Imagen: Gilles Deleuze and Félix Guattari lounging and dozing together, Skyros, Greece, ca. 1980. Photo: Karl Flinker. Fuente: https://www.artforum.com/print/201104/francois-dosse-s-deleuze-guattari-27817
Unas notas sobre el arte de la conversación
José Pérez de Lama, 2018
Dedicadas a Francisco Jarauta (la parte de las buenas conversaciones)
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Reading and sauntering and lounging and dosing, which I call thinking, is my supreme Happiness. [Leer y pasear y reposar y dormitar, a lo que llamo pensar, es mi suprema felicidad.] David Hume
Leí hace poco un bonito libro sobre la amistad del filósofo David Hume y el economista-filósofo Adam Smith que se extendió a lo largo de la mayor parte de sus vidas adultas durante la época que se conoce como la Ilustración escocesa (siglo XVIII). Según el biógrafo, Rasmussen (2017), esta amistad se construyó en gran medida en torno a sus conversaciones, epistolares y verbales. El sauntering (pasear) y lounging (descansar, estar en un salón sin hacer mucho, tal vez después de una cena temprana), creo que a Hume le gustaba hacerlo con sus amigos. (En la foto de arriba diría que Deleuze y Guattari están lounging). En otras ocasiones habla específicamente de las conversaciones como una de las cosas de las que más disfrutaba en la vida. Esto me hizo envidiarlos, y pensar y tomar algunas notas sobre el tema que aquí trato de ordenar un poco (sólo un poco). Me gustaría escribir algo más literario, con algunos ejemplos divertidos de diálogos y situaciones, _ pero eso tendrá que ser más adelante. Van las notas:
La conversación, hablar unos con otros, es una de las varias maneras de relacionarnos con las personas de nuestro entorno más próximo: amigos, familiares y ocasionalmente colegas del trabajo y conocidos. Me gusta pensar que las conversaciones son importantes en la medida en que por medio de éstas nos manifestamos el afecto, nos entretenemos, nos cuidamos mutuamente, nos comunicamos estados de ánimo, resolvemos – o lo intentamos – incertidumbres y conflictos, nos conocemos, compartimos experiencias y anhelos, aprendemos, pensamos proyectos -a veces en común… Con alguna frecuencia, en las conversaciones nos enfadamos; y en otras nos perdonamos. Las conversaciones son una de las formas de hacerse amigos; también de enamorarnos. En ocasiones pueden llegar a ser pequeños acontecimientos singulares y memorables.
Uno de mis calificativos más elogiosos respecto de una persona es decir que es un(a) gran conversador(a). Ser un gran conversador puede tomar muchas formas, por supuesto. Para mí, que tengo inclinación por la lectura y el aprender, me gusta la gente que cuenta buenas historias, la que me enseña cosas que me interesan o me sorprenden, la que me contagia entusiasmo. La que me hace reír y se ríe conmigo.
Conversación me parece que denota algo diferente a diálogo. Según leo, la etimología, latina, de conversación viene a significar “asociarse con alguien;” y también está relacionada con “cambiar o darse la vuelta” (Merriam Webster). Interpreto que según esto conversar con alguien, en contraste con simplemente hablar, es algo que nos transforma. Diálogo, parece algo mucho más mental o intelectual; conversación pondría en juego más cosas; quizás. Discusión o debate, con sus connotaciones agonísticas, de enfrentamiento, aunque sólo fuera de ideas o pareceres, también parece ser algo diferente.
Por estas intuiciones, la idea de que una conversación puede llegar a ser un cierto acontecimiento – la construcción de algo especial que antes no existía – y por esta idea de que participar en una conversación nos puede transformar; y por la evidencia de que hay conversaciones que nos hacen sentir mejor, que nos hacen disfrutar, mientras otras que nos aburren, nos frustran o nos enfadan, pensé que merecía la pena – extraña expresión – darle algunas vueltas a esto del arte de la conversación.
