
Imagen: busto de Marco Aurelio en la Gliptoteca de Munich, fuente: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Marcus_Aurelius_Glyptothek_Munich.jpg & https://historia-biografia.com
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Texto principal de Maite Larrauri con comentario previo de José Pérez de Lama
[1] El término griego hypolepsis, importante en las Meditaciones de Marco-Aurelio curiosamente tiene diversas interpretaciones.
Lepsis, según leo viene del verbo lambein, que significa agarrar, y de ahí varios términos, hypolepsis, prolepsis, katalepsis — estos dos últimos leídos a Emilio Lledó en sus comentarios sobre el epicureísmo. Esta idea de agarrar relacionada con la mente es la misma o similar que en nuestros aprehender o comprehender. Aprehender significa además algo así como capturar, detener (a un fugitivo o un criminal) y cosas así.
Hypolepsis, explica Larrauri, ha sido diversamente traducido en el contexto de la filosofía estoica como opinión, juicio de valor – en Lledó veo que lo hace como lenguaje — ella misma en el texto que sigue propone la traducción contemporánea de discurso.
En Lledó (1984), y en el marco de la filosofía epicúrea, veo que prolepsis sería algo así como una pre-noción, con la connotación de suposición; mientras que katalepsis sería comprensión. Para Lledó hypolepsis sería una falsa suposición.
Veo muy por encima que el término hypolepsis también se encuentra en Aristóteles y es algo que se sitúa entre la percepción y la razón, de forma dría que parecida a como lo explica Larrauri a continuación para los estoicos.
[2] Como comentaba en textos anteriores, esto de los ejercicios estoicos, Foucault los comentaba etiquetándolos con la interesante expresión de tecnologías del yo: tecnologías o técnicas mediante las que se trataba de producir o modular el yo, la subjetividad… Por un lado lindan de manera inquietante con la habitualmente vilipendiada auto-ayuda. Por otro, siendo la producción de subjetividad una de las principales áreas del poder contemporáneo (la producción de deseos, valores, formas de ver en el mundo, etc. en cada uno de nosotros…) pues igualmente parece que sería un territorio de resistencia o de batalla fundamental.
Me llamó la atención últimamente la expresión «resistencia íntima» (título de un libro de J:M. Esquirol que no me llegó a entusiasmar, no se bien por qué, igual tendría que volver a leer — y que me había recomendado un amigo, Antonio Piñero, él sí con gran entusiasmo). Si con Guattari pensamos que las subjetividades son producidas colectivamente, y las singularidades podrían ser, quizás, más del ámbito de lo individual, pues esta resistencia estoica a los discursos habría que pensarla, algo más allá que Marco-Aurelio, como colectiva y como individual…
En cualquier caso, la resistencia a los discursos, hoy, parece importante… en múltiples niveles: el de la subjetividad neoliberal, el de la derrota y el catastrofismo y el desaliento y la impotencia… incluso, incluso, en ciertos aspectos de las fake news…
Os dejo ya de una vez el texto. A mi me gusta releerlo periódicamente, como un ejercicio de los que proponen Larrauri y Marco-Aurelio.
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El ejercicio según Marco-Aurelio, capítulo «Todo es discurso»
Pasaje de Maite Larrauri: El ejercicio según Marco-Aurelio, pp. 18-24.
[p. 18] Un filósofo en la Antigüedad es alguien que lleva una vida filosófica, que se ha convertido a la vida filosófica. El estoicismo, la escuela de pensamiento que orientó a Marco-Aurelio, sostiene la idea de la auto-transformación, una especie de doctrina del perfeccionamiento mediante la ascesis, o sea, el ejercicio.
La idea de la transformación de uno mismo sólo puede provenir de una concepción según la cual algo en nosotros tiene que desaparecer, convertirse o cambiar y, por lo tanto, hay que llevar a cabo un combate [¿?], no contra algo exterior sino en el interior de nosotros mismos. Mientras se hizo a los dioses responsable de nuestras irracionalidades, de nuestras pasiones, como sucede en la Ilíada, la idea del ejercicio era imposible: el odio o el amor, la ira o la sed de venganza eran fuerzas más potentes que los humanos, fuerzas que los arrastraban inevitablemente a cometer unos determinados actos. No había nada que hacer:los dioses siempre eran más fuertes que los humanos, por lo que se establecía una gran inocencia en la parte [p. 19] de los humanos, y la culpa del mal toda correspondía a la parte de los dioses. Cuando, más adelante, el Cristianismo formuló que era necesaria la intervención de la gracia divina para alcanzar la perfección humana, se puso fin a la vía ascética para lograrlo [¿?]. En medio se desarrollaron las escuelas filosóficas de la Antigüedad greco-romana.
Los primeros filósofos pensaron que el mal y la ignorancia se debían a una orientación errónea en el modo de vida y en el modo de conocer. Una vida demasiado apegada a las cosas materiales, un conocimiento que se deja guiar por los sentidos, son situaciones en la que la parte mejor de nosotros mismos, la parte intelectiva a la que se referían con el nombre de nous, queda arrinconada, aplastada por la parte irracional de nuestra personalidad. Somos entonces víctimas de las pasiones, esclavos de lo que los otros hacen o dicen, alejados de la verdad y de la justicia, en una palabra, del bien.
