesa espacial de la frase es raramente hecha completamente realidad en el mundo sólido de los hechos. Arquitectos populares de las regiones centrales de los EEUU como Bruce Goff y Herb Greene han producido casas cuya supuesta forma monumental es claramente de poca relevancia para el desarrollo de la vida cotidiana en su interior y su entorno.

[El modelo de la casa de cristal de Philip Johnson]

Pero es en un edificio que a primera vista no parece otra cosa que forma monumental donde la amenaza o la promesa de la «des-casa» se ha demostrado con mayor claridad – la casa Johnson en New Canaan. Se han dicho tantas cosas engañosas (por el propio Johnson y por otros) para probar que esta casa es una obra de arquitectura en el sentido de la tradición europea que hacen que no se aprecien sus muchos e intensos rasgos estadounidenses. Y sin embargo debajo de toda la erudición sobre Ledoux, Malevich y Palladio y de lo que se ha publicado, un sugestivo prototipo permanece sin poder ser borrado – la persistencia en la mente de Johnson, admitida por él mismo, de la imagen visual de un pueblo incendiado en Nueva Inglaterra, los caparazones ligeros de las casas consumidos por el fuego dejando tan solo los suelos y las chimeneas de ladrillo. La casa de New Canaan consiste esencialmente en esos dos elementos, un suelo calefactado de ladrillo y una unidad vertical que es una chimenea/hogar por un lado y un cuarto de baño por el otro.

Alrededor de esto se ha colocado precisamente el tipo de caparazón insustancial que planteaba Conklyn, solo que aún más insustancial. La cubierta, sin duda, es sólida, pero psicológicamente la casa está dominada por la ausencia de un cierre visual alrededor. Tal como han notado muchos peregrinos al lugar, la casa no se acaba en el vidrio, y la terraza, incluso los árboles más allá, son parte visual del espacio en invierno, física y operativamente también en verano cuando las cuatro puertas están abiertas. La «casa» es poco más que un núcleo de servicios emplazado en el espacio infinito, o alternativamente, un porche exento que mira en todas direcciones hacia al espacio exterior. En verano, en efecto, los vidrios serían un sinsentido si los árboles no los protegieran del sol, y en el reciente otoño, tan caluroso, el sol llegando al interior a través de los árboles desnudos creaba un efecto invernadero tal que estar en ciertas zonas se hacía muy incómodo – se habría estado mejor en la casa sin los cerramientos de vidrio.

[P. 118] Cuando Philip Johnson dice que la casa no es un ambiente controlado, sin embargo, no son estos aspectos de los cerramientos de vidrio los que tiene en mente, sino que «cuando hace frío me tengo que acercar al fuego y cuando ya tengo demasiado calor me alejo». Lo que ocurre es que está simplemente aprovechando el fenómeno del fuego de campamento (también pretende que el suelo calefactado no hace que toda la superficie sea habitable, que sí que lo hace) y en todo caso, ¿a qué se refiere con un ambiente controlado? No es lo mismo que un ambiente uniforme, es sencillamente un ambiente adecuado a lo que vas a hacer a continuación, y ya construyas un monumento de piedra, te alejes del fuego o enciendas el aire acondicionado, se trata del mismo gesto humano básico.

[Conclusión: en contra del monumento]

Sólo que el monumento es una solución tan pesada que me asombra que los estadounidenses estén todavía dispuestos a usarla, si no es por alguna profunda sensación de inseguridad, una incapacidad persistente de deshacerse de los hábitos mentales que querían dejar atrás escapando de Europa. En la sociedad de fachadas abiertas, con su movilidad social y personal, su intercambiabilidad de componentes y personas, sus aparatos y su flexibilidad casi universal, la persistencia de la arquitectura-como-espacio-monumental podría parecer la evidencia del sentimentalismo de los duros.

N. del T.: El significado de este final se me escapa y parece algo anticlimático. Quizá tenga que ver con que Banham consideraba la sociedad californiana en particular como excesivamente romántica.

______

Referencias varias

Versión en inglés PDF con ilustraciones: https://studio4postindustrial.files.wordpress.com/2011/04/banham-home-is-not-a-house-1.pdf

Ilustraciones de François Dallegret: https://socks-studio.com/2011/10/31/francois-dallegret-and-reyner-banham-a-home-is-not-a-house-1965/

Otra versión en esp: https://pablomadridra.wordpress.com/2012/11/25/a-home-is-not-a-house-traduccion-al-castellano/

Otra versión más en esp en: Almudena Ribot, Gaizka Altuna Charterina & Diego García-Setién (editores), Prototipar. Cómo industrializar casi cualquier cosa, Colaboratorio, Madrid; p.78-88

Walter Benjamin: sobre fantasmagorías y flâneurs

Walter Benjamin, hacia la dé cada de 1930. Fuente: parisinstitute.org

Traducción y comentarios de José Pérez de Lama; recordando a mi abuela Lolita que llamaba flanear a ir a pasear viendo escaparates y haciendo algunas compras

Traducción del inglés de unos fragmentos de Paris, capital del siglo XIX (versión de 1939). En construcción.

______

De la Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Paris,_Capital_of_the_19th_Century

«En París, capital del siglo XIX Walter Benjamin trata de la co-evolución de arquitectura, planeamiento urbano, formas artísticas y subjetividades».

«Al final de los años 20, WB empezó a recopilar materiales e ideas sobre la historia de la emergencia del capitalismo urbano de la mercancía (urban commodity capitalism) en París en torno a 1850 (un estudio que se transformó posteriormente en el Proyecto de los Pasajes [Das Passagenwerk].»

«París, capital del siglo XIX está organizado en seis secciones: (1) Fourier o los pasajes; (2) Daguerre o los panoramas; (3) Grandville o las exposiciones mundiales; (4) Luis Felipe o el interior; (5) Baudelaire o las calles de París; (6) Hausmann o las barricadas. Cada título de capítulo empareja una figura importante de la historia de la ciudad con una innovación contemporánea de la arquitectura propia de París.»

En la «exposición» de 1939, las seis secciones son precedidas por unos párrafos sobre la fantasmagoría que caracterizarían la modernidad urbana. Fantasmagorías eran las proyecciones de sombras y luces que se pusieron de moda en los siglos anteriores… una especie de protocine.

______

Paso a traducir esta introducción sobre la fantasmagoría.

La historia es como Jano, tiene dos caras. Bien mire hacia el pasado, bien al presente, ve las mismas cosas. ~ Maxime du Camp, París, vol. 6, p. 315.

El objeto de este libro es una ilusión expresada por Schopenhauer con la siguiente fórmula: para capturar la esencia de la historia es suficiente comparar a Herodoto con el periódico de la mañana. Lo que se expresa aquí es un sentimiento de vértigo característico de la concepción de la historia del siglo XIX. Corresponde a un punto de vista de acuerdo con el cual el curso del mundo es una interminable serie de hechos congelados en forma de cosas [things]. El residuo [resultado] característica de esta concepción es lo que se ha llamado «Historia de la Civilización», la cual hace un inventario, punto por punto, de las formas de vida y creaciones de la humanidad. Las riquezas así amasadas en el erario de la civilización aparecen como si estuvieran identificadas para siempre. Esta concepción de la historia minimiza el hecho de que estas riquezas deben, no sólo su existencia, sino también su transmisión a un constante esfuerzo de la humanidad – un esfuerzo por el que, además, estas riquezas son extrañamente alteradas.

Nuestra investigación se propone mostrar cómo, como consecuencia de esta reificante representación de la civilización, las nuevas formas de conducta y las nuevas creaciones basadas en la economía y las tecnologías que debemos al siglo XIX entran en el universo de la fantasmagoría. Estas creaciones son objeto de esta «iluminación» no sólo de manera teórica, por transposición ideológica, sino también en la inmediatez de su presencia perceptible. Se hacen manifiestas como fantasmagorías. Así aparecen los pasajes –primer caso en el campo de la construcción en hierro; así aparecen las exposiciones mundiales, cuya conexión con la industria del entretenimiento [ocio] es significativa. También se incluye en este orden de fenómenos la experiencia del flâneur, que se abandona a sí mismo a la fantasmagoría del mercado. Correspondiéndose con estas fantasmagorías del mercado, donde la gente aparece sólo como tipos, están las fantasmagorías del interior, constituidas por la imperiosa necesidad del hombre de dejar la huella de su existencia privada e individual en los cuartos que habita. En cuanto a la fantasmagoría de la civilización misma, encontró su gran campeón en Hausmann y su manifestación expresa en la transformación de París.

Aún así, la pompa y el esplendor con que la sociedad productora de mercancías se rodea a sí misma, así como su ilusorio sentido de seguridad, no son inmunes al peligro; el colapso del Segundo Imperio y la Comuna de París se lo recuerdan. Durante el mismo período, el más temido adversario de esta sociedad, Blanqui, le reveló, en su último escrito, los terroríficos rasgos de la fantasmagoría. La humanidad aparece ahí como condenada. Todo lo nuevo que pudiera esperar resulta ser una realidad que ya ha estado siempre presente: y esta novedad tendrá tan poca capacidad de dotarla de una solución liberadora como una nueva moda es capaz de rejuvenecer la sociedad. La especulación cósmica de Blanqui transmite esta lección: que la humanidad estará presa de una angustia mítica mientras la fantasmagoría ocupe un lugar en ella.

Comentario:

Más o menos se entiende: se produce una confusión entre presente y pasado: el presente se sigue interpretando con esquemas del pasado: en esto consisten las fantasmagorías.. Los objetos del pasado no se interpretan de forma nueva – como parece plantear WB que debería ocurrir.

Las fantasmagorías, más literalmente, serían proyecciones de sombras y luces, ilusiones, que nos impiden ver las cosas «como son». Y tienen que ver, parece ser, con la historia.

La mención al mercado y la mercancía, a la «reificación» de los procesos históricos – ver los productos de la historia como «cosas» – me hace pensar en el discurso del fetichismo de la mercancía de Marx. También el final de Blanqui, con el tema de la novedad…

Aún así, no comprendo por qué da tanta importancia a este asunto… Y por qué no está expresado con mayor claridad.

Si la explicación fuera en la línea de lo que se cuenta en la de la Wikipedia se entendería mucho mejor: «Al final de los años 20, WB empezó a recopilar materiales e ideas sobre la historia de la emergencia del capitalismo urbano de la mercancía (urban commodity capitalism) en París en torno a 1850». Y «en París, capital del siglo XIX Benjamin trata de la co-evolución de arquitectura, planeamiento urbano, formas artísticas y subjetividades».

______

Sigue a continuación la traducción de los párrafos sobre  sobre el flâneur.

Baudelaire o las calles de París

I

Para mí todo se convierte en alegoría. ~ Baudelaire, Le Cygne

El genio de Baudelaire, que se alimentan de melancolía, es un genio alegórico. Con Baudelaire París se convierte por primera vez en objeto de poesía lírica. Esta poesía del lugar es lo contrario a la poesía de la tierra. La mirada que el genio alegórico vuelve sobre la ciudad revela, en su lugar, una profunda alienación. Es la mirada del flâneur, cuya forma de vida esconde tras un espejismo benéfico la ansiedad de los futuros habitantes de nuestras metrópolis. El flâneur busca refugio en la muchedumbre. La muchedumbre es el velo que transforma, para el flâneur, la ciudad familiar en fantasmagoría. La fantasmagoría en que la ciudad aparece ahora como paisaje, ahora como habitación, parece haber inspirado más tarde la decoración de los grandes almacenes, que ponían así a trabajar la flânerie para producir beneficio. En cualquier caso, los grandes almacenes son el nicho definitivo de la flânerie.

