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Sobre marcar y subrayar libros según Calasso, y alguna cosa más

Por José Pérez de Lama

Recordando a mi padre que se murió hace un año y siete meses –nuestras lecturas compartidas.

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Referencias principales:

* Roberto Calasso [traducción de Edgardo Dobry], 2021 [en italiano, 2020], Cómo ordenar una biblioteca, Anagrama [nuevos cuadernos], Barcelona

* Diógenes Laercio [traducción, introducción y notas de Carlos García Gual], 2013 [2007, primera mitad del S. III d.C.], Vidas y opiniones de las filósofos ilustres, Alianza Editorial, Madrid

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Este librito de Calasso, Cómo ordenar una biblioteca, es de los que más me han gustado últimamente. Me gustó mucho. Trata como dice su título de bibliotecas, y de libros y autores, y de las cosas que los rodean. Calasso murió el año pasado, y un par de sus libros están entre mis preferidos «de todos los tiempos» – por ejemplo, el recientemente leído, La Folie Baudelaire, (2011, sobre el París de la época del poeta, con especial énfasis en Ingres y en Manet, y el propio Baudelaire, claro. Calasso combina erudición rizomática, con una sensibilidad artística a la que me siento muy próximo, con una escritura de gran belleza, y a la vez, en mi opinión de bastante claridad.

Mi padre y yo nos intercambiábamos libros. En los últimos años, estando él más mayor, yo actuaba como su dealer de libros, tratando de mantenerlo interesado en otras cosas que no fueran los medios de masas –tan cómodos pero a la vez creo que tan perniciosos para nuestros ancianos. El tema de las marcas en los libros era uno que nos afectaba…  Mi padre muy aficionado a subrayar, ¡incluso con rotulador!, y yo, que lleno los libros de anotaciones a lápiz «con caligrafía de insecto» como dice Calasso de Borges.

Me permito reproducir a continuación un par de páginas de Calasso –¡copiar textos de gente que me gusta cómo escriben se convirtió en uno de mis mayores consuelos! Y después, un comentario sobre uno de los últimos libros que mi padre me dejó con marcas: al encontrarlo pensé que eran algún tipo de mensaje en clave que me dejó… Pero que aún no he descifrado del todo… Hm?!

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Roberto Calasso, Cómo ordenar una biblioteca, pp. 39-41

Es muy raro el caso de un libro que, habiéndolo leído, haya quedado tal cual, sin ninguna marca de lápiz. No agregar a un libro huellas de la lectura es una prueba de indiferencia –o de mudo estupor– . ¿Cómo intervenir? Aquí los modos divergen, de lector a lector. Aquel que [p. 40] ha sido para mí «El lector» por excelencia, Enzo Turolla [1], solo ponía puntos casi invisibles en los márgenes del pasaje, en las líneas o en las palabras en particular que le habían llamado la atención. Releer un libro siguiendo, uno por uno, esos puntos era, en ocasiones, como leer un ensayo, agudo y articulado, sobre ese libro. Se podía incluso pensar en que la escritura de ese ensayo hubiera podido ser superflua o menos incisiva. Existen también lectores airados (la lista es larga) que salpican los márgenes de los libros con signos de exclamación e interrogación indicando desaprobación, y a veces agregando: nonsense u otros exabruptos.

[1] Wikipedia en inglés, entrada «Roberto Calasso»: «At 12 Calasso met and was greatly influenced by a professor at Padua University, Enzo Turolla, and they became lifelong friends». Consultada el 14/02/2022.

Por otra parte, una simple referencia a una página, acompañada quizás de una palabra clave, escrita sobre la última guarda blanca del libro (es una costumbre mía), puede revelarse más tarde como algo precioso. Existen los libros que uno imagina haber leído, cuando en verdad sólo ha oído hablar de ellos. Y existen también, los libros que uno ha leído y anotado pero de los que más tarde ha borrado todo recuerdo. A partir de las anotaciones de un libro olvidado se puede encontrar ese determinado pasaje que resultará indispensable «veinte años más tarde».