Las malas conversaciones
Aunque esté un poco feo, señalaré para empezar lo que a veces llamo vicios de las conversaciones. Igual algunos os lo podéis saltar e ir a la siguiente parte, sobre las buenas conversaciones.
Quejas y penas
Uno de estos vicios, que me fastidia bastante, es el de la queja. Por supuesto que yo también lo tengo o practico: Hablamos con otras personas para contarles nuestras quejas. De todo, del trabajo, de la política, lo horrible que va todo, lo mal que este tío hizo aquello, o como se aprovechó de tal o cual cosa; lo catastrófico que es el capitalismo, o el PSOE de Susana Díaz, la política en general, la banca, la educación, etc. Los agravios recibidos, reales e imaginarios. Es normal y es algo que a veces suele interesarnos, pero si las conversaciones no van más allá, la verdad es que por mi parte, a medio plazo, tiendo a eludir a este tipo de interlocutores quejicas.
Una variante de esta actitud es la de hablar sólo de enfermedades, que a veces, como es fácil imaginar, pasa con personas mayores, que evidentemente padecen más achaques que los más jóvenes, y que ven(vemos) cómo día a día las capacidades físicas, cuando no mentales, van mermando. Aquí, el equilibrio entre preocuparse por el otro, “cuidarlo,” y que las conversaciones se centren predominantemente en este tema, es siempre peliagudo. Fulanito tiene un cáncer, al pariente tal le ha pasado esto, el otro se murió, esta semana tengo que ir al médico… Es posible que sea poco caritativo en este aspecto, y reconozco que debería dar apoyo a la persona preocupada, e incluso que a veces se aprenden bastantes cosas sobre salud, pero mi opinión es que estas cosas deben tratar de acotarse y no dejar que se conviertan en el tema principal de las conversaciones.
Cotilleos
La obsesión por los cotilleos, aunque sin duda, con una cierta moderación, contribuyen a la construcción de la sociabilidad, también es algo frecuente en estas conversaciones de baja calidad. Esto es una de mis manías, – ¿qué le vamos a hacer? A casi todos nos gustan los cotilleos – y siempre recuerdo a un amigo que decía algo de Proust sobre el asunto – quizás, que ¿qué era la literatura sino cotilleos? Pero aún así… En esto como en otros aspectos la influencia de la televisión es bastante pobre en mi opinión.
Malos rollos
Dos variantes más de este tipo de “conversación”que valoro como bastante negativa, o por lo menos poco artística, serían, una, aquellas conversaciones que la otra persona usa para tratar de aliviar sus frustraciones o enfados. La conversación irá o no sobre el asunto problemático, pero la actitud negativa y bronquista es la que constituye el mensaje dominante. La menor cuestión se convierte en motivo de conflicto. Recuerdo este tipo de conversaciones de cuando tenía pareja… y es una de las razones, creo, por las que acabé no teniéndola. Y no lo achaco sólo a mis parejas, sino que es algo que a veces uno también aprecia en sí mismo. En este sentido, vivir solo (como es mi caso) creo que te disciplina mucho. Cuando te encuentras con alguien es algo deliberado, y no una obligación cotidiana, y eso te permite valorar más los encuentros, así como elegir algo más con quién verte y en qué situaciones, cuándo estar solo y cuándo acompañado.
La segunda variante es la de las personas cuyo objetivo parecer ser transmitirte su mal rollo: el mundo es una mierda y quiero que te enteres. Puede ser más o menos explícito. Supongo que ese no es exactamente su objetivo, sino expresarse y contar lo que sienten, pero el efecto es ese, el de recibir sobre la cabeza un volquete de mala energía o de emociones negativas. Personalmente, cuando aprecio a estas personas, me suelen dejar muy chafado. Porque mi alegría de vivir es tan débil como frágil, y me contagio con facilidad. A veces a este tipo de relaciones o de personas se las llama tóxicas. Cuesta mucho, y es necesario encontrarse muy bien, en mi caso al menos, tratar de llevar estas conversaciones por caminos enriquecedores para unos y otros; __ porque sí que ocurre que muchas de estas personas con visiones negras-oscuras de la vida, son personas sensibles, cultas, inteligentes; incluso demasiado lúcidas y por esa razón están así. En muchos casos también se trata de personas deprimidas, quemadas, etc. A veces, tengo un poco de miedo de ser una persona de este tipo.