En la persona del flâneur, la intelectualidad se familiariza con el mercado. Se rinde al mercado pensando que está tan sólo mirando, aunque de hecho está ya buscando un comprador. En este estado intermedio, en el que aún tiene mecenas pero empieza a plegarse a las demandas del mercado (en la forma del folletín), constituye la bohème. La incertidumbre de su posición económica se corresponde con la ambigüedad de su función política. Esta última se manifiesta especialmente en la figura de los conspiradores profesionales, que son reclutados entre la bohème. Blanqui es el más destacado representante de este grupo. Nadie en el siglo XIX tuvo una autoridad revolucionaria comparable con la suya. La imagen de Blanqui pasa como un relámpago por las Litanías de Satán de Baudelaire. Sin embargo, la rebelión de Baudelaire es siempre la de un hombre asocial: está en un impasse. Su única comunión sexual es con una prostituta.

II

Eran los mismos, se habían levantado del mismo infierno,
aquellos gemelos centenarios. ~ Baudelaire, Les sept viellards

El flâneur juega el papel del explorador en el mercado. Como tal también es el explorador de la muchedumbre. En el interior del hombre que se abandona a ella, la muchedumbre inspira una especie de ebriedad, una que es acompañada de unas ilusiones muy específicas: el hombre se satisface a sí mismo cuando al ver a alguien que pasa arrastrado por la muchedumbre lo clasifica precisamente, viendo directamente a través de los pliegues más profundos de su alma – todo sobre la base de la apariencia externa. Las fisiologías de la época abundan en la evidencia de esta singular concepción. La obra de Balzac ofrece excelentes ejemplos. Los típicos caracteres vistos al pasar producen tal impresión en los sentidos que uno no puede sorprenderse de que la curiosidad resultante empuje a ir más allá para captar la especial singularidad de cada persona. Pero la pesadilla que corresponde a la ilusoria perspicacia del mencionado fisonomista consiste en ver rasgos distintivos – rasgos propios de la persona – que se revelan como nada más que elementos de un nuevo tipo: de manera que en el análisis final la persona de la mayor individualidad termina por ser el espécimen de un cierto tipo. Esto apunta a una fantasmagoría angustiosa [agonizante] en el corazón de la flânerie. Baudelaire la desarrolla con gran fuerza en Les sept viellards, un poema que trata de las siete apariciones de un viejo de aspecto repulsivo. El individuo, presentado como si fuera siempre el mismo en su multiplicidad, da testimonio de la angustia del habitante de la ciudad que es incapaz de romper el círculo mágico del tipo incluso cultivando las más excéntricas peculiaridades. Baudelaire describe la procesión como «infernal» en su apariencia. Pero la novedad a la búsqueda de la que estuvo toda su vida consiste nada más que en esta fantasmagoría de lo que es «siempre lo mismo». (La evidencia que uno podría citar para mostrar que este poema transcribe los sueños de un comedor de hachís de ningún modo debilitan esta interpretación.)

III

¡Profundizar en los Desconocido para encontrar lo nuevo! ~ Baudelaire, Le Voyage

La llave a la forma alegórica en Baudelaire está ligada al significado específico que la mercancía adquiere en virtud de su precio. La singular desvalorización [debasement] de las cosas a través de su significado, algo característico de la alegoría del siglo XVII, se corresponde con la desvalorización de las cosas a través de su precio como mercancía. Esta degradación de la que las cosas son objeto al poder ser tasadas como mercancías es contrarrestada en Baudelaire por el inestimable valor de la novedad. La nouveuauté representa aquel absoluto que no es accesible a interpretación ni comparación alguna. Se convierte en la última trinchera del arte. El poema final de Les fleurs du mal: Le Voyage, «Muerte, viejo almirante, leva anclas ya». El viaje final del flâneur: la muerte. Su destino: lo nuevo. La novedad es una cualidad independiente del valor de uso de la mercancía. Es la fuente de la ilusión de la que la moda es incansable proveedora. El hecho de que la última línea de resistencia del arte coincida con la línea de ataque más avanzada de la mercancía – esto habría de mantenerse velado a Baudelaire.

Spleen e idéal – en el título de este primer ciclo de poemas en Les fleurs du mal, el préstamo léxico más antiguo de la lengua francesa se unía al más reciente. Para Baudelaire no hay contradicción entre los dos conceptos. Reconoce en el spleen la última transfiguración del ideal; el ideal le parece la primera expresión del spleen. Con este título, en el que lo supremamente nuevo se presenta al lector como lo «supremamente antiguo», Baudelaire ha dado la forma más viva a su concepto de lo moderno. El eje de toda su teoría del arte es la «belleza moderna», y para él la prueba de modernidad parece ser ésta: estár marcada por la fatalidad de ser un día antigüedad, y esto lo revela a cualquiera que asista a su nacimiento. Aquí nos encontramos con la quintaesencia de lo imprevisto que para Baudelaire es una cualidad inalienable de lo bello. La misma cara de la modernidad estalla con su mirada inmemorial. Aquélla era la mirada de Medusa para los griegos.

Comentario:

En la primera sección Fourier y los pasajes también sale el flaneur, paseante que habita los pasajes. Y el falansterio de Fourier se describe como una composición de pasajes. La combinación de ambas cosas me hace recordar a los situacionistas, y la New Babylon de Constant.

______

Referencias

Walter Benjamin [traducción de Howard Eiland & Kevin McLaughlin], 1999, The Arcades Project, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge Londres

Córdoba, número y forma (un poema… quizás)

Nenúfares y calas en el estanque del patio de entrada del palacio renacentista de los Páez de Castillejo (Museo Arqueológico), Córdoba . Fotografía del autor, 2022.

______

José Pérez de Lama

Encontré en las notas del móvil esto que escribí hace unos meses y que al releerlo no me disgustó. Trata de un mediodía de paseo por Córdoba el pasado mayo. Uno no se considera poeta, desde luego, pero… creo que sí que funciona como recuerdo de aquella bonita ocasión. Siguen «los versos»:

______

Anduve por Córdoba / y quedé embelesado, / una vez más,/ con las macetas en el agua / –calas y nenúfares– / en el antiguo palacio renacentista.

Boceto del autor de uno de los capiteles del patio de la Mezquita hecho «el día de autos».

______

Para abstraerme de las multitudes / de turistas como yo, / hermanas, pero algo bárbaras / –y a veces incluso vulgares… para el gusto / de este poeta y dibujante aficionado–, / me puse a medir / con mi propio cuerpo / el patio de la Mezquita; / a contar ladrillos; pies y medios pies, tablas y testas / –lápiz y cuaderno en mano– / tratando de descifrar / las proporciones, patrones y ritmos / del paraíso.

Y durante algunas horas, / a la deriva entre el sol ya tan alto de mayo / y la sombra demasiado débil de naranjos y palmeras / y los reflejos ondulados del agua, / en medio de la muchedumbre / estuve solo / en el mundo mágico del número: / 1, 2… 3, 4, 5… 8… 12… / y la forma: / la altura de la parte baja del capitel / es –me parece– / igual al diámetro superior de la columna.

O / el fuste de la columna / termina en una curva tan delicada, / que, sin duda, / habría seducido al capitel / de haber sido una y otro / orquídea y abeja.

Y durante algunas horas / me sentí, a la vez, / en medio de la turba / y solo / en el mundo mágico del número y la forma, / de los patrones que entrelazan la naturaleza / y los sencillos materiales / de este arte modesto / a la vez que extraordinario, / entre el jardín y la arquitectura.

______

¿Cuánto CO2 emite su vivienda, Mr Foster?

Imagen: Philippe Rahm, 2010, Convective Apartments. Fuente: urbannext.net/philipperahm/

Por José Pérez de Lama _ entrada en construcción

Recordando a mi padre, que murió hace aproximadamente un año y nueve meses, que me inculcó el interés por el conocimiento de los «grandes números» de los temas que queremos estudiar. A él quizás le venía de Aguirre, uno de sus profesores preferidos en la Escuela de Caminos de los años 50 en Madrid. Mi padre no era un convencido radical del calentamiento global, pero tras múltiples conversaciones en sus últimos años sí que asumió el «principio de precaución» de Jonas: es algo posible y más vale actuar en consecuencia. También tengo que decir que hacia 1982 encargó -entonces como delegado del MOPU (Ministerio de Obras Públicas) en Sevilla- el primer proyecto de vivienda social bioclimática del que tengo conocimiento, las 128 viviendas en Osuna (Sevilla) de López de Asiain, Domínguez, Alberich y el Seminario de Arquitectura Bioclimática de la Universidad de Sevilla. Muy visionario en este aspecto, me permito afirmar.

______

«¿Cuánto pesa su edificio, Mr Foster?» es la pregunta que hizo el ingeniero y polímata Buckminster Fuller hacia finales de los 70 a un  joven Norman Foster, -hoy famosísimo arquitecto, incluso reconocido como «Sir» en el Reino Unido. Era la época del inicio del estilo «high tech» y personajes como Fuller consideraban la ligereza como una virtud principal. Pasados cerca de 50 años, vengo diciendo que la pregunta que habría que hacer hoy, en lugar de la de Fuller, es la que da título a estos párrafos, «¿Cuánto CO2 emite su edificio, Sr. Foster?», cuestión que denotaría la virtud -y tal vez la belleza, como dice Philippe Rahm- de un edificio contemporáneo.

¿Cuánto CO2 emite su vivienda, Mr Foster? Unos números muy generales

Según el proyecto Entranze financiado por la UE en España la vivienda media consume entre 100 y 200 kWh / m2 / año.

Para una vivienda de 100 m2 (supongamos que construidos) esto supondría entre 10.000 y 20.000 kWh/año / vivienda.

Para estimar las emisiones de CO2 correspondientes a este consumo encontré una web de la Generalidad de Cataluña. El supuesto que es toda la energía sea de procedencia eléctrica. Dice esta web que para el mix eléctrico de 2020 (combinación de diferentes fuentes de producción típicas) las emisiones son de 250 gCO2/kWh.

Usando estos datos nos daría un rango de emisiones para la vivienda que hemos considerado típica, de 100 m2 de superficie, entre 2.5 T de CO2 / año y 5 T de CO2 / año.

Las emisiones globales anuales son del orden de 30-40.000 millones de toneladas de CO2 (o 30-40 GT). Las emisiones de España se estimaban en 2020 en torno a los 200 millones de T de CO2 / año o 0.2 GT (hay que considerar quizás que el 2020 fue el año del COVID y hubo un descenso global en el consumo de energía y por tanto de las emisiones). Las emisiones per cápita de España para 2020 se estiman en torno a las 4.5 T de C02 /persona/ año; hacia 2005 habían alcanzado un máximo superior a 8 T de CO2 /persona/ año. Fuente: https;// ourworldindata.org/

Contrastando estos datos teóricos con el consumo real de una vivienda en Sevilla (España) -de unas facturas que tengo a mano- se observa que no están demasiado desviados; las cantidades de la factura real son ligeramente inferiores, pero se trata de una vivienda que cuenta con gas natural además de electricidad. Y cabe señalar que las necesidades de calefacción en Sevilla -parte principal del consumo de energía típico de una vivienda- en Sevilla son inferiores a la media de España.

