Dolores Hayden: feministas materiales; tomar el poder sobre la reproducción social: casa, barrio, ciudad

Carta de Melusina Fay Peirce, 1876, una de las más destacadas material feminists; la carta me llamó la atención como caligrama; fuente: http://www.unav.es/gep/Richmond25.06.1876.html

Traducción beta de: Dolores Hayden, 1982, The Grand Domestic Revolution: A History of Feminist Designs for American Homes, Neighborhoods, and Cities, The MIT Press, Cambridge; pp. 3-6

Materiales para mis clases. Piensa uno que se lee poco a Dolores Hayden. Aquí introduce su libro The Grand Domestic Revolution donde cuenta la historia perdida – al menos hasta que ella la reescribe – de las que llama material feminists, un amplio movimiento que se despliega entre 1860 y 1930 en los Estados Unidos en el que las mujeres se aplicaron a tratar de tomar el poder sobre su propio trabajo y sus propios espacios: casa, barrio, ciudades… Y expresado de otra manera a tratar de tomar el control y hacer valorar el trabajo de reproducción social.

Traducción de José Pérez de Lama. Para TD y PD

Una tradición feminista perdida

Hacer la comida, cuidar a los niños y limpiar la casa, tareas pensadas a veces como “trabajo de mujeres”, que se hacen sin recibir dinero a cambio, en entornos domésticos, han sido siempre una parte principal del trabajo necesario que se hace en todo el mundo. Sin embargo, ninguna sociedad industrial ha resuelto nunca el problema que la división sexual de este trabajo crea a las mujeres. Tampoco ninguna sociedad ha superado los problemas que crea la localización doméstica de estos trabajos, para las amas de casa y para las mujeres empleadas que vuelven de las fábricas y oficinas a un segundo trabajo en la casa. Este libro trata sobre las primeras feministas [1] en los Estados Unidos que identificaron la explotación económica del trabajo doméstico por parte de los hombres como la causa más básica de la desigualdad de las mujeres. Las llamo feministas materiales porque se atrevieron a definir una gran revolución doméstica de las condiciones materiales de las mujeres. Exigieron remuneración económica por el trabajo doméstico no pagado.

Propusieron una completa transformación del diseño espacial y la cultura material de las casas, barrios y ciudades estadounidenses. Mientras que otras feministas hacían campañas por los derechos civiles o por el cambio social con argumentos filosóficos o morales, las feministas materiales (material feminists) se concentraron en cuestiones económicas y espaciales en cuanto que constituyentes básicos de la vida material.

Entre el final de la Guerra Civil (Estados Unidos, 1865) y el principio de la Gran Depresión (1929), tres generaciones de feministas materiales plantearon preguntas fundamentales sobre lo que se llamaba la “esfera de las mujeres” y el “trabajo de las mujeres”. Cuestionaron dos características del capitalismo industrial: la separación física del espacio de la casa respecto del espacio público, y la separación económica de la economía doméstica respecto de la economía política. Con el propósito de superar los patrones del espacio urbano y el espacio doméstico que aislaban a las mujeres y hacían su trabajo invisible, desarrollaron nuevas formas de organización de los barrios, incluyendo cooperativas de amas de casa (housewives), así como nuevas tipologías de edificios, incluyendo la casa sin cocina, las guarderías (day care centers), la cocina pública y los clubes comunitarios (community dining clubs). También propusieron ciudades ideales feministas. Redefiniendo el trabajo doméstico y las formas de habitar de las mujeres y sus familias, impulsaron a los arquitectos y urbanistas a reconsiderar los efectos del diseño sobre la vida familiar. Durante 6 décadas las feministas materiales defendieron una idea poderosa: que las mujeres tienen que crear hogares feministas con el trabajo doméstico y el cuidado de los niños socializados, como condición previa para convertirse en miembros de la sociedad verdaderamente iguales.

