Imagen: Isabelle Stengers en 2016; fotografía de Pleintreit. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Isabelle_Stengers#/media/Archivo:Isabelle-stengers.jpg
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José Pérez de Lama
Reseña de: Isabelle Stengers, 2019 [conferencia de 2009], Tener madera de investigador, en Stengers, Otra ciencia es posible. Manifiesto por una desaceleración de las ciencias, NED, pp. 33-62. Buscando un poco, el volumen se encuentra para descargar en inglés con una traducción que me parece más «verosímil» que la española.
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Isabelle Stengers (1949), para los que no la conozcan, es una destacada filósofa y profesora de la Universidad Libre de Bruselas, conocida, en especial, por sus estudios sobre los conflictos y confluencias entre filosofía y ciencias – se puede leer en la solapa sel libro. Recibió en 1993 el premio de filosofía que otorga la Academia Francesa. Conviene decir para lectores poco avezados con estas cosas, que forma parte de un cierto sector del pensamiento contemporáneo, en el que estarían Donna Haraway, Vinciane Despret o Bruno Latour, entre otros. Creo que era amiga y estudiosa del trabajo de Deleuze, y sobre todo de Guattari – vi estos días un libro suyo dedicado a este último. Una parte importante de su obra reciente se centra en el estudio de A.N. Whitehead, creador de lo que se denomina «filosofía del proceso» – antes co-autor con Bertrand Russell del Principia Mathematica. Stengers también ha pensado y escrito sobre el cambio climático y la posible catástrofe ambiental. Su libro de divulgación y/o de activismo político sobre este tema (2015) se titula: «En tiempos catastróficos: resistiendo la barbarie que viene». Ya se ve que es un personaje interesante… Muchos sabrán también que fue personaje relevante en las llamadas Science Wars de los años 80, que enfrentaron precisamente a los defensores de las ciencias duras, las verdades objetivas y la identidad ciencia-progreso – cabría resumir – con los que estaban tratando de hacer una crítica de aquello y de ensayar otras formas de pensar. El libro de Stengers, Cosmopolíticas se inicia con su contribución a estos debates. Y su propia idea de cosmopolítica – una política que se hace entre diferentes maneras de pensar y formas de estar en el mundo – representaría su propuesta al respecto [algo sobre el asunto en un post anterior en este blog; ver enlaces al final].
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El volumen, Otra ciencia es posible. Manifiesto por una desaceleración de las ciencias, con una traducción, desafortunadamente, algo pobre, recoge 5 artículos de Isabelle Stengers – algunos de ellos, o quizás todo, basados en conferencias. En la versión en inglés hay 6 capítulos en lugar de cinco. La pregunta que atraviesa el libro, a mi parecer, es si las ciencias, tal como son hoy, son más bien parte del problema que de la solución. No la idea abstracta de ciencia, sino las ciencias tal como se organizan y funcionan en la actualidad – en esta interrogación de las ciencias tal como son se incluirían las universidades. Por supuesto, esta percepción crítica de las ciencias es una hipótesis que comparten otros autores, como puedan ser Illich o Ellul o Virilio o Latouche, por citar algunos a los que he leído – o sobre los que he leído, Ellul – recientemente.
No se trata de la idea abstracta de ciencia, como decía, que podríamos describir como la construcción de saberes teóricos y aplicados para conocer mejor el mundo, y para resolver problemas a los que nos enfrentamos los humanos, y que poco a poco, mediante la acumulación y la evolución de conocimientos y técnicas, irían mejorando las condiciones de vida de nuestras sociedades (como la describe por ejemplo Dewey en Experience and Nature). Sino de las ciencias tal como se dan actualmente, estrechamente comprometidas con el capitalismo, impulsoras de la aceleración, del crecimiento, de la dominación de los que la controlan sobre los que no, del sometimiento de la vida al trabajo y la economía, y de la naturaleza a la economía, etc. Lo dejo aquí apuntado. La cosa es compleja, por supuesto. Y como todo lo que va en contra del sentido común dominante, difícil de explicar convincentemente. Por aquí va, interpreto, la aportación de Stengers. No se trata de estar a favor o en contra de la Ciencia, como algunos pretenden. Sino de pensar las ciencias para la construcción de un mundo diferente – y, seguramente, para pensar las ciencias como parte de un mundo diferente.