______

Otros datos relacionados que propone Philippe Rahm

Rahm es un arquitecto suizo-francés con una obra muy experimental y artística centrada en las relaciones entre el clima y la arquitectura (imagen al principio del post). En un libro titulado Escritos climáticos, de reciente traducción al español, ofrece los siguientes datos que me parecieron de gran interés. Aunque los datos térmicos de edificios concretos pueden por supuesto calcularse con los múltiples programas de eficiencia o certificación energética (Hulc y BREEAM, Verde, Leed [EEUU], Passivhaus [Alemania] … Ladybug, Diva, etc.), estos requieren un proceso más o menos complejo, más bien esotérico para los no iniciados, y lo interesante de Rahm es su capacidad de simplificación, y como decíamos al principio, de darnos una idea del orden de magnitud de la cuestión. Cito y resumo a  continuación (Rahm, 2021: 93-98):

[…] la arquitectura y la construcción son responsables de aproximadamente el 40% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Un tercio de este porcentaje se libera durante la construcción del edificio -en este porcentaje- se incluyen los materiales de construcción empleados y su huella de carbono. Los otros dos tercios provienen de la energía consumida en el funcionamiento del edificio durante toda su vida últil. Esto ocurre principalmente al calentar el edificio en invierno y refrigerarlo en verano. El 84.7% de la energía que alimenta la calefacción y el aire acondicionado de un edificio provenían en 2018 [en Francia, suponemos] de fuentes de energía a base de carbono. Para extraer de ellas la energía se precisa una combustión que desprende un gas de efecto invernadero, el CO2 -este porcentaje se correspondería con lo que en el punto anterior incorporábamos como el «mix eléctrico» […]

Durante los últimos años, se han llevado a cabo numerosos trabajos de rehabilitación energética que, en esencia, consisten en forrar los muros de fachada de las viviendas existentes, así como las cubiertas y forjados de planta baja, por medio de un material de alta capacidad aislante (fibra de vidrio, lana de roca, celulosa, cáñamo, etc.) y un espesor entre 10 y 24 cm. En Francia estas intervenciones comenzaron en 1974 […] a consecuencia de crisis del petróleo de 1973. En aquel momento el objetivo era reducir el consumo energético de los edificios por debajo de los 225 kWh/m2/año. Se estima que los edificios construidos entre 1950 y 1970 consumían unos 300 kWh/m2/año […]

Antes de 1974 los edificios carecían de cualquier tipo de aislamiento térmico […] y es fácil entender que que el frío invernal atravesaba sin demasiada dificultad [las fachadas de la época] para llegar al interior de la vivienda, pues la transmitacia térmica de estas fachadas era bastante pobre, del orden de 4.5 W/m2 ºK.

Las normativas térmicas francesas posteriores, de 1978 y 1980 [en España la norma CT-1979], contemplarán la colocación de verdaderos materiales aislantes, escogidos específicamente para esta función, como el poliestireno, al que apenas se daba un espesor de 3 cm y que se superponía a los materiales de la estructura […] Fue un gran paso […] porque fue la primera vez desde finales del siglo XIX que se recubrían los muros de los edificios con un material no portante […] como se hacían antaño con los tapices, las cortinas o las alfombras. Se estima que la transmitancia térmica U [de los edificios] en este período rondaba los 1.05 W/m2 ºK.

A partir de 1974 se fue aumentando progresivamente el espesor del aislamiento [siempre en Francia] hasta rondar los 10 cm necesarios para conseguir un valor de U de 0.5 W/m2 ºK estipulado [actualmente] en la normativo francesa. […]

Desde 1970, el consumo energético [de las viviendas] en Francia se ha dividido por seis, y en Suiza por ocho y medio. El objetivo anunciado para la [nueva] normativa francesa consiste en alcanzar los 12 kWh/m2/año, lo que supondrá dividir por 25 el consumo energético respecto a 1970. La nueva normativa francesa debería estar a la altura de los mejores estándares europeos, como Minergie en Suiza o Passivhaus en Alemania, que imponen un espesor de aislamiento de 20 cm para alcanzar una transmitancia térmica de 0.12 W/m2 ºK.

Puede verse un cuadro resumen con los datos expuestos por Philippe Rahm al final del post.

Hasta aquí Rahm. Hago a continuación, para terminar, algunas consideraciones adicionales.

______

Viviendas «net-zero» y de energía positiva

Eficiencia energética + producción de energías renovables. Siendo bien interesante esto de la eficiencia energética conviene no olvidar cuál es la razón principal de que nos preocupemos por el asunto. El consenso general [IPCC] es que habría que mantener 1.5ºC el aumento de la temperatura del planeta por debajo de los 1.5ºC — y la cosa es que desde que se formulé ese objetivo en 2015 ya subió entre 1.2 y 1.3ºC. Para lograr no superar los 1.5ºC se supone que para el año 2050 habría que haber transformado el sistema en su conjunto, incluida la edificación, en un sistema net zero de emisiones, ese decir que las emisiones netas de CO2 sean igual a cero. Hay unas ciudades europeas que incluso han firmado un compromiso para transformarse en net zero para el 2030 — lo creamos o no Sevilla es una de ellas, aunque la declaración, como siempre tiene sus trucos…

Para lograr este objetivo los edificios, y kas viviendas en particular, tendrían que ser también net zero o incluso producir más energía (renovable, eso sí) de la que consumen. A eso es a lo que se llama edificios de energía positiva. Por tanto, para alcanzar el objetivo 1.5ºC no sólo habría que ahorrar energía por medio de la eficiencia energética -según comentamos arriba- sino que habría que hacer la transición del recurso predominante a las energías fósiles -87% era el dato de Rahm, como referencia- al un uso de energías renovables. Cabe señalar, eso sí, que como ocurre con tantas cosas, la producción de energía para las viviendas puede hacerse en un amplio rango de escalas, desde la producción en la propia vivienda (vg con paneles fotovoltaicos en cubierta), a la producción comunitaria más o menos local (para las viviendas colectivas, tal vez asociadas con espacios urbanos libres o equipamientos), a la producción más convencional en grandes instalaciones de escala comarcal o regional. Y todo eso para antes del 2050…

Financiación. Me preguntaba cuando buscaba los datos y preparaba las notas ¿cómo habría que financiar todo esto? Para empezar las obras para forrar todas las viviendas con 10-20 cm de aislamiento… Y se me ocurre que sólo se podrá hacer con un pago directo por parte de los gobiernos… una especie de renta básica energética… contra la que habría que ver las posibles contraprestaciones por las ayudas de los particulares a lo público… Igual era una ocasión para transformar el mercado inmobiliario… pero eso se lo dejo a los colegas economistas y de políticas públicas… Si es una emergencia (climática), es una emergencia, pero ya se ve que la mayoría no se lo acaba de creer…

Formación, escuelas y facultades. Como tercera y última observación es la de las escuelas de Arquitectura. No me parece tampoco que en su mayoría se estén tomando en serio lo de la «emergencia». Uno pensaría que habría que priorizar todas estas cosas en la formación de los arquitectos y arquitectas, al menos de aquí a 2030-40. Así se lo vengo diciendo, sin demasiado éxito, a los colegas y responsables actuales de la mía… Pero ya que el blog se llama «arquitecturaContable» igual es algo que tendría que hacer otras facultades y escuelas, por ejemplo, la de Económicas. Y seguro que unas cuantas más.

Aquí lo dejo por hoy. Vale.

______

Agradecimientos

Entre otros a José Sánchez-Laulhé por recomendarme y prestarme el libro de Philippe Rahm que comento. Y a Antonio Abellán y los colegas de Nomad Garden, por una conversación que tuvimos sobre Rahm a principios del verano.

Referencias

Entranze, 2013-2022, Total unit consumption per m2 in residential (at normal climate), disponible en: https://entranze.enerdata.net/total-unit-consumption-per-m2-in-residential-at-normal-climate.html | accedido el 22/08/2022

Gencat Cambio Climático, [actualización 2022], Factor de emisión de la energía eléctrica: el mix eléctrico, disponible en: https://canviclimatic.gencat.cat/es/actua/factors_demissio_associats_a_lenergia/ | accedido el 22/08/2022

IDAE, 2015, Calificación de la eficiencia energética de los edificios, disponible en: https://energia.gob.es/desarrollo/EficienciaEnergetica/CertificacionEnergetica/DocumentosReconocidos/normativamodelosutilizacion/20151123-Calificacion-eficiencia-energetica-edificios.pdf

[De la nota introductoria] Jaime López de Asiain, 1996, Vivienda social bioclimática. Un nuevo barrio en Osuna. Y 38 viviendas en Arboleas. Proyectados y construidos desde el enfoque bioclimático, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, colección Textos de Arquitectura núm. 4, Sevilla

Our World in Data, 2022, varias páginas del sitio web, https://ourworldindata.org | accedido el 22/08/2022

Philippe Rahm, 2021, Escritos climáticos, Moisés Puente editores

______

Tabla resumen datos de Ph. Rahm

Período Consumo energético (kWh/m2/año)«U-value» vivienda (W/m2 ºK)
1945-19733004.50
1978-792251.05
2020-objetivo futuro próximo120.12
Evolución características térmicas de las viviendas en Francia 1945-2020, según Ph. Rahm (2021)

Sobre el «nuevo academicismo» en las universidades españolas – y quizás algunas otras

Imagen: El Greco, hacia 1600, Expulsión de los mercaderes del templo, National Gallery, Londres. Fuente: Wikipedia / The Yorck Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei.

______

Esta entrada es una versión un poco extendida del texto publicado en el número 51, marzo de 2022, del Topo Tabernario, (Sevilla). Enlace de descarga del número 51 (PDF): https://eltopo.org/leer-descargar-el-topo/

______

José Pérez de Lama

Dedicado a mi tío PRdS

La primera parte del Quijote acaba con algunos versos que Cervantes atribuye a unos «académicos de la Argamasilla». Por recordar el espíritu de aquello reproduzco el último de los poemillas, supuesto epitafio en la sepultura de la dama de Don Quijote. Su presunto autor tiene el curioso y actual nombre de «Tiquitoc». Los versos dicen así: «Reposa aquí Dulcinea, / y, aunque de carnes rolliza, / la volvió en polvo y ceniza / la muerte espantable y fea. / Fue de castiza ralea / y tuvo asomos de dama; / del gran Quijote fue llama / y fue gloria de su aldea». Se ve que, ya entonces, a Cervantes aquello de las academias le parecía asunto para tratar con algo de guasa.

Otro episodio en la gran literatura sobre esto de las academias es el de Tristram Shandy, uno de cuyos temas es la parodia de la erudición grandilocuente pero vacía del pobre padre de Tristram. En la escena, Yorick, trasunto del autor, va con Shandy-padre a ver a los sabios de la ciudad para una consulta, y aquello acaba con una castaña asada que cae de la fuente, rueda tremendamente caliente por la mesa, para acabar metiéndose subrepticiamente por la portañuela del sumo sacerdote de aquella academia que peroraba en aquel momento, con un desenlace tan grotesco como pueda imaginarse.

Cuando el autor de estas líneas era joven, estudiante de arquitectura y aficionado al arte, la «academia» era algo de lo que había que mantenerse lo más alejado posible. La Modernidad, las vanguardias de principios del siglo XX, se habían construido como una crítica a todo aquello. Y de nuevo en los 60 y 70 hubo otro gran ciclo de rechazo hacia lo académico. De aquel rechazo supongo que éramos nosotros herederos: mis «héroes» y «heroínas» intelectuales y artísticas, y por supuesto, revolucionarias, encarnaban todo lo contrario de lo académico –Buñuel… los situacionistas… Deleuze, Guattari, Foucault… –¡ah, esos malditos pervertidores de la juventud! – … ¡y Camarón! … Y mi campo más concreto de trabajo de aquella época, el de los pioneros de la arquitectura medioambiental y «bioclimática», que así se llamaba por entonces, era en aquellos años bastante marginal… Y algo más tarde, lo mismo con los colegas «hackers», y la gente de los «medialabs» y los centros sociales. Todo lo que me gustaba, que me hacía querer ser parte del mundo de la cultura, del arte y, hasta cierto punto, de la Universidad, era siempre lo contrario de lo que uno imaginaba como ser «académico». Un tío mío, que fue quizás el que me inspiró el deseo de ser profesor –como él– había estudiado en París en los 60, y contaba que durante el 68 habían ido a pedir consejo a Federica Montseny, la ministra anarquista de la República, y que lo que les dijo antes de nada fue: «¡Lo primero que tenéis que hacer es cortaros el pelo!». Aquellas historias… ¡para mí verdaderas aventuras del aprendizaje y el conocimiento!

Frente a aquel paisaje, seguro que algo romántico, hoy veo a amigos y colegas jóvenes –ahora soy yo el profesor veterano– presentándose a sí mismos, con orgullo, como «académicos». Y «me chirría» bastante. Me suena a querer «hablar la lengua del amo» que decía Audre Lorde. Lo que parece haber ocurrido es que nos pusimos a usar el término tal como se hace en el mundo anglo-estadounidense, donde academic se emplea para referirse a un profesor o investigador universitario o asimilado. Aunque también allí, en el lenguaje popular, quizás activista, se solía decir que algo era «académico» para indicar que se trataba de una cosa superficial y sin ninguna relevancia práctica. Y es que esto de que los universitarios se llamasen a sí mismos «académicos», en España hace quince o veinte años, no era así. Al menos en mi campo. Aunque sí que me dicen que es diferente en otras tradiciones: en antropología o sociología, por ejemplo.