Las fuentes utópicas y concretas del feminismo material, su amplia recepción popular y las experimentaciones prácticas a que dio lugar no son bien conocidos. Desde la década de 1930, muy pocos estudiosos o activistas han sospechado siquiera que hubiese existido esta tradición intelectual, política y arquitectónica en los Estados Unidos. A principios de los 60, cuando Betty Friedan buscaba la manera de describir “los problemas que no tienen nombre” de las amas de casas, y optó por la “mística femenina”, el libro de Charlotte Perkins Gilman, Economía de las mujeres (subtitulado, El factor económico entre hombres y mujeres como factor en la evolución social) no se había vuelto a imprimir desde hacía décadas. Desde finales de los 60, las feministas se pusieron a leer de nuevo con avidez el trabajo de Gilman, pero sus libros reaparecieron sin el redescubrimiento del contexto histórico del pensamiento feminista material ni de las prácticas políticas que lo inspiraban. Historiadores como Carl Degler o William O’Neill equivocadamente caracterizaron a Gilman como a una extremista. Nadie reconoció que no era sino miembro de una tradición importante y viva que incluía también a otras poderosas polemistas y activistas como Melusina Fay Peirce, Marie Stevens Howland, Victoria Woodhull, Mary Livermore, Ellen Swallow Richards, Mary Hinman Abel, Mary Kenney O’Sullivan, Henrietta Rodman y Ethel Puffer Hows, todas ellas promotoras de la transformación feminista de la vivienda.

La pérdida de la tradición del feminismo material también llevó a los investigadores a interpretar equivocadamente la ideología feminista en su conjunto. El tema que conectaba los movimientos feministas del final del siglo XIX y principios del XX era el de la superación de la separación entre vida doméstica y vida pública creada por el capitalismo industrial, en los aspectos en que afectaba a las mujeres. Todas las campañas feministas por la autonomía de las mujeres deben ser vistas desde esta perspectiva. Y sin embargo, los investigadores tendieron a dividir esta lucha coherente en facciones separadas. Las etiquetas clasificatorias tales como sufragistas, feministas sociales y feministas domésticas distinguen demasiado afiladamente entre las mujeres que trabajaban sobre asuntos públicos o sociales y aquellas que trabajaban en asuntos privados o familiares. Casi todas las feministas deseaban incrementar los derechos de las mujeres en el hogar y simultáneamente llevar los cuidados de tipo doméstico (homelike nurturing) a la vida pública. Frances Willard exhortaba a los miembros de la Women’s Christian Temperance Union (Unión de Mujeres por la Templanza Cristiana) a emprender trabajo público de “cuidados domésticos municipales” (municipal housekeeping) y a llevar la casa al mundo, para convertir todo el mundo en algo más parecido a una casa o un hogar (to make the whole world homelike). El voto, la educación universitaria, el empleo y los sindicatos para mujeres eran exigidos en nombre de la extensión y protección de la esfera doméstica de las mujeres, más que de su abolición. Tal como Susan B. Anthony explicaba sus objetivos: “Cuando la sociedad esté correctamente organizada, la esposa y la madre tendrán el tiempo, los deseos y la voluntad de crecer intelectualmente, y conocerán que los límites de su esfera, la extensión de sus deberes, tan solo estarán determinados por la medida de su capacidad.” Ya fuera que las mujeres buscaran el control sobre la propiedad, la custodia de los hijos, el divorcio, la “maternidad voluntaria”, la templanza, la prostitución, la vivienda, la recogida de la basura, el abastecimiento de agua, los colegios o los lugares de trabajo, sus objetivos eran los que resumía la historiadora Aileen Kraditor: “la esfera de las mujeres tiene que ser definida por las mujeres”.