Entre los diversos capítulos que componen el libro comento éste de «la madera de investigador», de momento, porque fue el que más me impresionó en su día. A uno, que lleva dedicada más de la mitad de su vida a la Universidad, las cosas que escribe Stengers le tocan muy intensamente – le hace sentir más acompañado. ¿Tiene o no tiene uno madera de investigador? ¿De universitario? __ Esas cosas. Según las nuevas agencias de acreditación, sistemas de promoción, los compañeros y colegas que han asumido sumisamente todas estas cosas, etc, etc. – uno no la tiene. Según Stengers, quizás sí; o quizás tenga otras cosas más interesantes, más importantes. Y como yo, seguro que hay muchos y muchas más – aunque ciertamente seamos una especie en extinción. La supervivencia del más adaptado… y su reverso.
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Paso a comentar el texto en cuestión. Lo haré sección a sección, y en dos partes. [Este post es la primera parte].
Sección 1: El género de la ciencia
La conferencia original tenía un título más largo. El título era: La madera de investigador: ¿una construcción de género?
El texto comienza efectivamente con la cuestión de las mujeres jóvenes, las niñas, y la vocaciones científicas – ese asunto algo de moda también en España, aunque ya se ve que 10 años más tarde que en otros lugares. ¿Por qué hay preocupación porque las mujeres no hagan carrera en estas ciencias duras – sound sciences en inglés en algún momento – pero no tanto en otras como la historia, la sociología o la psicología? Empieza también definiendo estas ciencias duras como aquellas que son capaces de probar cosas y presumir de hechos – matters of fact sería en inglés — porque estas cosas se piensan bastante en inglés.
La cosa me hace pensar en la «falsabilidad» de Karl Poppper, tendría que explorarlo un poco. Que contrastaría con otras prácticas de pensamiento que por ejemplo imaginan futuros, vidas, mundos… y que por tanto su contraste con la realidad no es el de la prueba-falsabilidad, sino que será de otro tipo.
Stengers, con su aspecto de señora respetable, dice algunas «barbaridades» que me hace pensar que no es leída por nadie. O que si alguien la lee, con esto de la velocidad y el consumo de ideas, o de lo que haga falta, lo olvida al pasar la página. Cito – sobre la «vocación» científica que se pretende inculcar en las jóvenes:
Esta vocación, puesta bajo el signo de la curiosidad, del descubrimiento de los misterios del universo y de los beneficios aportado por los conocimientos científicos, puede hacernos sonreír. Pero es [así como] es promovida ante los jóvenes, y sobre todo los muy jóvenes. A propósito de la manera en que la institución científica intenta activar el gusto [por] la ciencias casi se podría hablar, atrevámonos a decirlo, de pedofilia, de ansia de capturar el alma del niño.
– ¡Pedofilia! dice Stengers, ¡y nunca oí a nadie comentar sobre esto! Sigamos.
Se trata de darles un gusto por la manipulación de cosas curiosas, por las cuestiones desinteresadas, por la sed de comprender, por la ciencia como gran aventura. – Y ahora viene, «el pero». – Ahora bien, tal gusto, por supuesto, [parece pasar a un segundo plano] cuando se entra en la universidad, y mucho más cuando se encara una carrera en la investigación. – Y más aún, sigue Stengers. – Por otra parte, lejos de ser tratados como un producto que en adelante amenaza con escasear, los/as jóvenes investigadores/as, doctorandos/as e investigadores/as post-doctorales deben aceptar condiciones de trabajo propiamente sacrificiales y una competencia despiadada. Supuestamente deben apretar los dientes: la gran aventura de la curiosidad humana presentada a los niños fue reemplazada por el tema de una vocación que exige un compromiso en cuerpo y alma. Y es [eso] lo que realmente se reprocha a los jóvenes de hoy, que ya no aceptan tolerar los sacrificios que requiere el servicio a la ciencia. – Hasta aquí la cita de Stengers (34-35), de momento.
En mi lectura, Stengers va y viene del tema de las mujeres y la ciencia – pero la crítica es más amplia: la ciencia estaría construida de tal manera que excluye a quienes que no tienen «madera de investigadores» – y para las mujeres, tal como la analiza la autora, esto será especialmente difícil. No me voy a centrar aquí en la perspectiva de género sino en la visión más común a cualquier «investigador/a». ¿Qué será esto de la madera de investigador? Vamos a irlo viendo.