No escuchar y no dejar hablar
Otra familia de vicios, bastante típica, tiene que ver con las dificultades para escuchar, y la percepción de las conversaciones como un espacio de autoafirmación, lucimiento o similar, una especie de lucha por ver quién se impone entre los que participan en una conversación. Según me dicen, eso es más o menos lo que se ve en la mayoría de las famosas o quizás infames tertulias y debates televisivos. Para un “conversador” de este tipo es muy importante no dejar hablar a los otros, y si por lo que sea alguien consiguiera intervenir, el conversador-con-aspiraciones-de-alfa debe evitar por todos los medios escucharlo. O si acaso, escucharlo lo más sesgadamente y posible para poder “machacarlo.” De mis años de activista en California recuerdo algunas reuniones en que todos los participantes teníamos unas fichas tipo casino que debíamos ir poniendo delante nuestro tras cada intervención, con el objetivo de que todo el mundo participara más o menos igualmente, y de que quedasen patentes los abusones de la palabra. Mi experiencia es que esto de los abusones suele ser más frecuente cuando hay múltiples personas y de alguna manera existe un cierto público; lo de la tv sería el caso llevado a la máxima expresión. También suele ser más típico de hombres – aunque no siempre.
La amenaza de los lugares comunes
Una última categoría de las conversaciones que no me gustan, o que me fastidian bastante, tendría que ver con aquellas que se basan en el abuso de los lugares comunes y clichés, los prejuicios sacados sin demasiada reflexión del arsenal de cada cual, y las opiniones más o menos ready-made, procedentes de la tv, facebook o las ideologías precocinadas, etc. Cuando tienen además una intención polemista, es lo que creo que se viene caracterizando últimamente como cuñadismo – mi cuñado por cierto es un tío súper-majo, y si acaso yo suelo ser más cuñado que él. Los lugares comunes, no cabe duda, nos acechan por doquier y es recomendable estar siempre bien precavido… Aunque también recuerdo una película, Año Mariano, en la que los actores hablaban de una manera tan previsible que podíamos ir adivinando cada cosa que iban a decir y cómo la iban a decir, y aquello tenía un extraordinario efecto cómico .
Escribiendo esto me doy cuenta que a lo peor soy una persona algo intolerante, casi inquisitorial… brrrrr…. Eso desde luego no es nada bueno para conversar…
Sigo.
Las buenas conversaciones
Una vez relacionados algunos de los «vicios», tocaría tratar de explicar algunas cosas que sirvieran, a mi juicio, para construir buenas conversaciones. Para empezar diría que uno disfruta de diferentes tipos de conversaciones.
Banales: sostener la vida
Buena parte de la vida social se sostiene sobre conversaciones que en primera instancia podría calificar de banales. Creo que en inglés sería parecido a lo que se llama small talk. Por un lado estarían las frases que uno intercambia con el vecino o la compañera de trabajo. “¿Qué buen tiempo hace? ¿Qué tal te salió la conferencia X? ¿Cómo van tus clases? ¿Qué guapos están tus niños! ¡Qué bien jugó el Sevilla este jueves!” La gente más simpática o sociable también hace alguna broma más o menos cariñosa… Esto tendría que ver con cosas algo anticuadas como lo que se solía llamar buena educación o cortesía. Y mi criterio es que sirven para hacer la vida más amable: tener interés sincero en lo demás, saber qué cosas les interesan y preocupan, compartir algo que sabes que le gusta y le hará sentir bien,_ como el ahora denostado, ¡qué guapa te veo! O el más directo “¡hola guapo!” _ cuando alguna amiga me lo dice, a mi edad, pues la verdad es que me suele alegrar bastante.