Con su «caligrafía de insecto» (así la definía), Borges escribía anotaciones en las guardas de los libros evitando con cuidado poner marcas sobre las páginas impresas. En su ejemplar de The Royal Art of Astrology de Robert Eisler, el menos conocido y afortunado de los grandes visionarios eruditos del siglo XX, se encuentran dos anotaciones que iluminan tanto a Eisler como a Borges. En la primera se lee: «Los horóscopos individuales – 165», correspondiente a a este pasaje del libro: «La idea de que los eternos dioses astrales puedan estar íntimamente involucrados en la existencia y el carácter de cualquier Tom, Dick y Harriet –“así tantos dioses se disputan una misma cabeza” (tot circa unum caput tumultuantes deos [2]), como decía en tono de burla Séneca– no se le podría haber ocurrido a un asirio o a un babilonio, ni siquiera a un egipcio o un etíope.» De ello podía deducirse que el horóscopo individual sólo podía desarrollarse en la cultura griega. Era una manera entre tantas, pero muy elocuente de diferenciar Europa de Asia.

[2] «Todos los dioses en tumulto en torno a una cabeza», Seneca, Suasor, i. 4. Citado también por Montaigne, Chapter XIII. Of judging of the death of another.

La otra página marcada por Borges era aún más significativa porque introducía los astros en el interior de toda actividad, incluso de quienes los ignoran. Esta es la anotación de Borges: [pág. 42] «Contemplation, consideration – 261», referida al siguiente pasaje de Eisler: «Sería difícil, si no imposible, encontrar otro cuerpo doctrinario que haya influido tan profundamente –a pesar de todas las críticas dirigidas en todos los tiempos a sus evidentes debilidades– en el comportamiento de tantos individuos eminentes de todos los tiempos y todos los países, dejando una impronta imborrable en la lengua inglesa y en todas las lenguas romances, de modo que hasta la actualidad nos vemos obligados a usar un término astrológico cada vez que queremos “con-siderar” lo que vamos a hacer respecto a este o aquel problema; en cuanto a la “con-sideración” no es otra cosa que el acto de enfrentarse al influjo de los diversos astros (sidera) acerca de la decisión “contemplada”, en tanto que la contemplación misma significa, en el origen la elaboración de un diagrama que dividía el cielo en cuadrantes –operación denominada templum por los antiguos augures etruscos y dirigida a facilitar la interpretación sistemática de los prodigios observados por quien estudiaba el cielo–». Consideración, contemplación: dos palabras poderosas para Borges, cuyo sentido se iluminó en dos páginas de un libro que había comprado en 1947 en la Mitchell’s Book Store, ubicada en la antigua calle de Cangallo (hoy Presidente Jan D. Perón) 570, Buenos Aires.

Siempre he desconfiado de quienes quieren conservar los libros intactos, sin ninguna marca de uso. Son malos lectores. Toda lectura deja una marca, aunque no quede ningún signo visible en la página. Un ojo experto sabe enseguida distinguir si un ejemplar ha sido leído o no.

En cuanto a las señales en los libros, todo está permitido excepto escribir o subrayar con bolígrafo, porque es una especie de lesión irreparable del objeto. Pero también esta regla admite – muy raras – excepciones. Tengo frente a los ojos dos páginas del ejemplar Cartesian Linguistics de Chomsky que perteneció a Oliver Sacks. Observo once líneas subrayadas con bolígrafo y con regla. Las anotaciones de Sacks están en los márgenes, siempre en bolígrafo con dos tintas, negra y roja. Tratan –nada menos– de la relación entre «estructuras profundas» y «enunciaciones». En rojo se lee, como en una explosión, la frase conclusiva: «Yo no pienso en enunciados.» Imposible no conceder a Sacks, a su perpetuo espíritu infantil, ésta y muchas excepciones.

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Así las cosas, encontré por casas de mis padres uno de los libros que había prestado a mi padre, unos pocos meses antes de morir. El Diógenes Laercio, que como algunos sabreís, es una obra helenística en que el autor hace una historia algo sui generis de la filosofía griega, pero que para muchos autores constituye la principal fuente, por ejemplo, para Epicuro, que fue la razón que me llevó a hacerme con el libro. Pasé por casa de mi padre, y le dije si quería echarle un vistazo, y me dijo que sí, y luego comentamos alguna cosa de que le estaba entreteniendo. Los dos primeros libros, que tratan de los «presocráticos», son sin duda bastante divertidos.