Volvamos algo más atrás para intentar comprender mejor el asunto: el origen del término «academia», como casi todo el mundo habrá oído alguna vez, viene del jardín o parque en el en las afueras de la Atenas clásica, cuyo nombre honraba a un antiguo héroe de nombre Academos. Y que era el lugar donde Platón tenía su escuela, en la que pretendía formar a las élites atenienses para que gobernaran la ciudad de manera sabia y prudente – eso explica Emilio Lledó. La escuela de Aristóteles, quizás más científica y menos política, se llamaba el Liceo. El lugar en que se reunían los seguidores de Epicuro era un jardín o huerto más modesto. Otras escuelas enseñaban en la calle: paseando por el ágora, los llamados sofistas; o los estoicos, que deben su nombre efectivamente a las «estoas», los grandes soportales de los espacios públicos de las ciudades helenísticas. Diógenes, el cínico, sabemos que vivía en la calle, en un tonel o un tinajón, como un mendigo, medio desnudo. El nombre de academia parece entonces una elección bastante pertinente para lo que siglos después vendrían a ser las academias. Ya se ve que a nadie se le ocurrió llamarlas «estoas», ni mucho menos «toneles».

Uno no ve mal que existan academias, todo lo contrario. Ha tenido y tiene familiares y amigos en academias varias, y está orgulloso de eso. Como recordaba Whitehead, y seguro que otros muchos, el mantenimiento de los saberes y conocimientos es fundamental para la continuidad de la vida social. El problema es cuando este aspecto conservador, que con tanta facilidad se entrelaza con la reproducción y ampliación del statu quo, domina en exceso las otras dimensiones de la cultura, las ciencias, las prácticas… Mi hipótesis, entonces, es que el uso del término «académico/a» para referirse a profesores o profesoras o investigadores universitarios no es inocente. Incorpora, aunque sea inconscientemente, una cierta manera de entender y desempeñar este tipo de trabajo, que se caracteriza por valores como la sumisión a la autoridad, la normalización, la jerarquización y cosas así – entre las que, con la mayor frecuencia, prolifera la pasión desmedida por lo burocrático.

Así, la idea del «nuevo academicismo» funciona, siempre a mi juicio, como un marco de «disciplinamiento» o control de los universitarios y de la institución Universidad. En varios sentidos. Uno de ellos sería el de tener ocupados a los profesores y profesoras, compitiendo entre sí, escribiendo los llamados artículos «académicos», para que no se vayan a hablar con gente como Federica Montseny, tal vez. Éstas son las nuevas «carreras» universitarias: correr todo el tiempo para ver quién llega a ser más académico; y así conseguir una mejor retribución, más seguridad en el trabajo, mayor reconocimiento… Otro sentido del disciplinamiento sería el de orientar el tipo de preguntas que se plantean los investigadores. Los sistemas de «calidad» del nuevo academicismo –la publicación en revistas internacionales «indexadas» y la participación en proyectos financiados mediante «convocatorias competitivas»– dan lugar a que lo importante no sean tanto las ideas y las acciones en sí mismas como los requisitos formales e indicadores cuantitativos. Lo que me hace acordarme del bueno de Thomas Pynchon cuando decía que «si consiguen que te estés haciendo las preguntas equivocadas, no necesitarán preocuparse por las respuestas». Las que leáis de vez en cuando artículos académicos –que en el argot, por cierto, se llaman «artículos científicos»– sabréis de qué hablo. Vale.

Jardines y parques según Vladimir Nabokov

Imagen: Vladimir Nabokov de joven con su hijo Dimitri con quien pasearán, como exiliados, –también con su mujer / madre Vera– , por los jardines de Europa entre 1934 y 1940, que es lo que se cuenta en el texto que sigue. La foto procede del libro Speak, Memory, capítulo 13, tomada en 1937 en Menton, en el Mediterráneo francés.

___

Selección, traducción y comentarios de José Pérez de Lama

De la autobiografía de Nabokov, Speak, Memory, 1951, revisada en 1966 — traducción y comentario de unos sugerentes párrafos sobre jardines y parques.

Referencia bibliográfica: Vladimir Nabokov, 1979 [1966, 1951], Speak Memory. An Autobiography Revisited, The Putnam Publishing Group, Nueva York; capítulo 15, pp. 295-310. [Anteriormente publicado, al menos en parte, como Gardens and Parks, 1950].

______

Hace unos meses comentaba con unxs amigxs arquitectos-jardineros sobre esto que había leído de Nabokov – un libro que en realidad tengo desde 1988 y leo periódicamente para avivar mi «fuego artístico», y de amor al arte por el arte … digamos.

La cosa es que me había quedado en una última lectura con la imagen de Nabokov de haber tratado de recorrer la difícil Europa de entonces, – como exiliados rusos, entre 1934 y 1940, con su hijo pequeños  -, como si se tratara de un continuo de parques y jardines, una «federación de luz y sombras», que unían París, con Praga, con algunos lugares en los Alpes y con las ciudades costeras del Sur de Francia… La imagen de esta Europa de los parques y jardines me pareció muy sugerente.

Ahora, leyéndolo con detenimiento necesario para traducirlo — Nabokov no es precisamente fácil — he apreciado más cosas. Por un lado, la idea de que esta secuencia de parques y jardines los presenta como amigos, que lo conectaban con su pasado ruso, y que aportaba a su hijo cosas que no eran normalmente posibles — lo que hoy quizás llamaríamos un «espacio de cuidados»…; otra, que efectivamente, la narración se presenta en ocasiones como is fueran los jardines los que viajaban por Europa, y a ellos como una especie de pasajeros… Y otra más, que el texto trata, además de los hechos concretos, el amor por su hijo y su mujer, de la memoria, de la percepción del mundo, y de una vida artística y literaria. El capítulo, no siendo de los más llamativos de la autobiografías, o eso me parece, sí que es el último, y como tal puede leerse como una especie de conclusión…

Dejo entonces una selección de este último capítulo, el Quince, traducida por mí en un primer borrador. A continuación reproduzco el inglés; siendo Nabokov, por supuesto, solo copiar sus  escritura ya es un buena práctica de «inglés avanzado» __ o con un sentido menos práctico, un gran placer. __ Hay unos primeros párrafos introductorios, y luego una selección de las partes que se centran más en los jardines y parques. Cabe acalarar, por acabar, que el texto de Nabokov se dirige retóricamente a su mujer, Vera, a quien por otra parte, si no me equivoco, dedicó todos sus libros.

______

Quince

[Párrafos introductorios, pág. 295-296]

Están pasando, deprisa, deprisa, los años volanderos– por usar la conmovedora inflexión horaciana. Los años están pasando, querida, y muy pronto nadie sabrá lo que tú y yo sabemos. Nuestro hijo está creciendo; las rosas de Paestum, de la borrosa Paestum, murieron; idiotas de mentes mecánicas están jugando a manipular fuerzas de la naturaleza que mansos matemáticos, para su propia secreta sorpresa, parece que habían presagiado; así que quizás haya llegado el momento de examinar viejas fotografías, pinturas rupestres de trenes y aviones, estratos de juegos en el pesado armario.

Nos iremos aún más atrás, hasta una mañana de mayo de 1934, y dibujaremos con respecto a este punto fijo el gráfico de una sección de Berlín. Allí estaba yo, caminando hacia casa a las 5 a.m., volviendo del hospital cerca de la Bayerischer Platz, al que te había llevado unas horas antes. Flores de primavera adornaban los retratos de Hindenburg y Hitler en el escaparate de una tienda que vendía marcos y fotografías en color. Grupos de gorriones izquierdistas celebraban sonoras sesiones matutinas en lilas y limas. Un amanecer límpido había desvelado por completo uno de los lados de la calle vacía. En el otro lado, las casas aún se veían azules de frío, y varias sombras largas iban siendo recogidas, a la manera práctica en la que el joven día toma el lugar de la noche en una ciudad bien cuidada, bien regada, en la que el olor del pavimento asfaltado está por debajo de los sentimentales olores de los árboles de sombra; pero a mí la parte óptica de aquel asunto me parecía bastante nueva, como una forma inusual de poner la mesa, porque nunca antes había visto aquella calle concreta al amanecer del día, a pesar de que, por otra parte, había pasado por allí con frecuencia, sin hijos, en tardes soleadas.

En la pureza y el vacío de la hora poco familiar, las sombras estaban en el lado equivocado de la calle, dotándolo de un cierto sentido, no inelegante, de inversión, [quizás podía cortar aquí…] como cuando uno ve reflejado en el espejo de la barbería el ventanal hacia el que vuelve su mirada el melancólico barbero, mientras detiene su cuchilla (como hacen todos en ese momento), y, enmarcado en esta ventana reflejada, un trecho de acera, en el que el reflejo hace que una procesión de caminantes indiferentes vaya en la dirección equivocada, hacia un mundo abstracto que de pronto deja de ser gracioso y libera un torrente de terror. […]

[298] A lo largo de los años de la infancia de nuestro niño, en la Alemania de Hitler y la Francia de Maginot, nosotros pasamos bastantes penurias, pero maravillosos amigos se ocuparon de que él tuviera las mejores cosas entonces disponibles. Aunque impotentes para hacer nada sobre aquello, tú y yo juntos mantuvimos un ojo celoso sobre cualquier posible falla entre su infancia y nuestros propios «incunables» en el opulento pasado, y allí es donde entraron aquellos amistosos hados, cuidando de la grieta cada vez que amenazaba con abrirse […]

[Empiezan ya aquí los párrafos más centrados en los jardines, págs. 302-3]

Nunca en mi vida me he sentado en tantos bancos y sillas de parque, losas de piedra y escalones de piedra, parapetos de terrazas y bordes de fuentes como hice durante aquellos años […]

[304] Me gustaría acordarme de todos los pequeños parques a los que fui; me gustaría tener la capacidad que el profesor Jack, de Harvard y el Arboretum Arnold, contó a sus estudiantes que tenía, de identificar ramas con los ojos cerrados, tan solo por el rumor que hacían al darles el aire («carpe, madreselva, álamo de Lombardía. Ah – un periódico doblado»). Bastantes veces, por supuesto, puede determinar la posición geográfica de este o aquel parque por algún rasgo particular o combinación de rasgos: bordes de boj enano a lo largo de estrechos caminos de grava, que acaban todos encontrándose como la gente en una obra de teatro; un banco bajo contra un seto de tejo con forma cuboide; un cuadro de rosas enmarcado por un borde de heliotropos – estas características están obviamente asociadas a las pequeñas áreas de parque en las intersecciones de calles del Berlín suburbano. Con la misma claridad, una fina silla de hierro, con su sombra de tela de araña debajo, a un lado, un poco descentrada, o los agradablemente desdeñosos, aunque sin duda psicopáticos, aspersores rotatorios, con sus arco-iris privados colgando de los chorritos de agua sobre la hierba brillante, describen un parque parisino; pero, como entenderás, el ojo de la memoria está tan fijo sobre una pequeña figura en cuclillas en el suelo (cargando de piedras un camión de juguete o contemplando la goma brillante y mojada de la manguera a la que se ha adherido un poco de la grava por la que un jardinero la acaba de arrastrar), que los varios lugares – Berlín, Praga, Franzensbad, París, la Riviera, París otra vez, Cap d’Antibes y así – pierden toda soberanía, juntan sus caminos interconectados, y se unen en una federación de luz y sombra a través de la que graciosos niños de rodillas desnudas se deslizan sobre ruidosos patines.