Una variante más elaborada de esta conversación banal – en el sentido de que no trata de “cosas importantes” o grandes ideas -, son para mí las conversaciones con familiares y viejos amigos a quienes se ve o con quienes se habla con frecuencia. La información en estas conversaciones – que diría Shannon – es reducida, (información en el sentido de comunicación de algo que no sabíamos). Y sin embargo, yo las veo de lo más importante. Lo que se comunica fundamentalmente es que el afecto sigue – como cuando nos damos la mano o un abrazo al saludarnos . Que nos interesan los pequeños detalles simplemente porque es lo que las personas que queremos han hecho ese día: “¿Qué hiciste hoy? ¿Qué tal estaban tus amigas? ¿Qué sabes de mi hermana? ¿Qué tal salió el examen de mi sobrino? ¿Qué tal está mi padre? ¿Se ha recuperado ya tía XX de su dolencia? ¿Cómo estuvo la clase a la que fuiste? ¿Cómo estaba el jardín del campo? ¿Está agarrando lo que plantaste nuevo? ¿Qué te pusiste para ir a la comida?…” y ese tipo de cosas. También los comentarios de actualidad. Alguna pequeña guasa si uno está inspirado… Lo que trato yo en estas conversaciones es de manifestar mi afecto en primer lugar. En lo posible hablar y contar cosas que se que son del agrado y que comparto con la persona con quien hablo. Sin evitar los temas conflictivos, tratando de abordarlos con amabilidad, pero también con sinceridad. Y sobre todo escuchar con interés y atención. Por supuesto, compartir problemas cuando los haya e intentar aconsejar o dar una opinión que pueda ser de ayuda al otro; – aunque igualmente haya personas que sólo te llamen para contarte problemas… Al final, para mí la idea sobre este tipo de conversaciones es que hagan sentir bien, o al menos un poco mejor, a los que la comparten.
Aunque las llame banales, sin embargo, son uno de los principales medios con los que se sostiene la vida cotidiana – como dirían ahora las feministas -, y por esta razón las considero muy importantes. Lógicamente, las palabras no son suficientes ni mucho menos para sostener la vida, pero sí que estoy convencido de que son de gran ayuda. Cuando las personas se conocen mucho, a veces no hay tantas cosas “interesantes” de que hablar. Por eso supone un cierto esfuerzo hacer que estas conversaciones no acaben por apagarse o se vicien cada vez más por el lado de la queja o similar.
Intelectuales: ¿hacer mundo?
Quizás las conversaciones “más importantes”, “más intelectuales,” – y lo pongo entre comillas –, sean en las que he pensado un poco más con esto del arte de la conversación. Tengo que reconocer que estoy muy afectado por lo que algunos llaman ética aristotélica, que propone que “las mejores acciones son las que ponen en juego las facultades de la mente” (Ermann & Schauf, 2003). De nuevo pienso que esta buenas conversaciones más intelectuales tiene que ver también con la anticuada idea de la cortesía – como en El cortesano de Castiglione; aunque nunca lo leí, sólo referencias: una persona culta y educada tendrá entre sus virtudes la de la buena conversación. Las de Hume y Smith que citaba al principio, supongo que además de cortesía contarían con una mayor ambición intelectual, filosófica, científica, poética o literaria… Como las de los salones de la Ilustración parisina en torno a D’Holbach y Diderot, en las que también participó Hume (Blom, 2012). Le viene a uno a la mente también la conversación extendida que mantuvieron durante los 20 o 30 últimos años de sus vidas Deleuze y Guattari (Dosse, 2009). También las famosas tertulias literarias y políticas de finales del siglo XIX y principios del XX en Madrid. Las amistades de la Residencia de Estudiantes (Soria, 2017) algunos años después… Tantas buenas historias… Seguro que muchas de ellas también muy idealizadas…
Uno no se considera un conversador particularmente bueno. Las ideas que siguen no son tanto lo que uno hace, sino más bien cosas con las que le gustaría experimentar más. Algo de estas aproximaciones al conversar piensa que lo ha disfrutado alguna vez con colegas activistas-artistas como SM, PdS, AM, JT, NR o HN, o con amigos veteranos como AS o FJ _ y seguro que con muchos más.
