K y la Máquina M. Un relato de antropofagia maquínica

Paisaje maquínico a partir de Andrea Branzi/Archizoom, 1969, No Stop City

K y la Máquina M. Una historia de antropofagia maquínica
Un borrador de relato sci-fi más bien oscurillo

José Pérez de Lama

K había leído de joven El castillo y El proceso. Pero ya no se acuerda tan bien. En alguna de aquellas novelas su medio tocayo Josef perdía la vida tratando de litigar, o algo así, contra la burocracia austrohúngara de principios del siglo pasado. Recuerda la frustración y el sufrimiento psicológico de Josef K, la distancia y prepotencia de los funcionarios. Puede que hasta las dos novelas quedaran inconclusas.

La Máquina M, un siglo después, es mucho más abstracta que el castillo o los tribunales de Kafka. Sus funcionarios son incluso simpáticos y próximos, – salvo en momentos excepcionales. Algunos son mujeres amables, atractivas e inteligentes. K recuerda que hasta hace poco le gustaban las mujeres y fantaseaba con el amor. El padecimiento de K no le parece que sea como el de su tocayo Josef – no es tanto dolor psíquico o desesperación, sino que es como un vacío, como una lejanía extraordinaria de sí mismo, de los otros, del mundo.

M alimenta de diferentes maneras a sus simbiontes. Por eso se le acercan inicialmente. Y poco a poco van descubriendo que a cambio exige cosas, muchas, __ la vieja historia de Fausto. En realidad no hay tantas historias nuevas.

La Máquina M es mucho más abstracta, – pero es más orgánico-digital que mecánica. A veces K la imagina como un entorno ameboide y blando. No opone una resistencia dura, como cuando uno choca contra un muro, o hay una puerta cerrada que impide el paso – sino que más bien lo va envolviendo, como que presiona su cuerpo sin llegar a ser pegajosa, más bien opone una resistencia por rozamiento a cualquier tipo de flujo que no esté codificado en los algoritmos de la propia M. Una resistencia que K es capaz de superar, pero sólo para encontrarse en un nuevo recinto que lo vuelve a abrazar. Es como un ritornelo monótono. Puede que, incluso, al cabo de un largo período tratando de avanzar, pasando de una vacuola a la siguiente, de pronto K se encuentre al principio, o más atrás, __ gastado, desorientado. M es un laberinto blando de geometría en permanente variación; una maravilla de adaptación evolutiva – una adaptación que K intuye que funciona casi en real-time. El forcejeo con las membranas produce en K una melancolía espesa, toneladas de pasiones tristes (de las que reducían la potencia según Spinoza).

K tampoco sabe nunca qué es exactamente lo que debería buscar para tratar de desactivarla, o cuando menos para tratar de desvelar el funcionamiento de M. Tiene la impresión de que los colegas con los que trata de asociarse tampoco lo saben.  K imagina que el secreto de la Máquina M, su sentido, es su propia preservación y ampliación, y la de los simbiontes que la cabalgan o surfean, – que con su acción contribuyen a alimentarla, a hacerla más densa, opaca y resiliente. Tiene la seguridad de que M se extiende o se comunica íntimamente con otras máquinas semejantes: N, O, P, Q… A veces K imagina a M como un laberinto devorador de hombres y mujeres, y de papeles, sillas, pizarras, bicicletas, redes, código, todo lo que se le acerque… Los devora pero no los hace desaparecer, sino que los digiere lentamente, una curiosa exo-digestión, de manera que los convierte en sus múltiples extensiones o factores recomponiéndolos entre sí. Aunque también, la máquina M también opera separando a los que se imaginan a sí mismos que la están atacando. Para eso también son excelentes las vacuolas, la blandura pesada de las membranas. La estrategia del agotamiento, que no de la destrucción.