Las feministas materiales como Peirce, Gilman, Livermore y Howes se ubicaron a sí mismas y a sus campañas para la socialización del trabajo doméstico en el centro ideológico del movimiento feminista. Definieron el control de las mujeres sobre la esfera de las mujeres como el control de las mujeres sobre la reproducción de la sociedad. Se situaron intelectualmente entre las otras campañas feministas dirigidas a a la autonomía de las mujeres en el espacio doméstico o a la autonomía de las mujeres en la comunidad urbana. Su insistencia en la conversión de todo trabajo doméstico y de cuidado de los niños en trabajo social era una exigencia de barrios domesticados, que cuidaran de sus habitantes (homelike, nurturing). Mediante este énfasis, conectaron todos los otros aspectos de la agitación feminista en una lucha espacial y económica continua, que se abordaba a todas las escalas, de la casa a la nación. Representando su posición teórica la extensión lógica de muchas ideas sobre la autonomía de las mujeres, el feminismo material ejerció influencia mucho más allá de su fuerza numérica. En el medio siglo que antecede a 1917, mientras que las mujeres y hombres que participaban en experimentos feministas para socializar el trabajo doméstico pudieron ser del orden de cinco mil, la Asociación Americana para el Sufragio de las Mujeres (NAWSA por sus siglas en inglés) contaba con dos millones de asociados. Y sin embargo, Carrie Chapman Catt, líder de la NAWSA, consideraba a Gilman como la más grande feminista estadounidense; para Harriet Stanton Blatch, sufragista y miembro del Partido Socialista, Women’s Economics, el libro de Gilman, era una “Biblia”.

Atreviéndose a hablar sobre una revolución doméstica, Peirce, Gilman y otras feministas materiales crearon nuevas definiciones de la vida económica y nuevos diseños urbanos que muchos socialistas en los Estados Unidos y Europa también aceptaron, aunque con frecuencia relegaran estas cuestiones a algún tiempo futuro, “tras la revolución”, igual que algunas sufragistas también las dejaban a un lado para ocuparse de ellas tras ganar el sufragio. Además, las feministas materiales ganaron en Europa aliadas tales como Alva Myrdal en Suecia o Lily Braun en Alemania.

Activistas políticos como Elisabeth Cady Stanton, Alexandra Kolontai, Ebenezer Howard y Friedrich Engels reconocían las socialización del trabajo doméstico como uno de sus objetivos. El programa del feminismo material no sólo era una demanda esencial para la justicia económica y social que afectaba a la mitad de la población. Encendía la imaginación de los activistas porque también era un programa para el control por parte de los trabajadores de la reproducción de la sociedad, un programa que generaba tanto entusiasmo como el del ideal del control de la producción industrial.

Sin embargo, las diferencias entre socialistas, feministas y, feministas materiales sobre el control por parte de los trabajadores de la socialización del trabajo doméstico eran sustanciales. Socialistas tales como Engels y Lenin argumentaban que la igualdad de las mujeres resultaría de su implicación en la producción industrial, que se haría posible por medio de la socialización de la preparación de las comidas y del cuidado de los niños. El trabajo doméstico socializado, para ellos, era solamente un medio para conseguir otro fin. No otorgaban significado en sí mismo al trabajo doméstico socializado, y asumían que sería hecho por mujeres de bajo estatus. Por el otro lado, algunas feministas estadounidenses como Florence Kelley y Julia Lathrop consideraban que era el estado capitalista el que debía ofrecer servicios para ayudar a las mujeres empleadas y no analizaban los beneficios indirectos al capitalismo industrial que estos servicios implicaban.

Sólo las feministas materiales argumentaban que las mujeres debían afirmar su control sobre el importante trabajo de la reproducción que ya hacían, reorganizándolo para obtener justicia económica para sí mismas. Exigían remuneración y honor para la esfera tradicional del trabajo de las mujeres, concediendo también que otras mujeres pudieran querer ocuparse en otros tipos de trabajo.

No estaban dispuestas a dejar que los hombres argumentaran que la igualdad de las mujeres, en última instancia, dependía de su capacidad de asumir el “trabajo de los hombres” en la fábrica o la oficina. Tampoco estaban dispuestas a pensar en el estado como el agente de su liberación. Aunque las feministas materiales en ocasiones se desplazaran hacia estas posiciones (Charlotte Perkins Gilman hacia el socialismo, Ellen Richards hacia el feminismo, por ejemplo), lo habitual fue que afirmaran con claridad que el trabajo de las mujeres tiene que ser controlado por la mujeres – económicamente, socialmente y ambientalmente.

[1] Aclara Dolores Hayden que la definición de feminista que usa es la de «participar en el impulso de hacer crecer el poder y la autonomía de las mujeres en sus familias, comunidades y/o sociedad».

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