Para empezar, suele ayudar mucho que exista una afición-pasión común entre los conversadores… Felber (que cito más extensamente en el apéndice) plantea la necesidad de “hablar y escuchar con el corazón.” Entiendo, que entre otras cosas, se trata de tener un gran interés en lo que dice la otra persona, haciendo el esfuerzo de apreciar matices y diferencias más allá de nuestros propios prejuicios-patrones cerebrales que tienden a que tratemos de encajar todo lo que oímos (o leemos) en esquemas ya demasiado conocidos. Supongo que para esto hace falta tener tiempo y una cierta serenidad, aunque sólo sea para el momento del encuentro.
Este escuchar con atención y tratar de valorar lo que dicen los otros, se expresará en el dejarlos hablar y acabar sus argumentos, y en tratar de responderlos sin simplificarlos o reducirlos, o descalificarlos tomando sólo ciertos aspectos del mismo, tergiversándolos, etc. Se trata en fin de sentir – y mostrar – interés por la persona o personas con que se debate o conversa. Tratar de entender bien y pensar en los términos que proponen, o argumentar si no fuera así cuáles otros serían se estiman que serían los adecuados… Valorar los puntos que uno aprecia, y expresar con ingenio, respeto y/o cariño las diferencias. En esta línea, pienso que es positivo tratar de construir sobre el discurso o argumento que se nos presenta, más que impugnarlo completamente con algo diferente. Tal vez en una buena conversación, habrá ocasión de elaborar en torno a diferentes argumentos más que enfrentar cosas muy dispares.
En esto del escuchar con el corazón no puedo dejar de recordar una vez que fui de turista revolucionario – como decían en aquella época – a Chiapas y nos invitaron a participar en una misa-asamblea en la iglesia del Aguascalientes en el que estábamos. Los foráneos estábamos de pie atrás, mientras que la comunidad estaba sentada en los bancos bastante ordenadamente. Tras algún ritual introductorio, uno de los hombres se sube a un estrado y lanza una perorata de unos minutos en su lengua – tzotzil creo recordar – y a continuación se sienta. Todo el mundo se queda donde está muy callado, y pasan los minutos sin ocurrir nada. Extrañado, pregunté qué pasaba a alguien con más experiencia en Chiapas, que me explicó que estaban pensando sobre lo que el compañero había dicho. Al rato por fin subió otra persona, repitiéndose el proceso de manera más o menos parecida durante bastante tiempo. Supongo que además de debatir las cuestiones que preocupaban a la comunidad, y tal vez avanzar en su abordaje, ¡sin duda nos dieron a los nuevos allí una buena lección de escuchar!
Recuperando el hilo, otra cuestión de posible interés es la de plantear temas más bien abiertos, que dogmáticamente cerrados, que inviten a los otros a tomar partido o posicionarse ante diferentes alternativas o a completar o mejorar las cosas que se trata de enunciar.
Otra cuestión, entre la educación o cortesía y las ganas de generar una buena conversación, es la de proponer temas que interesen a los otros; especialmente cuando se trata de varias personas; temas en los que todos puedan estar interesados y tengan cosas que contribuir.