[306-9] A medida que pasaba el tiempo y la sombra de la historia hecha-por-tontos viciaba hasta la exactitud de los relojes de sol, nosotros nos movíamos por Europa sin parar, y parecía que no éramos nosotros sino que eran aquellos jardines y parques los que viajaban. La avenidas radiantes y los complicados parterres de Le Nôtre fueron dejados atrás, como trenes apartados en vías laterales. En Praga, adonde viajamos para que mi madre viera a nuestro hijo en la primavera de 1937, estaba el parque Stromovka con su atmósfera de lejanía libre y ondulante, más allá de los pabellones y arboledas modelados por la mano del hombre [traducción un poco libre tras ver unas fotos]. También recordarás aquellos jardines de rocas de plantas alpinas – sedum y saxífragas – que nos escoltaron, por decirlo así, hasta los Alpes Saboyanos, uniéndose a nuestras vacaciones (pagadas por algo que mis traductores habían vendido), y que después nos siguieron de vuelta a los pueblos de las llanuras. Manos de madera con ourños de camisa clavadas en postes en los viejos parques de los balnearios apuntando en la dirección desde la que llegaba la percusión atenuada de una banda de música. Un paseo inteligente acompañaba la vía principal; no era paralelo en todo el recorrido pero reconocía libremente su guía, y de lago de los patos a estanque de los nenúfares saltaba de vuelta a la procesión de puros árboles en este o en aquel punto en el que el parque había desarrollado una fijación con los padres de la patria e imaginado un monumento. Raíces, raíces de vegetación recordada, raíces de memoria y plantas punzantes [pungent], raíces, en una palabra, están dotadas de la capacidad de atravesar largas distancias superando obstáculos, penetrando otros, insinuándose a sí mismas en estrechas grietas. Así aquellos jardines y parques atravesaron Europa Central con nosotros. Caminos de grava se reunían y se detenían en una rond-point para mirarte a ti o a mí agacharnos y suspirar al buscar una pelota bajo un seto de alheña donde, en la oscura y húmeda tierra, no podía detectarse sino un billete de tranvía de color malva, perforado, o un trozo sucio de gasa y algodón. Un asiento circular rodeaba un grueso tronco de roble para ver quién estaba sentado al otro lado y encontrar a un hombre mayor leyendo un periódico extranjero y metiéndose el dedo en la nariz. Árboles de hojas perennes y brillantes que cerraban un cuadro de césped en el que nuestro hijo descubrió su primera rana viva y se abrían a un laberinto podado con labor topiaria, y tu dijiste que pensabas que iba a llover. En alguna etapa posterior, bajo cielos menos plomizos, había un gran exhibición de glorietas de rosas [dells] y de pequeños paseos entrelazados, y rejas meciendo sus trepadoras, listas para convertirse en pérgolas vegetales y columnadas, si no, para revelar el más pintoresco de los aseos públicos, un affair tipo chalet de dudosa limpieza, con una mujer de negro atendiéndolo, haciendo punto negro en el porche.

Por una pendiente, bajaba con cuidado un camino empedrado, poniendo siempre el primer pie en cada escalón, atravesando un jardín de lirios; bajo hayas; y entonces se transformaba en un camino de tierra que se movía rápidamente marcado con toscas huellas de pezuñas de caballo. Los jardines y parques parecían moverse aún más rápido a medida que las piernas de nuestro hijo se hacían más largas, y cuando tenía más o menos cuatro, los árboles y los arbustos en flor se volvieron resueltamente hacia el mar. Como un jefe d estación aburrido de pie solo en el anden recortado por la velocidad de una pequeña estación en la que nuestro tren no para, este o aquel guarda del parque se quedaba atrás mientras que el parque fluía y fluía, llevándonos al sur hacia los naranjos y los madroños y la pelusa-de-pollito de las mimosas y la pâté tendre [tierna mezcla de colores en pintura tierna] de un cielo impecable.

Jardines escalonados en laderas, una sucesión de terrazas, cada uno de cuyos escalones de piedra eyectaba un alegre saltamontes, con los olivos y las adelfas casi tratando de ponerse unos por encima de los otros en su prisa por alcanzar a tener vista de la playa. Allí nuestro niño se arrodilló inmóvil para ser fotografiado en la calina temblorosa del sol contra el centelleo del mar, que es una mancha lechosa en las fotografías que hemos preservado pero era, en la vida, azul plateado, con grandes manchas de azul-morado más alejadas, causadas por las corrientes cálidas en colaboración con y corroboración de (¿oyes las piedras arrastradas por las olas que se retiran?) viejos poetas elocuentes y sus sonrientes símiles.

Y entre los vidrios desgastados por el mar como suaves caramelos redondeados – limón, cereza, menta – y las piedras anilladas, y las pequeñas conchas con forma de flautas e interiores lustrados, a veces pequeñas trozos de cerámica, aún bellos en color y brillo, aparecían. Nos lo traían a ti o a mí para inspección, y si tenían líneas chebronadas de color añil, o bandas con ornamentos de hojas, o algún otro tipo de alegre emblema, y eran juzgados preciosos, caían con un «clic» en el cubo de juguete, y, si no, un «plop» y un destello marcaban su vuelta al mar. No dudo que entre aquellos pedacitos de mayólica ligeramente convexos encontrados por nuestro hijo había algunos cuyo borde de volutas encajaba exactamente, y continuaba, el patrón de un fragmento encontrado por mí en 1903 en aquella misma costa, y que los dos se correspondían con un tercero que mi madre encontró en aquella playa de Menton en 1882, y con un cuarto encontrado por su madre cien años atrás – y siguiendo así, hasta que esta colección de piezas, si todas hubieran sido preservadas, pudieran haberse juntado para recomponer el cuenco completo, absolutamente completo, roto por algún niño italiano, Dios sabe dónde y cuándo, y restaurado ahora con estas grapas de bronce.

En el otoño de 1939, volvimos a París, en torno al 20 de mayo del año siguiente estábamos de nuevo cerca del mar, esta vez en la costa occidental de Francia, en St. Nazaire. Allí un último pequeño jardín nos rodeaba, mientras que tú y yo, y nuestro hijo, ya con seis años, entre nosotros, lo atravesábamos de camino a los muelles, donde, detrás de los edificios que teníamos enfrente, nos esperaba el transatlántico Champlain para llevarnos a Nueva York. Aquel jardín era lo que los franceses llaman, fonéticamene, skuarr, y los rusos skver, quizás porque es el tipo de cosa que se encuentra habitualmente en o cerca de las plazas públicas [square] en Inglaterra. Dispuesto en los últimos límites entre el pasado y al filo del presente, permanece en mi memoria solo como un diseño geométrico que sin duda podría rellenar con facilidad con los colores de flores plausibles, si fuera lo suficientemente descuidado de romper el susurro de la pura memoria que (excepto, quizás, por el tínitus ocasional debido a la presión de mi propia sangre cansada) he dejado sin perturbar, escuchándola humildemente, desde el principio […]

______

Sigue la transcripción del original en inglés para lxs que gusten.

Fifteen

[P. 295-6] They are passing, posthaste, posthaste, the gliding years– to use the soul-rending Horatian inflection. The years are passing my dear, and presently nobody will know what you and I know. Our child is growing; the roses of Paestum, of misty Paestum, are gone; mechanically minded idiots are tinkering and tampering with forces of nature that mild mathematicians, to their own secret surprise, appear to have foreshadowed; so perhaps it is time we examined ancient snapshots, cave drawings of trains and planes, strata of toys in the lumbered closet.

We shall go still further back, to a morning in May 1934, and plot with respect to this fixed point the graph of a section of Berlin. There I was, walking home at 5 A.M., from the maternity hospital near Bayerischer Platz, to which I had taken you a couple of hours earlier. Spring flowers adorned the portraits of Hindenburg and Hitler in the window of a shop that sold frames and colored photographs. Leftist groups of sparrows were holding loud morning sessions in lilacs and limes. A limpid dawn had completely unsheathed one side of the empty street. On the other side, the houses still looked blue with cold, and various long shadows were gradually being telescoped, in the matter-of-fact manner young day has when taking over from night in a well-groomed, well-watered city, where the tang of tarred pavements underlies the sappy smells of shade trees; but to me the optical part of the business seemed quite new, like some unusual way of laying the table, because I had never seen that particular street at day-break before, although, on the other hand, I had often passed there, childless, on sunny evenings.

In the purity and vacuity of the less familiar hour, the shadows were on the wrong side of the street, investing it with some sense of not inelegant inversion, as when one sees reflected in the mirror of the barbershop the window toward which the melancholy barber, while stropping his razor, turns his gaze (as they all do as such times), and, framed in that reflected window, a stretch of the sidewalk shunting a procession of unconcerned pedestrians in the wrong direction, into an abstract world that all at once stops being droll and loosens a torrent of terror.

[298] Throughout the years of our boy’s infancy, in Hitler’s Germany and Maginot’s France, we were more or less hard up, but wonderful friends saw to his having the best things available. Although powerless to do much, you and I jointly ketp a jealous eye on any possible rift between his childhood and our own incunabula in the opulent past, and this is where those friendly fates came in, doctoring the rift every time it threatened to open. […]

[302-3] Never in my life have i sat on so many benches and park chairs, stone slabs and stone steps, terrace parapets and brims of fountain basins as i did in those days. The popular pine barrens around the lake in Berlin’s Grunewald we visited but seldom. […]

[304] I would like to remember every small park we visited; I would like to have the ability Professor Jack, of Harvard and the Arnold Arboretum, told his students he had of identifying twigs with his eyes shut, merely from the sound of their swish through the air (“Hornbeam, honeysuckle, Lombardy poplar. Ah–a folded Transcript”). Quite often, of course, I can determine the geographic position of this or that park by some particular trait or combination of traits: dwarf-box edgings along narrow gravel walks, all of which meet like people in plays; a low bench against a cuboid hedge of yew; a square bed of roses framed in a border of heliotrope – these features are obviously associated with small park areas at street intersections in suburban Berlin. Just as clearly, a chair of thin iron, with its spidery shadow lying beneath it a little to one side of center, or pleasantly supercilious, although plainly psychopathic, rotary sprinklers, with a private rainbow hanging in its spray above gemmed grass, spells a Parisian park; but, as you will understand, the eye of memory is so firmly upon a small figure squatting in the ground (loading a toy truck with pebbles [305] or contemplating the bright, wet rubber of a gardener’s hose to which some of the gravel over which the hose has just slithered adheres) that the various loci–Berlin, Prague, Franzensbad, Paris, the Riviera, Paris again, Cap d’Antibes and so forth–lose all sovereignty, pool their interlocked paths, and unite in a federation of light and shade through which bare-kneed, graceful children drift on whirring roller skates.

[306] As time went on and the shadow of fool-made history vitiated even the exactitude of sundials, we moved more restlessly over Europe, and it seemed as if not we but those gardens and parks traveled along. Le Nôtre’s radiating avenues and complicated parterres were left behind, like side tracked trains. In Prague, to which we journeyed to show our child to my mother in the spring of 1937, there was Stromovka Park, with its atmosphere of free undulating remoteness beyond man-trained arbors. You will also recall those rock gardens of Alpine plants – sedums and saxifrages – that escorted us, so to speak, into the Savoy Alps, joining us on a vacation (paid for by something my translators had sold), and then followed us back into the towns of the plains. Cuffed hands of wood nailed to boles in the old parks of curative resorts pointed in the direction whence came a subdued thumping of bandstand music. An intelligent walk accompanied the main driveway; not everywhere paralleling it but freely recognizing its guidance, and from duck pond or lily pool gamboling back to join the procession of plane [307] trees at this or that point where the park had developed a city-father fixation and dreamed up a monument. You will also recall those rock gardens of Alpine plants – sedums and saxifrages – that escorted us, so to speak, into the Savoy Alps, joining us on a vacation (paid for by something my translators had sold), and then followed us back into the towns of the plains. Cuffed hands of wood nailed to boles in the old parks of curative resorts pointed in the direction whence came a subdued thumping of bandstand music. An intelligent walk accompanied the main driveway; not everywhere paralleling it but freely recognizing its guidance, and from duck pond or lily pool gamboling back to join the procession of plane [307] trees at this or that point where the park had developed a city-father fixation and dreamed up a monument. Roots, roots of remembered greenery, roots of memory and pungent plants, roots, in a word, are enabled to traverse long distances by surmounting some obstacles, penetrating others and insinuating themselves into narrow cracks. So those gardens and parks traversed Central Europe with us. Gravel walks gathered and stopped at a rond-point to watch you or me bend and wince as we looked for a ball under a privet hedge where, on the dark, damp earth, nothing but a perforated mauve trolley ticket or a bit of soiled gauze and cotton wool could be detected. A circular seat would go around a thick oak trunk to see who was sitting on the other side and find there a dejected old man reading a foreign-language newspaper and picking his nose. Glossy-leaved evergreens enclosing a lawn where our child discovered his first live frog broke into a trimmed maze of topiary work, and you said you thought it was going to rain. At some further stage, under less leaden skies, there was a great show of rose dells and pleached alleys, and trellises swinging their creepers, ready to turn into vines of columned pergolas, or, if not, to disclose the quaint of quaintest public toilets, a miserable chalet-like affair of doubtful cleanliness, with a woman attendant in black, black-knitting on its porch.