Para hacer una primera aproximación, Stengers propone la figura de los pilotos de prueba de aviones y de los primeros astronautas, de donde toma la expresión – en inglés, having the right stuff. Lo de tener madera de piloto de pruebas era algo que, cuenta Stengers, sólo se reconocía, negativamente, cuando alguien abandonaba o fracasaba. Se asociaba más que a habilidades concretas a una cierta vocación y una cierta grandeza, que hacía que los pilotos no se hicieran demasiadas preguntas sobre los aviones que tenían que probar – aunque aquello pudiera costarles la vida. Eran preguntas que no se hacían. Mi interpretación: se trataba de idealizar una actividad, dándole un halo heroico – evitando cualquier pregunta que la cuestionara; algo así como los muchachos jóvenes que van a la guerra – Stengers, usará más adelante la imagen de la «movilización». Hacerse preguntas en estos casos es un signo de falta de valor, de que no se tiene el right stuff, el material, la madera adecuada.
[Es interesante el uso que hace Stengers de lo que voy a llamar «figuras»: ésta sería la primera; la del piloto de pruebas]
Concluye la sección Stengers [combinando la oscura traducción española con la inglesa, más clara – p. 38]:
El tipo de construcción con que tratamos aquí es singular porque no pretende describir la realidad, por lo que sería vano llamarla «ilusoria». Más bien, [la construcción] es «verdadera» en el sentido de que hace que «las cosas se mantengan unidas», produciendo una relación particular del yo y el otro. [Una construcción que], a la vez, supone y produce un ethos.
Este ethos sería por tanto una particular forma de estar y conducirse en el mundo, dentro de las comunidades científicas, y en las relaciones entre éstas y la sociedad: forma que pasa, según Stengers, por callar, o incluso no pensar, ciertas cosas, – enunciado de manera más positiva: hacerse sólo cierto tipo de preguntas; pero eso lo veremos a continuación –: a cambio quizás de sentirse alguien especial e importante – y de poderse ganar la vida con lo que se hace, – especialmente si triunfa en esta difícil carrera.
Sección 2: Los verdaderos investigadores
Cita: Esta construcción – la de la ciencia-institución –, nos dice Stengers, no deforma propiamente la realidad, sino que se caracteriza por requerir de los investigadores que sean insensibles respecto de ciertas cuestiones planteadas por aquella. Que se plantean típicamente con expresiones como «lo sabemos, por supuesto, pero de todas formas… – y en toco caso los investigadores tienen que ser fuertes e ignorar esas cuestiones».
Aparecen dos nuevas figuras para seguir construyendo el argumento. Una es concreta, Virginia Woolf, obviamente una mujer; la otra es la de los profesores e investigadores que dominaban entonces el mundo universitario, los «hombres cultivados» de su tiempo – que no parecen demasiado distintos de los de ahora, al menos en cuanto a las críticas de Woolf.
De nuevo Stengers usa los adjetivos más duros con estos investigadores – sin que nadie parezca pararse a leerlos y pensar sobre ellos. Algo así es lo que decía Woolf. Esta sección podría reproducirse casi íntegramente. Stengers dice que Wool nos obliga a pensar en contra de «los consensos de buena voluntad» – ¡hay que salvar la investigación! y cosas del estilo.
En Three Guineas, si no lo entendí mal, Woolf decía a las mujeres de su tiempo, efectivamente,
[…] que debían evitar unirse a la gran procesión de los «hombres cultivados». – y añade Stengers – Por mucho que esa procesión en la actualidad haya perdido su soberbia y esté un poco en mal estado e intranquila, una y otra vez excluye a aquellas y aquellos que insistirían para que se detengan y reflexionen, así no fuera nada más que instante. Que se tomen el tiempo de hacerse la pregunta que Woolf decía que nunca había que dejar de hacerse. «Nunca dejemos de pensar, […] pensar en todo lugar y toda ocasión, qué es esta civilización en la que nos encontramos». (Stengers, 40; sigue)
Ciertamente ella se resiste a la tentación de los fósforos y la gasolina que harían arder las prestigiosos colegios ingleses donde se fabrican seres a la vez conformistas y secretamente violentos, de una violencia que aparece cuando se sienten en peligro…
Woolf, sigue Stengers, no recomienda a las mujeres que intenten formar parte de ese mundo, ni tampoco «hacer carrera en las profesiones que prometen prestigio e influencia», salvo para adquirir los conocimientos que las emancipen … pero que permanezcan en los márgenes.