Donna Haraway, comentando el trabajo de Vinciane Despret (cita literal más abajo en el apéndice) propone una curiosa práctica investigadora, que describe más o menos como ir de visita con cortesía (politeness), que contrastaría con la distanciada objetividad o la observación participante más común en las investigaciones de las ciencias sociales. En muchos aspectos lo que cuenta Haraway me parece a mí que constituye las premisas para una buena conversación: hacer preguntas que verdaderamente importen a las personas que visitamos; estar dispuesto a descubrir cosas nuevas incluso acerca de los sujetos/objetos de estudio que pensamos que conocemos demasiado bien; estar dispuesto a que hayan sorpresas escondidas, a que en el encuentro los dos sujetos se vean transformados, a que en el encuentro o visita pueda ocurrir, o producirse más bien, algo nuevo que antes no existía. Recurriendo a uno de sus conceptos característica, Haraway propone que la visita (o conversación) pueda ser una ocasión para un nuevo worlding – una ocasión de hacer (nuevo) mundo. Igual podíamos hablar también de pequeños descubrimientos, aunque lo de worlding alude más específicamente a descubrimientos que transforman a los que lo hacen, quizás produciendo nuevas maneras de ver el mundo, ideas historias, y seguramente de vernos a nosotros mismos. El humor y la paradoja, para mí, tal vez podrían también ser una cierta forma de worlding.
Otras expresiones que usa Haraway, es que la vista o encuentro debe render each other capable, hacer a los conversadores más capaces (¿de lo que eran antes de encontrarse?, ¿de cosas no imaginadas o pensadas?), y en otro momento que debe ayudarlos a ser response-able, juego de palabras en inglés que se podría traducir como capaces de responder (en el hilo que ella discute frente a la impotencia contemporánea relacionada entre otras cuestiones con el cambio climático).
Este hilo de Haraway me ha recordado a Vaneigem el situacionista – nunca recuerdo cómo se pronuncia y lo tengo que mirar una y otra vez: más bien en holandés o flamenco: algo así como Vaoneiyem, con acentos en la primera y la segunda sílaba, y la primera vocal entre a y o (https://es.forvo.com/word/raoul_vaneigem/). Vaneigem, pues, en su Tratado del saber vivir para el uso de las jóvenes generaciones, escribía de que las situaciones construidas por ellos aspiraban a generar una experiencia de “lo cualitativo” – que a continuación describía como “la poesía que cambia la vida y transforma el mundo”. Una buena conversación también me parece que participa de esta idea de construcción de situación.
En términos deleuziano-guattarianos, que usa la propia Haraway, una buena conversación, supondría lograr la construcción de un cierto devenir-común entre sus participantes. Devenir en este sentido sería composición, en la que las partes se convierten en otra cosa que por separado, dando lugar a «un nuevo acontecimiento de lo real.» Conversar sería algo más que la suma de dos o tres personas que piensan por su cuenta. Deleuze (1989) decía, en fin, que la amistad “es la condición para el ejercicio del pensamiento;” – aunque pienso que en su idea de amistad también se incluyen los (autores de los) libros, las cosas, las máquinas, los animales, etc.
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Recapitulando. Seguramente, todas estas idealizaciones del tema de la conversación son algo excesivas… Muy resumidamente, lo que yo espero de la conversación es que me descubra cosas o formas de mirar nuevas, y que contribuya a hacer sentir mejor a los conversadores, y si acaso que los transforme un poquito (que se sientan más queridos, más compasivos, más sabios o más inteligentes, con más preguntas interesantes…).
También, por supuesto, muchas veces conversamos para distraernos de las preocupaciones o para entretenernos sin más – por lo que obligarnos a este «esfuerzo de calidad» cada vez que hablamos con los amigos también puede ser un poco inhumano. Tener que hablar siempre de cosas serias e importantes, a mí por lo menos, me resulta agotador.