Suelo fechar los libros cuando los compro y a este le puse, «julio de 2020». Mi padre murió en noviembre, y en algún momento del verano se tuvo que ingresar, y quizás a partir de entonces pudiera leer mucho menos. O sea que este debió ser de uno de nuestros últimos libros compartidos. Y ocurrió que al encontrarlo en su caso meses más tarde tenía algunas marcas muy ostensibles, esquinas de páginas marcadas, y me dio por pensar que quizás fueran algún mensaje especial que me dejaba. Transcribo el texto de una de las secciones marcadas que más me llamó la atención… Sigo pensando –como un juego, nada más, que comparto aquí con vosotr*s– qué me podría querer decir… Sigue Diógenes Laercio (una selección de los párrafos 68 a 73 del Libro I de la edición arriba referenciada):

Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, Libro I: Quilón

Quilón (c. 560 a. C.)

[68] Quilón, hijo de Damagetes de Esparta. Compuso elegías hasta unos doscientos versos, y decía que la excelencia del hombre es la previsión del futuro captada en su razonamiento. A su hermano, que estaba irritado por no ser éforo cuando él lo era, le dijo: «es que yo sé soportar la injusticia y tú no». Fue éforo en la Olimpiada cincuenta y cinco en tiempos de Eutidemo, según dice Sosícrates. Pánfila dice que en la cincuenta y seis y que fue el primer éforo. Y fue el primero en colocar éforos junto a los reyes para gobernar conjuntamente. Sátiro lo atribuye a Licurgo.

Según dice Heródoto en su primer libro […] [69] que preguntó a Esopo qué era lo que hacía Zeus y aquél contestó: «Humilla lo elevado y eleva lo humilde». Al preguntarle uno en qué se diferenciaban los doctos de los ineducados: «En sus esperanzas en lo bueno». O ¿qué es difícil?: «Callar y saber soportar la injusticia». Daba también estos consejos: dominar la lengua, sobre todo en un banquete; no hablar mal de los vecinos, o de lo contrario tener que oír cosas molestas; [70] no amenazar a nadie […]; acudir más a las desgracias de los amigos que a sus éxitos; hacer un matrimonio modesto; no hablar mal del que ha muerto; honrar la vejez; vigilarse a sí mismo; preferir antes un castigo que una ganancia vergonzosa pues éste causa dolor una vez y aquélla durante toda la vida; no burlarse del desgraciado; ser fuerte y suave para que los demás nos respeten más que nos teman; aprender a dirigir bien la propia casa; que la lengua no corra más que el pensamiento; dominar el ánimo; no odiar el arte adivinatorio; no desear lo imposible; no apresurarse en la marcha; no agitar las manos al hablar, porque es de locos; obedecer las leyes; aprovechar la soledad.

[71] De sus cantos ha conseguido la fama esto:

Con la piedras de toque se examina el oro
para dar su calidad exacta
y con el oro se prueba la inteligencia de los
hombres buenos y malos.

[…] Era brevilocuente; por lo que Aistágoras de Mileto llama «quilonio» al estilo braquilógico. [1] (Era también propio de Branco, el que fundó el templo de Bránquidas.)

[1] DLE-RAE: braquilogía 1. f. Ret. Expresión elíptica corta equivalente a otra más amplia o complicada, como en me creo honrado por creo que soy honrado.

Era ya viejo en la Olimpiada cincuenta y dos cuando estaba en su apogeo el fabulista Esopo. Murió, como dice Hermipo, en Pisa al abrazar a su hijo, vencedor olímpico del pugilato.

Le ocurrió esto por lo extremado de su alegría y la debilidad de sus muchos años. Y todos los reunidos para el certamen lo escoltaron con los máximos honores.

Le tengo compuesto este epigrama:

[73] A ti Pólux lucífero te doy gracias, porque el hijo
de Quilón recogió el verde olivo del pugilato.
Si su padre murió de alegría al ver al hijo portador de la corona
no es reprensible. ¡Ojalá a mi me llegue
una muerte semejante!