Down a slope, a flagged path stepped cautiously, putting the first foot first every time, through an iris garden; under beeches; and then was transformed into a fast-moving earthy trail patterned with rough imprints of horse hooves. The gardens and parks seemed to move ever faster as our child’s legs grew longer, and when he was about four, the tress and flowering shrubs turned resolutely towards the sea. Like a bored stationmaster seen standing alone on the speed-clipped platform of some small station at which one’s train does not [308] stop, this or that gray park watchman receded as the park streamed on and on, carrying us south toward the orange tress and the arbutus and the chick-fluff of mimosas and the pâté tendre of an impeccable sky.

Graded gardens on hillsides, a succession of terraces whose every stone step ejected a gaudy grasshopper, dropped from ledge to ledge seaward, with the olives and the oleanders fairly toppling over each other in their haste to obtain a view of the beach. Their our child kneeled motionless to be photographed in a quivering haze of sun against the scintillation of the sea, which is a milky blur in the snapshots we have preserved but was, in life, silvery blue, with great patches of purple-blue farther out, caused by warm currents in collaboration with and corroboration of (hear the pebbles rolled by the withdrawing wave?) eloquent old poets and their smiling similes. And among the candy-like blobs of sea-licked glass – lemon, cherry, peppermint – and the banded pebbles, and little fluted shells with lustered insides, sometimes small bits of pottery, still beautiful in glaze and color, turned up. They were brought to you or me for inspection, and if they had indigo chevrons, or bands of leaf ornament, or any kind of gay emblemata, and were judged precious, down they went with a click into the toy pail, and, if not, a plop and a flash marked their return to the sea. I don not doubt that among those slightly convex chips of majolica ware found by our child there was one whose border of scroll-work fitted exactly, and continued, the pattern of a fragment I had found in 1903 on the same shore, and that the two tallied with a third my mother found on that Menton[e] beach in 1882, and with a fourth peace of the same pottery that had been found by her mother a hundred years ago – and so on, until this assortment of parts, if all had been preserved, might have been put together to make the complete, [309] the absolutely complete, bowl, broken by some Italian child, God knows where and when, and now mended be these rivets of bronze.

In the fall of 1939, we returned to Paris, and around May 20 of the following year we were again near the sea, this time on the western coast of France, at St. Nazaire. There one last little garden surrounded us, as you and I, and our child, by now six, between us, walked through in our way to the docks, where, behind the buildings facing us, the liner Champlain was waiting to take us to New York. That garden was what the French call, phonetically, skwarr, and the Russians skver, perhaps because it is the kind of thing usually found in or near public squares in England. Laid out on the last limits of the past and on the verge of the present, it remains in my memory merely as a geometrical design which no doubt I could easily fill with the colors of plausible flowers, if I were careless enough to break the hush of pure memory that (except, perhaps, for some chance tinnitus due to pressure of my own tired blood) I have left undisturbed, and humbly listened to, from the beginning. […]

______

Carta de apoyo a la Casa Invisible de Málaga, nov 2021

Captura de pantalla de la web del Diario Sur, fotografía de Ñito Salas de la manifestación de apoyo a la Invisible, en circunstancias similares a las de hoy, en 2018. Fuente de la captura: https://www.diariosur.es/malaga-capital/fotos-manifestacion-para-conservar-sede-casa-invisible-malaga-20180310164046-ga.html

____________

José Pérez de Lama

Llegan las noticias de una nueva amenaza de desalojo del centro social la Casa Invisible en Málaga. Compañer*s de allí envían la carta que sigue, y que reproduzco, además de para dar mi apoyo, por el interés sobresaliente que tiene el escrito, a mi juicio, como reflexión sobre la ciudad y el habitar.

La carta:

Carta de apoyo a la Casa Invisible, que afronta el cuarto intento de desalojo

Las arquitectas y arquitectos cuyo nombre aparece al final de este texto, manifestamos nuestro apoyo a la permanencia de la Casa Invisible, con ocasión de los hechos y reflexiones que a continuación se exponen.

El pasado mes de octubre el pleno del ayuntamiento de Málaga aprobó el desalojo de urgencia de la Casa Invisible, rompiendo unilateralmente el dialogo para reabrir el proceso de cesión en uso al proyecto actual al que se comprometieron en 2018, y rechazando el proyecto de rehabilitación integral por fases que se le propuso en 2016. Utilizando como excusa una ITE desfavorable que no obstante no genera nuevas medidas cautelares, pretenden desalojar con el fin de sacar a concurso la rehabilitación integral del edificio y su posterior cesión, sabiendo que será el criterio económico el que prevalezca sobre cualquier otra consideración.

La Casa Invisible, desde hace más de 14 años, en un proceso continuado de abajo a arriba, proporciona el ámbito, la logística, difusión, poder de convocatoria y agregación que contribuye al desarrollo de las potencias locales. Es un instrumento de desprecarización que acoge y promueve actividades que de otra manera no se darían en esta ciudad, iniciativas invisibilizadas en una ciudad tematizada y expuesta a los intereses de unos pocos. Con ello demuestra que la mediación mercantil no es imprescindible para la creación y sostenimiento de la cultura. Es un verdadero equipamiento del común, gestionado por sus propios usuarios, con una efectiva autonomía.

En este proyecto social y cultural es fundamental la dimensión arquitectónica y urbana. No se nos ocurre mejor modo de expresarlo que recordando a M. Heidegger cuando explica qué es el habitar y lo pone en relación sustancial con el construir, concluyendo que construimos en la medida que habitamos. Construimos en un proceso permanente de interacción con el espacio de habitación que es a su vez nuestro proceso personal de crecimiento en anhelos, obras y modos de estar en el mundo. Pero de un modo concreto: cuidando las cosas y criaturas que nos acompañan. Si reinventarnos es esencial en nuestro devenir humano y ese camino se realiza en un entorno físico y social, ¿por qué deberíamos relegar las decisiones sobre este proceso a los expertos?

El edificio fue construido en 1876 y necesita ser rehabilitado. El modo de actuación se ha ido gestando desde el año 2007, con la cooperación de numerosos profesionales, conscientes de su responsabilidad social. Ha tomado forma definitiva bajo la dirección de expertos solventes en el ámbito de la rehabilitación del patrimonio, con la colaboración de estudiantes y jóvenes titulados de la Escuela de Arquitectura de Málaga. Bajo la premisa de «máximo conocimiento-mínima intervención», y en una colaboración permanente con los habitantes/usuarios de la casa, han elaborado un plan de actuación para poner gradualmente al servicio de la ciudadanía los maravillosos espacios de este edificio sin necesidad de paralizar las actividades que acoge.

Este proyecto ejemplar, especialmente oportuno para el centro histórico de Málaga, se presentó al ayuntamiento en 2016, y por su rigor y validez contó en su día incluso con el apoyo de la Gerencia de Urbanismo de Málaga que no puso objeciones a su ejecución en fases, permitiendo el uso del resto del edificio y que la actividad de la Casa Invisible no sufriera interrupciones; además fue premiado en 2018 por el ministerio de Cultura por su innovación, cuidado de la sostenibilidad y participación de los usuarios.

El Proyecto de rehabilitación del edificio forma parte de una serie de requisitos jurídicos y técnicos acordados con el Ayuntamiento para la cesión del edificio en 2015 y 2018, que han sido cumplidos en su totalidad por la Casa Invisible, por lo que el desalojo debería ser paralizado, que el Ayuntamiento cumpla su parte de dicho acuerdo y que sean retomadas las negociaciones para la cesión de su uso, garantizando así la continuidad de la Casa Invisible.

«La historiografía de la arquitectura moderna» de Tournikiotis, comentarios

Imagen: Retratos de los historiadores de la arquitectura comentados en el libro de Tournikiotis, de izquierda a derecha y de arriba abajo, Pevsner, [falta Kaufmann], Giedion, Zevi, Benevolo, Hitchcock,  Banham, Collins & Tafuri. Fuente: La historiografía de la arquitectura, 2018, Reverte, Barcelona, pág. 2 … La ausencia de mujeres en esta lista de grandes historiadores hoy desde luego nos apabulla.

______

Comentario de «La Historiografía de la arquitectura moderna», de Panayotis Tournikiotis
Edición actualizada de 2018 [trabajo original de 1988], Editorial Reverte, Barcelona

Comentario de José Pérez de Lama _ en construcción

Leí este libro … con más treinta años de retraso … hm … si es que puede decirse esto de la lectura de un libro de un cierto valor … Aunque en este caso, como se trataba de un debate de actualidad en su momento, quizás pueda decirse. Pero ocurre que quizás siga siendo de actualidad, más allá de lo filológico, aunque posiblemente por razones diferentes de las de finales de los 80, que en parte comentaré.

Se trata como su nombre indica de un texto en que se estudian las historias de la arquitectura del Movimiento Moderno. Eso del estudio de las diferentes historias, o de la historia de la Historia, sin entrar en grandes detalles, es una de las cosas a las que se llama «historiografía».

Es divertido que se tratara de la tesis doctoral que el autor hace a finales de la década de 1980, en París, teniendo como directora a Françoise Choay. Aquellos años, los mismos en que yo estudié la carrera, eran los años de la Posmodernidad de Jencks, León Krier, Michael Graves y compañía, y más en general de una dura crítica a la arquitectura y la ciudad del Movimiento Moderno – Movimiento Moderno, esta es mi manera de denominarlo, la de Pevsner, entre las diversas que existen.

Tournikiotis selecciona, estudia y compara lo que considera las ocho más importantes obras de historia de la arquitectura moderna, cuyos autores son, por orden de aparición, los alemanes, Pevsner, Kaufmann y Giedion, los italianos Zevi y Benevolo, el estadounidense Hitchcock, los ingleses Banham y Collins, y finalmente el italiano Tafuri. Las obras reseñadas y sus fechas de publicación, – en algún caso se comentará más de un libro – son, de nuevo por orden de aparición:

  • Nikolaus Pevsner, 1936, Pioneers of the Modern Movement from William Morris to Walter Gropius
  • Emil Kaufmann, 1933, Von Ledoux bis Le Corbusier: Ursprung und Entiwicklung der autonomen Architektur
  • Sigfried Giedion, 1941, Space, Time and Architecture: The Growth of a New Tradition
  • Bruno Zevi, 1950, Storia dell’architettura moderna (y otros tres libros más)
  • Leonardo Benevolo, 1960, Storia dell’architettura moderna
  • Henry-Russell Hitchcock, 1929, Modern Architecture; Romanticism and Reintegration [y otros dos más]
  • Reyner Banham, 1960, Theory and Design in the First Machine Age
  • Peter Collins, 1965, Changing Ideals in Modern Architecture
  • Manfredo Tafuri, 1968, Teorie e storia dell’architettura

El método elegido por Panayotis Tournikiotis resulta interesante para tratar de abarcar un tema tan amplio, aunque también hace que el estudio tenga bastantes limitaciones. El autor, en una cierta línea de aquellos años, usa un método que yo llamaría análisis estructuralista-semiótico de textos – los comentaristas suelen llamarlo método estructuralista, pero desde la perspectiva de hoy esta denominación me parece poco clara. Lo que el autor explica es que va a considerar los textos como entidades que han adquirido su propia autonomía y que por tanto es posible o interesante estudiar sin prestar demasiada atención al autor o al contexto. Como metodología para acotar un trabajo a hacer en dos o tres años puede parecer interesante. Y supongo que también se trata de no dejarse llevar a las primeras de cambio por prejuicios e ideas generales. Desde una perspectiva más general, sin embargo, lo veo como si el autor se hubiera impuesto la condición de correr 1.500 metros con los ojos tapados o algo del estilo. O como lo del libro sin la «e» de Perec. Una experimentación que pueda tener algo de interés, pero que nos dificulta, en el caso de Tournikiotis, una mejor comprensión del objeto de estudio.