Cuando K está muy cansado, piensa que M destruye lo que antes se consideraba que era la humanidad (el atributo), y que sólo produce alienación, melancolía, tristeza, impotencia. Pero otras veces, cuando está más lúcido, más bien considera que la máquina no destruye humanos, sino que los produce – un cierto tipo de humanos que son capaces de prosperar en sus ecologías. Unos post-humanos que son herederos del hombre autoritario y organizacional de las décadas de 1940-70. Sujetos gregarios a la vez que individualistas, que obtienen placer de su saber asumir y adaptarse a las reglas complejas y variables de M, que han abandonado valores que consideran anticuados como puedan ser la autonomía, los principios éticos socráticos o kantianos, la Verdad o la Justicia o la Belleza – con sus ridículas mayúsculas. Que tienen una inteligencia antigua a la vez que nueva. Que piensan, trata de imaginarse K, cómo de ridículo sería jugar al Monopoly y ponerse a cuestionar la belleza del tablero, o la virtud de sus principios y reglas. Que consideran a K y a sus congéneres como infrahumanos, el pelotón de los torpes que no saben interpretar la realidad, que viven en un mundo de ilusión bastante vana, idiotas que no son capaces de aprender y entender las reglas del juego – que serían los perdedores en un campeonato de Monopoly, o de parchís, precisamente por ponerse a hacer el panoli, fastidiando de camino a los que sí saben jugar y disfrutan del juego.

Pero hay otra cosa más curiosa aún, piensa K. Que el juego de la máquina M también se juega, sobre todo, en la propia mente y el propio cuerpo de los que se aventuran a acercarse. Y que su imperialismo victorioso se produce no tanto en el juego de las vacuolas más o menos blandas o pesadas y las membranas y el laberinto, – que eso en realidad son fuegos artificiales -, sino que lo que realmente ocurre es que se van imprimiendo patrones en las mentes-cuerpos de sus sujetos, patterns que producen double binds y truquitos del estilo, y que la derrota ineluctable, la rendición, acaba siendo deseada más que impuesta. Quizás incluso no sean simples patterns, sino nuevos órganos-tumores como en aquella película de Cronenberg. Que el desarrollo de estos nuevos órganos, los premios y honores que otorga la Máquina M, se vuelven deseos cada vez más íntimos para los que quizás antaño habían sido rebeldes. Que las derrotas no son como la de Héctor el Troyano, cara a cara en el campo de batalla frente a un enemigo más fuerte o de mayor gracia; sino que son otra cosa; – en la que no hay lugar al heroísmo. Se pregunta K si Sócrates o Montaigne redivivos también hubieran terminado siendo metabolizados por M…

En su zozobra quizás final, la principal objeción que K aún mantiene para entregarse a la líbido avasalladora de M es que no se necesita gracia o areté, como ocurre, por ejemplo, en un juego como el fútbol, sino que más bien conviene renunciar a éstas – como en el “Renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras” de los catecismos antiguos. Los simbiontes, a medida que se hacen más M-poderosos, van adquiriendo una progresiva grisura verdosa que a K, todavía, le parece próxima a la sordidez. Aunque, claro, grisura y sordidez según los parámetros que habría utilizado alguien tan loco como Don Quijote. Sin duda, debe haber nuevas formas de brillantez y virtud en el mundo de M. Pero K tiene aún dificultades para apreciarlas plenamente. Y los patrones que M lleva ya tiempo imprimiendo en su mente-cuerpo lo están confundiendo cada vez más. Ya no está sino confundido. Le cuesta discernir. Es posible que pronto ya no vaya a ser capaz de acordarse del mundo del que vino. Y quizás entonces podrá descansar y encontrar algo de paz; tal vez eso sea lo que llaman sabiduría… Dormir, quizás soñar…

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1 comentario en “K y la Máquina M. Un relato de antropofagia maquínica

  1. Tengo la misma sospecha… y es que la máquina M tiene como objetivo preservarse y puede que ampliarse… para ello, cambia las estructuras cognitiva de los que habitan el espacio que considera propio… y los disidentes, son estigmatizados… «oposición estúpida pero útil… que legitima a la máquina M».

    Es hora de entregarse a la búsqueda de la paz, aunque sea imperfecta… un letargo temporal… 😉

    T*****

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