«The Dawn of Everything» –de Graeber & Wengrow– unas notas urgentes tras acabar la lectura

Imagen: Wengrow (izq.) y Graeber, collage publicado en el sitio web occupy.com: https://www.occupy.com/article/dawn-everything-graeber-and-wengrow-place-imagination-center-humanity-s-journey

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Reseña de José Pérez de Lama

Referencia bibliográfica: David Graeber & David Wengrow, 2021, The Dawn of Everything. A New History of Humanity, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York

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Para el próximo martes 22 de marzo de 2022, de 17:30 a 19:30 h [lo trasladamos del 15 inicialmente programado] hemos convocado una conversación sobre el libro en la que de salida creo que intervendremos Marcos García, Alberto Corsín y yo mismo, y a la que estáis todxs invitadxs. Próximamente espero que podamos anunciar los detalles de la convocatoria.

En enlace para acceder a la conversación en la fecha indicada es éste: https://zoom.us/j/98899781825

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Ayer terminé de leer The Dawn of Everything, como muchxs sabréis, es el último libro de David Graeber, publicado ya póstumanente – con su amigo David Wengrow –hace unos pocos meses. Uno es muy fan de Graeber, un pensador provocador, divertido y de la estirpe de Kropotkin, Murray Bookchin y algunos otros también preferidos. Para los que no estén familiarizados, Graeber fue uno de los animadores del movimiento Occupy – el equivalente neoyorkino de las Primaveras Árabes y el 15M-Esp. Ya antes había escrito un libro muy interesante y de gran éxito, sobre el dinero en tanto que construcción social, titulado en castellano, La deuda. Los 5.000 primeros años. Publicado al hilo de la crisis financiera que estalló en 2007 y que quizás aún no hayamos superado. Después escribió un par de libros más sobre lo que él mismo había bautizado como bullshit jobs, idea que a mí me afectó profundísimamente… [1]

Con Dawn parece que los dos David se propusieron algo parecido a lo que Graeber había llevado a cabo en Debt, pero enfocado ahora sobre la historia del Estado y de las relaciones de dominación, desigualdad y violencia que el discurso hegemónico pretende consustanciales al mundo contemporáneo. Graeber y Wengrow se proponen demostrar que estos son mitos interesados, que han contribuido históricamente a sostener el orden occidental, colonial y patriarcal. Creo que lo consiguen demostrar, y la hipótesis posiblemente sea bastante más fina de lo que yo he expresado.

Desbancar el mito del buen salvaje

Los mitos fundacionales serían el de Rousseau, en principio más progresista, y el de Hobbes, más reaccionario. Se parecen ambos al mito judeo-cristiano del paraíso y su pérdida, diría. Rousseau en el que termina centrándose Dawn, suponía la existencia de un «buen salvaje», inocente, que quizá, dice algún crítico actual – espantando a los autores – se parecería mucho en su estar en el mundo a nuestros parientes próximos los primates. Unos buenos salvajes que con la aparición de la agricultura, las ciudades y los estados perderían su condición de felicidad inocente y tendrían que pasara a vivir sometidos a reyes o gobernantes y guerras periódicas, a cambio de poder disfrutar de los avances de la cultura y la civilización. Y ese sería el mito de desbancar: sería falso este pretendido intercambio de progreso y bienestar a cambio de aceptar dominación, desigualdad y la amenaza de la violencia. Tan actual hoy con la nueva versión del complejo tecnológico-financiero-militar… Habría que decir, no obstante, que Graeber y Wengrow no caen en ningún tipo de actitud «conspiranoica» ni nada del estilo… Eso me parece.

El mundo es algo que hacemos…

Uno de los más célebres axiomas o eslóganes de Graeber ayuda a entender sus planteamientos, traduzco un poco libremente: «la verdad definitiva, y escondida, es que el mundo es algo que hacemos y que por tanto podríamos hacer de otro modo».[2] Y el método consiste en demostrar eso, como me parece recordar que también hacía en Debt – y como leía recientemente en su prólogo a la edición por el 50 aniversario del libro de su profesor Marshall Sahlins, Stone Age Economics, que tan presente me parece que está en Dawn.

Graeber y Wengrow multiplican los casos de estudio arqueológicos y antropológicos, basándose en trabajos de las últimas décadas que según nos cuentan cuestionan radicalmente las grandes narrativas el origen del Estado, de las «desigualdades», de las sucesivas revoluciones – agrícola, urbana, de la aparición del Estado, con mayúsculas, incluso como sabemos que se escribe formalmente. Los argumentos son prolijos y los casos numerosos, lo que hace que a lectores como yo, no demasiado familiarizados con este tipo de literatura, se nos haga a veces algo difícil de seguir, más por lo aburrido que por lo conceptualmente difícil – a uno quizás le gusta más el vértigo de los conceptos o de las emociones que la lentitud de las descripciones algo repetitivas que son necesarias cuando se trata de demostrar precisamente eso que son norma más que excepción. Aún así, la cosa, siendo el equipo Graeber, no deja de estar puntuada por momentos deslumbrantes, incluso de ocasionales carcajadas.