___

Tengo que confesar, que aun siendo profesor de un área de conocimiento que incluye la historia de la arquitectura, sólo he leído uno de estos libros fundacionales, el Benevolo, que era nuestro libro de texto en la carrera. Mi justificación … que dentro del área, que ahora se llama «Composición Arquitectónica», soy más bien de la parte de Composición Arquitectónica que de la de Historia; que como buen hijo de la Posmodernidad de los 80 y 90, no me interesó excesivamente la arquitectura del Movimiento Moderno; que siempre me dediqué más al estudio del medio ambiente, de las tecnologías, de la contemporaneidad crítica y cosas así.

______

La circunstancia de que como estudiante sólo hubiéramos tenido el Benevolo como libro de texto o de referencia para la historia de la arquitectura moderna, me sugiere el primer aspecto de interés del Tournikiotis. Nadie me contó entonces que la historia o la historiografía de la arquitectura del Movimiento Moderno era tan diversa, que en realidad era un campo de desacuerdos y conflictos … cuáles eran las diferentes posiciones en estos desacuerdos… Creo que habría estado bien para mi formación como joven arquitecto. Aunque quizás esta actitud que llamaría pluralista, que reconoce que existen diferentes perspectivas sobre las cosas, y que cada una de ellas tiene su interés y sus valores diferenciales, quizás esta actitud sea mucho más actual. Un libro excelente en este sentido, en el área de la economía, es del de Ha-Joon Chang (2014), Economics: The User’s Guide, que plantea la existencia de 9 escuelas económicas, cuyo pensamiento y prácticas, virtudes y defectos – a juicio de Chang, claro – intenta explicar en un breve volumen de carácter bastante divulgativo. Lógicamente hay que saber bastante para poder hacer algo como esto…

Esa sería entonces la primera cosa que me llamó la atención y me gustó del libro de Tournikiotis: no hay una sola historia de la arquitectura moderna, hay múltiples historias. Lo que quiere decir que las historias son construcciones hechas por los historiadores: hay una selección de los hechos relevantes, hay una narración que los entrelaza dándoles sentido, una cierta explicación de estos hechos y de sus relaciones, se extraen unas conclusiones para explicar el presente y en el caso de estos historiadores, para proyectar el futuro. Un lugar común, supongo, al menos para los historiadores, pero no tanto para el público más general. [1]

Me recordó una de mis anécdotas (o «batallitas») preferidas, que paso a contar. Hacia 2008 Francisco Jarauta me invitó a un seminario internacional en Santander, en el que estaba, entre otros importantes personajes, Irving Lavin,  de quien yo, ignorante, no había oído hablar hasta entonces. (El profesor Lavin muró en 2019, sirva este texto de modestísimo homenaje.) Irving Lavin era un experto internacional en Bernini, profesor en Princeton, colega y amigo del propio Jarauta desde hace años. Acompañándolos durante unos pocos días encontré un cierto parecido en las formas de sabiduría y erudición de aquellos amigos.[2] Lavin estaría en torno a los 80. Y a pesar de que yo sería el más joven o uno de los más jóvenes de aquella reunión, fue extraordinariamente amable conmigo. Pude charlar con él algunos días paseando por Santander, y se me quedó grabada en la memoria una historia que me contó. De joven, me contó, vivía en Saint Louis en el Medio Oeste estadounidense, hijo de una familia no particularmente intelectual. Pero alguna lectura le convenció profundamente de que quería aprender sobre ciertos temas filosóficos. Escribió a Russell en Cambridge, un monstruo intelectual en aquellos años, y se ve que le produjo buena impresión, porque le dijo que, si de verdad quería aprender de aquellas cosas, se fuera a estudiar con él a Inglaterra. De manera afortunada, contaba Lavin, consiguió una beca para irse a Cambridge y empezar a estudiar allí. Russell lo recibía una vez a la semana en su típica celda de don universitario inglés y le iba dirigiendo en su estudios, comentando lecturas y cosas así. Al terminar el año, sin embargo, Lavin se había decepcionado de sus estudios filosóficos y en la reunión de despedida con Russell se lo contó. Y le dijo que había decidido dedicarse a la historia. A la que Russell le respondió algo molesto: «¡Pero si la historia se la inventa uno!» __ Y Lavin me decía, que entonces, con ochenta y tantos años, todavía se acordaba de aquello y lo comprendía cada vez mejor… Mi explicación hoy: si tratamos de observar los hechos del pasado sin los prejuicios de las «narraciones oficiales» éstos se nos presentan como un caos desordenado, lleno de incógnitas. Si pensamos en cosas que pasaron ayer mismo, nos damos cuenta de lo difícil que es conocer todos sus detalles, entenderlos…

Pues algo de eso vemos en estas ocho historias de Tournikiotis. El pasado que se intenta estudiar es el mismo, los hechos, los actores … pero cada historiador propone matices grandes o pequeños en su selección de los hechos relevantes – arquitectos, obras… –, en sus definiciones de en qué consiste la arquitectura moderna, de cuáles eran sus orígenes y las razones de su emergencia, etc.

A este respecto me gusta esta cita de Bruno Latour (2007: 256-7):

To study [and to define the object of a discipline] is always to do politics in the sense that it collects or composes what the common world is made of. The delicate question is to decide what sort of collection and what sort of composition is needed […] taking into account and putting into order… (Estudiar [y definir el objeto de una disciplina] es siempre hacer política en el sentido de que se selecciona y compone aquello de lo que — se afirma que — está hecho el  mundo común. La delicada cuestión de qué tipo de colección y qué tipo de composición es la que se necesita […] tomar en consideración y poner en orden…)

La segunda cuestión que me llama la atención es el carácter marcadamente partidario o partisano de cada una de estas historias. Al menos en las descripciones de Tournikiotis, la mayoría de los autores aparecen como fanáticos de las ideas que defienden, que con frecuencia, desde nuestra escéptica perspectiva actual — al menos la mía — me parecen, como poco, exageradas. En el caso de los historiadores defensores de la Modernidad, por ejemplo, su rechazo casi infantil de las arquitecturas precedentes – y de las sociedades de las que formaban parte resulta hoy en el límite de lo caricaturesco. O la idea de que lo moderno suponía la superación de la historia, el fin de los estilos… Viendo lo catastróficas en tantos aspectos, para las ciudades y el territorio, por ejemplo, que fueron las décadas de la Modernidad, toda aquella fe religiosa en lo moderno y lo industrial hoy causan un cierto estupor. A la vez que nos hacen pensar en los actuales discursos, de nuevo mesiánicos y de fe ciega en la innovación y digitalización. Hm.

Insistiendo en esto, sorprende como todos o casi todos estos autores usaban la historia para defender ciertas opciones de su presente, para decir lo que estaba bien y lo que estaba mal, la arquitectura que debía hacerse, etc. Y también el futuro. Sin solución de continuidad las conclusiones que se obtenían de la historia se convertían en prescripción de lo que debía ser el el futuro. Y si pensamos en personajes como Giedion, Hitchcock, Zevi o Benevolo, se ve que lo lograron. Aunque como siempre, es difícil decir el grado de responsabilidad de estos autores en la construcción del mundo moderno. ¿Estaban realmente influyendo en lo que iba a pasar en el mundo? ¿O se limitaban a surfear la ola del Zeigeist, tratando de lograr así honores y encargos? ¿O servían a otros intereses – sociales, económicos, políticos… – más poderosos y complejos de manera más o menos consciente?

__________________

Siguen a continuación algunos comentarios menores sobre varias cosas que me llamaron la atención de la lectura.

William Morris

Me llamó la atención la importancia que los pioneros – Pevsner & Zevi, por ejemplo – daban a William Morris. En el caso de Pevsner, lo señala incluso en el título de su libro principal como el primer pionero del Movimiento Moderno … su Red House de 1860… El estudio de Morris es una asignatura pendiente para mí. Por ahí tengo el «tomazo» de más de mil páginas de E.P. Thompson que se me hizo demasiado difícil. Durante la pandemia también me pude descargar y leer un poco, un estupendo catálogo de una exposición en la Fundación March (Fontán y Zozata, 2017). Me resulta curioso es que sin bien estos historiadores veían a Morris como un protomoderno, hoy más bien lo apreciamos como un crítico radical de la producción industrializada. Su reivindicación más reciente viene de ciertos sectores del mundo maker (véase Chardronnet 2014).

Veo, sí, que el único texto de Morris que cita Tournikiotis, The Art of the People, 1900 [1879, 1882], es un texto de carácter socialista en el que reivindica un arte útil y para todas las clases sociales, que suponga una cierta dimensión emancipatoria para la clase trabajadora. Muchos de los textos de Morris, incluido este citado por Tournikiotis, pueden leerse en: https://www.marxists.org/archive/morris/works/index.htm.

La producción de conferencias, artículos, libros, etc. de Morris es ingente y no fácil de navegar. Agradecería recomendaciones sobre cómo aproximarse al William Morris arquitecto y diseñador además del catálogo mencionado. Supongo, claro está, que podría empezar pasándome por la biblioteca y leyendo las páginas de Pevsner. Se me ocurre también que una primera aproximación a la actualidad del Morris inspirador de los primeros historiadores de la Modernidad podría ser un estupendo tema de «TFG» o «TFM», aunque habría que empezar desde luego por estudiar con un cierto rigor la bibliografía existente.

Arquitectura autónoma

Una expresión que me llamó la atención es ésta de la «arquitectura autónoma», que usa Kaufmann en el título de su obra reseñada por Tournikiotis y constituye uno de los conceptos principales de su interpretación de la arquitectura moderna. La expresión sería creación de Kaufmann según parece. Leo que se derivaría en primera instancia de la idea de «ética autónoma» de Immanuel Kant (Tournikiotis, 2017: 50). Uno de los aspectos más distintivos de Kaufmann, efectivamente, es que vincula los orígenes de la arquitectura moderna a la Ilustración. Esta ética autónoma kantiana, podemos aventurar, tendría que ver con el uso de la razón frente a la sumisión a la religión o la tradición, como sugiere en ¿Qué es la Ilustración? Propone allí la idea de que a través del uso de la razón «los hombres» debían emanciparse de aquellas tutelas que lo mantenían en un estado infantil. Según interpreto, Kaufmann parece aplicar estas ideas a la arquitectura al menos en un doble sentido. El primero sería la emancipación de la tradición compositiva barroca y de los estilos clásicos. El segundo sentido, en un cierto salto que a algunos nos puede parecer algo fantástico, sería el de la emergencia de una manera de componer basada en el uso de piezas arquitectónicas autónomas, algo que deducía del estudio de la obra del arquitecto revolucionario/ilustrado Ledoux y que oponía a las composiciones unitarias del Barroco. Esta práctica compositiva estaría vinculado con el racionalismo y el funcionalismo. [Nota provisional: este extremo tendría que revisarlo, porque la discusión de estos términos en los diferentes autores constituyen un cierto hilo a lo largo de todo el libro de Tournikiotis.]