Porque no podrán modificar el ethos que requieren estas profesiones: la rivalidad agresiva, la prostitución intelectual, el apego a los ideales abstractos.
En resumen, Virginia Woolf a mi juicio tomó la medida de lo que llamé «la madera del investigador», y creo que no le sorprendería en absoluto comprobar la sumisión, la pasividad con las cual los académicos permiten hoy que redefinan su mundo y sus prácticas en in modo que, en nombre de una excelencia que hay que evaluar objetivamente, los obliga sin lugar a dudas a la práctica sistemática de esa prostitución intelectual que ella denunciaba. (Stengers: 41)
Como se ve, Woolf-Stengers no se andan con medias palabras caracterizando la vida universitaria-científica: conformismo y violencia secreta, rivalidad agresiva, prostitución intelectual – y el desde luego más mansa, apego a los ideales abstractos. Si se lo cuentan a uno así de partida, lo que hace falta para tener madera de investigador, no le entran a uno muchas ganas de pertenecer a esa cofradía. Aunque quién sabe…
Sigue Stengers:
Porque no sólo esa madera no caracteriza lo que es «un buen investigador», tan sólo lo que es un – «verdadero» – investigador, sino que bien podría tener algo que ver con la terrible transformación descrita por Woolf: cuando el «hermano privado, a quien muchas de nosotras tenemos motivos para respetar, es engullido, y se impone «en su lugar un macho monstruoso, de voz fuerte, de puño duro, que se empeña puerilmente en hacer marcas con tiza sobre la superficie de la Tierra, dentro de cuyos límites místicos se acorrala a los seres humanos de manera rigurosa, separada, artificial». A menudo vemos aparecer a ese macho, brutal y pueril, cuando el límite místico que separa a los científicos de los otros humanos les parece amenazado o relativizado, cuando se pone en peligro la manera en que la mayoría de los científicos se presentan y se representan a sí mismos como aquellos que, heroicamente, resisten las tentaciones de «la opinión». Y es realmente porque este límite es abstracto […] por lo que ese ser violento es también manipulable como siempre lo son aquellos que «no quieren saber nada» de lo que podría hacerlos vacilar. (Stengers: 41-42).
Tras lo precedente se introducen dos nuevos temas, uno que me inquieta bastante pero que queda casi como algo al fondo en este capítulo y quizás en todo el libro, y el otro que se convierte en el tema en torno al cual se construye, al final, la conclusión.
El primero tema es el del conformismo y la sumisión de los académicos – a lo que haga falta, diría uno. En mi entorno al menos el disciplinamiento producido por el pack Bolonia-capitalismo cognitivo ha sido de una eficacia espectacular. Si en su momento, hace 20 años, hubo cierta resistencia a Bolonia ésta quedó fundamentalmente como un recuerdo para unos pocos nostálgicos, y todos los profesores se pusieron como si ni hubiera mañana a responder al doble estímulo del palo y la zanahoria – eso de los burros. El turco complementario de tener poco o ningún tiempo para pensar, eso que reclamaba Woolf, completa la operación.
El segundo tema es el de lo que podría calificarse del «pacto de la objetividad». Los científicos y universitarios en general, asumen esta idea de la ciencia basada en datos, de los conocimientos basados en evidencias – de la eliminación de la duda, la provisionalidad, la probabilidad, la especulación – para ponerse al servicio de una cierta idea de sociedad y de política. A cambio de lo cual, al menos como idea, reciben reconocimiento, prestigio y … financiación: ciertas ciencias, la investigación, las universidades… Como parte de este pacto, los científicos así se convierten en los productores de verdad de la sociedad, su cerebro. Otras verdades y otros pensamientos y otras sensibilidades son eliminados o callados. Esa cuestión de lo que debe ser tenido en cuenta y lo que no, lo que es importante y lo que no.
Introduce aquí también Stengers, cómo esta manera de pensar la ciencia se aplica a la propia universidad, a la elección de las preguntas que se plantean, al diseño de programas, a la selección del profesorado.
Sobre esta cuestión de la ciencia como detentadora de la objetividad que se equipara a la única verdad, que quizás sea la que vaya más rotundamente contra el sentido común dominante, seguirá más adelante.