Una ciencia ficción retrospectiva

Esto del método arqueológico, – y en parte también el antropológico – que a partir de huellas muy parciales tiene que reconstruir mundos, me ha llamado la atención, recordándome mucho a la ciencia ficción, como si fuera una especie de ciencia ficción retrospectiva, que a la vez, extrañamente, se proyecta sobre el presente y hacia el futuro.

Una de las ideas más deslumbrantes de esta «ficción retrospectiva» es la de que las discusiones sobre libertad e igualdad de la Ilustración en Europa estuvieron muy influenciadas por las noticias e historias que llegaban de los encuentros con los nativos americanos. Y ya sabemos cual fue el siguiente episodio, «libertad, igualdad y fraternidad». Estos indígenas, defienden muy bien los autores recurriendo a múltiples y variadas fuentes históricas no eran los inocentes «buenos salvajes» que se quiso imaginar, sino pueblos acostumbrados a pensar filosófica y políticamente sobre cómo organizar sus sociedades, sobre las libertades, sobre cómo evitar las concentraciones de poder, sobre el autogobierno, etc. Esta parte del libro es fascinante, y las análisis a mi me resultan de gran verosimilitud. La reacción a esta ilustración indígena y a su recepción por parte de una parte de la intelectualidad europea que describen los autores también es de gran interés, y es la que daría forma duradera a los mitos que Graeber y Wengrow se proponen deconstruir. Hablaba estos días con Pablo DeSoto, que está familiarizado con el pensamiento reciente brasileño, sobre figuras como Viveiros de Castro, Arturo Escobar o Ailton Crenak – y muchxs otrxs – que representan ahora este reencuentro con las culturas indígenas, ya no como «buenos salvajes», sino de una manera mucha más parecida a la que describen Graeber y Wengrow en diversas situaciones en los siglos XVII y XVIII.

La pregunta equivocada por el origen de la desigualdad

Graeber y Wengrow proponen que preguntarse por el origen de la desigualdad es una pregunta equivocada, porque en cierto modo supone asumir que la desigualdad es parte necesaria de nuestro mundo. La pregunta que ellos plantean en su lugar tiene relación con tres libertades, como son, 1/ la libertad de irnos de un lugar en que no nos encontramos bien; 2/ la libertad de desobedecer las órdenes que puedan impartirse en las comunidades de las que formamos parte; y 3/ la libertad de experimentar con las relaciones sociales. En aquellas situaciones en que se han construido estas libertades, dicen, es en las que se dieron sociedades «igualitarias» – nos es más fácil imaginar estas libertades en los mundos antiguos, más «vacíos» y relativamente más abundantes, quizás, que los actuales. Y lo que demuestran en este sentido los autores es que efectivamente se han dado muchas situaciones en la historia de la humanidad en que han existido sociedades que disfrutaban razonablemente de estas libertades. Y que esto no sólo fue en los períodos originarios de las pequeñas bandas de cazadores-recolectores; sino en muchos otros momentos históricas, más tempranos y más tardíos – la idea de una evolución social consistente y progresiva, no es cierta, nos dicen Graeber y Wengrow –, y en muy diferentes partes del mundo: Medio Oriente, Norte, Centro y Sur América, diversas partes de Asia y de África… ciertas zonas de la actual Europa, incluso. Y más importante: la existencia de esta multiplicidad de casos que no encajan en los esquemas narrativos que solemos asumir, según parecen demostrar los autores, era principalmente el resultado de la producción intencionada, consciente y reflexiva de las sociedades que se auto-construían a sí mismas según sus aspiraciones e ideales; o también a veces, por el rechazo a otros modelos conocidos o experimentados.