Según esa concepción, la pasión y la razón intelectiva se oponen. No se puede hacer el mal voluntariamente porque el mal es fruto de la ignorancia a la que conduce una vida basada únicamente en [p.20] el conocimiento que aportan los sentidos.[*] Si, por el contrario, llevamos vidas racionales, conducidas por el nous, conoceremos el bien y lo practicaremos en consecuencia: a esto se le llama «intelectualismo moral». No es que el intelectualismo moral, como se ha dicho en muchas ocasiones, afirme que basta con realizar la operación mental de conocer el bien para practicarlo, sino más bien que la práctica de una vida buena, en la que el conocimiento racional es el centro, conduce al bien. Sócrates siempre defendió un cambio en el modo de vida como condición para alcanzar la virtud. Pero quizás simplificó esta metamorfosis creyendo que se trataba de un camino sin vuelta atrás. De nuevo aquí tampoco parecería, a primera vista, que había espacio para el ejercicio.
[*] Nota del ed.: La típica situación en la que se piensa que conociendo la verdad, que se equipara con «tomar conciencia», ya está todo resuelto… Y bien sabemos que no es así…
Pero después de Sócrates y de Platón, las cosas empezaron a mirarse con más detenimiento, se percibieron problemas donde antes no se veía nada. ¿Por qué Alcibíades – alumno privilegiado de Sócrates – aun conociendo el bien, no persistía en esa vía? ¿Acaso la virtud una vez adquirida puede perderse? ¿Quizá eso quiera indicar que la virtud debe ejercitarse constantemente o de lo contrario amenaza con desaparecer?
Después de todo, Sócrates había afirmado en múltiples ocasiones que una vida sin continuo cuestionamiento no esra digna de ser vivida. Quizá [p. 21] pensaron los estoicos, no se le había escuchado suficientemente en este punto. La vida que analiza sin cesar los principios en los que se basa y las acciones que realiza es como la vida de un atleta del pensamiento, una vida en la que el ejercicio es esencial.
Lo que está claro es que Marco-Aurelio dedica muchas páginas de su libro [¿?] a explicar que el logos o pensamiento racional puede ser un mal logos, deteniéndose en el modo en que hay que entrenarlo para que sea verdadero, lo que indica que para él no basta pensar para pensar bien, para pensar la verdad. Dentro de nuestra mente, el error es posible. Sembrar desconfianza o sospecha respecto al funcionamiento del pensamiento racional constituyó una gran novedad.
Marco-Aurelio repite con insistencia estas dos frases: que «todo es hypolepsis» y que «hay que suprimir la hypolepsis». En la mayoría de traducciones hypolepsis aparece como «opinión». Algún estudioso propone «juicio de valor»: las representaciones, las interpretaciones, los juicios que emitimos sobre las cosas del mundo, sobre las cosas que nos suceden. En la medida en que estas opiniones, representaciones, interpretaciones o juicios de valor están incorporados en el lenguaje que hablamos espontáneamente – y ésa es la vía por la que nos encontramos de entrada sometidos a la influencia de los demás, de la sociedad [p. 22] a la que pertenecemos –, me atrevo a proponer una traducción moderna con la palabra «discurso». Así pues, recogiendo una síntesis del propio Marco-Aurelio: «el mundo no es sino metamorfosis, la vida no es sino discurso». Lo que quiere decir que vivimos en el interior de discursos que pronunciamos, que la experiencia del mundo y de las cosas nos viene a través de los discursos que nos preexisten, que el mundo nos alcanza como un mundo ya interpretado.
«Las cosas, en cuanto tales – afirma Marco-Aurelio –, no tocan en absoluto nuestra alma (psyché): no tiene acceso a ella, no la pueden modificar ni mover. Nuestra alma por sí misma se modifica y se pone en movimiento». En efecto, suena muy moderno: Marco-Aurelio está afirmando que nuestra psyché no se ve afectada por la cosas sino por la interpretación que de las cosas hacen los discursos y, por ello, podemos afirmar que se modela a sí misma. Ellos [los discursos] son los causantes de las alteraciones de la psyché. Y esa es la explicación de todos los imperativos de Marco-Aurelio que formulan la necesidad de suprimir la hypolepsis, los discursos. «No tener hypolepsis y evitar la turbación del alma, puesto que las cosas no tiene la capacidad de crear nuestros juicios».
Así pues, la pasión y la razón no son territorios opuestos: las pasiones sólo son irracionales porque agitan y desestabilizan la mente pero, en la medida que derivan de un razonamiento erróneo, son racionales. Es en el uso de nuestro pensamiento racional donde hay que buscar las causas de nuestros sufrimientos, de nuestras perturbaciones, de nuestros males. Y con este planteamiento, el ejercicio adquiere su sentido más pleno. Porque depende de mi voluntad aceptar o rechazar el discurso que pronuncio, que me digo a mi misma. Se trata de un ejercicio mental que combate contra lo que espontáneamente dice nuestro pensamiento racional, ya que todos nosotros estamos, de entrada, privados de la verdad. Y es un ejercicio que, si no desfallecemos y lo incorporamos a nuestro modo de vida, nos promete la salvación [¿?], la felicidad. «Todo es discurso y el discurso depende de ti. Suprime, pues, cuando quieras, el discurso y como un barco que ha doblado un cabo, encontrarás inmediatamente buen tiempo, todos los elementos en calma y una ensenada al abrigo de las olas».
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«Las cosas no alcanzan la mente, sino que permanecen fuera, inmóviles; cualquier tumulto proviene tan solo del discurso interior».
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Nota del ed.: Puse signos tal que así [¿?] en la transcripción en frase que me causan cierta duda o desacuerdo, a veces por falta de contexto y otras porque no lo veo claro.
#referencias
Maite Larrauri & Max, 2009. El ejercicio según Marco Aurelio, Pretextos, Valencia
Marco Aurelio [traducción de A. Guzmán Guerra], 2018 [1985], Meditaciones o soliloquios, Alianza, Madrid
Emilio Lledó, 1999 [1984], El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Círculo de Lectores, Barcelona