
La república de los cuerpos de Epicuro — según Emilio Lledó
Selección y comentario previo de J. Pérez de Lama
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5. LA FELICIDAD Y LA DICHA NO LA PROPORCIONAN ni la cantidad de riquezas ni la dignidad de nuestras ocupaciones ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimiento, la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma a delimitar lo que es por naturaleza.
20. EL HOMBRE ES INFELIZ ya por temor, ya por el deseo ilimitado y vano. Quien a esto ponga brida puede procurarse la feliz sabiduría.
Acervo epicúreo, Fragmentos y testimonios escogidos
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Siguen unos párrafos de Emilio Lledó. La pregunta que me planteo estos días es si la forma de vida epicúrea, basada en limitar deseos vanos, así como reducir miedos y ansiedades, para llevar una vida serena y feliz, alejada entre otras cuestiones de las pasiones del poder o de la excesiva ambición de riquezas, etc., no será hoy en día una forma de contribuir a la buena marcha de la sociedad, — mejor que la de un excesivo activismo — o de la lucha constante por ocupar el poder o la competencia por imponer las propias ideas o simplemente por conseguir esto o lo otro o ser más que éste o aquél.
En primera instancia, y ese es el juicio habitual de la Historia, sería que es más bien una forma de vida irresponsable y egoísta. Pero hoy, cuando el campo de batalla, quizás el primero de todos, puede que sea el del propio cuerpo y los propios deseos, me pregunto si la respuesta no es ya tan clara. Recuerda uno también lo que decían los atenienses, según cuenta Foucault, que el buen gobierno de uno mismo sería la condición necesaria para poder gobernar a los demás…
Esta parece ser la tesis en cierto modo de Emilio Lledó, — que hoy además nos hace pensar en el discurso de los cuidados, la vulnerabilidad, la precariedad de la vida… Aunque lo que queda de Epicuro y su escuela es enormemente parcial, Lledó también subraya la idea de amistad y de comunidades como elementos fundamentales de este pensamiento en su versión original, que complementarían la búsqueda más personal de la virtud. La amistad que hoy podríamos asimilar a la fraternidad / sororidad, — aquella hermana pobre de la tríada revolucionaria clásica, como suele comentar el querido Jarauta.
Y como decía también en algún post anterior, esta limitación del deseo y la ambición de dominar el mundo y la sociedad, encaja también muy bien con lo que quizás sea el mayor problema — o como lo queramos llamar — del presente, esto es, el crecimiento ilimitado en un planeta, una biosfera, o una zona crítica, como la ha llamado estos día, Bruno Latour, que es limitada.
Por mi parte tampoco se trataría de decir que el epicureísmo tendría que sustituir a otras formas de contribuir a la sociedad o de hacer política, sino que tal vez diferentes caracteres o incluso diferentes etapas de la vida se correspondan mejor con diferentes actitudes o formas de vida.
Sigue Lledó por no alargarlo demasiado ( de Sobre el epicureísmo *)
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Formas de vida parece que fueron las propuestas de los filósofos en ese largo período que, después de Aristóteles, ha dado en llamarse «helenismo» […]
Lledó cuenta como Platón y Aristóteles había dado la mayor importancia a la vida pública, política, para la que había que estudiar la realidad humana. La Política «el más arquitectónico y dominante de los saberes porque parece ser que los comprende a todos»… (Aristóteles, Ética a Nicómaco)
[p. 16] Epicuro entendió que era necesario arrancar de otros principios muy distintos para al educación de los guardianes, de los vigilantes y cuidadores del zoológico humano.
[…] intuyó que había que intensificar las relaciones con nosotros mismos antes de pensar en organizarnos como sociedad. Las grandes teorías de sus predecesores había olvidado un principio esencial de toda felicidad y, por supuesto, de toda sabiduría: el cuerpo humano y la mente que lo habitaba. Con respecto a la mente, tenía que estar libre de los terrores que, en buena parte, había incrustado en ella la religión. Una mente atemorizada es una mente infeliz y, al mismo tiempo, es, de alguna forma, creadora de infelicidad. Esta infelicidad y estos temores son principios destructores de la vida, de la alegría que debe inundar la existencia, y el sustentare en ellos es una de las grandes falsificaciones que han poblado la historia. Probablemente Epicuro está pensando en este problema cuando, en un chocante fragmento […]
[p. 17] nos dice: «Feliz tú que huyes, a velas desplegadas, de toda clase de paideia, de educación». Un educación que, en lugar de desarrollar la autarquía [autogobierno, autonomía] y la libertad, nos esclavizaba con la angustia de tradicionales mitologías – las telarañas, que diría Nietsche –, contradice su fundamental misión.
El cuerpo como elemento democratizador de la existencia
[p. 19] El dualismo y la teología platónica que establecían un mundo superior y distinto, al que había que tender incesantemente, un mundo de ideas ejemplares, modelo y fin de la existencia, quedaba reducido a una tarea mucho más modesta y, al parecer, más vulgar. Es posible que, en un estadio superior de nuestro desarrollo, nos apareciera ya otro horizonte, humano también, en el que acrecentar todas nuestras capacidades; pero antes había que plantear, con claridad, los límites de aquello que realmente somos, los límites y mensajes de nuestro cuerpo. Un pensamiento que se olvidase de nuestra débil pero imprescindible estructura carnal, de la delicada fábrica de nuestro cuerpo, estaba condenado a perderse en «vanas fantasías». Lo primero era aceptar esa peculiar condición de nuestro ser, y esto implicaba una verdadera democratización de la existencia. El cuerpo y nuestra condición carnal son el punto de partida para la reunión y convivencia con otros cuerpos, que arrastran cada uno la historia de su lucha por existir.
El cuerpo centro del demos
[p. 20] Nuestro cuerpo es pues el centro inicial del demos, de la colectividad de otros cuerpos, de otras existencias, indigentes también como la nuestra. [Aquí igual hoy entenderíamos mejor otros adjetivos como precarias o vulnerables…] Y precisamente porque, en sus estructuras esenciales, ese cuerpo es semejante a otros cuerpos, no cabe discriminación posible en los elementos sobre los que se levanta la vida. «La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío: pues quien consigue esto o confíe en conseguirlo, puede competir en felicidad con el mismo Zeus» […]. Un programa verdaderamente modesto, y en el que se reflejaba, sin embargo, la fraternidad de nuestros deseos con la necesidad de la existencia. No tener hambre, ni sed, ni frío constituía el fundamento de esa democratización del cuerpo humano, fundamento a su vez de la posible felicidad. Un programa modesto pero que, en su sencillez, albergaba los principios de la igualdad, los principios a los que nadie podía renunciar, y que nadie nos podía arrebatar.
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#referencias
La cita larga de Lledó es de Sobre el epicureísmo (2013), en: Epicuro, C. García Gual, E. Lledó, P. Hadot, Filosofía para la felicidad. Epicuro, Errata Naturae, Madrid; pp. 7-23
Las máximas epicúreas del principio proceden también del mismo volumen.