Desbancar el mito del Estado como necesidad histórica

La segunda parte del libro se centra en lo que podríamos llamar la cara contraria de las «sociedades igualitarias»: ¿cómo se torció aquello?, se preguntan los autores, ¿qué ocurrió para que en la actualidad se hayan impuesto los estados como algo que damos por supuesto, con sus relaciones de dominación, respaldadas por la amenaza, nunca demasiado lejana, de la violencia? ¿Y que las «sociedades igualitarias» nos parezcan un sueño imposible más allá de los pequeños grupos de afines?

Los autores argumentan que la actual percepción de los estados como resultado evolutivo necesario es un segundo mito que es necesario desmontar. Para tratar de hacerlo, proponen hacer el experimento de pensar la historia de las formaciones sociales suponiendo la emergencia que la emergencia de los estados se produce como composición de tres principios independientes: 1/ el de la soberanía basada en la violencia; 2/ el del control del conocimiento que suele declinarse como burocracia en tanto conjunto de técnicas de de gobierno; y 3/ el del liderazgo y la autoridad carismática (de la que participaría la competencia política contemporánea). El método con el que pretenden explicar que el Estado no es el destino natural, necesario que se presume, sino una composición coyuntural de diferentes elementos que podrían componerse de diferentes maneras, es constatar cómo a lo largo de la historia estas composiciones fueron efectivamente diferentes, y que lo que se tiende a presuponer como la historia cuasi-sagrada del origen de este Estado con mayúsculas puede muy bien interpretarse de otras maneras. Como ocurría con la sociedades igualitarias, los proto-estados, reinos o imperios, convivieron y se sucedieron históricamente con ciudades libres, federaciones de pueblos, «anfictíones» – eso os lo dejo que lo busquéis en el diccionario o enciclopedia. Más bien al contrario del destino único, el panorama que nos ofrecen Graeber y Wengrow es el de una gran diversidad y variabilidad, y el de una extraordinaria capacidad de inventar y experimentar con diferentes formas de vida en común. Un panorama que invita al optimismo, aunque sea un optimismo moderado y escéptico.

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No todo en las redes son elogios

Además de elogios, el libro también viene recibiendo bastantes críticas. Algunas he leído. Una de las más evidentes es la que puede hacerse a una nueva historia universal, que no puede sino ser algo muy general, una selección muy reducida de ejemplos que se pretenden representativos, algo de una cierta «brocha gorda»… Ya no nos creíamos estas cosas. O ya no las leemos, al menos en ciertos ámbitos. Explican lo autores que lo saben, pero que aún así el imaginario colectivo y el político está dominado por esas otras narraciones míticas que sí que plantean grandes narraciones – y parecen estar algo preocupados con la proyección de personajes como Yuval Noah Hariri o Jared Diamond – y estiman que es necesario, cuestionar y desbancar estos discursos tan al servicio de la confirmación de la realidades hoy dominantes.

Cada cual, como es normal, hace críticas en su ámbito de interés o mayor conocimiento. En este sentido, como aficionado a Foucault, no dejaba de pensar en lo esquemático de la teoría del poder del libro. Aunque entiendo que éste es posible definirlo y analizarlo a múltiples escalas de aproximació o niveles, por lo que el thought experiment de los tres elementos de que se compondría el estado no deja de parecerme interesante. Uno que se considera «composicionista» ha usado en alguna ocasión el método propuesto por Graeber y Wengrow para cuestionar el carácter monolítico del estado — por ejemplo para intentar repensar las relaciones entre globalización, capitalismo financiero y tecnologías digitales: aquello era precisamente una de las hipótesis clave del «proyecto de hackitetcura» al que dediqué bastantes años. Y de algún otro.

Un boceto de 526 páginas

Por otra parte, si comparamos Dawn con las típicas obras superproducidas de la academia actual, en particular la estadounidense, tan cerradas, tan apabullantes, me parece como un boceto, una obra muy abierta, algo fragmentaria, en la que se esbozan, efectivamente, ideas, hipótesis, sin que se lleguen a desarrollar completamente. Algo que veo como una virtud, en cuanto que invita a lxs lectores a hacerse preguntas, – mejores preguntas de las que se hacían  insisten los autores – , a no creernos las historias heredadas… Esto carácter de boceto se observa bien en la hipótesis que se enuncia a diez páginas del final, – aunque ya se ha ido mencionando a lo largo del libro – dejándola como una pregunta flotando en el aire.  Graeber y Wengrow nos cuentan que esta pregunta que parece inquietarlos se inspira en el pensador judío de entreguerras Franz Steiner y aquí no me puedo resistir a recordar el dramático final de su vida: dos días después de que Iris Murdoch, la escritora, aceptara su propuesta de matrimonio Steiner murió de un infarto al corazón, a los cuarenta y tres años de edad. Y la hipótesis lanzada al aire en la últimas páginas no es baladí: propone que el domino actual de la forma estado pudiera estar relacionado con el vínculo entre violencia y cuidados; cuidados – como el que ciertas autoridades antiguas daban a las viudas y los huérfanos, o a los prisioneros de guerra, y que fácilmente se traducía en dominio despótico – o se intuye sin demasiada perspicacia, como el cuidado que nos otorgaban a sus ciudadanos las modernas sociedades del bienestar… Disculpen lxs lectores estas últimas líneas que tal vez hayan sido una digresión desproporcionada…