Este debate de la autonomía de la arquitectura que se vincula a la creación de una disciplina moderna de la arquitectura, diferente del arte o de la ingeniería, se atribuye a Kaufmann (HTC 2016). Desde otra perspectiva, esta idea de autonomía nos diría que son los arquitectos aquellos cuya opinión, o cuyos criterios profesionales, son los que deben contar cuando se habla de arquitectura.

Sin entrar en excesivos detalles el que suscribe suele estar en bastante desacuerdo con los planteamientos más extremos de la autonomía de la arquitectura, pero considera que se trata de un debate de importancia. [3].

El asunto me hace pensar también en la lectura reciente del Nunca fuimos modernos de Latour, en que discute los mecanismos de la Modernidad precisamente para crear este tipo de autonomías de las ciencias y las técnicas para hacer posibles las grandes transformaciones que la caracterizaron, el Progreso acelerado, reduciendo las inercias y resistencias. (Véase entrada de 2021 en este mismo blog.)

Arquitectura orgánica

Sí que leí ya hace mucho, de estudiante, uno de los libros comentados de Bruno Zevi, no el principal seguido por Tournikiotis, sino uno de los complementarios, Saber ver la arquitectura [1948]. Allí y otros de sus libros Zevi propone la idea de «arquitectura orgánica» como su ideal de arquitectura. «Orgánica» como «autónoma» son dos de esas palabras cuya significación es de lo más vaporosa y polisémica. «Orgánica» hoy, algo pasada de moda. Ambas son el tipo de palabras que salen en el maravilloso Keywords. A vocabulary of culture and society de Raymond Williams. Lo consulto. No sale autónoma, pero sí que sale orgánica. Y como en los mejores casos, ha significado desde su introducción en inglés hacia el siglo XIII todo tipo de cosas, muchas de ellas contradictorias. En general tiene que ver con lo vivo y natural, en tanto que opuesto a lo mecánico, por otro lado, con las relaciones entre las partes y el todo…

Uno lo solía entender en arquitectura como el carácter de ciertas formas que asemejaban lo natural, como en ciertas etapas finales de la obra de Frank Lloyd Wright que también usaba el término. Más recientemente, leyendo el uso que Lewis Mumford hacía del adjetivo orgánico – en Technics and Civilization – lo asocié más a formas de organización armónicas, de un cierto grado de naturalidad, que en cierto modo podrían comparase con las de los ecosistemas, opuestas a las del mundo mecánico industrial…

La definición de Zevi que reproduce Tournikiotis:

La arquitectura orgánica es una actividad social, técnica y artística cuyo propósito es crear el marco para una civilización nueva y democrática; ésta concibe una arquitectura para el hombre, construida a escala humana, conforme a las necesidades intelectuales, psicológicas y contemporáneas del ser humano como miembro de la sociedad. La arquitectura orgánica es, pues, lo contrario de la arquitectura monumental, que se utilizó para crear la mitología del Estado. [Tournikiotis, 2018: 69]

Esta definición de Zevi y los comentarios que hace a continuación Tournikiotis me hacen pensar en dos cosas. La primera, que esta idea de orgánico no tiene nada que ver con la arquitectura que podríamos llamar biomórfica. Tournikiotis dice efectivamente que Zevi detestaba este tipo de formas. Y que este uso de orgánico sugiere más bien algo parecido a lo que significa la idea de «intelectual orgánico» de Antonio Gramsci – haciendo una consulta rápida sobre el asunto leo que serían intelectuales que «dicen formar parte orgánica, no autónoma, del pueblo cuyos intereses aspira[n] a representar» (Rojas, 2019).

La segunda, es que esta idea de «arquitectura orgánica» sería, al menos desde una cierta perspectiva, opuesta a la de «arquitectura autónoma» que acabamos de comentar.

______

Tendré que volver a leer este Tournikiotis con una cuaderno de notas en mano, y me gustaría usarlo en el futuro como referencia principal para algún curso. En mi Escuela y en el plan de estudios actual la historia del Movimiento Moderno se estudia en primer año. Me preguntaba estos días cómo se podría plantear a estudiantes tan jóvenes esta multiplicidad de historias en relativa competencia. Y me acordaba de los colegas del grupo Rizoma hace ya años que hacían trampas a sus estudiantes de primero de Arquitectura en Granada para que no se creyeran nunca a pies juntillas lo que les contaran sus profesores…

______

Notas

[1] Un interesante libro de múltiples historias en relativa competencia es el libro La Buena Vida (2000) del siempre brillante y en muchos aspectos vanguardista Iñaki Ábalos, en el que como es bien conocido presenta múltiples modernidades alternativas, en particular, en torno a la arquitectura de la casa.

En mi tesis doctoral también estudié un caso de múltiples narraciones e interpretaciones de los mismos hechos, podría decirse que en competencia. Fue el caso de la historia urbana de la ciudad de Los Ángeles, California, y las aproximaciones de Reyner Banham (1971), Mike Davis (1991) y Edward Soja (1996-2000). Particularmente, las historias de Banham y Davis presentaban dos caras radicalmente opuestas de la misma ciudad durante el mismo período histórico; para Banham un paraíso de la «Segunda Era de la Máquina» y para Davis uno de los lugares más oscuros del capitalismo estadounidense.

Aunque sin un carácter comparativo tan marcado, sino más bien con planteamientos más clásicamente históricos, otros libros que podrían funcionar así en cierto grado podrían ser del de Peter Hall (1988, Cities of Tomorrow. An Intellectual History of Urban Planning and Design in the Twentieth Century) o el de J.M. Montaner (1994-2014), Arquitectura y crítica). El de mi compañero en Sevilla, Carlos García Vázquez (2016), Teorías e historia de la ciudad contemporánea, que veo ahora que recuerda al título de Tafuri — múltiples teorías y una historia — lo tengo aún pendiente de lectura.

Por otra parte, un excelente artículo sobre el mismo tema que plantea Tournikiotis, con una metodología menos reductiva y con una cierta introducción del panorama en España, es el de Ángel Isak, 2011, La Historia de la Arquitectura del siglo XX modelos historiográficos, que puede descargarse aquí: https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/31/29/03isac.pdf

[2] Como introducción a la figura de Irving Lavin véase su página en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Irving_Lavin_  Para hacerse una idea de su tipo de scholarship puede leerse un texto breve (2012) que me maravilló, en el volumen de homenaje a Jarauta por su jubilación que se recoge en las referencias a continuación.

[3] Además del sucinto pero interesante texto del HTC — History and Critical Thinking de la AA 2010-2016 — para una crítica de la idea de autonomía puede verse mi propio texto de 2019 «Sobre composición arquitectónica…».

Referencias

Ewen Chardronnet, 2014, Producción digital y economía de talleres, en: J. Pérez de Lama et al (eds.), 2014, Yes, We Are Open! Fabricación digital, tecnologías y cultura libres, Recolectores Urbanos RU Books, Málaga; pp. 145-151

Manuel Fontán del Junco & María Zozaya Álvarez, 2017, William Morris y compañía: el movimiento Arts & Crafts en Gran Bretaña, Fundación Juan March, Madrid – Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona

HCT / History and Critical Thinking. Masters Course at the Architectural Association London, 2010-2016, Emil Kaufmann: Inaugurator of a Disciplinary Discourse, en: http://hct.aaschool.ac.uk/emil-kaufmann-inagurator-of-a-disciplinary-discourse/

Bruno Latour, 2007 [edición original de 2005], Reassembling the Social. An Introduction to Acto-Network Theory, Oxford

Irving Lavin, 2012, Bernini and the Figura Serpentinata, en: Pablo Jarauta & Pedro Medina (eds.), 2018, Francisco Jarauta en las fronteras de Babel, Instituto Europeo de Design, Madrid, pp. 235-250

William Morris, 1919 [1882], Hopes and Fears for Art, en: https://www.marxists.org/archive/morris/works/1882/hopes/index.htm | accedido 03/10/2021

____, 1919 [1882; publicado como un capítulo del libro Hopes and Fears for Art, basado en una conferencia de 1879], The Art of the People, en: https://www.marxists.org/archive/morris/works/1882/hopes/chapters/chapter2.htm | accedido 03/10/2021

J. Pérez de Lama, 2019, Sobre Composición Arquitectónica. Pensar y hacer de otro modo: una aproximación eco-ética-estética, en: Selina Blasco, Lila Insúa (eds.), 2019, Exterioridades críticas. Comunidades de aprendizaje universitarias en Arte y Arquitectura y su incorporación a los relatos de la Modernidad y del presente, Brumaria, Madrid; pp. 105-138

____, 2021, Latour: algunos diagramas de «Nunca fuimos modernos», en: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2021/08/18/latour-diagramas-nunca-fuimos-modernos/

Rafael Rojas, 2019, ¿Qué es un intelectual orgánico?, en:
https://www.letraslibres.com/mexico/politica/que-es-un-intelectual-organico | accedido 02/10/2021

Panayotis Tournikiotis, 2018 [tesis doctoral de 1988], La Historiografía de la arquitectura moderna», Editorial Reverte, Barcelona

Raymond Williams, 2014 [edición original 1976; revisada 1983, 1988], A Vocabulary of Culture and Society, Fourth Estate, Londres

Crítica del papa Francisco a los aires acondicionados – auténtico

Giotto, s XIII-XIV, San Francisco predicando a los pájaros, fresco en la Basílica de Asís. Fuente: https://www.gliscritti.it/blog/entry/4972
______

Comentario y selección de José Pérez de Lama

Algunxs amigxs sabéis de mi manía con el asunto de los aparatos y sistemas de aire acondicionado, que es tanto personal, por los ruidos y el aire caliente de los vecinos, que impiden tratar de usar tu propia casa de manera bioclimática — abriendo las ventanas para ventilar enfriar la casa por las noches en verano — como de carácter más general, planetario, relacionado con las islas de calor urbanas y el consumo de energía, que como todos ya sabemos, o deberíamos saber, tenemos que reducir: todos los indicadores señalan que estamos en una emergencia climática.

En un curso en que estuve estos días, unos de los participantes — colegas arquitectos-artistas-filósofos — comentaron que andaban trabajando con la encíclica del papa Francisco sobre el cambio climático, de 2015. Me dieron curiosidad los comentarios de estos colegas y la busqué y me puse a leerla. Se titula «Laudatio Si. El cuidado de la casa común». Tiene ciento noventa y dos páginas. Francisco, dice al principio que se inspira en San Francisco de Asís, de quien ya tomó su nombre cuando lo hicieron papa. Se solía imaginar a San Francisco como un protohippy y un protoecologista por su amor a la Naturaleza y los animales. Laudatio si, alabado sea… era un expresión característica de San Francisco. El documento de momento está muy bien — llevo unas 45 leídas. Me sorprendió que se citen otros documentos de la Iglesia Católica que tratan del cambio climático ya en 2001… Y en fin, por lo que lo traigo aquí es porque al llegar al párrafo 55, está ordenado así, menciona la cuestión del aire acondicionado que se convirtió en una obsesión para mí. Y me hizo gracia, porque dos de los principales ruidosos usuarios de supersistemas de aire acondicionado de mi entorno son precisamente organizaciones religiosas católicas. A ver cómo se lo hago llegar para que tomen nota. Y mediten. Y dejen de poner los aires acondicionados como dicen, «como si no hubiera un mañana», que eso es efectivamente lo que puede pasar.

Reproduzco el párrafo entonces, forma parte de la sección VI titulada «La debilidad de las reacciones»:

55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.

______

La encíclica aquí:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

Algún comentario previo sobre los aires acondicionados, de cuando empezó la crisis del calor en los colegios, cuando fuimos quizás los primeros sobre la necesidad de resolverla con medios bioclimáticos más que con más aparatos de aire acondicionado:

https://arquitecturacontable.wordpress.com/2017/06/15/sobre-aire-acondicionado-calor-en-las-aulas-y-cambio-climatico/