Llamar arte al conversar es decir que no existen reglas fijas ni cánones definitivos. Ser un buen conversador sería una manera de ser artista de la oralidad, aunque también de los afectos, la percepción, las relaciones personales… Algo con lo que siempre se puede seguir experimentando, y de lo que siempre se puede seguir aprendiendo. También tendrá que ver con la singularidad, de los participantes y del encuentro.
U una nota final: Sin duda mi percepción del asunto tiene un claro sesgo logocéntrico, intelectual, y supongo que habrá otras maneras de verlo, por ejemplo mucho más centradas en los cuidados o en el hacer. También me pregunto si este sesgo que he llamado logocéntrico lo será además masculino. Imagino que sí.
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#apéndice citas
Como mi padre se mete un poco conmigo porque dice que abuso de las citas y referencias, esta vez las he puesto como apéndices en lugar de en el cuerpo principal del texto. Entiendo que piensa que debería tener más voz propia. Pero estamos en el mundo del sampleado y la super-información…
La primera es de Christian Felber, el teórico de la economía del bien común, en su interesante pero a mi juicio poco comentando libro Dinero. Trata más bien sobre reuniones políticas pero la recordaba con interés, y creo que se puede aplicar en buena medida a las conversaciones en general (2015, p. 292-293):
[…] dos métodos de “alta tecnología humana” que son decisivos: comunicación respetuosa y toma de decisiones democrática. “Faltas” como interrumpir (en vez de dejar acabar de hablar), juzgar (en vez de argumentar), criticar (en vez de ofrecer soluciones), enrollarse (ineficiencia y aburrimiento) y estresar con mímica y gestos (en vez de escuchar tranquila y atentamente) son, por desgracia, vicios extendidos del debate político público. Por experiencia, el consenso de todos para poner en práctica los principios básicos elementales de una comunicación respetuosa […] crea un ambiente de conversación y debate completamente distinto, que sirve de inspiración y no cansa. A partir de métodos de conversación respetuosos como el de la comunicación no violenta, el “diálogo” […] se concretan principios básicos de una comunicación exitosa, por ejemplo: hablar con el corazón, no juzgar, escuchar desde el corazón, no hacer comentarios, economizar palabras. Y: de vez en cuando también se puede estar en silencio.
Un grupo de debate o de trabajo que funcione de acuerdo con estos principios facilita la profundización, produce alegría (en lugar de frustración) y, por regla general, da unos resultados productivos. Por experiencia propia, comunicarse con respeto y gentileza suele ser lo más difícil de la política; y a un tiempo lo más elemental también. Cuando en una conversación no nos valoramos y respetamos, los resultados no pueden ser buenos, colectividad y democracia no pueden cuajar…
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La segunda referencia es de Donna Haraway, en su último libro, Staying with the Trouble, comentando las metodologías de investigación de Vinciane Despret (2015, pp. 125 y sigs.). La prosa de Haraway es un poco especial. Espero que los/as que no estéis familiarizados lo podáis leer con curiosidad:
Ella estudia como hacerse mutuamente capaz de hacer cosas en los encuentros concretos (render each other capable). Despret no está interesada en pensar descubriendo las estupideces de otros, o reduciendo el campo de atención [simplificando los problemas] para probar la cuestión que sea. Su tipo de pensamiento agranda, incluso inventa, las competencias de todos los jugadores, incluida ella misma, de tal manera que las formas de ser y saber se dilatan, expanden, añade posibilidades ontológicas y epistemológicas, propone y hace suceder lo que no existía allí antes. Esta es su práctica de producir mundo [worlding]. Es una filósofa y una científica alérgica a la denuncia y que está hambrienta de descubrimientos, necesitada de lo que tiene que se conocido y construido en común, con y para los seres terrenos, vivos, muertos y por venir.