Escribir con prisa

El carácter boceto, las ideas deslumbrantes que deja como regalos para que lxs lectorxs nos quedemos rumiándolas, las historias que se multiplican, pareciera, a veces, que con una cierta superficialidad, las exclusiones para algunos tremebundas, los saltos mortales de unos temas a otros… Me hacían pensar que Graeber escribía con una cierta prisa, que sabía – como a veces sabemos todos – que no le quedaba tanto tiempo, y que era importante dejar por escrito todas estas ideas… Y como sabemos bien sus seguidores, resultó que murió de repente, no tan joven como Steiner, pero sí bastante joven, a los cincuenta y nuevo, el pasado 2020, pocas semanas de dar el libro por terminado. El libro me parece un hermoso testamento intelectual que nos dejó David Graeber. Sirvan estas líneas también un poco más rápidas de lo que quizás convendría, como un nuevo modesto homenaje al autor querido. Enhorabuena y agradecimiento también por tan sugerente trabajo a su colega David Wengrow.

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Posdata: Sobre los rituales como laboratorios sociales

Un tema relativamente lateral que me interesó mucho es el de la aproximación que hacen los autores a la cuestión de los rituales en las culturas antiguas. Quizás los rtiuales y el juego. Proponen que en ocasiones tenían una importante dimensión de experimentación de otras formas de relación social, de otras maneras de hacer mundo. Aunque el tema creo que atraviesa el libro en su conjunto, lo presentan en las páginas 116-117: «Los momentos rituales verdaderamente potentes son los de caos colectivo, efervescencia, ritos de paso («liminalidad») o juego creativo, de los cuales pueden surgir nuevas formas sociales […] permiten a la gente imaginar que otras composiciones y distribuciones son posibles  […] fomentando la auto-conciencia política […] como laboratorios de posibilidades sociales». Tengo que repasarlo y quizás pueda hacerlo con algunos amigos que vienen pensando y experimentando con estas cuestiones.

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Referencias

David Graeber & David Wengrow, 2021, The Dawn of Everything. A New History of Humanity, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York

Es de destacar un artículo de 2018 donde los autores avanzaban sus ideas: es una buena introducción al libro. Hay traducciones de este texto a varios idiomas, pero no al Esp: igual podíamos montar un equipo colaborativo y hacerla, ¿alguien sea anima?

David Graeber y David Wengrow, 2018, How to change the course of human history (at least, the part that’s already happened), disponible en: https://www.eurozine.com/change-course-human-history/ | accedido 12/02/2022

Wengrow con motivo de la COP26:

David Wengrow, 31/10/2021, Humanity is not trapped in a deadly game with the Earth – there are ways out, en: https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/oct/31/man-not-trapped-in-deadly-game-with-earth-there-are-ways-out | accedido 12/02/2022

Y estas dos reseñas que me gustaron en su momento y me animaron a leer el libro:

William Deresiewicz, 18/10/2021, Human History Gets a Rewrite. A brilliant new account upends bedrock assumptions about 30,000 years of change, en: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2021/11/graeber-wengrow-dawn-of-everything-history-humanity/620177/ | accedido 12/02/2022

David Priestland, 23/10/2020, The Dawn of Everything by David Graeber and David Wengrow review – inequality is not the price of civilisation, en: https://www.theguardian.com/books/2021/oct/23/the-dawn-of-everything-by-david-graeber-and-david-wengrow-review-inequality-is-not-the-price-of-civilisation | accedido 12/02/2022