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Algunos comentarios para cerrar esta primera parte. La cuestión del no-pensar, del no-hacerlo como condición para el buen funcionamiento del sistema – creo que es viejo aquello de la funesto vicio de pensar – y como condición de la propia identidad y autoestima; eso lo continuará Stengers en la siguiente sección del capítulo con una o dos nuevas figuras o personajes, el más destacado, el que llama «el sonámbulo». Se me ocurre ahora que si el sonámbulo puede representar la genialidad de ciertos científicos, también tenemos la figura del «zombie», que nosotros hemos usado alguna vez – otra forma de estar dormido, en principio genialidad. Bromas aparte – el no pensar y el dejarse ser pensado por otros, em recuerda varios temas y citas que he trabajado recientemente.
Una, la de Haraway y Arendt, que identificaban este thoughtlessness, este no-pensar, con lo que Arendt había llamado la banalidad del mal. Un post sobre esto escribí hace algún tiempo [enlace al final].
Otra, una cita de Adorno, de Twitter, ¡qué le vamos a hacer! – para mí, algunos días como un I Ching actual y un poco personalizado. Dice así:
That something should be done is a belief held by everyone nowadays; what is found to be “problematic” is when someone decides not to do anything for once, but to retreat from the dominant realm of practical activity in order to think about something essential.
Theodor W. Adorno __ quoted in Twitter by @samantharhill 9/1/2020
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Traducción: Que es necesario hacer algo, lo cree hoy todo el mundo; y sin embargo se considera «problemático» cuando alguien decide por una vez no hacer nada, sustrayéndose del dominio de la actividad práctica, para pensar sobre cosas esenciales.
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No deja uno de sorprenderse cuando en la universidad, por ejemplo, todo sigue más o menos igual; nadie está demasiado preocupado por el cambio climático, por la crisis social – o si lo están, eso tiene escasísima traslación a las clases, a los programas, a los currículos… Uno piensa que si nos tomásemos en serio esas cosas, habría que parar de hacer las cosas que produjeron el mundo tal como es, y ponerse todos a pensar y trabajar en diagnosticar, hacer de otro modo, etc. Parar como dice Adorno, 5 años, los que hagan falta. Pero no. Los raros son los tres o cuatro que se preocupan por estas cosas. Parece broma. Pero este año compartí clases con dos grupos de profesores, de esos que te tocan más o menos por sorteo, y los ejercicios que se plantearon a los estudiantes y los criterios de valoración, podría haberlos encontrado idénticos en alguno de los cursos cuando yo estudié, en los primeros 80. Como si nada hubiera ocurrido desde entonces – salvo eso sí, que ahora se dibujan con ordenador y las clases han sido en parte por Internet.
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Contar lo que dice Stengers, en este texto al menos, es algo prolijo por lo que me parece la peculiar manera en que lo construye. Como buena amiga de Guattari, el texto no me parece ni el desarrollo de un argumento más o menos lineal, ni de tipo árbol, con una idea de la que surjen otras, y de éstas otras más, etc. para al final volver a una cierta síntesis.
En su lugar, y en esto me recuerda a Dewey, la estructura de este texto de Stengers, me parece que podría asemejarse a un tejido: con hilos diferentes, que tratan de cuestiones parecidas, relacionadas, que sólo en ocasiones se conectan o entrelazan y luego quizás se vuelvan a separar. La otra imagen que se me ocurría era la de la construcción o disposición de un paisaje o un lugar alrededor del lector, que poco a poco se va haciendo más denso. El uso de personajes – los llamé figuras, pero luego me acordé de Deleuze y Guattari en «¿Qué es la filosofía? – también contribuye a esta sensación de paisajes o lugares, de los cuales los personajes serían sus habitantes – que representan ciertas formas de vida, de pensar, sensibilidades, discursos, situaciones. ___ Quizás, con los situacionistas, y con Haraway, podíamos llamar también al método que usa aquí Stengers, la construcción de una situación. Stengers aborda a continuación el asunto del pensamiento situado – o sea que quizás podamos volver sobre el asunto éste de la estructura y el estilo – la forma – y el contenido.
Concluyo entonces, aquí, esta primera parte de la reseña. Espero poder completarla pronto. __ Vale. Salud y aire.
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Enlaces en este mismo blog mencionados en el texto:
Ecología de la prácticas, un concepto de Isabelle Stengers, 2018, https://arquitecturacontable.wordpress.com/2018/02/20/ecologia-de-las-practicas-stengers/
Haraway/Arendt sobre el no-pensamiento, 2020, https://arquitecturacontable.wordpress.com/2020/10/04/haraway-arendt-sobre-el-no-pensamiento/
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