Afirma Despret:
“una posición epistemológica particular con la que estoy comprometida, una que la propongo como una virtud: la virtud de la cortesía [politeness] […] exige la capacidad de encontrar a los otros activamente interesantes, incluso o especialmente a los otros a quienes la mayoría de la gente pretenden conocer demasiado bien, hacer preguntas que nuestro interlocutor encuentre verdaderamente interesantes, cultivar la virtud salvaje de la curiosidad, reajustar nuestra capacidad de percibir y responder – ¡y hacerlo todo cortésmente! ¿Qué es esta clase de cortesía?
_ se pregunta Haraway; y continúa algo más adelante:
La principal cuestión que pone en riesgo la práctica de Despret es una aproximación que asume que los seres tienen naturalezas y aptitudes pre-establecidas que son simplemente puestas en juego en un encuentro. En su lugar, el tipo de cortesía de Despret hace el trabajo energético de mantener abierta la posibilidad de que haya sorpresas latentes, de que algo interesante esté a punto de ocurrir, pero sólo si uno cultiva la virtud de dejar que aquellos a quienes se visita den forma intra-activamente a lo que ocurre. No son qué/quiénes esperábamos visitar, y nosotros tampoco somos qué/quiénes había sido anticipados. Visitar [encontrarse] es una danza-que-hace sujetos y objetos y el coreógrafo es un tramposo (trickster). Hacer preguntas viene a significar preguntar lo que intriga al otro, y también cómo aprender a implicarse de manera que el encuentro transforme a todos de maneras impredecibles. […] Con buenas preguntas incluso o especialmente los errores y las equivocaciones pueden convertirse en interesantes. Esto no es tanto una cuestión de modales, sino de epistemología y ontología, y de un método que esté alerta respecto de las prácticas y caminos demasiado trillados. Al menos, este tipo de cortesía no es la que ofrece Miss Manners en su columna de consejos […]
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Buscando imágenes para acompañar el texto me encontré con esta diapositiva de Deleuze sobre la amistad, y que para mí estaría en el universo de la conversación… La dejo también por aquí… Fuente: http://piratesandrevolutionaries.blogspot.com/2012/07/kneading-friendship-deleuze-blanchot.html
La amistad basada en un sentido singular de “tener en común.” Los amigos no comparten ideas comunes. Comparten un mismo lenguaje o “pre-lenguaje.”
Los buenos amigos se entienden entre sí incluso cuando se hacen comentarios aparentemente sin sentido o irrelevantes.
Así, hay un enlace comunicativo entre amigos que es no-representacional y, aún así, es bastante conceptual.
Los amigos se hacen cuando frases aparentemente insignificantes llaman la atención a ambos, cuando ambos son capaces de captar las señales no-representacionales de uno y otro.
Y dice Deleuze, parafraseando directamente a Blanchot, [la amistad] es la condición para el ejercicio del pensamiento.
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#referencias
Philipp Blom, 2012, Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración europea, Anagrama, Barcelona
Gilles Deleuze & Claire Parnet, 1988-89, L’Abecedaire, ver: https://es.wikipedia.org/wiki/El_Abecedario_de_Gilles_Deleuze
Francois Dosse, 2009 (edición original en francés de 2007), Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada, Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires
M. David Ermann & Michele S. Shauf, 2003, Computers, Ethics and Society, Oxford University Press, Nueva York
Christian Felber, 2015, Dinero. De fin a medio, Deusto, Barcelona
Donna Haraway, 2016, Staying with the Trouble. Making Kin in the Chthulucene, Duke University Press, Durham
Denis C. Rasmussen, 2017, The Infidel and the Professor. David Hume, Adam Smith, and the Friendship that Shaped Modern Thought, Princeton University Press, Princeton
Andrés Soria, 2017, Una habitación propia. Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes 1919-1926, Residencia de Estudiantes, Madrid, ver: http://www.residencia.csic.es/expolorca/index.htm | accedido 05/12/2018
Raoul Vaneigem, 1998 (edición original en francés de 1967), Tratado del saber vivir para el uso de las jóvenes generaciones, Anagrama, Barcelona